Entierro una nueva amiga
Corrimos... en realidad arrastré a Finca hasta las alas pobladas del castillo. Las sombras eran muy veloces y tenían mucha fuerza porque el suelo del pasillo por donde habían pasado estaba hundido. Había cráteres en lugar de huellas como si una lluvia de meteoritos hubiese desbastado todo, el lujoso suelo se encontraba tan quebrado como los gritos que llegaban a mis oídos.
Uno de los cráteres era tan ancho que descendí por la escarpada pendiente y Finca arrastró sus pesados pies torpemente. Casi caí al suelo. Había muchos cadáveres que seguían el rastro del espectro, todos asesinados de maneras diferentes. Me detuve.
Todavía tenía la historia de ella resonando en mi mente, no podía creer lo rápido que habían cambiado las cosas pero a pesar que las personas, que corrían como un remolino a nuestros lados, se veían espantadas, no parecían sorprendidas. Las cosas eran así en Babilon, vivías con miedo de morir sino era que uno de tus miedos ya te había matado.
Finca quiso recostarse en el suelo pero yo la sujeté de la cintura creyendo que se caía.
—Déjame, ve a buscar a tus amigos yo... —jadeó— creo que estoy rota por dentro —sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Jamás me había dolido algo tanto. No quiero estar más tiempo de pie —se le escapó un sollozo y lo reprimió como si no quisiera oírlo—. Me duele mucho. Por favor suéltame. Por favor...
Las personas corriendo eran un hervidero de movimientos, como hormigas huyendo. La sombra se irguió entre la multitud bulliciosa, encaró a un cortesano como si fuera a engullirlo pero en lugar de eso abrió sus fauces brumosos y comenzó a arrancarle una luz, como si el hombre estuviera prendiéndose fuego y él engullera las llamas.
Entonces la luz lo abandonó y se desvaneció. El hombre cayó al suelo de rodillas, su ropa humeó como si le quemara la piel y gritó. Aulló de dolor. Se revolvió en el suelo desesperado como si quisiera que las baldosas debajo de sus pies se desplazaran y lo llevaran lejos.
Las extremidades del hombre se oscurecieron, su ropa cayó hecha cenizas, se le hundieron los rasgos de la cara y el cuerpo se le estiró haciendo crujir los huesos. Cuando se levantó había dos sombras oscuras en el corredor y una de ellas era él.
Ya casi no quedaba nadie en el pasillo, sólo nosotros dos, los cuerpos y las sombras. Sabía que no me harían nada por ese tonto pacto que estipulaba que los monstruos de Babilon debían respetaban a los trotamundos porque pertenecían al ejército de Gartet.
De repente un grupo personas se precipitaron por una de las puertas al corredor, en donde estábamos, que desembocaba a uno de los numerosos jardines. Eran Miles, Dagna y Berenice.
—¿Qué esperas? ¡Vamos, atácame! —Rugió Dagna a las bestias.
Corrió a encararlas aunque con el vestido tropezó un par de veces. Tenían armas en las manos pero yo conocía sus espadas o cuchillos y estas no le pertenecían. Eran espadas de hierro opaco y algunas tenían el filo mellado, pertenecía a los soldados de hojalata del castillo, al parecer el espectro había matado a muchos soldados antes de encontrar un negro corazón que lo acompañara.
Arrastré a Finca hasta un cráter, la recosté en el interior para que no fuera vista por los monstruos y corrí a ayudarlos.
Dagna los distraía encestándole golpes con la espada como si fuera una porra pero sus movimientos agiles la hacían ver como si estuviera tratando de reventar una piñata con los ojos vendados. No lograba mucho, es decir nada. Sólo hacía que se encabritaran y trataran de empujarla. Berenice se encontraba a su lado y eludía golpes, mordidas y arañazos.
Rodó por el suelo y luego se arrastró por debajo de un espectro. El suelo que tocaban además de estar roto estaba cubierto de escarcha. El aliento de Berenice se condesaba blanco delante de su boca. A ella si querían matarla.
