V. ¡A los muertos se les respeta!

—Si digo algo escandaloso, ¿me juzgarás? —preguntó Zaluz mientras se sentaba cerca de mí, en la habitación del duque de Oriza. Me había llevado el desayuno, y también había colocado sobre la cama un libro con fotografías de toda la familia real.

—¿Algo escandaloso acerca de qué?

—De la muerte.

—A la muerte se le debe guardar respeto, Zaluz —advertí—. Pero también hay que saber reírse de ella de vez en cuando. Dime.

Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.

—Es una fortuna que el joven Albiz haya perdido la vida hace poco —confesó—. He podido usar su muerte como excusa para el estado de ánimo del «joven Deian» el día de ayer, y el por qué creí mejor que hoy desayunara en su habitación. Les dije a todos los sirvientes que ayer la sacerdotisa había mencionado a Albiz mientras se recordaba a los muertos durante la ceremonia de saludo a Gaia, y que eso te había afectado mucho.

No pude evitar reírme.

—Gaia entenderá que es una situación desesperada —concluí. Me tomé un momento para probar el primer bocado del desayuno. Nuevamente, tenía un hambre atroz—. ¿Qué habrías hecho si yo no te hubiese dejado soltar tu escandaloso comentario?

—Lo habría reservado para Arven. —Sonrió—. Él me regaña por abrir tanto la boca, pero yo sé que piensa cosas peores que las que yo pueda decir. Vendrá hoy, después del mediodía. Quería que Tara estuviera aquí también, pero al parecer está ocupada.

—¿Lo hiciste venir? ¿Para qué?

—Si nos ayudarás a proteger al príncipe, tendrás que saber hacer más que bailar. Arven es el mejor tirador que conozco, aprenderás más sobre guardar la seguridad de la familia real con él que conmigo.

—Arven es tu ídolo, ¿verdad? ¿Desde cuándo se conocen, él y tú?

—Desde que éramos niños. Sus padres son los cocineros del príncipe, pero él eligió estudiar junto a los niños que tutoraba doña Calista. Fue el primero en hablarme cuando llegué al palacio de Senna.

—¿Llegaste al palacio con tu familia?

Zaluz calló unos instantes. Entrelazó sus dedos antes de responder.

—No, pero toda la gente de ahí es como mi familia ahora. Y hablando de familia, debes conocer a la tuya. —Abrió el libro con fotografías que había llevado y me mostró un árbol genealógico con pequeños retratos de algunos de los miembros de la dinastía Salvinia.

La familia real había sido elegida por Gaia; su derecho al trono era un regalo divino. Por ello, quizás, existía la idea de que el linaje debía mantener cierto grado de pureza. Por lo que podía ver, la mayor parte de la dinastía Salvinia había sido construida a partir de uniones entre familiares. No me sorprendía, pero tampoco podía evitar recordar las investigaciones de la profesora Arellano. Ella me había explicado que, cuando las plantas se reproducían cierta cantidad de veces con su propio polen, comenzaban a perder vitalidad y dejaban de crecer sanas. Posiblemente sucedía lo mismo con los humanos, y por eso la familia real estaba enfermando terriblemente. Si la reina y la hermana del príncipe habían fallecido recién debido a una enfermedad que prevalecía en la familia, quizás la solución era interrumpir su paso a las generaciones posteriores. Aunque, claro, aquello implicaba alterar la línea de sangre directa en la dinastía Salvinia.

¿Sería eso un comentario escandaloso para Zaluz?

Él había comenzado a hablar sin que yo me diera cuenta.

—...doña Calista es quien se sabe toda esa historia —concluyó. Yo no había escuchado ni una sola parte de su discurso.

—¿Qué integrantes de la familia tienen o tuvieron la misma enfermedad que mató a la reina? —pregunté, para evitar que Zaluz me interrogara sobre lo que acababa de decir.

—La hermana del príncipe también estaba enferma, al igual que su abuela, el joven Albiz, Irid Salvinia, su madre y todos los hermanos de la reina. Solamente el linaje de la Estrella de Ópalo se salvó de la enfermedad, pero toda esa rama de la familia está desaparecida. Es como si hubiera una maldición. Sorprendentemente, los varones son los menos afectados; tanto el príncipe como el joven Deian y Atel Salvinia se salvaron de ella.

