Cata... ¿Qué?



Caminamos por horas hasta que Dante rogó por un descanso y se lo negamos para continuar caminando. Luego todos nos cansamos y decidimos tomarnos cinco minutos. Bebí grandes tragos de agua mientras me desplomaba sobre el suelo. Miles se restregó los pies comprimiendo una mueca de dolor. Petra mojó su cabello y se lo soltó sobre los hombros a la vez que Sobe desplegaba el mapa sobre el suelo y lo escudriñaba con aire crítico.

—Estamos a más de medio día de allí, miren —señaló los dibujos del mapa y nos inclinamos para contemplarlo mejor—. Estamos muy cerca de los tres pueblos, si los atravesamos nos encontraremos con las montañas de los dioses, son muy altas pero no tan extensas, podremos atravesarlas en medio día. Hay un paso estrecho que recorre el cinturón de montañas, las notas dicen que son como laberintos pero que si sigues adelante no podrás perderte —se encogió de hombros—. Una vez atravesado el desfiladero y dejando atrás las montañas desembocáremos en la cascada boreal, directo para negociar con el sanctus. A este paso sólo nos quedan a lo sumo unas quince horas de caminata, veinte horas si acampamos de noche. Llegaremos allá al amanecer.

—Por mí no hay problema —exclamé tenía las manos sobre las rodillas. Me incorporé y me senté en el suelo—. Parece más largo de lo que dices.

Miles largó una risilla.

—Igual que mi...

—Deberíamos ponernos en marcha otra vez —lo interrumpió Petra revoloteando los ojos.

Sobe enrolló su mapa satisfecho consigo mismo, se lo guardó en un pliegue de su camisa y le dio leves palmaditas como si cargara con un gran tesoro. Nos renovamos los vendajes. La tela de mis vendajes estaba acartonada por la sangre seca, el color borgoña me recordó los cuadros antiguos que a mi madre solían gustarle, aquellos que contaban historias del infierno. El brazo sólo me trasmitía leves punzadas de dolor pero podía lidiar con ello. Escarlata emergió de la tierra, sólo su cabeza, el resto continuaba en la profundidad, y me lanzó una mirada inquisitiva mientras renovaba mi vendaje.

—Hasta que apareciste ¿estuvo lindo tu paseo? Te esfumaste por horas —le recriminé, él olfateó mis manos, se deslizó lejos del suelo y trepó raudo hasta mis hombros donde se enroscó para contemplar lo que hacía—. No es la gran cosa, deja de mirarme como si la sangre te tentara.

Lo pensé unos segundos y la idea me estremeció.

—No me gustan esos árboles —señaló Dante el árbol que parecía hecho de piel humana, los nudos de sus ramas se veían igual a nudillos raquíticos como los de la mano de un viejo.

Aquellos repugnantes árboles habían comenzado a crecer por ambos lados del camino y además de ser horrorosos desprendían un hedor a pies. De haber comido bien los últimos días habría vomitado. Dante se estremeció lívido y Berenice acarició su espalda con aire protector preguntándole si se encontraba bien.

—Sí, sí sólo es que me hace pensar en cadáv... nada olvídalo —respondió agitando una mano.

—Puedes hablar de ello si quieres —dijo Berenice a la vez que se colgaba la mochila y reemprendía la marcha—, soy buena escuchando.

Continuamos caminando y no importaba cuantos juegos inventábamos en la marcha el bosque continuaba siendo igual de deprimente. Por suerte no nos topamos con ese chico Witerico al que Sobe había decido llamar: el imbécil.

—Porque hay que ser bien imbécil para ser amigo de alguien como Izaro.

—Anda, Jonás es tu amigo y no es un imbécil —le recodaba Petra cada vez que él lo llama así.

Marchamos por unas horas. Los pájaros graznaban sobre nuestras cabezas como cuervos. Escarlata se repantigó sobre mis hombros y se tomó una siesta, cubriéndome la piel de una fina capa de tierra.

Al cabo de un cuarto de hora Petra se colocó a mi lado y me lanzó una mirada indagatoria.

—¿Necesitas una nueva dosis de magia sanadora?

—No, a menos que la magia sanadora venga en comprimidos y sean de sabores frutales.

Ella frunció el ceño sin comprender.

—No gastes energías —resumí.

Petra resopló.

—¿Desde cuándo me cuidas?

Estaba a punto de responderle que siempre la cuidaba pero en realidad era mentira. Nunca había tenido que gastar energías por ella practicando hechizos de sanación o guardándole la espalda. Ella era de cuidarse sola, además de que si se metía en peligros se las arreglaba sin molestar a nadie para solucionarlo. Era muy inteligente, no necesitaba de nadie y siempre ayudaba a quien lo necesitara.

Petra reparó en mi silencio y se mordió arrepentida el labio inferior con una expresión de culpabilidad.

—Perdona, no quise decirte inútil.

—Petra —añadió Sobe volteándose—, por qué siempre que dices la verdad te arrepientes.

—¡Yo no siempre digo la verdad! —se defendió horrorizada.

