II. Típico
Corrimos por una serie de pasillos que resultaron un laberinto. No sabíamos cuál tomar, todos me resultaban iguales. Hicimos un mapa mental de todos los enemigos que teníamos en ese mundo por el momento. Mientras tratábamos de encontrar un camino Sobe murmuraba atropelladamente la lista de enemigos:
—Están la Mesnada de Oro —enumeró con los dedos mientras sacaba una linterna de su mochila—. Tamuz y sus soldados, Izaro, Zigor y tu antigua compañera de cole, los hijacks y sus catatónicos, los monstruos del campamento que se han percatado de nuestra presencia y otros colonizadores que tal vez no abandonaron el castillo.
—Son muchos...
—Ah, se me olvido Tiznado que está molesto contigo porque hiciste que su hija faltara a sus responsabilidades, se fuera de juerga y se rompiera las costillas.
—Se las rompió el monstruo y no fuimos de juega, sólo me contó la teología de este lugar.
Pensé en Finca, la había abandonado después de que me dijera que había planeado un acuerdo con su amiga para que me entregara el miedo del rey. Luego no había vuelto por casi un día. Me sentí falta aunque no fuera mi culpa ser capturado.
—¿Por qué hablan de Babilon como si hubiesen aparecido por primera vez hace unas horas? —preguntó Yab.
—Vamos hombre, no es así —exclamó Sobe—. Qué tontería, si estamos en Babilon como hace cinco días.
Dante los fulminó con la mirada pero Yab se lo tomó como si fuera broma porque esbozó una sonrisa que no ocultaba lo confundido que estaba y continuó corriendo con nosotros. Estaba oscureciendo y la lluvia caía a raudales. Abrimos una puerta que estaba cerrada con muchos candados. Rompí el metal con anguis. Había algo trabándola del otro lado. Empujamos algunos sacos de cuero y sin saber cómo llegamos a una sección de la cocina donde se almacenaban cajas con fruta fresca, hierbas y licores.
Un grupo de ocho chicos, armados, sudorosos, con prisa y enfurruñados llamaron un poco la atención, sobre todo porque uno cargaba una linterna y allí esas cosas no existían. Sobe la apagó y dedicó una sonrisa fanfarrona cuando todos voltearon a verlo.
—Yo tampoco sé lo que es —mencionó Yab a uno de los sirvientes que no desprendía los ojos de la linterna.
—Es un farol de aceite, nada de que preocuparse, un aceite especial, nuevo invento, traído para la Ceremonia de Agradecimiento —explicó Sobe—, en menos de un año lo verán en sus casas.
Lo sirvientes regresaron a lo suyo.
—Ni te molestes —dijo Dante esquivando una mesa con bandejas como si le trajera malos recuerdos—. Dejamos un camión incrustado en el medio del castillo, si tenemos suerte creerán que es un monstruo del bosque que murió tratando de entrar.
—Esa oración me hizo recordar la muerte de mi hermano —recordó Sobe meneando con la cabeza.
Yab se me acercó muy sigiloso, me agarró del brazo y me llevó aparte, detrás de una despensa, cerca un pasillo que conducía a un rincón sin techo con jaulas repletas de algo que parecían gallinas. Se veía un poco harto como si se encontrara en una reunión de gente aburrida que hablaba en clave sobre geología.
—¿Pudiste encargarte de... ya sabes, la traición?
Iba a decir que eché la corona al fuego, el metal se había fundido pero no sabía qué había pasado con él porque caí inconsciente pero eran muchas explicaciones y tenía que reunirme con Ojos de Fuego. Quería saber si era una trotadora que vivía en otro pasaje o una simple nativa que podía conseguir el miedo de una persona sin artes extrañas. Además, había comenzado a notar que era de noche, llovía, el cielo estaba tan negro como si nada jamás pudiera brillar allí.
Los tres días que me había dado se habían acabado. Debía atravesar las montañas y todo el bosque, eran horas de viaje, sino salía en los siguientes minutos no llegaría a tiempo.
—Sí —respondí y Yab me soltó el brazo.
El resto de la unidad nos alcanzó. Cuando Miles entró al pasillo parpadeó como si recién reparara en que nos habíamos ido.
—¿A DÓNDE VAMOS AHORA? —preguntó lo más discreto que pudo.
—¿Es buena idea salir de la cocina? —preguntó Dagna colocándose entre Sobe y Miles; agarraba la mano de este último.