Al notar que Berenice se escurría con velocidad el espectro nuevo golpeó una de las columnas que sostenían la galería y el pilar se derrumbó a pedazos. Los macizos bloques se desplomaron atronadoramente erizando una nube de polvo. Berenice trastabilló pero volvió a ponerse de pie rápidamente lo cual enfureció aún más a las criaturas.
—¡No puedes dañarlos! —grité agarrándola de un brazo y alejándola del zarpazo del espectro.
—¡Lo sabemos! Son malignums. Seres oscuros que se alimentan de la bondad y te convierten en ellos cuando dejan un frío a tu alrededor. Vienen de un pasaje de penumbras gélidas llamado Ehnoc, puedes controlarlos con magia negra, aman las artes oscuras y te respetaran si las practicas. Ellos le temen al fuego, se los mata con eso. En defecto puedes espantarlos con luz.
—¡Pero no tenemos fuego!
—Gran observación, Jonás —chilló Dagna enfurecida desde la otra esquina del corredor, eludiendo una garra.
El otro espectro o como se llamaban de verdad, malignum, trataba de evadir a Miles. No sabía en qué momento Berenice se había convertido en el cerebrito que sabía todo de bestias o portales. Me sentí tonto porque ni siquiera era una trotamundos y sabía más que todos.
De repente unas criaturas aladas se precipitaron hacia la galería, descendiendo en picada del cielo. Eran los lagartos con alas que le pertenecían a la mesnada y estaban descansando en los establos. Lo sabía porque había pasado por ahí hace menos de una hora. Walton y Dante las montaban.
Walton iba decidido aferrando unos sacos de cuero en su espalda y con la otra mano sosteniéndose del crin de escamas que tenía el lagarto sobre el lomo. Ya no tenía la bufanda puesta, estaba enrollada en su cintura y su rostro juvenil y bondadoso escudriñó los malignum. Dante parecía que o bien estaba a punto de desmayarse o de vomitar.
Hicieron que las criaturas se apostaran en mitad del pasillo, más allá de los cráteres, bajaron de la montura dando un salto y corrieron lo más rápido que pudieron sobre la cerámica descuartizada, cargando los sacos. Reconocí el cuero de los sacos, los había visto esa mañana, eran los sacos de químicos inflamables que usaba el malabarista de fuego.
Rápidamente supe qué pretendían. Distraje a uno de los monstruos sacudiendo mis brazos pero ellos estaban concentrados en Berenice a quien sí podían destruir. Supe que no eran muy listos porque no pudieron descubrir que no pertenecimos al mismo bando que ellos, a pesar de que los atacábamos, y porque cayeron en la movida de Berenice.
Ella dejó de eludirlos y echó a correr hacia Walton y Dante. Un recipiente de cuero tenía líquido y en el otro se sacudía un polvo que sonaban espero como el carbón.
Dante terminó de enroscar con unas cadenas dos pilares de la galería, entretejió apresurado una red de cadenas, como si fuera a remolcar las columnas, y se montó a su lagarto pero Walton aguardó a las bestias en mitad del pasillo. Cuando estuvieron cerca les arrojó ambos sacos y el líquido y el polvo se derramaron por sus pieles oscuras.
Rápidamente el fuego se propagó sin contemplaciones, un fuego azul, chispeante y eléctrico. Las criaturas gritaron envueltas en las llamas, sus aullidos me hacían sentir que le cerebro me sangraba, era como escuchar cantar a un ebrio en navidad.
Trataron de escapar pero Dante apeó al lagarto y emprendió vuelo. Al principio se detuvo mientras aleteaba porque la cadena atada a los pilares le impedía avanzar, pero el lagarto usó todas sus fuerzas y logró marcharse, desmoronando la columna a la que estaba atado. Esta vez los malignum estaban débiles, la roca los dañó y no pudieron atravesarlas como habían hecho con nuestras espadas.
