VI. Una estrella de obsidiana
https://youtu.be/LAVvBF7m260
·⊱✵⊰·
La misma noche en que celebramos, antes de dormir, Zaluz comenzó a hacerme preguntas sobre el duque. Decía que era como estudiar para un examen. Práctico, como aquel examen de química con el que empezó todo.
—¿Por qué eres amigo de Dasylirion? —preguntó, caminando de un lado a otro de mi habitación. Yo estaba sentado sobre la cama, con un par de cobijas encima.
—Porque tiene muy buen gusto y un vergo de dinero.
—¿Pastel de chocolate o de vainilla?
—De chocolate, pero la crema no me gusta.
—¿Qué le regalarás al príncipe por su cumpleaños?
—¡Es obvio! Una nueva cadena para sus anteojos, como cada año. Y, ahora que me acuerdo, también le maman los dulces de amaranto. Manda a comprar algunos, para llevarle algo más.
—Tara seguramente le va a regalar una caja llena.
Sonreí antes de contestar
—Pues que se joda —contuve una carcajada—. Ella será su novia, pero yo soy su primo, seguro que se comerá primero los dulces que yo le dé.
Zaluz se echó a reír.
—Creo que sobrevivirás al baile de mañana —concluyó—. Desde la primera vez que te mostré el árbol de la familia Salvinia supe que aprenderías muy rápido a ser la Estrella de Jade... Por cierto, ¿debería preocuparme por lo que dijiste aquella vez?
—¿Qué cosa?
—No finjas que no lo sabes. Yo dije que Atel Salvinia enamoraba y tú respondiste...
—¡Ya! Ya me acordé, no sigas.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¡Ehrel!
Mordí mi labio inferior para no reírme.
—Digamos que me consta que es fácil enamorarse de Atel Salvinia porque tuve la oportunidad de conocerlo.
—¿Hace poco?
Suspiré.
—Se fue de viaje tras la muerte de su madre, ¿o no? Pues sé de buena fuente que permaneció varios meses en un pueblo porque se enamoró de alguien... Y que esa persona lo dejó porque había conseguido un lugar en la academia de Oriza, sin saber que al terminar sus estudios tendría que hacerse pasar por la Estrella de Jade.
Zaluz me miró, incrédulo.
—¿La Estrella de Obsidiana y tú fueron pareja?
—¿Qué harás si digo que sí?
Una sonrisa intentó abrirse paso en la mueca de preocupación de mi amigo, pero, en lugar de eso, palideció. Por milagro, logró pararse frente a la cama, sujetando su cabello desesperadamente.
—Pero... ¿Cómo...? No hay manera de que alguien como tú pudiese haber tenido la oportunidad de conocer a Atel Salvinia. Tú sabes de matemáticas, Ehrel, las probabilidades deberían ser nulas, ¿o no?
—En realidad...
—Además, si Atel Salvinia salió contigo, significa que fue pareja de alguien que se parecía a su primo. ¡No tiene sentido! —Pasó ambas manos por su rostro, como si así pudiera borrar de su cabeza imágenes de lo que acababa de decir—. ¿Por qué se enredan así las cosas? Es como si todo hubiese sido calculado por, no sé, Gaia. ¡Es increíble!
Sonreí. Zaluz repetía lo que había escuchado decir a Alcides tiempo atrás.
—Algo tenía que salir mal —continuó.
—Creí que preguntarías si Atel besaba bien —intervine, provocándolo. Jamás había visto a Zaluz perder así la compostura, y sabía que no iba a volver a suceder.
—¡No! ¿Crees que pueda reconocerte?
—Haré lo posible por que no lo haga. Será sencillo, mientras no vea la marca de nacimiento que tengo en la cintura.
—¿Y por qué Atel Salvinia reconocería esa marca?
Me encogí de hombros. Zaluz respiró hondo.
—Cielos. ¿De verdad crees poder encargarte de la Estrella de Obsidiana?
—Lo tendré bajo control, no te preocupes.
Él volvió a suspirar.
—Entonces ahora será mejor que duermas. Mañana es un día importante. Si salimos vivos de ese baile, tendrás que contarme tu historia con Atel Salvinia.
—Trato hecho.
Zaluz dio media vuelta y caminó hacia la puerta. Antes de abrirla por completo, volvió a mirarme.