—Pues no porque acabas de decir una mentira.

—Pero entonces es una verdad —reconocí. Sobe me señaló como si estuviera captando a donde quería dirigirse.

Miles hizo un ademán como si su cabeza explotara.

—Tengo otra de esas paradojas —informó Dante—. Cuando alguien te dice que no le hagas caso. No sabes si debes hacerle caso. Porque si no le haces caso le estás haciendo caso.

—¿Qué? —pregunté.

—Lo leí en Internet —dijo encogiéndose de hombros.

—¿Cómo funciona la magia de sanación? —le pregunté a Petra cambiando el rumbo de la conversación.

Ella elevó su mirada que contenía un tenue destello luminoso como si acabara de encender una llama apasionada que se escondía en su interior. Pateó una roca del camino, dejó que rebotara levantando estelas de polvo y cuando la alcanzó volvió a patearla.

—Pues es muy complejo...

—Lo que quiere decir es que eres muy inútil como para entender...

Petra le pisó los talones desesperada. Comprimió sus labios en una fina línea y lo fulminó con la mirada.

—¡Cierra la boca Sobe!

—Lo lamento, pero sabes que el aburrimiento saca lo peor de mí.

—Debes de estar aburrido muy seguido —apunto Miles.

Berenice giró, iba en la cabecera de la fila con las mejillas encendidas por la caminata.

—¿Podrían estar dos minutos sin ser sarcástico?

—Sí, si tú estás dos minutos sonriendo.

Ella revoloteó los ojos, bufó y regresó al frente ignorando a Sobe como si no existiera. Aun cuando él le pisó intencionalmente los talones y casi la hizo tropezar.

—La magia de sanación es una antigua arte que sólo la usan los maestros de clase cuatro.

—¿Clase cuatro? —pregunté enterrando mis puños en los bolsillos del pantalón—. ¿Algo así como los poderes de x-men?

Ella se encogió de hombros balbuceando un «supongo que sí» retraído. Había olvidado que era de otro mundo y no sabía nada de eso.

—Hay cinco niveles de artes extrañas —explicó, recordé que hace un año Pino había dicho que él era un practicante de las artes extrañas nivel dos, nunca había prestado atención a sus palabras porque no me habían interesado—. Obviamente el cinco es el nivel más difícil —prosiguió Petra—, sólo pertenecen a esa categoría los maestros que pueden dominar las artes oscuras. Me refiero a nigromantes que pueden contactarse con muertos o incluso volverlos a la vida por unos momentos, practicantes de magia ocultista, maleficios, clarividencia. El primer paso que puedes dar para ser un mago de nivel cinco es prolongar tu vida, es fácil, debes matar a alguien a través de unas palabras y te llevas sus años de vida. Si eliminas a unos cincuenta puedes estar tranquilo por más de mil años. También se incluye en el nivel cinco aquella magia llamada goecia y a los que invocan espíritus.

—¿Espíritus?

—Sí —respondió con gesto afirmativo y acarició distraídamente la cabeza árida de Escarlata—. Hay muchos espíritus y criaturas tan extrañas que ni siquiera tienen nombre. Controlan de tal manera la magia que ya llegan a formar parte de la magia... como si te acercaras hacia el fuego lo suficiente como para terminar siendo combustible de las llamas. Son eternos y les es fácil escurrirse por los portales y vagar de un mundo a otro. Pero nos odian porque ellos creían que eran los únicos en controlar las artes extrañas hasta que aparecieron los trotamundos Y comenzaron a invocarlos y controlarlos a ellos a sus anchas a través de conjuros. Es una especie con la que no se debe jugar, son entidades sobrenaturales, vengativas y aunque invisibles para nuestros ojos están hechos de pura oscuridad.

—Vaya.

—Aunque no tienen nombre en tu mundo trataron de otorgarle uno, los llaman fantasmas, espíritus, demonios —se encogió de hombros—, cada época y civilización le otorgó su propio nombre.

—¿Tú eres de nivel cinco?

—No, qué va. Soy nivel cuatro. Magia blanca, como muestra el nombre es la oposición a la negra. Ese tipo de arte no pretende causar daño, dominar razas longevas o ir contra lo natural. La magia blanca busca la prosperidad del individuo y es benéfica, además incluye sortilegios para crear amuletos protectores, mejorar el medio ambiente, realizar hechizos menores que no dañen a nadie como por ejemplo cambiar de apariencia, telepatía, persecución o como te mencioné al principio sanar.

De repente vi a Petra con su cabello revuelto y húmedo que había adquirido un color canela bajo la luz, aunque llevaba el vestuario de Babilon la recordé cómo estaba la última vez que la había visto. Llevaba zapatillas, unos levis y camisa de leñador, la ropa que solía usar. Sus numerosos brazaletes le cubrían la bronceada piel de los antebrazos, la imaginé como una activista y el título le calzó perfecto.

—¿Hace mucho que eres maga cuatro?

