II. La fiesta del año tiene música, ponche y sicarios
Estaba frente a la casa escuchando la música que se filtraba por las ventanas, los sonidos llegaban ahogados como gritos aniquilados debajo de una almohada. La casa tenía un aspecto señorial de tejado rojo. Era de dos pisos, los márgenes de las ventanas estaban pintados de colores cálidos y una verja de latón rodeaba la propiedad como una corona de oro alta y esbelta. Tenía unos árboles frutales en el frente que despedían un aroma dulzón y pequeños azafranes.
No tenía planeado ir y seguro te preguntas «¿Porque estás ahí si no ibas a ir?» Todas mis razones son: mi madre me obligó.
Sí, suena estúpido pero es la verdad. Aparentemente le mencioné por accidente que me invitaron y ella insistió en que fuera. Creyó que empacar para su viaje era la causa por la que yo no iría y se sintió culpable. Dijo que si me iba a tomar unas vacaciones lo justo es que me despidiera de mis amigos en la fiesta de Annette.
—Bueno, será sólo por un rato —le dije a Escarlata que se ocultaba dentro de mi chaqueta, de lejos parecía que tenía una joroba prominente—. No dejes que te vean.
A veces pensaba que Escarlata me entendía, aunque si lo hacía prefería ignorar la mitad de las cosas que decía. Saltó fuera de mi sudadera y se agazapó en el césped convirtiéndose en un montículo de tierra, sumergiéndose en el suelo como si se tratara de un fantasma atravesando paredes.
Entré en el jardín donde había un grupo de chicas charlando animadamente debajo de un árbol, con bebidas en las manos. Al pasar me clavaron la mirada y murmuraron inquietas. Sonreí cansado y levanté confuso una mano.
Dentro de la casa había una penumbra absoluta que sólo era rasgada por luces coloridas o rayos luminosos verdes. Los efectos de luces venían de la escalera donde un grupo de chicos con piel pálida se habían apelotonado alrededor de esferas luminosas, parlantes y una computadora portátil. La música sonaba muy alto y emitía un ruido parecido a un par de garras arañando una pizarra, la pista de baile estaba entre la sala de estar, un comedor y la cocina, incluido el pasillo y vestíbulo que conectaba todas las habitaciones. Las paredes estaban revestidas con papel tapiz de colores cálidos. Habían cubierto las ventanas aunque no tenía caso porque fuera estaba anocheciendo y era una de esas noches sin luna, oscuras, donde no puedes ver nada con claridad. Las ventanas ocultadas con sábanas y la escasa luz le daba un aspecto cavernoso al lugar, los muebles parecían estalagmitas o bultos oscuros.
Los adolescentes se aglomeraban en las habitaciones y procuraban bailar o estaban jugando a los empujones, no podía saberse. Atravesé la pista de baile y avancé a la cocina donde todos los muebles estaban cubiertos por vasos plásticos medios llenos, aplastados o vertidos. Una ponchera descansaba en el medio de la basura y un montón de botellas o latas de soda se desperdigaban a su alrededor.
Cogí una lata y vi como un grupo de cinco chicos repantigados en el sofá jugaban al póker. No sólo había adolescentes de mi edad (quince años) incluso había algunos de diecisiete que estaban tratando de correr el inmobiliario como si de repente les molestara que estuviera allí.
—Lo más gracioso es que no están ebrios —exclamó una chica a mi lado.
Tenía el cabello rojizo, incluso podía verlo en la escasa luz, su tupida melena estaba suelta sobre los hombros y conservaba algunas trenzas entrelazadas. Sus ojos brillaban con ambición lo que me resultó inquietante y extraño a la vez. Un puñado de pecas se amontonaba debajo de su mirada verde, su piel era pálida. Estaba vestida con unos pantalones cortos, una remera sin mangas debajo de una chaqueta remendada y calzaba un par de botas de montaña.
Era muy bonita pero tenía algo inquietante en los ojos. Todo en ella marcaba urgencia como si fuera una bebedora compulsiva de cafeína y no pudiera estarse quieta. Parecía ansiosa. Se relamía los labios, tenía una botella de soda en la mano pero lo único que hacía con ella era pasarla de una mano a otra y me miraba a los ojos con insistencia y rigidez.
—Debe ser la pubertad —respondí.
Ella rió y se aproximó hacia mí.
—Tú no eres así —dedujo apuntando con la cabeza hacia ellos.
