II. Entierro a una nueva amiga


La enfermería estaba a unos minutos de allí. Era una habitación con pocas ventanas y de alabastro, tenía camas cómodas en su interior y algunos estantes y mesas que servían de boticas. Había pocos heridos alterados y gritando en la habitación. Algunos tenían fracturas o cortes considerables. La mujer que vigilaba la puerta no nos permitió dejar a Finca a pesar de que había muchas camillas vacías.

La enfermería no era para lo sirvientes, le dijimos que nosotros no vivíamos del castillo y que no sabíamos donde llevarla a lo que ella respondió, agitando una mano como si no le interesara, que la lleven a la habitación de los sirvientes. Nos dio unas descripciones vagas y nos ordenó que despejemos la puerta para los «Verdaderos heridos»

Tuve que reprimir mi mal genio y Dagna trató de hacer lo mismo. Ella se había vestido con la ropa de un sirviente que no había tenido suerte con el malignum, trataba de demostrar que era la conciencia del grupo pero lo cierto es que ella era tan impulsiva como nosotros. Estuvo a punto de mandar al caño la actuación cuando un soldado de hojalata nos reprendió por cargar a Finca en el pasillo y no observar al suelo.

La habíamos dejado en la habitación donde dormían los sirvientes. Una amplia sala con esteras en el suelo y hamacas de red colgando de las paredes. Las redes estaban todas llenas y las esteras también por lo que tuvimos que dejarla en el suelo. Enrollé una manta que encontré tirada y se la coloqué bajo la cabeza. La sala bullía de personas que corrían de un lado a otro con trapos húmedos, ungüentos o agujas, estaba atiborrada de gritos y sollozos. Todos tenían heridas que me obligaban a apartar la vista. Miles parecía el único que no se alteraba con tanto alboroto y era porque no podía oír los gritos.

Contemplé a Finca. Demonios. Se veía muy mal. La había usado. Jamás había usado tanto a alguien, además ella había hecho lo que le pedí de buena gana. Era una persona extraña, me había contado la historia de Gartet, le debía. Me había ayudado por tan sólo escuchar unas palabras del exterior. Me incliné a su lado y le di la mano.

Yo cumplía mis promesas.

—Todo saldrá bien. Verás, acá las cosas están un poco agitadas pero no en todos lados es así. Detrás de estas murallas, más allá de la cuidad, atravesando el bosque oscuro hay unas montañas que están tan quietas y silenciosas que te hace pensar que eres el único ser de la tierra. Le pertenecen a los dioses y se alzan tan rectas como dos torres de plata. No sé si una vez fue un rey con la ceniza de su hija a la cima pero sí se que el día no existe en su interior. Siempre es de noche y está fresco y tranquilo como... como algo fresco y tranquilo. No sé, un estanque quizá.

Dante y Dagna sabían medicina, les habían enseñado un poco de primeros auxilios intensivos en el Triángulo, cualquier trotamundos sabía lo que un doctor ilustrado. Ambos le diagnosticaron dos costillas rotas y dijeron que los huesos astillados estaban dañando un órgano importante pero sin radiografías no sabían acertar cuál.

Llamaron a una mujer, le explicaron el reporte y ella comenzó a inspeccionar a Finca, habló algo con otro sirviente que se aproximó y se ocuparon de ella moliendo una raíz.

—Jonás —me llamó Dante—. ¿Qué te contó ella?

Estábamos esperando al lado de su cuerpo. Murmuramos para que no nos oyeran.

—Gartet tuvo un amigo Creador.

—¿Entonces quiere cazar a Sobe para tenerlo como amigo? —preguntó Dante.

—No, él... en la leyenda al menos, trató de apoderarse de todos los mundos él sólo, es decir con ayuda de sus trotamundos y monstruos, pero no pudo porque había alguien que se le oponía. Al igual que ahora, avanza en terreno pero no puede ser dueño de todo, hay un factor que no le permite avanzar. Está convencido de que lo logrará cuando cuente con otros trotadores que no sean Cerras o Abridores.

