El monopoly de la muerte
—Petra —susurraron Berenice y Dante al unísono luego de asimilar un momento lo que contemplaban.
Dante había retrocedido un par de pasos como si la imagen le hubiese dado un golpe entre los ojos, parpadeó lívido y las comisuras de sus labios se elevaron arqueándose en una amplia sonrisa. Berenice sólo abrió sus ojos como alguien que ve algo de su interés, el dolor de su mirada se esfumó por unos segundos y corrió hacia ella para estrecharla en sus brazos.
Sobe se había detenido estupefacto en la boca del callejón. Dante y yo comenzamos a bombardearla de preguntas pero él se paralizó. La examinaba atentamente con una perezosa admiración en los ojos.
Él había vivido más de un con Petra en las afueras de un pueblo olvidado de América, ya que los guardianes del Triángulo habían decidido que un Creador y una maestra en las artes extrañas deberían tener vigilancia privada en un lugar apartado. Ellos habían transcurrido tantas aventuras juntos como días en su vida, eran como hermanos, uña y carne, albóndigas y espaguetis, almohada y baba. Creí que al verla allí le arrancaría una sonrisa radiante de oreja a oreja pero no se veía sorprendido; más bien mantenía una sonrisa torcida en los labios como si la hubiera pillado en media travesura y estuviera orgulloso de ella. Se cruzó de brazos:
—¿No se suponía que estabas en mi mundo? —preguntó frunciendo el ceño como si sólo le confundiera ese insignificante detalle.
—¿En tu mundo? —inquirió Petra observándolo cabreada por encima del hombro de Dante.
—Sí, ya sabes el que cree hace casi dos años. Habías viajado allí para ver si las cosas continuaban en orden ¿Recuerdas?
—¿Todo en orden? —inquirió Berenice estudiando la situación un tanto apartada, sus ojos rebotaban de un gesto a otro, analizaban las muecas y cada ínfimo movimiento con total experiencia—. No pienses que no me da gusto verte Petra pero qué haces aquí.
—Se los contaré en el camino —urgió apresurada—, ahora debemos alejarnos de la cuidad— añadió sosteniendo por los hombros a Dante y observándonos fijamente—. Hay trotamundos del ejército de Gartet en las calles. Si llegan a sentirnos vendrán por nosotros.
—Necesitamos reunirnos con Walton antes —informó Dante derrotado como si ya lo hubiesen apresado—. No podemos irnos sin los demás.
Petra abrió los ojos como platos.
—¿Vinieron todos juntos? ¿Por qué? ¡Más de cinco trotadores juntos es muy peligroso!
—¿Por qué más? —preguntó Sobe resoplando con total normalidad como si hubiese pasado toda la mañana con ella—. Es Babilon, los hermanos de Jo estuvieron aquí y hay un sanctus que nos puede ayudar a entender si somos o no importantes para la guerra o si un tipo misterioso nos tomó el pelo hace un año. Berenice quiere vengarse de Logum y también necesita un sanctus. Todos lo necesitamos. Sé sincera, es un sanctus sabes que con menos de cinco no lo lograríamos.
Petra retrocedió, sacudió la cabeza, murmuró una maldición en otro idioma y suspiró:
—No sabía que me encontraba en Babilon. No importa... no —exhaló una bocanada de aire cavilando en qué hacer—. Muy bien, dividámonos así no nos notarán tan rápido. Tenemos que irnos o nos cogerán los aliados de Gartet. Busquemos un punto de encuentro antes de largarnos de aquí.
—¡Que sea una taberna! —propuso Sobe con una mirada demente y las pupilas dilatadas mostrando el primer atisbo de interés en la conversación.
—Bien —accedió Petra examinándolo de hito en hito—. Dioses, sigues igual de raro —soltó una risilla nerviosa y regresó a su expresión urgente—. Hay una taberna a dos cuadras de aquí, al norte.
—¡Es por eso que no la encontrábamos! —soltó Dante chasqueando los dedos—. Sólo nos faltaban unos metros para llegar.
—Ustedes vinieron del norte —explicó Petra—. Se la habrán pasado.
—Mi sentido de la ubicación no concuerda contigo —terció Sobe con tono aburrido.
—¡Da igual cómo sea! —intervino Berenice en la conversación poniendo los ojos en blanco y con la paciencia consumida se dirigió a Dante—. ¿Eres bueno sintiendo trotamundos que no sean ustedes?
—Sí señora —respondió aturdido.
Había adoptado una actitud resuelta al escuchar el nombre Gartet, como si revolvieran una fogata extinta para que ardiera un poco más.
—Entonces acompáñame, buscaremos a los demás para largarnos de aquí e ir por el sanctus. Ustedes, espérenos en la taberna —planeó como si hubiese sabido toda la vida qué hacer—. Sobe pregunta y averigua lo que quieras mientras tanto. En veinte minutos nos vemos.