—No, pero hago otra clase de tonterías —dije.
—¿Cómo cuales?
No le iba a contar aquella vez que con Petra hicimos el ridículo intentando dar un discurso de guerra, ni tampoco cuando me fui por un día para hablar con un tipo que había encontrado en un bosque llamado Eco. Sin saber qué responder sonreí y di un sorbo a la lata.
—A mí se me ocurren muchas tonterías —manifestó ella apoyándose contra la mesa, sentándose a medias sobre los extremos.
—¿Cómo cuales?
Ella me dedicó una sonrisa cómplice.
—Son las tonterías que yo hice.
—No creo que sean como esas —respondí cuando los chicos que corrían el inmobiliario hacían una pila de muebles al lado de una ventana cubierta y reían a carcajadas.
—Bueno —accedió, dejó la botella en la mesa llena de basura y se apostó frente a mí—. Hace un tiempo quise huir de mi hogar y para hacerlo creí que sería oportuno meter una bomba apestosa en la cocina. Así no se darían cuenta de que me fui, ya sabes entre el alboroto por la bomba. Ideé una distracción.
—¿Bromeas?
—No bromeó. Pero esa no es la mayor tontería que cometí. La verdadera tontería que hice fue seguir con eso.
De repente en la multitud, que se sacudía de un lado a otro debajo de las luces prismáticas y coloridas, emergió un muchacho que acaparó mi atención. Era el chico de cabellos cenicientos que había visto en el baño, se asomó contemplando la fiesta, buscando algo. Caminaba con más normalidad pero aun así parecía tener las piernas tullidas y agarrotadas. Llevaba la misma ropa ridícula. Se detuvo en seco cuando me observó, una sonrisa torcida asomó sus labios y volvió a sumergirse en la multitud sin sacarme los ojos de encima. Las personas de la fiesta por una razón actuaban con normalidad al verlo.
—¿Una tontería seguir? ¿Seguir con qué? —pregunté sacudiendo la cabeza y procurando olvidar aquello.
—Con lo de escapar.
—¿Porqué alguien querría escapar de su casa? —pregunté volviendo a enfocar mi atención en sus ojos verdes.
Ella no había reparado en que mis ojos se trabaron con la mirada fija de aquel desconocido, sólo me sonrió pero no había diversión en sus labios.
—Tú eres bueno en eso Jonás, respóndeme.
Retrocedí totalmente alarmado. Se suponía que las personas desconocidas no conocían tu nombre. Tragué saliva desconcertado y toqué con el pulgar a anguis dispuesto a desenvainarla cuando fuera necesario.
—No sé de lo que hablas. Además, no me llamo Jonás me llamo Sandro. Sandro Valdez —intenté.
—Ah, creí que sí —se encogió de hombros—. Bueno en ese caso te responderé a tu pregunta. Quise escapar de mi casa porque mis padres iban a regalarme... venderme por un valor ínfimo, lo cual es casi regalar. Sí, como lo escuchas. Por suerte en este mundo las cosas son diferentes, los padres o al menos la mayoría, son buenos en lo que hacen, es más les prestan la propiedad a sus hijos para que hagan cosas como estas —dijo.
Y rodó los ojos por la pila de muebles que se derrumbó emitiendo un gran estruendo y un coro de carcajadas. Escudriñaba al resto de los adolescentes como si fueran ratas o gusanos arrastrándose por el suelo. Sus puños estaban comprimidos, noté lo tensa que estaba, los hombros rígidos y los pies firmes. Pero no se encontraba nerviosa, sólo estaba conteniéndose, como si no quisiera liberar un carácter explosivo. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza levemente, concentrando otra vez su atención en mí.
—Pero yo no conocí a nadie así de bueno. Dime ¿para qué tienes a un hijo si lo vas a regalar?
—¿Para que tire bombas apestosas en tu cocina? —pregunté.
Esbozó una sonrisa.
—No era una bomba apestosa, al menos sí lo era para mí. ¿Sabes? El fuego puede tener un hedor muy repugnante algunas veces.
Elevó su mano entre nuestros rostros y de la punta de sus dedos brotaron unas llamas anaranjadas que crepitaron silenciosamente. El fuego desprendió una luz que centelló en sus ojos verdes, las llamas se reflejaron en los míos. Sentí el calor en mis mejillas y no sólo por el fuego, todo en mí me gritaba que huyera pero no sabía muy bien a dónde. El corazón me palpitaba a la velocidad del sonido.
