II. El monopoly de la muerte


Entré a la taberna. El lugar se caía a pedazos, también era una posada pero de todos modos sus huéspedes estaban ebrios como si sólo fuera una taberna. Un fulgor anaranjado se esparcía en el ambiente. Varias antorchas incrustadas a la pared centelleaban llamas cálidas. Dentro olía a humedad y orina rancia, me recordó a la casa de Adán. Pero al menos la casa de Adán contaba con gatos adorables.

El tabernero se situaba detrás de un mostrador escudriñando el entorno como un árbitro. Petra, o el chico que ella aparentaba ser, se sentó en una mesa y nosotros a su lado.

Había descolgado su báculo y lo sostenía sobre los muslos, suministrándole débiles golpecitos con el pulgar. La imagen del muchacho se parecía mucho a ella, tenían los mismos ojos, tono de piel y cabello. Estaba a punto de preguntarle si había copiado los rasgos de alguien que conocía, porque así funcionaba la bufanda de camuflaje, hasta que Sobe dijo:

—Muy bien, desembucha Petra.

Un hombre se aproximó hacia nosotros y rodeó torpemente los hombros de Petra y Sobe con una sonrisa achispada y ebria.

—¿No quieren un trago eh? ¿Eh, eh, eh? Es gratis para las mujeres.

—No por ahora, gracias —contesté. Él me escudriñó como si estuviera recordando algo, parpadeó desconcertado parecía reconocerme aunque nunca lo había visto.

Ese intento perduró hasta que se dio por vencido decidiendo que no podría sacar nada de mí, soltó a Sobe y Petra y se alejó dando tumbos por la estancia.

—¿Gratis para las mujeres, eh? Qué pena ahora que te veas como un chico Petra —lamentó Sobe completamente dolido.

—Descuida, puedes tomar tú, yo esperaré a otra ganga.

—¿Notaron cómo me vio ese hombre? —Sobe sonrió a punto de decir algo sarcástico pero continúe hablando—. ¿Creen que haya panfletos de nuestros rostros aquí también?

Pregunté recordando el sector de fichas que había en la entrada del bar. Petra asintió a intervalos, escudriñó la mesa y todos los alrededores sin mirarnos a los ojos como siempre que hablaba con alguien:

—Sí los hay y con cargos peores.

Sobe emitió un prolongado silbido y ella sacudió sus hombros como un felino que asecha desde la maleza a una presa indefensa, estaba preparándose para cazar un puñado de palabras:

—Lamento atacarte hace un rato Jonás pero ya no podía confiar en lo que veían mis ojos. Lo que sucede es que huí de casa... digo de mi mundo cuando me atacaste allí —el estomago me dio un vuelco al escuchar que la había atacado en su mundo cuando nunca lo visité. Comencé a negar con la cabeza pero ella explicó alzando una mano de su báculo y observándome brevemente a los ojos—. Ya, ya, luego descubrí que no eras tú, pero en el momento eras tú. Me refiero a que alguien vino a buscarme y usó la misma magia que yo estoy usando ahora. Se camufló.

—¿Y apareció ante ti como Jonás? ¿Por qué elegirían un disfraz tan poco atractivo?

Petra revoloteó los ojos.

—Cuando apareciste Jonás me dijiste que estabas en apuros, no tenías tiempo de explicar, actuabas asustado. Me llevaste hasta un portal y yo te seguí... jamás creí que alguien pudiera usar la magia que yo uso. Es un arte extraña muy difícil de manipular, se llama magia de ilusión, está muy ligada a la magia de dominación mental. Muy pocos maestros pueden emplearla, si no la ejerces bien contra otros, ella se volverá contra ti como si fuera la llama de una vela que en lugar de alumbrar quema una casa entera. Supongo que estuve mal en creerme única —se lamentó y volvió a acariciar las tracerías talladas en su báculo—. Esa persona empleó muy bien la magia de ilusión, era como verte a ti. Antes de entrar al portal te pregunté cómo estaba Sobe y tú dijiste que se encontraba de maravilla, me contaste que estaba saliendo con una chica hermosa. Entonces me di cuenta que algo no marchaba bien.