Les relaté brevemente todo lo que había averiguado de Gartet. La posible profecía de que si tenía un hijo lo derrotaría, pero no sabía si tenía, la mancha de vergüenza en la cara que también tendría su hijo y la disputa con su maestro. Pero enfaticé en la posibilidad de que su maestro, en parte inmortal, también contara con seguidores y le estuviera plantando cara de forma anónima. Cuando terminé el relato guardaron silencio y Miles preguntó quién era Brinca.

—No entiendo —comenzó Dagna cruzándose de brazos—, ¿dominar la muerte? Eso supongo que es ficticio, digo puedes engañarla al matar personas y arrebatarle sus años pero no dominar. No entiendo de qué manera dañó a su maestro.

—Tal vez la historia sea muy antigua —opinó Dan—, puede ser que estemos hablando de los primeros hechizos o tal vez algo que no conozcamos. Como sea él no domina la muerte, esa parte de mitología, lo que sí creo es que tiene una cicatriz y que tal vez se la dio el Creador y que el hijo de él también tendrá cicatrices de vergüenza.

Sentí un escalofrió en la nuca, algo revolviéndose debajo de mi nuca pero desapareció. Estábamos sentados en un rincón donde no estorbábamos a los enfermeros que corrían de un lado a otro.

—¿Cómo puede ser una cicatriz vergonzosa? —pregunté—. ¿Tiene la forma de un gusano?

Dagna rio y alzó las cejas de forma pervertida.

—Sí, un gusano, seguro.

De repente Tiznado irrumpió en la habitación. Comenzó a dar órdenes a diestra y siniestra, aplacó la agitación y observó con desaprobación a todos los integrantes de la sala. Finalmente se detuvo en nosotros como si hubiera encontrado al responsable de la masacre.

—¿Qué eres tú? —le preguntó a Dagna escudriñándola con recelo como si pudiera ser una mujer no humana.

—Ella es una mujer —explicó Miles—. Sé que cuesta creerlo pero tómalo con calma, te acostumbrarás.

—Vengo con ellos —explicó señalándonos y dándole un puntapié a Miles—. Servimos a Cuervillo.

—Ya veo, el pálido tiene amigos más pálidos aún...

Entonces sus ojos se atropellaron con el cuerpo inconsciente y lívido de Finca. Él también perdió el color de sus mejillas como si quisiera acompañarla, sus pupilas se dilataron y la fiereza de su rostro se disipó. Avanzó vacilante hacia ella con los ojos anegados de lágrimas y desesperación, condujo una mano temblorosa y acarició su cabello rojo como las llamas.

—¿Qué le sucedió? —preguntó arrastrando las palabras.

—La atacó el malig... espectro —dije colocándome a su lado.

—No hubo nada que podamos hacer —añadió Dagna pero Tiznado no se volteaba a verla, sólo tenía ojos para Finca.

No comprendía por qué Tiznado la observaba con tanto amor, le concedía algunos caprichos y la trataba más gentil que al resto. Había muchos heridos en la sala algunos en peor estado, otros debajo de una manta pero él sólo se concentró en ella. La enfermera o sirvienta que sabía de medicina le dijo que no podría prometerle nada, que Finca podía abrir los ojos como cerrarlos para siempre. Habló de una medicina que la ayudaría a sanar pero no haría todo el trabajo. Tiznado escuchó el informe médico meticulosamente.

—Lo lamento — concluyó la mujer restregando su frente como si le diera jaqueca pensar en ello—, hicimos lo que estuvo al alcance de nuestras manos ahora el destino de su vida reposa en las de ella. Sólo su hija decidirá si quiere ver otro amanecer porque la condición de su cuerpo no le permitirá otro día de inconciencia.

De repente todo tuvo sentido, aunque no tanto. No se parecían en nada, tenía más sentido que sea un tío abuelo muy lejano de tercera generación o algo. Ella era hermosa y él... Tiznado se arrodilló a su lado y comenzó a llorar, le pidió perdón repetidas veces y ocultó su rostro en el pecho de ella, justo en el hueco de sus costillas.