Dejó caer su mano como si sólo quisiera demostrarme de lo que era capaz y me observó con aire de suficiencia.
La música desapareció de mi campo auditivo, las risas y luces se tornaron leves. Acaparé toda mi atención en ella, comprimí molesto los puños y me mostré lo más amenazante que pude:
—¿Qué quieres? —pregunté despectivo.
Ella sonrió como si viera que nos entendíamos. Deslizó fuera de su bolsillo un papel arrugado como si la hubiera invitado a una reunión de abstinencia al café y me enseñara los detalles. Su mano temblaba pero no de miedo. Me mostró el papel y casi no pude divisarlo en la oscuridad.
—Eres muy conocido, Jonás Brown.
En sus manos sostenía una volanta amarillenta con mi cara, debajo de mi retrato estaban las inscripciones con delitos que nunca había cometido. Al lado estaba Sobe con sus rasgos desgarbados tan deformados y arrastrados lejos de la realidad que ni siquiera parecía humano; le habían torcido la nariz, hinchado los ojos y puesto en una posición oblicua como si una licuadora hubiera hecho un batido con su rostro. Incluso sus pecas parecían manchas en la piel. Debajo de mi retrato se leía:
«Peligroso. Se busca por los crímenes de asesinato, saqueador de tumbas, allanamiento a propiedades privadas, robo de armas, autos y otros objetos privados, utilización de armas ilegales, destrucción de propiedades, espionaje, infiltrarse en el ejército, desertar del ejercito y ejercer contra la autoridad de varios gobiernos»
—Eso es mentira —protesté y ella arqueó las cejas—. Yo nunca asalté una tumba. Y jamás maté a ninguna persona.
—¿Y lo demás? —preguntó leyendo la volanta—. ¿Allanamiento a propiedades privadas, robo de armas, autos y otros objetos privados, utilización de armas ilegales, destrucción de propiedades, espionaje...?
Bueno esa parte era cierta pero no sabía qué tanto le importaba.
Todavía tenía el calor de las llamas danzando frente a mi rostro. Sabía que no tenía muchas posibilidades pelando contra ella, aunque no resultaba físicamente intimidante: era delgada y medía un metro y medio. Pero su expresión de suficiencia dejaba al descubierto que sabía utilizar las artes extrañas de otros mundos o como muchos la llamarían «magia». Contra las artes extrañas no tenía posibilidad, ni siquiera podía intentar huir y correr en retirada porque entonces ella podría rostizarme antes de mover las piernas.
—Oye, no sé qué te pretendes con eso, quién eres o de dónde vienes pero...
—¿Qué me pretendo? La respuesta es fácil —guardó el volante en su pantalón corto, arrugándolo en una bola—. Soy una caza fortunas Jonás y tú eres la fortuna más grande que jamás haya visto. Te llaman Estrella ¿Lo sabías? Porque Gartet está dispuesto a conceder un deseo si te entrego a él. No sabes los mercenarios que están tras tu rastro, pero ellos no tienen mi sabiduría, ni mi poder. Sólo yo supe que te encontraría en este mundo.
—Ah —parpadeé —. Así que trabajas para Gartet.
Ella meneó la cabeza con una sonrisa cansina como si estuviera agotada de escuchar eso.
—No, me contrató alguien en especial y no es Gartet. Digamos que trabajo para alguien que trabaja para Gartet. Cuando te entregue recibiré doble recompensa de él y del famoso conquistador. Pero eso no viene al caso —concluyó agitando una mano—. Ahora, tienes dos opciones. O vienes por las buenas o vienes por las malas —levantó sus manos—, tú decides.
Me encogí de hombros procurando que no se notara lo atemorizado que estaba.
—Siempre elijó la segunda opción. Pero hay un error en tu plan, chica...
Ella arrugó el semblante disgustada como si hubiera bebiendo café quemado.
—No me llames chica.
—Mira chica, soy un Cerrador...
—No, no lo eres. De ese modo Gartet no te quería.