—¡Oye! —protestó Sobe ligeramente ofendido.

Reí por lo bajo.

—En fin —ella sacudió la cabeza y el muchacho reprimió una risilla—. Vi que el portal estaba abierto lo que era raro porque eres un Cerra, el portal debería neutralizarse con nuestras dos presencias. Le pregunté si podrías llamarme por mi nombre de fugitiva, el que creamos cuando escapábamos de tu casa para que la policía no nos encontrara. Te pusiste muy nervioso, decías «No lo recuerdo era un tontería, supongo que lo olvidé. Me gusta tu nombre original». Dije que el verdadero Jonás jamás lo olvidaría y entonces me atacaste. Te derroté fácilmente y tu imagen comenzó a cambiar. Apareció ante mis ojos un chico con el pelo blancos y canoso.

—El ayudante de Izaro —susurré absortó.

Petra sintió firme y formal observando de reojo al tabernero que limpiaba con un paño sucio algunas jaras.

—Izaro y su estúpido ayudante Zigor quisieron atraparme —recordó frustrada y un tanto insultada—. Me escapé de ellos pero por poco. Las dos tenemos un poder similar y fue difícil darle una patada a Izy. Eso sucedió hace unos cuatro meses. Comprendí que si había ido por mí iría por ustedes. Escapé de ese portal, corrí muchas manzanas aunque sabía que no me seguían y me introduje en el primer pasaje que encontré. Salté en unos diez portales, tal vez más, intentando encontrar el de su mundo hasta que llegué aquí y la vi de nuevo. Después de un largo viaje llegué, dioses no creo en el destino pero no podía ser casualidad que huyendo de ella la encuentre. Es mucha coincidencia... no lo sé. Es decir, no sabía que me encontraba en Babilon. Pero creí que si la vigilaba entonces eventualmente chocaría con algunos de ustedes —se mordió el labio irritada y suspiró—. Descubrí que está al tanto de un cargamento de veneno y gas. Ella posee amigos que están a cargo del veneno por lo cual también está muy al tanto de toda la importación.

»Tienen sus depósitos detrás del castillo, en el bosque. Planean suprimir a un mundo llamado Ozog. Quieren intoxicar y envenenar todo lo que habita en esas tierras. Estuve saboteando sus cargamentos unas semanas. Tuve que perderle la pista a Izaro por eso, pero no podía soportar que mueran las personas de Ozog, los animales y toda su tierra. No sé lo que vive allí pero de todos modos no dejaría que se muera. Además, se suponía que ustedes estaban seguros en el Triángulo ―nos desprendió una mirada reprobatoria―. Creí que luego podía alcanzarla y advertirles pero por el momento me concentré en el veneno. No sé cómo encontrarán al sanctus, sé que hay un bosque pero es peligroso nadie entra ahí. Además, no tuve mucho contacto con personas desde que vine, nunca me quedo quieta para que no me atrapen. Hasta entonces no han atacado Ozog, los retrase lo suficiente pero me están buscando en cada rincón de este mundo. Desde entonces trajeron más vigilancia.

—Vaya...

—No es seguro quedarnos aquí ahora que somos muchos trotamundos concentrados. Hay soldados de Gartet en Babilon, me están buscando, algunos de ellos son monstruos, otros son trotamundos que le sirven. Se han infiltrado en la mesnada de oro, una orden que sirve lealmente al rey, son la autoridad de este mundo y están sumamente entrenados. Una vez más la organización política de un mundo quiere apresarnos y llevarnos ante Gartet.

—Vaya...

Atiné a decir, no se me ocurría otra cosa, lo único que sabía era que estábamos enterrados en problemas y que ella era una heroína. La campanilla de la puerta tintineó. Entraron a la posada un grupo numeroso de personas arrastrando los pies y parpadeando frente a la falta de luz. Entre ellos advertí a Albert con su bufanda al cuello, ocultando el ojo de tinta que tenía en la nuca. El resto de la unidad venía con él. Se sentaron en una mesa apartada en el otro rincón de la taberna donde las sombras eran más densas.