Mi corazón se perdió de un latido. No podía haber una coincidencia más terrible.

—¿Atel Salvinia?

—La Estrella de Obsidiana. Es el hermano menor de Irid Salvinia, pero te dije que compartían título...

—¿Tienes una foto suya? —interrumpí.

—Creo que no. —Zaluz pasó las páginas del libro con más calma de la que podía soportar—. No era el primo favorito del joven Deian. Sus tierras están algo lejos de Senna y...

—¿Pero lo has visto? ¿Sabes cómo es? —volví a interrumpir.

—¿A qué se debe la urgencia?

—Solo responde.

—Cielos, sonaste igual al joven Deian. —Suspiró—. Vi a Atel Salvinia por última vez hace tres o cuatro años, cuando murió su madre. Se fue de viaje después de eso y apenas volverá para el baile de la próxima semana.

—¿Y? —pregunté, con el estómago revuelto.

—Es algo intenso, pero tiene finísimos modales, una voz deliciosa y es un caballero nato. —Zaluz saboreó sus palabras, prolongando mi agonía a propósito—. Hasta donde recuerdo, es bien parecido: alto, esbelto, de piel más clara que la del joven Deian o la del príncipe, rostro alargado y labios firmes. Lo besaría si no supiera que hay que tener cuidado con él. La estrella de Obsidiana no es de los que solo encantan con su persona, es de los que enamoran.

—Y que lo digas... —murmuré, con una sonrisa. El destino me estaba haciendo una pésima broma.

—¿Qué?

Enmudecí. Por fortuna, llamaron a la puerta antes de que confesara todo.

Arven había llegado. 

⊱◦⊰

A Zaluz se le iluminó la mirada apenas nos encontramos con Arven, en la parte trasera de la casa. Había un patio enorme, con espacio suficiente como para colocar un gran invernadero. Para mi mala suerte, en lugar de encontrar una jaula de cristal con brotes de cactus, me hallé frente a un monumento de persona, armada hasta los dientes, esperando mi llegada.

Arven se volvió hacia nosotros, su cabello rizado y largo moviéndose con él como las hojas de un árbol frondoso mecidas por el viento. Era un contraste abrumador: su cuerpo, esculpido en madera preciosa, fuerte, inamovible; su cabello, rebelde; su sonrisa, dulce y ligera. Me dirigió una reverencia.

—No te preocupes, Arven, estamos solos —aclaró Zaluz, orgulloso.

—¿Cómo vaciaste la casa?

—Adelanté el pago de la semana y los sirvientes más nuevos están haciendo compras. Tardarán horas. A otros les di el día libre; algunos estarán en el mercado, otros, en la biblioteca o en un templo, saludando a Gaia. Tenemos toda la casa para nosotros. El «joven Deian» seguro aprenderá mejor así.

Arven sonrió.

—Me siento como doña Calista en este momento —comentó—. Supongo que jamás has tomado un arma, ¿verdad, Ehrel?

—Siempre preferí los libros y las plantas.

—Entonces lamento que te veas obligado a aprender lo que voy a enseñarte; espero que, al menos, podamos compensarlo aprendiéndolo bien.

Arven pasó toda la mañana explicándome lo que debía saber, como duque de Oriza, acerca de armas. Me hizo tomar un par; explicó cómo se sujetaban, cuándo debía usarlas y, también, cómo apuntar y tirar. El sonido era terrible, y la situación no mejoró cuando puso una espada en mis manos.

Me reuní con Arven un par de veces más esa semana, ahora saliendo al bosque cercano a Oriza para que Zaluz no volviera a vaciar la casa. Tara también estuvo en dichas lecciones, apoyándome, aunque decía que no tenía mucho que enseñarme si Arven era mi maestro.