—Bueno —accedí, me había pillado— a veces se mueven uno o tal vez dos portales en mi presencia pero al igual que la otra clase de trotamundos como los Creadores tengo una inclinación. Además de mover portales —le di unos golpecitos en el pecho con el dedo sólo para molestarla y ver cómo se hacía a un lado—, también los cierro —todavía no estaba muy seguro de esa última parte— soy como un cóctel de cosas —proseguí—. Pero lo único que debe importarte a ti es que no cuentes conmigo para atravesar ningún portal. Gartet no está en este mundo y si me quieres llevar con él no podrás, yo cerraré todas las puertas.
—No te preocupes por eso, soy una Abridora y a dónde vamos nos esperarán más trotamundos, tu esencia se neutralizará.
Mi pulso se aceleró aún más y sentí como si me hubiera dado un puñetazo entre los ojos.
Se suponía que un trotamundos sentía cuando estaba al lado de otro trotador. Es una sensación extraña; como cuando sientes que estás encerrado y te das cuenta por diferentes factores que te rodean, como la densidad del aire, el sonido reverberante de tu voz, y alguna pesadez en los ojos. Experimentas sensaciones similares cuando estás cerca de un Cerra, sientes que estás encerrado y surge un efecto opuesto cuanto te topas con un Abridor. Pero con ella no sentía absolutamente nada, ni siquiera una leve brisa fresca en el rostro.
Era peligrosa. Tenía que idear un plan para escapar allí pero mi mente se había cruzado de brazos enfadada. Traté de ganar tiempo.
Al parecer le resultó divertida mi expresión de desconcierto porque comprimió una sonrisa y sus ojos brillaron maliciosos y entretenidos:
—No sientes nada ¿verdad?
—De hecho no.
—Es porque usé las artes extrañas para tapar mi esencia. No me gusta la idea de que todos sepan quién soy cuando pase a su lado. Los trotamundos tienen muchos enemigos, monstruos que nos odian por cerrar portales o por abrirlos cuando no entienden que no podemos controlar muy bien el poder...
—Sí, sí, sí, es una pena. La verdad que no me importa tu opinión sólo quiero saber ¿cómo me encontraste?
—No fue difícil —dijo encogiéndose de hombros—. Tengo mis métodos para investigar, lo único que hice es embrujar a esa tonta confronteras para que insista en invitarte. De hecho le metí la idea de la fiesta en la cabeza —extendió sus brazos exhibiendo la sala oscura—. Yo estuve cuando la prepararon, colaboré mucho, me lucí un poco con lo de las ventanas. Ah, no te molestes en pedir ayuda porque todos están bajo mi poder. Lo mejor de todo es que mañana ni sabrán lo que hicieron —sonrió completamente feliz y eufórica como si me contara que acababa de ganarse la lotería.
De repente las ventanas cubiertas con sábanas, lo oscuro de la habitación y la música estruendosa captaron un sentido siniestro. Nadie podría ver cómo me capturaban. Miré a mi alrededor, los adolescentes actuaban como si nada pasara. Algunos tenían la mirada clavada en nosotros como si esperaran que hiciéramos algo extraordinario. Otros parecían sumidos en un trance implacable.
—Bueno, debo admitir que eres muy lista.
—Lo sé y es más...
—Oye, ya escuché suficiente —corté tajante conteniéndome para no golpearla—. Das asco, chica. Genial, te ganas el premio a la villana más joven del mundo, hurra.
No pareció muy feliz de ser interrumpida.
—No soy una villana, soy una caza recompensas y si tan apurado estás, nos vamos ahora. Colabora hasta cruzar el portal y prometo no hacerte tanto daño.
—¿No hacerme tanto daño? ¿Esa es tu mejor oferta?
—¿Quieres escuchar una peor? —masculló mordaz acercándose hacia mi furiosa.
—Escucha, la única puerta que me verás cruzar será la de esta casa —dije señalando detrás de mi espalda— para escapar de la peor fiesta de la historia.
—¿Escapar? —preguntó sorprendida—. ¡Pero queremos que te diviertas! ¿Verdad chicos?
Entonces de repente noté que todo el mundo nos estaba mirando, parados como máquinas que buscaban órdenes para obedecer. La música continuaba aturdiendo y reverberando estridente en las paredes, las luces de colores repiqueteaban de un lado a otro pero nadie se movía. Los adolescentes de la pila de muebles se habían petrificado en pleno movimiento como una película en pausa. Al escuchar la palabra chicos la multitud prorrumpió en vítores.
—¡Quédate, Jonás! ¡Quédate! —canturrearon—. ¡Quédate! ¡Quédate! ¡Quédate!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top