Dagna me agarró de mi chaleco y me arrastró lejos de la escena. Pero yo no quería dejar a Finca, debía quedarme, contarle del campo de refugiados y de todas las cosas que ella no vio ni podrá observar jamás aunque viviera o...

No podía siquiera pronunciar la palabra. Ayudamos a los heridos en las siguientes horas hasta que Tiznado nos llamó a todos. Tenía los ojos enrojecidos y se veía más amenazante que siempre. Nos llamó por el nombre «los blaquitos y el moreno» y nos dio una pala a cada uno.

—Sigan a ese grupo de ahí —dijo señalando a las personas que se aglomeraban en la entrada de la enfermería con expresión asustadiza—. Irán al bosque —pronunció como si anunciara nuestra sentencia de muerte—. Se encargarán de las tumbas.

—¿LAS PENUMBRAS? —inquirió Miles pero él ya se había ido.

—Dijo que enterraremos a los muertos —expliqué.

—¿ENTERRAR A LOS TUERTOS? ¿TAN MALVADOS SON? ¡PERO SI TODAVÍA ESTÁN VIVOS!

—Sé que por ser trotadores nuestras charlas no tienen mucho sentido —dijo Dante dirigiéndose a la puerta— pero por dios, muertos tiene más lógica que tuertos y suena igual ¡Por un demonio!

—Cálmate, Álvarez —sugirió Dagna remangando su camisa—. No querrás perturbar a los muertos.

—Sí, no molestes a los tuertos, ya es suficiente que los van a enterrar —dije sin ánimos y Miles asintió creyendo que lo apoyaba.

Le lancé una última mirada a Finca y seguí al grupo. Dagna me dio palmaditas.

—Quiero hacer algo por este mundo —le dije—, pero no sé qué.

Ella me dio más palmaditas o no me había escuchado o tampoco sabía qué hacer. Aunque tuviera que trabajar, estar en el mismo grupo de sirvientes con mis amigos me relajaba.

Nos llevaron a una sección tomada por el bosque. Las baldosas del suelo estaban cubiertas de hollín lo que me hizo saber que habían tratado de combatir las plantas con el fuego. Había moho y liquen por todos lados. Barbas de moho caían de las vigas del techo y el suelo estaba revestido de una mullida capa de diminutos hongos. El hombre que dirigía la fila se llamaba Balboa Rock, a Dagna le brillaron los ojos y yo tuve que reprimir una risa porque no se parecía en nada al boxeador Rocky. Era tan delgado y debilucho como yo, sólo que un poco más alargado y de piel turquesa. Tenía unos veinte años y fue todo el camino diciendo que moriríamos:

—Los pocos que entraron al bosque murieron. Es más, andar por estos pasillos es peligroso.

—Tranquilo Balboa —lo sosegó una mujer anaranjada de mediana edad—. El peligro ya se fue, la Mesnada de Oro y los Soldados de Hierro ya batieron a las bestias.

—¿Disculpe? —pregunté.

—Sí, ellos dieron la orden de que ya era seguro, por eso ahora podemos volver a salir de las enfermerías. Ambos batallones derrotaron al espectro.

Me molestó pero no era la primera vez que alguien se llevaba el crédito por algo que yo hacía.

—De todos modos le bosque es peligroso —insistió con obstinación Rock aferrando su pala con ambas manos como si de ese modo pudiera controlar el temor que creía en su interior—. Mata a lo que tenga las agallas de retarlo. Un conocido de mi amigo Tag fue el que enterró a los sirvientes muertos del último ataque y... luego tuvieron que enterrarlo a él. El bosque lo rompió en trocitos, tuvieron que juntar sus restos con una pala.

—Espero que no sea la pala que yo llevo —exclamó Dante y Dagna lo reprendió dándole un golpe, le susurró que sea más considerado.

—No lo sé. Lo que sí sé es que un descerebrado se adentraría en el Bosque de las Bestias Salvajes por propia voluntad.