El derrumbe de una parte del techo hizo temblar toda la galería. Dagna cayó al suelo y Miles trató de agarrarla pero al ser más grande que él lo tumbó. Me eché junto con Berenice cuando una ola de llamas y polvo candente nos lamió la espalda.
Las criaturas rugieron como si nos soltaran maldiciones dilapidadas debajo de las rocas y las llamas.
Súbitamente sus gritos se extendieron y su cuerpo se esfumó como humo denso y espeso. Se habían desvanecido. Nos levantamos entre el polvo, las cenizas, la escarcha y el suelo quebrado cuando el lagarto rugió victorioso al cielo, sacudió su cuello reticulado y permaneció en el jardín esperando nuevas órdenes.
—¿Dónde estabas? —fue lo primero que gritó Dagna al ponerse de pie y me reprendió con la mirada—. Te dejé en la fiesta y cuando esa cosa atacó no estabas ahí.
—Es la primera vez que alguien lo quiere en una fiesta —se burló Miles que había oído los gritos de Dagna.
—Una larga historia —respondí quitando el polvo de mi ropa—. Descubrí cosas de Gartet, la razón por la que quiere a un Creador...
«O alguien tan poderoso como uno» añadí en mi mente.
—Para apoderarse de los mundos —explicó Berenice quitándose hielo del cabello con expresión críptica —. Ya lo sabíamos...
—No —la interrumpí —, es algo mucho más personal. Una pelea con su maestro. Tiene una mancha en la cara por eso. Se crió en algo de las Hondonadas. Tal vez sea el nombre del pasaje donde pasó años. Tenemos que verlo. Gartet tiene un enemigo. Alguien que podría ayudarnos. Un tipo que juró plantarle cara ¡Se supone que su maestro está de nuestro lado y es un Creador! ¡Tenemos que encontrarlo, él debe saber algo! ¡Además si tiene un hijo lo matará o lo llevará a la ruina!
—¿QUÉ? —gritó Miles tratando de comprender mi preocupación.
—Por primera vez concuerdo con Miles —dijo Berenice—. ¿Qué?
—¡Oigan! ¿Vieron eso? ¡Derrotamos unos malignums! —gritó Walton corriendo con una sonrisa de oreja a oreja como un niño que hizo una travesura. Estaba vestido con un traje de satén bordado que parecía un pijama de dos piezas. Miró a Miles, lo agarró de los brazos y lo sacudió con energía —. ¡LO TACHAREMOS DE LA LISTA DE MONSTRUOS INVENCIBLES!
Miles lo comprendió rápidamente, rio, fingió sacar una libreta de su pantalón y tachar un nombre.
—¡ESPERA A QUE AMANDA SEPA DE ESTA VICTORIA!
Dagna puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos al momento que Dante se aproximaba observando horrorizado los bloques en el suelo y la galería destruida como si fueran malas calificaciones.
—¿Victoria? ¿Llamas a esto Victoria? Destruimos media galería y robé un dragón de la mesnada ¡Del enemigo! ¡Rompimos las reglas no sólo de este mundo! ¡Esto no es anonimato! Los guardines del Triángulo van a matarnos, nos metimos en la mansión de la realeza, le robamos los animales a su guardia de élite y rompimos su castillo —gritó con muchos gestos nerviosos para que Miles lo comprendiera.
—Y sólo por esa razón lo haremos gratis —respondió él dándole un golpecito leve en la nariz, para el asombro de todos, sin gritar.
—¿Pensabas cobrarles? —preguntó Berenice sin expresar ningún sentimiento.
—Yo no, sólo lo hago por el sentimiento de placer al ayudar a la comunidad y por la experiencia en combate —respondió Walton con una sonrisa caritativa.
—Pues yo sí pensaba cobrarles, ¿no viste su acuario? ¡LES SOBRA EL DINERO COMO PREOCUPACIONES A DANTE!
—Lo que sobra aquí es tu maldita sordera —masculló Dagna.
—¡Oigan! ¡Gartet tiene otros enemigos además de nosotros! ¡Su enemigo es su maestro, él que le enseñó artes extrañas y le dio la inmortalidad! —les recordé— ¡Es un Creador, tenía un amigo Creador!