—Tratemos de quedarnos juntos en la fiesta —explicó Sobe—. Protejámosle la espalda a Petra porque hay muchos seguidores de Gartet en estos lugares. Tenemos que movernos todo el tiempo, de otro modo seguirán nuestra esencia como un camino de migajas. Somos seis trotadores juntos en el mismo lugar, es imposible que no nos sientan.
—Oigan, debo reunirme con Ojos de Fuego la extraña amiga de Finca que puede proporcionarme el miedo del rey —todos me miraron con una autentica expresión de sorpresa. Les recordé rápidamente que había buscado mi propia manera de conseguir el miedo de Nisán.
—Es cierto, aunque Petra tenga la sangre de Nisán no sabremos si puede conseguir su temor, es un hechizo que nunca ha practicado y es magia negra... difícil de controlar —agregó Dagna.
—Me suena peligroso —susurró Dante con desconfianza en los ojos—. ¿No escuchaste la lista de Sobe? Son muchas personas que quieren nuestra cabeza en venganza. Metimos la pata con Babilon ¿Al menos sabes si esa misteriosa chica es trotadora? ¿Cómo la conoció Finca? ¿Quién es?
No le contesté porque la respuesta iba a estresar a Dante y todo estresaba a Dante.
—Tengo una solución perfecta, que sólo alguien igual de perfecto podría crear —exclamó con orgullo Sobe—. Nos separaremos.
—Oh, eres tan estratégico —se burló Dagna cruzándose de brazos.
—Yo, Miles, Cam, Dante y Jonás irán por Ojos Calientes —continuó Sobe.
—Ojos de Fuego.
—Como sea —exclamó agitando una mano, divertido como si se tratara de armar grupos para jugar un juego de mesa—. Alber, Dagna y Yab le cuidarán la espalda a Petra...
Sobe trazó un círculo con sus pies y buscó a Yab alrededor pero él se había ido. No sabía en qué momento había desaparecido. Me sorprendió pero no me resultó increíble porque no le habíamos dado muchas explicaciones, hablábamos extraño y queríamos solucionar problemas que no le incumbían.
—Se fue —dije y Sobe puso los ojos en blanco.
—Gracias por la observación.
Dag se encogió de hombros como diciendo «A mí me da igual con quién sea, hasta podría ir sola» pero luego pareció pensárselo más.
—No, me llevaré a Miles, no me da buena espina con ustedes. No lo cuidarán.
—¿Y tú sí? —preguntó Sobe con una sonrisa burlona en el rostro.
—Sí, lo cuidaré como te cuidé a ti hace dos meses cuando comiste mucho congrí y te dio ese malestar de...
—Dijimos que no se lo diríamos a nadie Dagna Scheck —mencionó con una sonrisa nerviosa—. ¿Lo recuerdas?
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué cosa le dio? Quiero saber.
—Nada, no entenderías —de repente Sobe se interponía y quería sacarme del círculo.
—Genial, volvemos a quinto de primaria.
Sobe parpadeó.
—Nunca fui a una escuela normal.
—Ni yo —agregó Dagna.
—Yo todavía no pasé a quinto —opinó Cam.
—De todos modos —añadió Dan controlando la situación—. No veo en qué podrían ayudar a Petra, necesitamos despejar el ambiente de tantos soldados y todo... pero no podemos ponerlos a luchar con ellos en mitad de la fiesta.
—No es buena suerte pelear a muerte en las bodas —le dio la razón Sobe y se rascó la cabeza como si se le hubiera saltado esa oportunidad—, créanme lo que digo mi hermano murió de esa manera.
¿Qué podíamos hacer para ayudar a Petra? No podíamos comunicarnos con ella, casi no podíamos siquiera acercarnos. Lo más probable fuera que ella se negara a aceptar nuestra ayuda. Lo cierto era que en Babilon las cosas se hacían por si acaso porque nunca teníamos el tiempo suficiente para decidir nada. Mucho menos para consultar.
Pero si Petra quería hacer un hechizo de magia negra, una magia que ella aborrecía, lo mínimo que podíamos hacer era despejarle el terreno ¿Pero cómo? El olor a gallinero comenzaba a molestarme como todo lo de ese mundo. Lo único que no había visto eran...
Sonreí.
—¿Recuerdan cómo pelearon contra el monstruo de oscuridad?
Dante sacudió la cabeza.
—Ni me lo recuerdes.
Sobe arrugó la nariz.
—Yo no estuve.
—Mejor, porque no lo entenderías —respondí encogiéndome de hombros.
—Je, je, quieres que me sienta como en quinto de primaria.
—Sí y también quiero hacer una visita rápida a unos animalitos.
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