—Lo olvidaba. Deseo pedirte... pedirle algo, joven Deian. Como un sirviente suyo.
—¿De qué se trata?
—Mañana, durante el baile, algunos guardias estaremos en servicio. ¿Existe la posibilidad de que yo tome el turno que termina a las once de la noche? Vigna va a sustituirme.
—Como amigos, Zaluz, me gustaría saber por qué.
Zaluz titubeó.
—Porque... —Tomó aire—. Porque el turno de Arven también termina a las once. Me dijo que Doña Calista tomaría su lugar.
Sonreí.
—¿Así que quieres una noche libre con Arven?
—¡No! No, solo... Solo que él no se integra en las fiestas si yo no lo animo a hacerlo, y creo que se ha esforzado mucho esta semana y merece despejarse un poco y...
—Entiendo —interrumpí—. Tienes mi permiso, Zaluz.
Por un instante, su mirada me recordó a la manera en que los ojos de Alcides se iluminaban al hablar de las estrellas. Antes de salir de la habitación, Zaluz se deshizo en agradecimientos. Cuando me dejó solo y apagué las luces, empero, descubrí que me costaría trabajo conciliar el sueño. Me pasaba siempre que las emociones me desbordaban y, aunque las noches que había pasado en vela estudiando me habían acostumbrado a dormir poco, sabía que a la mañana siguiente necesitaría una buena dosis de café.
⊱◦⊰
No debí haber vuelto la mirada hacia el espejo del vestíbulo antes de salir de la casa del duque.
Al hacerlo, mis ojos tropezaron con la figura de un noble, ataviado en un traje blanco como las flores de Echinopsis y decorado con hilos de oro; en su pecho, cerca del corazón, lucía un prendedor de jade, y sus ojos, apagados, estaban atrapados detrás de dos cristales sostenidos por una montura de oro. Aquel hombre me miraba, nervioso, y se alejó de mí imitando mis movimientos e intentando aparentar la gracia de alguien que había nacido entre paredes con costosos tapices. A pesar de su gallardía, eché de menos la libertad que su figura había tenido antes de convertirse en la Estrella de Jade. Ehrel Naranjo no estaba en ese reflejo, pero Deian Salvinia, posiblemente, tampoco.
Corrí hacia el transporte que me esperaba fuera de la casa, ignorando la mano que Zaluz me extendió para ayudarme a subir.
Llegamos a la estación de Oriza justo a tiempo para tomar el tren que nos llevaría a Senna. Jamás había viajado en un vagón privado, y mucho menos con las atenciones que recibí durante el camino, sin embargo, algo aún más asombroso ocupó mi mente todo ese tiempo: la vista desde aquel vagón era magnífica. El tren pasaba por en medio del bosque que separaba a Senna de Oriza, atravesando una montaña poblada de coníferas y perforada por un túnel que desembocaba en lo alto de una barranca majestuosa, desde donde se podía ver la capital de Carya, a lo lejos. En aquel vacío hacía eco la marcha feroz de la locomotora, y se veían fantasmas de niebla que comenzaron a bajar poco antes del atardecer. Las aves, con más valentía que el tren, desafiaban la altura y sobrevolaban los árboles inmensos, saliendo en bandadas hacia la espesura que les aguardaba al fondo del abismo. No las seguí más allá de lo que pude ver a cierta distancia de la ventana, por temor a caer junto con ellas. Yo no tenía alas.
Zaluz, al verme tan maravillado, ni siquiera me llamó de vuelta a la tierra para cenar. En lugar de eso, se encargó de acercar a mis labios la comida como lo habría hecho con un niño. Al terminar, incluso se encargó de limpiarme.
Volvimos a transbordar, caída la noche, al carruaje que nos subiría hasta el palacio de Senna, situado en una baja colina. Zaluz cerró las cortinas del coche, impidiéndome ver las calles de la capital; era mi primera vez en esa ciudad, y no pude hacer más que desear que hubiese sido por visitar la Universidad de Carya y no la morada del príncipe.
En el camino, Zaluz tomó mis manos y respiró junto conmigo, intentando calmar los nervios. Yo no podía parar de morder mi labio inferior, con la cabeza en todas partes y en ninguna, a la vez.
