El rinconcito del mar


Berenice enfiló fuera del Instituto y se internó en un camino que era bordeado por la selva. Nos escabullimos sigilosamente hacia el sector de las ruinas, no sabíamos muy bien de qué eran ruinas, simplemente estaban allí y esa región no era visitada por nadie.

Las ruinas estaban rodeadas de rocas puntiagudas, peñascos y desfiladeros abruptos que si no eras cuidadoso te entregaban a filas de rocas afiladas que se abrían como una boca y estaban ansiosas de atravesarte; así lo había descripto una vez ella, a veces Berenice era tétrica.

El cielo estaba nublado y el viento se embravecía a cada minuto que avecinando la tormenta. Después de un cuarto de hora divisé a los lejos algunos pilares alrededor de un patio de audiencia de grandes proporciones, como los griegos. Era tan inmenso que ocupaba casi todas las ruinas y era pálido como un anciano expuesto al sol. Se podía apreciar un conjunto de casas casi enterradas alrededor del patio central. Había un pórtico abierto con seis columnas de las cuales solo quedaban unos rastros de ellas. Todo estaba colocado sobre una región árida de roca llana con hierbas que crecían aisladas.

Nos deslizamos por una saliente que bajaba serpenteando por el borde del peñasco, estábamos expuestos a cualquier ojo pero por suerte todavía estábamos lo suficientemente lejos; no fue fácil para Sobe descender por la saliente ya que cojeaba y caminar con sutileza no era lo suyo, pero se las empeñó para no caerse. Bajamos del peñasco y nos escabullimos de piedra en piedra.

Sobe estaba sudando a gota viva y yo igual pero Berenice se veía con una tranquilidad calculadora. Nos observó a los dos tomar aliento y levantó sus cejas preguntando si ya habíamos recobrado la compostura. Asentí y Sobe le guiñó un ojo.

Nos estábamos acercando lo suficiente como para examinar todo más claro.

Advertí una decena de casas ruinosas y precarias que se esparcían alrededor de un conjunto de edificios elevados en un monte. No había nadie viviendo allí.

Uno de esos edificios era el patio central que contaba con los pilares y el pórtico griego. Muy lejos a la distancia unas rocas se elevaban. Parecían la entrada de una cueva y tenían unas rejas incrustadas en la abertura, la oscuridad y reducido tamaño de los pilares robustos me indicó que solamente era una fachada. Que el interior de esa cueva estaba en las profundidades de la tierra. Mis sospechas se confirmaron cuando vi a Boghos caminando de un lado a otro con una escopeta en la mano y una expresión de aburrimiento en los ojos. La cueva sólo le llegaba a la cintura y la reja era lo suficientemente reducida como para un enano.

Berenice señaló levemente con el mentón hacia el interior de las ruinas y la seguimos. El suelo era llano pero empinado, nos agazapamos entre las casas derruidas y subimos dos manzanas hacia la cárcel que estaba al lado del patio de audiencias. Nos encontrábamos a unos cincuenta metros. El viento comenzó a aullar con fuerza, las nubes se acumularon en grupos negros que parecían un pozo a otro mundo y el mar bramó a la distancia, me pregunté si Walton, Dante y Cam tendrían problemas en desanclar el barco.

Berenice estudió el terreno.

Una sirena fue traída por el viento, era imperceptible y se oyó débil y grave a la vez. El simulacro estaba poniéndose en marcha, Dagnay Miles tendrían que aprovechar la confusión para salir corriendo de allí y nosotros debíamos tomar la misma oportunidad.

Aguardamos a que Boghos desfilara en dirección opuesta y corrimos hacia el escondite más cercano a la prisión, que era los restos de un aljibe. Estábamos a unos quince metros. Asechamos conteniendo el aliento y oímos los pasos de Boghos al regresar.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté susurrando.

Berenice volvió su cabeza hacia nosotros y nos lanzó una mirada intrigada.

—Según por lo que escuché ustedes son los que dan buenos planes. Planeen —exigió sin paciencia.

—Sí pero dicen eso, porque en cada plan incluíamos a Petra y ella hacia todo... — rezongó Sobe.

—Sólo tenemos buenos planes cuando está en juego nuestra vida o en peligro —expliqué.

—No me tientes Jo —amenazó Berenice, su boca se tensó como cada vez que deseaba golpear a alguien y no lo hacía. Suspiró prolongadamente—. Lo distraeré, ustedes entren y saquen a Albert.

