VII. Devorar a tres mitades
Estoy seguro de que tanto al príncipe como a mí se nos detuvo el corazón un instante.
Corrimos hacia el origen del ruido sin intercambiar palabra, hasta que encontramos a Tara sosteniéndose con toda su fuerza al marco del enorme ventanal que llevaba hacia las escaleras de ese lado del jardín. El cristal se había roto, y Tara habría caído hacia el piso de abajo de no ser porque se había sujetado a tiempo.
El príncipe rodeó a Tara con los brazos y la ayudó a recuperar el equilibrio. Ella se aferró a él, mas no se soltó del marco por completo. Su mano izquierda seguía sujeta a una esquina, desde la cual escurría un poco de sangre. El cristal que no cayó de la ventana la había herido cuando se sujetó para evitar caer.
Rocé la mano de Tara para llamar su atención, ella se relajó y me permitió alejar su mano, temblorosa, de la ventana. Revisé que ningún cristal se hubiese quedado incrustado en su piel antes de cubrirla con el pañuelo del duque.
Antes de que pudiéramos llevar a Tara dentro del palacio para tratar su herida, Zaluz llegó al final de las escaleras y se paró junto a nosotros, acompañado de otra guardia.
—Alteza, joven Deian —pronunció él, saludando rápidamente con el puño derecho cerca del corazón—. ¿Se encuentran bien?
—Nosotros, sí —respondió el príncipe, abrazando a Tara nuevamente.
Zaluz posó su mano en el hombro de mi amiga. Luego, revisó el ventanal roto. Había trozos de cristal con líneas de rotura, pero que no habían caído, como si la fuerza no hubiese sido suficiente para separarlos.
—La ventana estaba rota —dijo Tara en voz baja—. No pude ver el daño en la oscuridad, se vino abajo cuando me recargué en ella.
Zaluz le dio una orden a la guardia que iba con él, quien volvió a bajar las escaleras. Empezamos a caminar hacia dentro del palacio.
—Es muy extraño que alguien hubiese sabido exactamente cuál ventana romper para que cayera una persona mientras seguía la fiesta dentro del palacio —comenté en voz baja mientras subíamos a la habitación del príncipe.
Zaluz concordó conmigo.
—Solo era necesario tener la seguridad de que alguien estaría cerca de esa ventana —dijo el príncipe, todavía sosteniendo a mi amiga cerca de él—. Tara y yo nos reunimos en aquel lugar siempre que ella viene a visitarme. Hoy nos veríamos ahí después de que hablara contigo.
—Entonces el daño estaba dirigido a cualquiera de ustedes —confirmé.
—Y quien se encargó de hacerlo está aquí, o lo estuvo a partir de que se hizo de noche—concluyó Zaluz—. Ya alerté a toda la guardia, pero es muy posible que no encontremos nada que pueda ayudarnos a identificar al culpable. Estaremos al tanto, Alteza.
Zaluz se despidió cuando llegamos a la habitación del príncipe. Ahí, me dediqué a limpiar y curar la herida de Tara. El príncipe salió a hablar con los guardias que vigilaban el pasillo.
—¿Te referías a esto cuando dijiste que te agradecería por ayudarme con el profesor Guzmán? —comenté cuando terminé de vendar la mano de mi amiga.
—Obviamente no —respondió con una sonrisa.
—¿Qué le hiciste para que saliera del laboratorio con tanta urgencia?
—Nada, solo entré a su casa y revolví sus cosas.
—¡¿Entraste a su casa?! ¡Podrían haberte visto!
—Esa era la intención. Al parecer, Guzmán tiene problemillas con algunos investigadores y es muy celoso con sus trabajos. La directora me dijo en dónde guardaba sus papeles más importantes, así que solo entré a poner su casa patas arriba y luego removí los papeles importantes, para que no deseara volver ese día a la escuela por la pura impresión.
—Supongo que la noticia de que habían irrumpido en su casa voló con el viento.
—No más rápido que yo.
El príncipe volvió con nosotros para agradecerme por cuidar de Tara y me pidió que regresara a la fiesta. Yo ya no deseaba entrar de nuevo al salón de baile, pero tuve que hacerle caso.
Apenas crucé la puerta, un joven me tomó del brazo y me pidió que bailara con él. La borrachera que llevaba encima lo hacía tambalearse, pero eso no impidió que intentara llevarme al centro del salón y tomar mi mano.
—Cariño, ni siquiera tenemos la música apropiada —protesté, volviendo al papel del duque. Él volvió a rogarme.
—Hay dinero en juego, Deian —confesó, aferrándose a mi brazo—. Aposté con alguien a que te lograría sacar a bailar esta noche.
Usé toda mi fuerza para hacer que el muchacho se mantuviera en pie y lo miré a los ojos. No sabía quién era, pero posiblemente pertenecía a aquella mitad a la que el duque detestaba.
—Pues perderás ese dinero, por estúpido. Yo elijo con quién bailar, y no estás en la lista —zanjé, con una ligera caricia en la mejilla del joven. Mi mano cosquilleó después de eso como si corrieran por ella una docena de arañas.
Al alejarme, empero, otro hombre puso su mano sobre mi hombro e intentó adueñarse de mi espacio.
—¿Por qué tan solo, Deian? —preguntó, causándome escalofríos—. Ya te hacía jugando a las cartas o bebiendo algo.
—A eso iba, hasta que te acercaste.
El desconocido me ofreció su brazo.
