II. Una niña de cinco años me deja como idiota
El rostro de la niña se endureció de tal manera que reprimí el impulso de pedirle perdón. Dejó de mecer sus piernas y las congeló en medio movimiento. Comprimió sus pequeños labios en una fina línea que tembló de la rabia. Acto seguido cerró sus ojos como si tratara contenerse, encauzó toda su cólera y la liberó en un suspiró.
—No puedo saber lo que hay en tu cabeza —contestó en tono neutro—. Lo intento pero no puedo, sólo logro encontrar algunas imágenes aunque me es imposible conectarlas. Estás... bloqueado —pronunció la palabra como si le costara horrores decirla.
—¿Bloquearon mi mente?
El sanctus asintió. Era extraño hablar con él, era como alguien que sabía todo de mi vida pero a la vez quería preguntarme de ella como si disfrutara oyéndote hablar, algo así como una vecina chismosa.
—Tu mente está bloqueada, por así decirlo. En realidad, cualquier mago con poder puede acceder a tus recuerdos pero si lo hace se morirá, perderá la cordura o no podrá comunicarle a nadie lo que vio. Claro, ese es el caso si puede acceder a tu recuerdo, muy pocos podrán y los que puedan morirán. Es como si tu cabeza fuera una computadora y alguien haya plantado un antivirus para protegerla —me sorprendió que use palabras de confronteras pero al parecer la niña estaba dispuesta a que la entendiera—. Alguien te bloqueó la mente para que nadie pueda acceder. Y no sólo eso, estás bloqueado de todos lados, ni siquiera pueden pillarte en los recuerdos de otros, como si fueras borrado de cada mente. Pero claro, yo soy un sanctus y si te quedas unos minutos más, tal vez pueda sacar todo lo que escondes ahí dentro —dijo señalando mi cabeza y rio—. Claro que me cuesta mucho más, pero me gustan los desafíos. Hace eones no encontraba algo tan difícil.
Retrocedí.
—¿Alguien bloqueó mi mente? —pregunté sin tragármela.
—Varias personas de hecho, para lograr un hechizo tan poderoso al menos tuvo que estar involucrado dos docenas de los magos más poderosos —entornó la mirada como si quisiera apreciar la ropa que tenía puesta—. De hecho, fueron veinticinco personas para ser exactos, justo en el momento que Gartet estaba en tus sueños, mientras tú dormías en Salger, en una casa anaranjada, se te impuso el bloqueo. Una lástima para él.
Pasó los ojos en blanco al ver mi expresión escéptica
—Vamos, por qué te cuesta creerlo ¿quieres una prueba? Por esa misma razón todos tus amigos estaban siendo atormentados por sus miedos y tú no. Miles tiene miedo a ser abandonado por sus mejores amigos justo cuando lo ataquen sus enemigos, Dante teme decepcionar a los demás o fallar, teme ser igual de inútil que un muerto, Berenice no quiere volver a ver morir la persona que ama y William Payne es atormentado por su pasado al igual que Petra, la chica que te gusta. Pero tú... no sé cuál es tu temor Jonás. No sé a qué le temes.
—Petra no me gusta —respondí.
No quería pruebas de que habían bloqueado mi mente. Porque ya tenía una ligera sospecha de eso hace un año. Cuando me había colado en la reunión de guerra oí a Pandora decir que sus magos no podían averiguar nada más de mi vida, que las imágenes se repetían para ellos. Si los magos eran muy poderosos con descripciones, nombres u objetos podían hacer hechizos para meterse en tu mente, también podían salvarla aunque nadie hacía eso.
El hijack me había dicho que de esa forma habían pillado a Cornelius Litwin.
No se me ocurría la razón de por qué muchas personas me protegerían de esa manera; porque era obvio que lo había hecho para ocultarme de los magos de Gartet. No tenía tangos amigos que controlaran las artes extrañas. La única maga que conocía y me protegía era Petra pero ella se encontraba en el sector deforestación cuando me impusieron el bloqueo.
—Eso... eso no importa —dije tratando de mostrar que no tenía idea de lo que hablaba—. Además del paradero de mis hermanos hay otra cosa que necesitamos saber. Seguramente estás al tanto de Gartet.
—Muy al tanto. Lo sé todo, incluso cómo terminará esta guerra.
Eso me dejó sin palabras por unos segundos. El sanctus lo dijo con tanta ligereza como si hablara de una lista de supermercado.