—Lo dudo, tengo mucho cerebro.

Dagna le dio un pisotón mientras marchábamos.

—Si tienes cerebro cierra tu boca.

—Oye, deja de golpearme, es la cuarta vez que lo haces en este pasillo. Si no fueras chica te los devolvería...

—¿Qué dijiste? ¿Estás tratándome especial porque soy una dama?

—Dudo que sea por esa razón —exclamó Miles volteándose.

—¿Eso si escuchas o no? —preguntó Dagna frunciendo el entrecejo y le dio un golpe reprobatorio en la espalda.

—Creo que lo que Dante quiso decir —opiné— es que te devolvería los golpes si tuviera alguna posibilidad contra ti.

—Yo tengo posibilidad —obstinó Dan.

—Sí, posibilidades de perder —añadió Miles.

—¡Ustedes! —nos reprendió Balboa—. ¡Guarden silencio! ¡No queremos despertar a los muertos!

—Lo único muerto son las posibilidades de Dan contra ella —añadió Miles en un susurró.

—Para morir primero debes existir —opiné y Dante se encargó de mostrarme que estaba equivocado.

—De cualquier modo —concluyó Dante— debes controlar tu fuerza, es decir mírate, eres una montaña de músculo.

Dagna sonrió consentida y con las mejillas sonrosadas por el elogio.

—Ah, vamos yo no diría una montaña... un monte tal vez. Pero tu halago me gusta, me equivoqué, sí tienes cerebro Álvarez.

Entonces Dante sonrió orgulloso y Balboa nos reclamó silencio. Estábamos esperando alrededor de una puerta porque a Rock le habían dado esas instrucciones. Cuando pasaron quince minutos Dante se inclinó, como quien no quiere la cosa, hacía mi oído.

—¿Te acuerdas de que ayer a la noche escribí una carta para un traidor?

No pude evitar abrir los ojos y apartarme de un saltó. Él asintió con naturalidad como si hubiera esperado que lo olvidara. Después de enterarme que Petra romanceo al rey, después de escuchar la religión de ese lugar y de que Finca fuera herida de gravedad, se me había ido casi todo de la mente. Miré mi reloj.

—Todavía quedan unos minutos —explicó Dan—. Mira, la idea no me gustó mucho desde el principio, no sé por qué lo hice. Mejor dejémoslo pasar...

—No, no, debemos averiguar quién es el traidor.

—¿Están hablando que la cita con el traidor está fijada para esta hora y nosotros estamos con palas parados en un pasillo esperando nada? —inquirió Dagna aferrando con ambas manos su pala y fulminándonos con la mirada.

Había olvidado muchas cosas pero nunca olvidaría habérselo contado a ella.

—¿Cómo sabes de esta cita?

Ella se ruborizó ligeramente y me desvió la mirada como si resultara demasiado aburrido para su atención.

—Miles me contó. Puedo saber cuándo miente, es demasiado tonto para ocultarme algo a mí —Miles se encogió de hombros y ella agregó—. Lo convencí y me contó.

Dante resopló.

—Querrás decir: lo golpeé y me lo dijo.

Ella nos fulminó con la mirada y comenzó a girar la pala con una de sus manos como si fuera una bagueta.

—Da igual —puso los ojos en blanco y guardó silencio unos segundos porque unas mujeres se acercaron a nosotros pero nos pasaron y se dirigieron a una ventana para apreciar el tenebroso bosque—. Miren, parece que los muertos todavía no llegaron o hay un problema con la carrocería fúnebre de este lugar. Están esperando y parece que llevará un tiempo. Podemos escaparnos unos minutos, nadie nos notará —explicó con determinación y se dirigió rígida hacia Dante—. Dan, dónde fijaste el encuentro.

—No me acuerdo...

Crujió sus nudillos con poca paciencia.

—Ah. Ya me acuerdo, en la sala donde guardan los manteles. Puedo guiarlos.

Ella alzó las manos.

—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos, pedazos de estiércol, muevan esas flácidas piernas y busquemos al maldito traidor!

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