Entre la vida y La muerte
El sonido de las hélices, disparos y explosiones hacían de aquel cielo una orquesta de muerte y desesperación. Sostenía con fuerza la palanca de mi avión, intentando mantenerlo firme. Tenía que ser preciso, aquellas balas debían dar en mi objetivo.
Un avión alemán se encontraba frente a mí, intentando desesperadamente escapar. El humo salía de su costado por el daño recibido, y sus maniobras inútiles para perderme solo hacían que apuntar fuera más complicado.
La desesperación por no ser alcanzado lo llevó a ganar altitud, y yo, como un cazador tras su presa, tiré de la palanca hacia atrás, siguiéndolo mientras ascendíamos sobre ese mar de nubes. El indicador de altitud subió de golpe; el cielo estaba despejado, con el gran sol en el horizonte y el enemigo frente a mi mira.
Cansado de este juego del gato y el ratón, estabilicé mi vuelo y accioné el mecanismo. Las balas, como estelas amarillas impacientes, impactaron, causando chispas y chirridos al destrozar el metal.
Sus maniobras para escapar fueron inútiles; en cuestión de segundos, el humo se transformó en fuego. Sus alas se destrozaron con un chirrido metálico, y los cristales de la cabina estallaron, dejando salir un mar de llamas.
Si el bastardo no murió por los disparos, el fuego sería el responsable. Perdió altitud, cayendo y cruzando el mar de nubes, dejando solo una columna de humo negro que dejé atrás en unos instantes.
Suspiré, mi agarre sobre la palanca dejó de ser tan tenso, y permití que mi cuerpo se relajara en el asiento de cuero. Por unos instantes, perdí la noción del tiempo, solo mirando aquel horizonte, el sol descendiendo sobre ese mar de nubes teñidas de naranja.
Sentí mi cabeza retumbar, seguida de un dolor. Eran cada vez más frecuentes; después de todo, he pasado más tiempo en este asiento que en una cama. La falta de aviadores había hecho que el trabajo fuera más difícil y pesado.
El mando apenas nos daba tiempo para descansar. Terminábamos una misión, repostábamos combustible y regresábamos al vuelo. Después de todo, esto era una guerra; nuestro trabajo era necesario. Un bombardeo por aquí, apoyo aéreo por allá o una batalla contra los alemanes: el pan de cada día.
¿Cuánto tiempo llevo despierto? No lo sé; puedo contar las horas de sueño que he tenido con una mano, y aún me sobran dedos.
Mis ojos ardían con cada parpadeo. Los froté, intentando aliviar un poco el cansancio. Moví la palanca. Tenía que regresar a la base; tal vez esta vez me dejarían dormir, un deseo que realmente anhelaba.
El sonido de la turbina y de la hélice girando a gran velocidad me mantenía concentrado.
Fue cuando otro dolor de cabeza comenzó, este más fuerte que los demás; apenas podía mantener los ojos abiertos. Llevé mi mano hacia mi cabeza, intentando aliviar, aunque sea un poco, el dolor.
Entonces sentí mi nariz calentándose y goteando. Llevé mi mano a mi rostro, y mi labio superior estaba húmedo. Retiré la mano y miré mi palma; mi guante estaba manchado de rojo.
"Mierda", murmuré. Esto ya era un problema; no quería entrar en pánico, pero el dolor continuaba, y ahora una hemorragia nasal no era buena señal. Comencé a sentirme mareado; mi visión se nublaba, y mis párpados pesaban.
Tiré mi cabeza hacia atrás. Sentía la sangre descender por mi mandíbula hasta el cuello. Era asqueroso, pero no podía hacer nada. Mis párpados se cerraban, y cada vez era más difícil abrirlos. Y entonces, solo cedí.
Dejó de importarme lo demás: el rumbo, la misión, la altitud. Era obvio que si quedaba inconsciente, el avión caería, pero solo pensaba en dormir, incluso si significaba morir. Dejé salir un bostezo y cerré los ojos.