—Necesito que nos digas si somos... si mis amigos y yo estamos vinculados al desarrollo o la conclusión de esa guerra —me pregunté si también sabía lo que le diría a continuación—. En el libro de Solutio están todas las personas que participarán pero...
—El libro está perdido —concluyó y volvió a mecer sus pies, un mechón de cabello ensortijado y azabache se vertió por su raquítica y pequeña clavícula que era remarcada por el escote de su bata—. Bueno ¿algo más?
Me encogí de hombros.
—Mi amiga Berenice quiere saber dónde está Logum...
—Dile a Berenice que ella tendrá todo el tiempo del mundo para hacer lo que quiere, le quedan muchos años, demasiados diría yo.
Eso sonaba raro ¿Me estaba revelando el futuro de Berenice? Estaba bien si no quería confesarme nada más de ella, después de todo si encontrábamos también el libro de Solutio, podría averiguarlo ahí.
—Si puedes decirnos dónde se halla el libro de Solutio también estaría bien. No sé si las unidades del Triángulo pudieron cumplir su misión...
El sanctus rio débilmente.
—Créeme que un grupo pudo encontrar la respuesta con respecto al paradero de Solutio pero esa respuesta no te gustará a ti. Es muy... ambigua, costará interpretarla y te perjudicará. Aunque seguramente lo sabrás cuando vuelvas. Con respecto a tu pago por toda esa información... te costará caro.
Pasé el peso de mi cuerpo de un pie a otro.
—¿Cuánto?
La niña se levantó de la columna y dirigió sus silenciosos y gráciles pasos hacia mí. Elevó su cabeza ya que me llegaba por debajo del pecho. Me sonrió sin enseñar los dientes, una risita infantil escapó de sus labios examinándome aún. Tal vez había descubierto algo nuevo de mi vida porque me escrutaba entretenida como si fuera un acertijo.
Descendió sus ojos hacia mi espada. Había olvidado que la tenía desenfundada, el metal negro de anguis despedía un brillo oscuro, mi puño se cerraba blanco óseo alrededor de la empañadura. La niña deslizó sus dedos sobre mis nudillos y sus ojos se llenaron de pensamientos. Su sonrisa había sido suplantada por una aguda concentración. Estaba seria y lúgubre como si asistiera a un funeral que no quería ir.
—Toda mi vida supe que vendrías, hace eones, miles de años, sabría que vendrías ¿sabes eso?
—N-no, es mucho tiempo para esperar a alguien ¿Preparaste aperitivos?
—Pero nunca supe cómo se sentiría —sus ojos negros eran como dos brazas de carbón centellando en la oscuridad—. El futuro está lleno de sorpresas aun cuando lo sabes todo.
No tenía ganas de escuchar sus confesiones.
El cielo había amanecido completamente pero por una razón los rayos de luz no llegaban allí, estábamos en la sombra de la montaña. Si no miraba hacia las nubes blancas y el firmamento despejado pensaría que estaba atardeciendo. El aire era fresco allí y el rumor del río me hizo relajarme. De repente sentí la fatiga de los días que llevaba despierto. Era un hermoso claro, con ruinas y todo, pero no era un claro para pasar toda la eternidad solo.
Me pregunté qué era un sanctus, si una criatura magia, un espíritu o un trotamundos que las artes extrañas lo habían consumido. Pero sobre todo me pregunté si disfrutaba la soledad porque no podía imaginarme a ser, por más poderoso que fuera o se sintiera, que le gustara estar solo.
—Jonás Brown y William Payne —susurró ambos nombres—. Todas las criaturas poderosas y longevas sabían sus nombres incluso antes de que nacieran sus padres —dejó de concentrarse en mi nudillos cubiertos de sangre y elevó su mirada. Sus ojos negros me escrutaron pero de una manera diferente—. Disponen de poco tiempo así que no puedo pedirle lo que de verdad deseo ya que conlleva un año de viaje, trotando de un mundo a otro.
Sólo para hacer algo enfundé a anguis, convirtiéndolo nuevamente en un anillo, no me parecía correcto negociar con un arma en la mano. La espada desapareció emitiendo un chasquido metálico.
—El rey —articuló la niña—. El rey de Babilon, está noche es su coronación. El otro rey murió por sus miedos. Pero desconozco el miedo de este nuevo rey, puedo averiguarlo rápidamente y sin problemas pero me parece más interesante que lo averigües tú. Quiero que descubras su mayor miedo.
—¿El miedo de un rey? ¿Cómo se supone que lo descubra?