—Entonces déjame llevarte al otro salón, para que te relajes. ¿Estás enojado conmigo?
Tuve que tomar su brazo, pero intenté eludir su conversación mientras caminábamos a la sala contigua. Nunca imaginé que, en ese momento, ver a Atel cerca me haría sentir tanto alivio. Prefería mil veces estar con él que con el otro hombre; me devoraba con la mirada. Fijé mis ojos en Atel hasta que me vio, pero no hizo ademán de moverse.
Al fondo de la sala se encontraba un grupo de personas terminando un juego de cartas. Gritaban juntos y tomaban del centro de la mesa monedas, joyas y papeles, que ondeaban frente al rostro de los perdedores. El hombre que me había llevado al salón se paró junto a mí, rodeándome con un brazo, hasta que una chica que estaba jugando nos reconoció.
—¡Deian, por fin! —exclamó—. Ven a jugar, te hacemos un espacio en la siguiente ronda.
Se me heló la sangre. ¡Yo no sabía jugar a las cartas!
—Esta vez solo quiero verlos —respondí.
—Vamos, Deian, se está poniendo aburrido sin ti —dijo alguien más, en tono de súplica—. Necesitamos al mejor jugador de Ultramar en nuestra mesa.
Zaluz había olvidado ese detalle cuando me enseñó a ser el duque de Oriza. Así como todo lo importante para esa fiesta.
—Mejor otro día, hoy mi suerte está de la chingada —sostuve. Además, eso no era mentira—. Voy a valer verga y no quiero decepcionarlos.
Todos los jugadores empezaron a gritar el nombre del duque, como si con eso pudieran convencerme. Incluso el hombre que estaba junto a mí insistió en que me uniera al juego, diciendo que él sería mi amuleto de la suerte. Me sentí peor.
En ese momento, sentí un peso sobre mi hombro y escuché la voz de Atel detrás de mí.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Estos pendejos quieren que me una al juego de cartas, pero ya les dije que no —respondí con indiferencia.
—¡Deian, por favor! —continuó la primera chica que me había hablado—. Es más, para que veas que va en serio, voy a poner al centro una invitación para el concierto exclusivo de la semana que viene. Siempre persigues las obras de Amaro Rosas, no te puedes perder esta oportunidad.
Todos los otros jugadores empezaron a colocar sus apuestas al centro. Había dinero, tabaco, dos tablillas de chocolate y un prendedor de oro con la forma de un planeta, de cuyos anillos colgaban pequeñas y delicadas estrellas de piedras preciosas. Alcides habría enloquecido al ver esa joya.
—Por más que lo intenten, creo que no lo van a convencer —dijo Atel cuando todo estuvo sobre la mesa—, pero yo sí quiero jugar, si me lo permiten.
Se sentó en el lugar que estaba reservado para mí y colocó la cadena de su reloj al centro de la mesa. Los demás sonrieron, intrigados por el cambio.
—Jugaré por ti —me dijo en voz baja—. Me gustaría ir contigo a ese concierto.
Atel levantó sus cartas; reinó el silencio. Intenté seguir el sentido del juego por un momento, pero no lograba entender cómo funcionaba. Entonces, volteé hacia la puerta que llevaba al salón de baile; eran más de las once, pues pude ver a unos pasos del umbral la figura inconfundible de Arven.
Su brazo estaba entrelazado con el de Zaluz, quien no paraba de sonreírle. Había tomado un mazapán de la mesa de bocadillos, y llevó un trozo a la boca de Arven con sumo cuidado. Ambos rieron, hasta que Zaluz hizo ademán de llevarlo a bailar al centro del salón; Arven negó con la cabeza, pero Zaluz tomó su fuerte brazo con ambas manos y lo intentó arrastrar, de manera juguetona; al ver que no surtía efecto, se paró detrás de él y lo empujó por la espalda. Arven se cruzó de brazos, sólido, retando al otro guardia con la mirada. Cuando Zaluz se dio cuenta de que sus intentos serían en vano, dejó a su amigo en paz y pasó la mirada a su alrededor.
Entonces, me vio, atrapado entre los brazos del desconocido que se empeñaba en invadir mi espacio. Zaluz se asustó, y me hizo una seña desesperada para que me separara del hombre. Me escapé de su abrazo con facilidad (y con alivio), para sentarme sobre el brazo del sillón en el que estaba Atel.
Los gritos que escuché después me devolvieron al juego de cartas. Alguien había hecho un movimiento, al parecer, excelente, y todo el mundo reía, sin esperar nada mejor. Repasé las cartas que descansaban sobre la mesa, todavía sin entender, sin embargo, vi por el rabillo del ojo que Atel sonreía, así que hice lo mismo.
Él tomó una carta del centro, bajó las que tenía en la mano y le dejó una a alguien más, haciéndole gritar un improperio larguísimo al ver arruinado su juego. Todos volvieron a gritar, pero yo me reí junto con Atel mientras él tomaba, una por una, las cosas que había en el centro de la mesa. Primero me dio la invitación para el concierto, después, una tablilla de chocolate, mientras contaba el dinero; en lugar de aceptarlo, tomé de su mano el prendedor de oro y estrellas. El juego siguió otro par de rondas, aunque las apuestas no siguieron; Atel arrasó en ambas.
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✵1753 palabras.
✵N. A.: En defensa de Ehrel, yo también soy pésima con todos los juegos de mesa que no son Scrabble.
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