Todo se volvió oscuro. El sonido del motor del avión se apagaba poco a poco. Mi cuerpo se sentía pesado, cada parpadeo me arrastraba más hacia el sueño, y aunque quería mantener los ojos abiertos, no tenía fuerzas para luchar.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero desperté de golpe por un estruendo que me hizo saltar en mi asiento. Miré a mi alrededor, todavía aturdido. La alarma del avión sonaba insistentemente, aunque no por falta de altitud ni porque estuviera cayendo; era la turbulencia. Las corrientes de aire sacudían el avión y los cristales vibraban como si fueran a romperse en cualquier momento.
Lo noté entonces. Aquel cielo despejado y sereno se había oscurecido; nubes negras me rodeaban. Apenas pude reaccionar cuando un rayo iluminó todo a mi alrededor, acompañado de otro estruendo. Esto solo podía ser una tormenta. Tomé la palanca y traté de vislumbrar un final a esas nubes, pero era imposible: la oscuridad era infinita. Al principio, solo escuchaba el sonido ligero de las gotas de agua golpeando el cristal, pero pronto, el tic-tic se convirtió en un torrente que ahogó el sonido de la alarma.
Las manos me temblaban al intentar mantener la palanca firme. El viento me empujaba, ladeando el avión y haciéndolo perder el rumbo. “¿Cómo es posible?”, pensé. ¿Cómo apareció una tormenta eléctrica de la nada? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? Pero no había tiempo para preguntas.
Decidí descender, con la esperanza de salir del ojo de la tormenta. Bajé la palanca, inclinando la nariz del avión, pero aún no veía el suelo ni el final de esas nubes. Miré el altímetro; la aguja bajaba rápidamente, pero seguía atrapado en esa oscuridad interminable.
De repente, una sacudida brutal me hizo soltar la palanca. Las alarmas se apagaron, solo para encenderse de nuevo y sonar aún más fuerte. Volví a aferrarme a los controles, desesperado, pero no respondían. Entonces lo vi: la cola del avión echaba humo y estaba destrozada. Un rayo… Un jodido rayo había golpeado la cola y descontrolado todo.
Quizás por miedo, quizás por desesperación, moví la palanca a un lado y a otro, queriendo que respondiera, que me elevara… pero el avión solo se inclinaba más. La caída era inevitable. El pitido de las alarmas, el estruendo de la lluvia y de los rayos, todo se desvaneció en un instante, como un silencio absurdo. Solo veía las gotas de agua deslizarse lentamente por el cristal, el altímetro cayendo cada vez más, las agujas de los indicadores oscilando sin sentido.
Entonces miré al frente y vi cómo emergía de las nubes. Había salido de la tormenta, pero solo para ver el suelo acercarse. A lo lejos, los campos, árboles, pequeñas granjas. Era una vista irónica, casi pacífica. Dejé escapar un suspiro, resignado. Esto era todo.
Deslicé mis manos por la palanca y tiré de ella hacia atrás, aferrándome a una última esperanza. Quería escuchar el motor rugir, quería que el avión ascendiera… aunque no fue así. Lo único que conseguí fue estabilizar la caída. Al menos no impactaría de lleno.
Conseguí sacar el tren de aterrizaje, lo cual ayudaría a reducir el impacto. Me preparé para lo inevitable. El golpe fue brutal, el avión sacudido con violencia, la tierra destrozándose bajo el peso. El tren de aterrizaje se rompió al instante, fragmentos de cristal volaron dentro de la cabina. Una de las alas fue arrancada al chocar contra una gran roca.
Apreté los dientes, las manos pegadas a la palanca. Fragmentos de cristal caían sobre mi rostro. Si no fuera por las gafas, habría perdido un ojo… o los dos. Finalmente, el avión se detuvo al chocar de lleno contra un árbol. Casi salgo disparado del asiento, el cinturón de seguridad era lo único que me mantenía en su lugar. Sentí el dolor en cada parte de mi cuerpo. Exhausto, dejé que mis ojos se cerraran, cayendo otra vez en la inconsciencia.
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