—Nunca pensé que sentiría tanta aprensión en este momento —confesó—. Se supone que el joven Deian debería haberte despedido hoy en la casa con algún comentario inapropiado y deseándote suerte. —Suspiró—. En esa fiesta va a haber muchísimas personas, no podría haberte hablado de todas ellas en una semana. Tara estará cerca, puedes preguntarle a ella cualquier cosa; el príncipe seguramente también va a ayudarte, así que no temas a quienes se acerquen a ti. Simplemente no olvides ser carismático, mal hablado y atrevido, como el joven Deian. Estaré vigilándote desde lejos. Mientras tanto, necesitarás algunas cosas para cuidar de ti y de las Estrellas Salvinia.
Zaluz sacó de su bolsillo una pistola y la colocó dentro de mi chaqueta, procurando que su silueta fuese invisible. Después, ayudó a colocarme la espada a un costado.
—Luces encantador —comentó, observándome detenidamente.
En ese momento, el carruaje se detuvo. Zaluz me alargó su pañuelo al notar que salía un poco de sangre de mi labio, esperó a que terminara de limpiarme y abrió la puerta. Bajó primero, extendiendo su mano hacia mí. Entonces, salí del carruaje y levanté la mirada. Frente a mí se erguía el palacio de Senna, en todo su esplendor, iluminado por dentro y por fuera como si fuera una morada divina. Me vi obligado a disimular mi asombro pero, mientras Zaluz y yo subíamos las escaleras, acercándonos cada vez más a la música que resonaba por los pasillos, logré admirar los ornamentos de las paredes y el techo, los retratos, los finos muebles y los impresionantes candelabros que daban luz al lugar con el brillo de mil diamantes.
En el salón de baile el jolgorio era tal, que nadie escuchó el anuncio de la llegada de Deian Salvinia. Zaluz se despidió de mí apretando mi brazo y, después de que los sirvientes del palacio recogieran mi abrigo y el regalo para el príncipe, atravesé el salón aparentando confianza.
Tara me encontró a medio camino. Me recibió con una ligera reverencia y me llevó con el príncipe.
Su figura morena coronaba el fondo del salón: vestía un traje similar al mío, pero decorado con hilos de plata, un prendedor blanco pendía cerca de su corazón, en honor a su título de Estrella de Ónix, y su cuerpo se movía ligeramente al compás de la música. Sonrió al verme llegar junto con mi amiga e inclinarme respetuosamente, en forma de saludo.
—¡Tarde, como siempre! —comentó el príncipe—. Mi madre te habría regañado desde que entraste al salón.
Se acercó a mí para darme un abrazo. Después, me sujetó de los hombros y habló en voz baja.
—Tengo que hablar contigo dentro de un rato, Ehrel. Mil gracias por ayudarnos con todo esto, y perdón por lo de la fiesta. Sé que es un riesgo innecesario, pero no sabes cómo es la gente, habría sido incluso más peligroso no organizar nada.
—Lysil —intervino Tara, colocando su mano sobre el hombro del príncipe. Cuando él se volvió, su semblante cambió por completo.
—¡Irid, Atel! —exclamó, para alguien detrás de mí—. ¡Miren, ya llegó Deian!
Di media vuelta justo a tiempo para saludar a Irid Salvinia, la primera Estrella de Obsidiana. Ella era, sin duda, la persona mejor vestida del palacio esa noche: complementaba su vestido vaporoso, de color rosa pálido, con espléndidas joyas y un abanico precioso, que manejaba como si fuese parte de ella. Me respondió con un beso en la mejilla antes de preguntarme, por cortesía, cómo me encontraba. Al poco tiempo, se apartó, dirigiéndose hacia Tara con una sonrisa.
Entonces, detrás de ella apareció Atel Salvinia.
Llevaba un traje negro que remarcaba los bordes plateados del prendedor de obsidiana que lucía en el pecho y, a la vez, combinaba con su piel clara y sus ojos oscuros como la noche. Tal vez fue a causa de esa mirada que me quedé paralizado por un instante, sin embargo, no logré explicarme por qué él también se sorprendió al verme.
·⊱✵⊰·
✵1982 palabras.
✵N. A.: Por petición del príncipe Lendav, abro párrafo de apreciación a Zaluz.
Entiendo que Ehrel haya quedado anonadado al ver a Atel, pero, ¿por qué él también se habrá sorprendido?
P. D.: He aquí una imagen del Castillo de Chapultepec, inspiración para el palacio de Senna.
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