—No hace tanto —reconoció—. Cuando te conocí era de nivel tres. Los de nivel uno son los alquimistas, conocen las propiedades de ciertos químicos y con estos pueden crear compuestos que los fantasiosos llamarían «pociones» —recalcó las comillas con sus dedos—, luego los de nivel dos pueden manipular los elementos o invocarlos aunque eso te consume demasiada energía y no te sirve de mucho. Te hace quedar vulnerable. Los magos tres, así se los llama, pueden proferir hechizos y conjuros. No todos los hechizos y conjuros son iguales, hay algunos que te quitan el aliento o te dejan inconsciente al efectuarlo y otros que los puedes hacer todos los días y que podría hacerlo cualquier trotamundos que sólo imité la postura, entonación o conozca las palabras.

—Entonces hay hechizos...

—Ejercicios o formulas —corrigió Petra.

—...que puedo hacer sin tener que escalar todos los niveles.

—Así es.

—Suena alucinante —dije.

—Lo es —declaró Petra con aire orgulloso pero su expresión se suavizo por una inquietud que rondaba en el interior de su cabeza—. Aunque el cuarto no es el último nivel, la magia blanca es fuerte pero no lo suficiente. Los magos son unos pesimistas, ellos dicen que la oscuridad es más potente que la luz y creo... creo que podrían estar en lo cierto. No quiero ser una bruja de artes ocultistas, ellos practican rituales con personas o realizan hechizos perversos como sacarle la energía, la fuerza a un cuerpo y adueñársela ellos mismos. Incluso hay magos que van más allá de los niveles establecidos pero al hacerlo dejan de ser ellos, la magia los consume y los convierte en horrendas criaturas. El nivel cinco es... inestable. Puedes perder el control rápidamente. Yo jamás haría eso, sé la teoría pero no la practiqué y no pienso practicarla —guardó silencio unos segundos y añadió—. Creo que Izaro comenzó a entrenar para superar su nivel. Si asciende de nivel y vuelve a atacarnos yo no podré ganarle, Jonás.

—Al demonio con Izaro y su magia —dije.

Ella esbozó una sonrisa.

—Sí, al demonio.

—¿Pero no puedes practicar algunos hechizos sin meter la parte perversa de torturar personas, devastar la naturaleza o invocar espíritus? —preguntó Dante volviéndose hacia ella.

Petra negó con la cabeza y pateó con desgana una roca del suelo que botó hacia delante elevando una estela de polvo.

—No, es casi imposible.

—De todos modos eres alucinante —la elogié levantando la voz para que el resto me apoyara.

Un coro de afirmaciones siguió mis palabras y Sobe se encogió de hombros mascullando que sería un honor perder contra Izaro con ella.     

 El sol estaba cayendo cuando comenzamos a notar los primeros indicios de civilización. Sobe se detuvo a crear un par de antorchas. Seleccionó un tronco ligero y alargado y anudó en el extremo una de mis camisas empapadas de combustible. Petra chasqueó los dedos y de ellos brotaron chispas rojizas como si hubiera frotado dos rocas. Las llamas flamearon rápidamente consumiendo con deleite el combustible. Por mi parte saqué una linterna de la mochila.

Desvíe el haz de luz hacia delante y vi una figura que desprendía un hedor dulzón y rancio. Era una carreta olvidada cargando fruta podrida, cubierta de una ligera capa de hongos. A medida que avanzábamos, comenzaron a brotar carruajes volcados, baúles abandonados a medio camino o armas desamparadas en mitad del suelo, cubiertas de sangre. Todo se veía como si nos acercáramos a un pueblo que abandonaron a las apuradas.

Estaba tan desordenado como en mi habitación, me pregunté que había sucedido con las madres de esas personas para que no les mandaran a poner todo en orden.

Atravesamos una parte del sendero que estaba sembrada de bultos revestidos de helechos. No nos detuvimos a examinar los bultos, sólo nos limitamos a apartar la luz. Sobe cargaba una antorcha y Dante otra aunque actuaba como si llevara su sentencia de muerte porque temblaba, la apartaba lo más que podía del cuerpo y observaba receloso el fuego con tanta frecuencia que sus ojos habían comenzado a lagrimear.

De repente nos encontramos caminando sobre un suelo de lajas. El granito estaba rajado por el tiempo, repleto de maleza y tierra. La calzada por la que caminábamos se abrió a una amplia plaza, rodeada de casas que se encontraban casi ocultas debajo de los árboles, el moho o las plantas. Sólo podía verse una vaga idea de su antigua estructura. Sus paredes de mampostería estaban cuarteadas por la humedad. En medio de la plaza una fuente repleta de verdín se encontraba debajo de un conjunto de enredaderas que se tejían de una casa a otra. Nuestros pasos resonaron por todo el pueblo fantasma como alarmas. El eco de nuestras voces le daba un aspecto irreal a lo que sucedía.

—Todo esto está abandonado —advertí.

Sobe se volteó con una sonrisa torcida y burlona en el rostro. Estaba a punto de encomiar lo audaz de mi observación cuando chocó con una persona.

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