Todos giraron con incredulidad su mirada hacia mí. Incluso Berenice dejó vislumbrar un escepticismo en sus ojos.
—¿Gartet con un Creador?
—¿QUÉ CREMADOR?
—Sí, CREADOR —corregí—. Una sirvienta me contó de la teología de este lugar...
De repente lo recordé y me sentí fatal por olvidarla. Corrí hacia donde la había dejado.
—¡Finca!
—¿QUIÉN BRINCA? ¡JONÁS, NO TE OFENDAS, VUELVE, HABLA MÁS ALTO! —rugió Miles pero yo ya corría hacia ella.
Tomé camino por el jardín ya que la galería estaba bloqueada por las columnas desmoronadas. Volví a insertarme en el corredor y la encontré cubierta de polvo y cenizas en el interior del cráter. Estaba tan pálida que su piel ya no tenía color como en Babilon sino que presentaba una leve tonalidad como los enfermos de mi mundo. Toqué su pulso, débil pero latiendo. La sostuve cuidadosamente en mis brazos y traté de levantarla cuando mis amigos llegaron.
—¿Esa es la chismosa que te contó de Gartet? —inquirió Dante por encima de mi oído.
—¡Necesito ir a la enfermería! —grité sin saber muy bien a dónde dirigirme.
—¿Tú a la enfermería? Pero si la que se ve mal es ella —observó Miles.
—¡Muy bien, basta de comentarios inútiles! —dictaminó Dagna—. Jonás, yo te guío. Permíteme buscar ropa de sirviente primero, ya estoy cansada de esforzarme y fingir ser una dama...
—¿A eso llamabas esfuerzo? —preguntó Miles pero ella lo hizo callar con un puñetazo.
—No creo que sea buena idea... —comenzó a oponerse Dante pero Dagna lo interrumpió.
—Nadie me vio en el baile de mascaras y no creo que se hayan molestado en memorizar el nombre y aspecto de una dama de compañia que no da buena compañía.
—Pues como sirvienta tampoco serías buena —opinó Miles.
—Además sé dónde queda la enfermería.
De repente se escuchó el repiqueteo de los pasos de una brigada.
Eran soldados. Pero no importaba si pertenecían a los de hojalata o eran tropas de la Mesnada de Oro, ambos odiaban a los sirvientes. Debía irme. Por la expresión de todos supe que deberíamos volver a separarnos. Nadie tuvo más tiempo de persuadir a Dagna. Levanté a Finca del suelo y ella ni siquiera se movió. Sus ojos se sacudían arrebatadamente detrás de sus párpados.
—Es un trabajo mucho más duro... —le recordó Walton.
—Que estoy dispuesta a aceptar. Además, desde el principio fue mala idea dejar a ellos cuatro solos. La única voz de razón es Dante y a él no lo escuchan.
—¡Eh!
Iba a protestar pero teniendo en cuenta el desinterés sarcástico de Sobe y Miles, los nervios de Dante y mi increíble habilidad para meterme en problemas no éramos un grupo que inspirara mucha confianza; además no había tiempo para protestas, Finca se veía fatal y quería curar lo que sea que tuviera roto.
Me daba pena verla así, todavía tenía muchos comentarios de loca porhacer y mucho fuego que admirar.
Walton se enrolló la bufanda y su apariencia cambió nuevamente a la de Cuervillo. Sonrió pero está vez un poco más cansado como si al escuchar el paso de los soldados batallara contra una idea siniestra. Finalmente asintió como si las palabras tuvieran sentido.
—Me parece bien. Ahora aléjense. Sirvientes y damas de compañía hablando juntos al lado de este caos no es una buena imagen. Iré a ayudar a los heridos. Ustedes hagan lo suyo.
Corrió hacia el sonido de la marcha, Berenice ya se alejaba por su propio camino y nosotros cargábamos a Finca directo a la enfermería.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top