Sin decir más se marchó del escondite cuando Boghos le daba la espalda, se alejó unos metros del aljibe como si fuera a regresar por donde vinimos pero luego se detuvo, giró en redondo y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Bogs! —corrió hacia él transcurriendo justo a nuestro lado y levantando una estela de polvo tras sus pies—. ¡Bogs, ayúdame!

Las lágrimas bajaron por tropel de sus ojos y pude observar cómo comenzaba a temblar de pies a cabeza. Bogs la observó con semblante perplejo, balbuceó unas palabras incomprensibles y bajó el cañón del arma que había levantado.

—¿Qué te sucede? ¿Estás bien, linda? —preguntó inclinándose para verla mejor ya que tenía unos veinticinco años y medía casi dos metros—. N-no, no llores.

Sobe abrió la boca pasmado y yo me encontraba totalmente asombrado al punto de que casi me tragué la mentira de Berenice. No sabía que era tan buena engañando, ella era capaz de contener todos sus sentimientos pero desconocía que también podía invocarlos cuando se le diera la gana.

Era una reina del teatro. Estaba pálida y sollozaba en los brazos del desconcertado Bogs que no sabía si palmearle el hombro, acariciarle la cabeza o preguntarle lo qué sucedía así que hizo las tres cosas.

—¿Qué sucede Berenice?

Ella se alejó de él llorando a mares, su voz la tenía quebrada como si nunca fuera a liberarse del dolor que tenía, habló como si gimiera, de verdad se veía perturbada.

—Los... los espías del Triángulo —balbuceó—. Ellos están atacando a los niños, utilizaron el simulacro, los tienen a todos en la cueva.

—¿Qué?

—Mataron a más de la mitad... Chia, Aurora, Jonás, Dagna y Sobe —volvió a sollozar y sus piernas perdieron firmeza así que Bogs la sostuvo en sus brazos sin mucho esfuerzo, le corrió del rostro cabellos que el viento alborotaba y limpió algunas de sus lágrimas. Berenice fingió recomponer la compostura e informó con un nudo en la garganta—. Adán, Adán era uno de ellos, jamás... jamás lo hubiese imaginado era tan amable con nosotros. Estábamos dirigiéndonos a la fogata como él dijo y entonces saco un arma... Quiere matarme... Dijo que nunca quiso a una confronteras aquí.

—Tranquila iré a ver, tú quédate aquí.

—¡No, no Bogs no me dejes! —le suplicó desesperada y jaló de su manga, anclando las piernas al suelo.

—Descuida Berenice estarás segura, te lo prometo —articuló Bogs llevando una mano a su radio para comunicarse con el resto e intentado calmarla pero también se lo veía alborotado. Estaba entrando en pánico—. Está bien, está bien. Ten mi radio. Buscaré otra en el Triángulo, así nos comunicaremos. Te prometo que regresaré, te lo prometo.

Le cedió la radio a Berenice y se alejó corriendo de allí mientras ella se desplomaba en el suelo y lo veía marchar suplicándole que no la dejara sola. De verdad se veía desesperada, pero yo sabía que ella jamás actuaria así frente a nada. Bogs pasó corriendo a toda máquina a nuestro lado, pero no nos advirtió, Sobe se deslizó al otro extremo del aljibe por si se le ocurría girar la cabeza al guardián y yo hice lo mismo.

Cuando estuvimos seguros de que no regresaría salimos de nuestro escondite y Berenice cesó de lloriquear tan abruptamente que si no fuera mi amiga, me hubiera dado miedo. Se barrió las lágrimas de sus ojos como si fueran una cosa molesta y nos dedicó una sonrisa triste:

—¿Cómo lo hice?

—Lo suficientemente bien como para que jamás vuelva a creerte —dije.

—¡Qué perra eres! —exclamó Sobe—. Casi siento lastima por Bogs.

Ella sonrió displicentemente y movió de un lado a otro la radio que tenía en su mano.

—Un recuerdo de mi gran talento —la encendió y se la aventó a Sobe—. Tenemos quince minutos antes de que Bogs llegue a la cueva y se enteré de que lo engañamos. Entonces se comunicarán en las radios para atraparnos y no dejarnos ir. Con la radio podremos saber dónde nos esperarán y evitarlos. Vigila si se oye algo útil.

—Creo que estoy empezando a amarte —confesó Sobe fascinado.

Me dirigí a la pequeña puertecilla de la cueva, me arrojé de bruces al suelo y vi que no tenía candado, ni cerraduras ni nada. Una sonrisa nerviosa se cruzó en mis labios, empujé la reja y se abrió emitiendo un rechinido. Me incorporé de cuclillas y caminé seguido por mis amigos hacia el interior de la prisión. 

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