—Eres inteligente algo se te ocurrirá a ti y a tus amigos. Además es mi oferta más generosa por toda la información que te ofrezco, lo que pido a cambio es una niñería —no dije nada pero el sanctus permaneció en silencio unos segundos como si esperara que respondiera—. No puedo revelarte secretos sin que me des algo a cambio.
Me pareció justo, después de todo había pensado que nos pediría un favor por cada información. Es más, al toparme con un sanctus había esperado un ser omnipotente de varias caras, difícil de persuadir y que quisiera aplastarnos como moscas. No a un... a un algo que cambiaba de apariencia para que me sintiera más cómodo y que me pedía un favor que tenía posibilidades de cumplir, como si quisiera echarme una mano. Me había dado más miedo el hijack que esa niña.
—Gracias sanctus —y lo dije de corazón—. Quiero decir... significa mucho para mí que me ayudes. No sé que hubiera hecho...
La niña negó con la cabeza y retrocedió un par de pasos silenciosos.
—No me agradezcas Jonás porque te garantizo que a final de esta semana me odiarás. Odiarás haberme conocido.
—No digas eso —la expresión de la niña había comenzado a perturbarme—. Habías dicho que no odiaba a nadie.
—¿Sabes por qué me apasiona tanto el miedo, Jonás? —inquirió la niña.
—No —admití— ¿por qué tú no los tienes?
Mi pregunta le arrancó una sonrisa y negó ligeramente con la cabeza, un mechón de su cabello se le vertió por la pequeña frente, frunció el ceño al sentirlo y condujo una de sus manitas para barrerlo. Lo apartó extrañada como si recién reparara en el cuerpo que tenía. Contempló sus manos como en una ensoñación, las movía delicadamente bajo su mirada.
—No. Me gustan los miedos porque son abstractos, son contradictorios. A todos los sanctus nos exaltan los sentimientos abstractos pero en realidad nos gustan porque es lo único que no podemos comprender. Lo sabemos todo pero jamás podremos revelar los secretos de esos sentimientos. Amor, felicidad, tristeza, furia, miedo... lo que es miedo para uno no lo es para otro, lo que para uno es una muestra de amor para otra persona es un acto desagradable. Son palabras tan extrañas... tan contradictorias. Son contradicciones, como tú.
—Vaya... ¿Eso es un cumplido?
La niña volvió a sentarse en la inclinada columna acanalada pero con un atisbo de sorpresa, asombro y tristeza ¿los sanctus podían sentir tristeza? ¿le gustaría sentirla porque es un sentimiento contradictorio? Pero más que nada me preguntaba ¿Cómo averiguaría el mayor miedo del rey?
—Ya sé tu mayor miedo —susurró.
Estaba esperando que dijera la palabra Poltergeist, había visto esa película de pequeño y no me había acercado al televisor por una semana. Pero la niña permaneció muda y se limitó a observarme. Sonrió como si al conocer mi miedo más oscuro le agradara más.
Observé a mis amigos. Estaban inconscientes, descansando.
—¿Podrías acercarme a la ciudadela con un poco de tu magia extraña y sin límites? Tuvimos un viaje agitado hasta acá.
La niña llevó sus ojos negros hacia mí. El sanctus sonrió.
—Abusas de tu suerte trotador.
—Y tú de tu soledad.
Esas palabras parecieron golpearla como una masa. Aunque su cuerpo era el de una niña yo era él que me sentía pequeño.
—Supongo que debes irte —susurró como si eso le doliera.
—Te veré dentro de unos días —prometí alzando una mano.
Ella observó compungida el suelo.
—Sí, pero tú jamás me volverás a ver de esta manera. Me odiaras, habrá rencor en tus ojos.
Si repetía que al final de esa semana iba a despreciarla estaba equivocaba porque estaba empezando a odiarla desde ese momento.
—Ya llévame a la ciudadela de una maldita vez.
Ella rio.
—Bonhomía Te gustan las palabras y los diccionarios ¿Verdad? Significa afabilidad, sencillez y honradez en el carácter. Tú no la tienes.
—Dime algo que no sepa.
Simplemente desapareció de allí y luego comprendí que yo era el que me había ido. Fue tan rápido como un parpadeo. De repente me hallaba en un callejón de Babilon y a un lado estaban Cam, Dagna, Walton y Albert con expresión perpleja.
Unas palabras abrumaron mi mente.
«Tienes tres días Jonás o no hay trato»
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