Atenazó a Dante por su chaqueta de lana y lo arrastró calle abajo. Sus pisadas contra el suelo húmedo resonaron mientras él balbuceaba que no tendría problema con la misión, sólo por aportar algo. Antes de irse se detuvo y le dedicó a Petra una mirada no tan fiera:
—Me alegra que hayas vuelto.
—Díselo a tu cara porque no se enteró —soltó Sobe sarcástico. Ella puso los ojos en blanco y se alejó corriendo de allí a toda prisa.
Todavía estaba extrañado por la repentina aparición de Petra. Quería hacerle tantas preguntas que no sabía por cuál empezar. Deseaba averiguar la razón de por qué se encontraba allí y en qué clase de apuros se había metido. Las preguntas se ajetrearon en mi cabeza, el nombre de Gartet se hundió en mi mente como un metal gélido y puntiagudo. Mi dolor de sien se intensificó y sentí que las rodillas me flaqueaban, estuve a punto de caer pero Sobe y Petra me sostuvieron por los brazos.
—¿Estás bien Jonás? —preguntó ella tomando mi cabeza por el mentón y elevándomela.
Escudriñó mi ojo amoratado e hinchado con gesto bondadoso y comprimió preocupada los labios.
Sentía mi rostro palpitar y arder, una sensación muy similar a la que había tenido cuando se recuperaban mis manos quemadas.
—Estoy bien —balbuceé reafirmado mis rodillas.
Después de todo, era verdad. De todas las sorpresas que había tenido ese día Petra era la más agradable. Aunque me sentía fatigado y con la cabeza embotada me incorporé y les dediqué una sonrisa honesta. Verla allí era raro pero no aterrador. Escarlata olfateó las botas de Petra con recelo y se trepó hasta mi hombro para curiosear, enroscando su extensa cola alrededor de mi cuello.
Petra me había sacado unos centímetros de estatura en el verano. Tenía muchos más brazaletes envolviendo sus antebrazos, pulseras de metal, cintas cuero, piedras y cuentas nacaradas, incluso tenía la daga debajo de sus brazaletes que los utilizaba como vaina. Llevaba consigo un báculo de hierro atado a la espalda, su extremo superior curvo estaba revestido de topacio, el resto era de metal tallado que emitía un fulgor débil y peltre. De verdad se veía como la poderosa bruja y hechicera, que era, aunque odiaba que se lo reconocieran.
Petra estaba vistiendo pantalones oscuros y conservaba su cabello caramelo desbordándose por sus hombros, su piel bronceada resaltaba la mirada policroma y cordial que cargaban sus ojos. Estaba a punto de preguntarle qué hacía allí cuando ella me soltó, se asomó al final del callejón, escudriñó los alrededores y se volteó rápido:
—Creo que me siguen. Vayamos a la taberna, finjan no conocerme pero caminen muy cerca de mí. Vamos —se colocó la bufanda escarlata alrededor del cuello y su aspecto cambio al del chico que me había atacado.
Tenía el mentón bifurcado y era mucho más alto aunque sus ojos continuaban iguales.
Petra se deslizó fuera del callejón con cautela.
Sobe asintió y la persiguió en las calles repletas de espectadores. Para él eso era cotidiano para mí casi, todavía me costaba, pensé que me había acostumbrando demasiado rápido a la vida poco normal que tenía en Sídney. Tragué saliva. Transformé la espada anguis en un anillo nuevamente y los seguí a distancia.
Sobe cojeaba delante de mí, abriéndose paso entre los espectadores. Escarlata se ocultó en mi espalda, enroscándose allí como si fuera a recostarse bajo el sol. Alguien que no me conociera pensaría que tendría una pronunciada joroba, mi ojo hinchado, rojo y tuerto por el momento no ayudaba mucho a mejorar la imagen. De repente los transeúntes de la calle comenzaron a evitarme y apartarse, mínimo dos metros de distancia. Entonces vi que también evadían a Sobe como si pudiera dañarlos o contagiarles la cojera. Uno me tiró tierra.
La taberna era igual a cualquier otra casucha con las ventanas tableadas y las paredes sucias, la habíamos pasado inadvertida en más de una ocasión.
En la puerta un vagabundo de piel amarilla mendigaba dinero con sus ojos lechosos elevados hacia mí, procurando reparar en todo lo que transcurría a su alrededor. Las personas lo evitaban e ignoraban tanto como podían. Sentí lastima por él y le vertí un puñado de Tim Tam en el cuenco que tenía sobre sus piernas dobladas. Del otro lado de la taberna había un sector donde pendían varios afiches dibujados en tinta con descripciones y rasgos trazados de las personas más buscadas o de anuncios importantes. La caligrafía era enmarañada y trasmitía un mensaje en otro idioma.
Reparé en un afiche que advertía cuidarse de un grupo de nigromantes llamados «La Trinidad Luminosa»
Otro anuncio rezaba:
Coronación de Nisán.
Queda el pueblo cordialmente invitado a festejar en los alrededores del castillo.
Es obligatorio.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top