Hubieran pasado como unos inadvertidos extraños si no estuviera mirando todo el tiempo a nuestra mesa, murmurando inquietos entre ellos y si Cam no hubiera agitado una mano para saludar a Petra con una sonrisa radiante en los labios. Petra se encogió en el asiento y se bajó el gorro que llevaba. El muchacho me lanzó una mirada avergonzado.

—Ya vámonos de aquí. Estamos todos.

—No, debemos saber qué caminos tomar y qué no hacer en el bosque —susurró Sobe inclinándose sobre la mesa—. Petra pregúntale al tabernero por qué le temen tanto al bosque.

—Pregúntale tú —replicó el chico arrugando la nariz junto con su semblante.

—Tú sabes más de este mundo. Viviste aquí por meses.

—Semanas y sólo estuve huyendo de un lado a otro saboteando cargamento y escuchando las conversaciones suficientes para averiguar qué era la mesnada ¿Qué no me oíste? Ni siquiera sabía que estaba en Babilon. Lo único que sé de este sitio es la geografía, podría contarte con lujo y detalle las calles de la cuidad del norte pero nada más.

—Da igual ve —ordenó Sobe encogiéndose de hombros con poco humor.

—No.

—Te lo ordena tu creador.

—Lo único que me creas es vergüenza.

—Por favor, Pets.

—No, este mundo me suena a machismo.

—No uses la escusa del machismo otra vez.

—No es una excusa es la verdad.

—¡Pero estás disfrazada de hombre!

Al momento que ellos farfullaban sobre la mesa cada vez inclinándose más, Berenice nos examinaba como si estuviera descifrando un código. Después de interpretar lo que sucedía, puso los ojos en blanco, se levantó de su mesa y se dirigió al tabernero que contemplaba los contornos de su posada con aspecto hosco.

Se sentó en un taburete mirándolo a los ojos. Intercambió unas palabras con él, rio como si no fuera ella. No podía oírlos, el murmullo del bar era compacto como un muro, los ebrios aullaban y entonaban melodías que reverberaban en toda la estancia. Sólo se la podía observar, ella hablaba mucho más animada, viva y feliz como toda una adolescente. Puso los codos sobre la barra y continuó conversando con él entonces sus expresiones su tornaron un poco más fúnebres. Estaban hablando de algo serio, ella pasó el dedo sobre la boca de una jarra como si quisiera limpiarla, fue un gesto delicado, casi forzado, pero en ella todo aparentaba ser natural. El hombre estuvo tres minutos puliendo el mismo tarro observándola. Luego de unos momentos Berenice se despidió de él con una inclinación gentil y se marchó majestuosamente fuera de la posada.

El resto de la unidad se les unió levantándose de su silla y acompañándola a la salida lo que se vio como una retirada poco formal. Sobe rio como si le encantara que actuaran de manera desorganizada y Petra sacudió la cabeza. Luego me miró a mí.

—¿Por qué me estás mirando? —inquirió incómoda, el chico se encogió como si lo intimidara.

—Todavía no asimilo que estés aquí y que seas un chico.

Ella emitió un suspiro que sonó como risa. Se la veía agotada, bueno el muchacho tenía el aspecto de haber pasado por un largo día.

—Bueno, tuve que camuflarme porque la mesnada de oro comenzó a seguirme. Cuando estemos en un lugar más tranquilo podremos ponernos al día —sugirió—. Pero ahora de veras debemos irnos.

Sobe se levantó de su asiento y se dirigió a la salida. Petra dispuso el báculo en su espalda y se levantó corriendo la silla.

Fuimos hacia la salida y lo seguimos mientras en la calle se esparcía un clima festivo. Todo el pueblo estaba fuera de casa. Se arrojaban papeles de colores, reían, bailaban, tocaban panderos, observaban juegos de malabares y algunos equilibristas que se apostaban en rincones concurridos. Un aroma a cerveza añeja y carne asada se esparcía por el ambiente.

Algunas personas se habían vestido de túnicas blancas, estaban totalmente cubiertas de pies a cabeza, sólo tenían dos círculos, cortados irregularmente con tijeras, donde sus ojos podían asomarse a ver. Otros cuantos utilizaban mascaras escalofriantes sobre las túnicas. Parecían niños disfrazados de fantasmas para la noche de halloween aunque en lugar de pedir dulces se sacudían como si estuviesen quemándose. Cimbreaban sus cuerpos de un lado a otro y avanzaban por la calle del mismo modo que un desfile. Cargaban cintas largas y negras en sus manos como tentáculos y en el extremo de las cintas repiqueteaban dulces cascabeles.

Recordé que allí se celebraban los funerales y que cada día morían personas por las criaturas del bosque. Ver a todo el pueblo alborozado me hizo recordar a uno de los desfiles de Mardi Gras que habíamos presenciado con mi papá y hermanos en unas vacaciones. Él había subido en sus hombros a Eithan y yo sostenía en los míos a Rishya que aferraba mi cabello cada vez que la impresionaba algo. Todo la impresionaba. El recuerdo mordiente sacudió mi cuerpo como un terremoto y derrumbó algo dentro de mí. Intenté alejarlo completamente de la cabeza, pero me costó horrores.

Petra tuvo que abrirse paso a empujones, la multitud se hizo a un lado al advertir la cojera de Sobe y mi abultada espalda donde se escondía Escarlata. No tuve si quiera que pedir permiso se alejaban como si contagiáramos lo feo. Miles y Dagna aparecieron a mi lado, alguien les había tirado tintura naranja porque tenían regueros de ese color por todo el cuerpo. A Dagna no pareció importarle pero Miles se encontraba completamente molesto, mascullando maldiciones y parpadeando para escurrir las gotas.

Petra, Dagna y Berenice iban en la cabecera de la fila, dirigiéndose hacia los lindes del pueblo para internarse en la espesura del bosque. Hablaban una con la otra por encima del estruendo de las flautas y los cascabeles. Nos estábamos alejando, era hora de marcharnos pero algo las detuvo.

—Oh no, Morbock —murmuró Petra y retrocedió un par de pasos.

En el final de la calle se precipitaron un grupo de jinetes, el casco de sus caballos se percibió antes que ellos. Divisaba sólo sus torsos sobre la muchedumbre que danzaba, pero rápidamente comprendí quienes eran.

La mesnada de oro, la autoridad de la que había hablado Petra.

Supe que eran ellos porque escudriñaban los alrededores con autoridad y eran los únicos a los que les tenía sin cuidado el funeral. Eran hombres de hojalata porque no tenían ningún lado del cuerpo vulnerable pero estaban revestidos con la hojalata más cara que jamás pudo verse. Parecía oro aunque sabía que no lo era porque resplandecía como un diamante con destellos filosos y regios. Cada uno vestía una coraza de cuero y oro sobre una cota de malla que centelleaba como si fuera un disfraz de lentejuelas de los sesenta.

Tuve que reprimir una carcajada al pensar en ello. No me costó mucho porque encabezando la cuadrilla montaba un hombre con la mirada destilando cólera. Supuse que era Morbock.

El hombre tenía una quijada descomunalmente marcada, una barbilla tan bifurcada que parecía tener una cicatriz allí y rasgos angulosos, pero no como los de Walton estos rasgos eran rapaces y fríos. Su piel reticulada mantenía una tonalidad verdosa como si estuviera a punto de vomitar. Una lengua viperina se le escapó de los labios y volvió a ocultarla rápidamente. Tenía muchas escamas. No se veía como un humano. Me pregunté por qué nadie lo evitaba al caminar y él se encargó de responderme cuando apuntó a la muchedumbre con una espada de oro y dijo:

—¡Atrápenlos! Los quiero vivos —rugió arrastrando la s.

Esa voz me sonaba familiar.

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