Pasé toda esa semana aprendiendo a ser Deian Salvinia. Bailaba con Zaluz todas las tardes, repasaba el árbol genealógico y los recuerdos del duque en mi tiempo libre, practicaba caligrafía por las noches. Aprendí a comer, a elegir, a pensar y a comportarme como él, aunque hablar me fue un poco más complicado. Fingía tener cosas que hacer cuando los sirvientes me dirigían la palabra, y tratarlos con la exigencia que la familia real solía poner sobre ellos también constituyó una carga pesada en mi consciencia. Zaluz decía que no me preocupara, pero eliminar la palabra «gracias» de mi vocabulario no fue fácil.

Un día antes de la fiesta de cumpleaños del príncipe, Tara, Arven y Zaluz celebraron el éxito que parecía haber tenido mi formación como Deian Salvinia. Decían que, indudablemente, mi trabajo ayudaría a ganar muchísimo tiempo en la búsqueda del asesino de la familia real.

—¡Por el duque de Oriza! —clamó Zaluz, orgulloso, levantando una copa de vino rosado.

Arven lo fulminó con la mirada.

—Zaluz, a los muertos se les respeta. Y más, si son de la familia real.

El guardia del príncipe comenzó a darle a Zaluz un sermón que sonaba serio solo a medias. Como no quise quedarme con la copa en las manos, hice mi propio brindis en voz baja, para que solo Tara pudiera escucharme.

—¡Y por la endogamia de su familia! —dije. Tara se rio junto conmigo. 

·⊱✵⊰·

✵1497 palabras.

✵N. A.: Me imagino a Zaluz entrenando a Ehrel tipo:

https://youtu.be/AilXHCAfKfs

✵Ya que estamos, aprovecho para hablar un poco acerca del asunto de las uniones entre familiares de la dinastía Salvinia. Se viene un texto largo.

La palabra consanguinidad, del vocablo latino "consanguinitas", hace referencia al vínculo de sangre entre individuos derivado de la existencia de un antepasado común, perteneciendo dichos individuos a un mismo tronco familiar. Cuando dos personas emparentadas tienen descendencia, siendo que el grado de consanguinidad es alto, suelen producirse efectos negativos sobre la supervivencia o la reproducción de los individuos resultantes de dichas uniones, especialmente cuando estas ocurren por varias generaciones.

No hablaremos sobre el aspecto social de la consanguinidad. Sin embargo, es común considerar que los hijos de parejas emparentadas son más propensos a padecer enfermedades hereditarias, cosa que ha sido corroborada en algunos casos por investigaciones genéticas realizadas en las últimas décadas.

Los humanos poseemos un par de versiones de cada gen, las cuales pueden ser iguales o diferentes (por ejemplo, el gen para el color de una flor puede tener dos versiones: blanco y violeta, y una planta puede tener una copia de cada versión o dos iguales). Cuando dos personas producen descendencia, esta recibe un gen de cada uno de sus progenitores para poder completar su par. Cuando los genes de los padres son distintos, el par de versiones resultante tendrá una de las muchas combinaciones posibles para el genoma completo. No obstante, cuando existe consanguinidad, los progenitores comparten gran parte de sus genes, cosa que resultará en una combinación pobre y en la probabilidad de que las versiones de los genes de la descendencia sean idénticas a las de sus padres.

Hasta ahí, no parece haber mucho problema. Sin embargo, existen versiones de genes (o alelos) que, si se presentan en dos copias, pueden ser perjudiciales para el individuo. Derivado de la consanguinidad, existe un aumento en la probabilidad de que los alelos "peligrosos" se presenten en dos copias y, por ende, sean expresados por la descendencia.

A la disminución de la capacidad de supervivencia o reproducción de los individuos derivada de la consanguinidad se le conoce como depresión consanguínea. Este fenómeno hace que se produzca una acumulación de mutaciones, las cuales, a pesar de que en condiciones normales quedarían enmascaradas por la presencia de otros alelos, al expresarse causan la disminución en la eficacia del organismo y, en algunos casos, determinan su inviabilidad o su muerte prematura. Algo de esta naturaleza es lo que está sucediendo con la dinastía Salvinia, y aunque Ehrel no cuenta con suficiente información acerca del carácter hereditario de la enfermedad que padece la familia real, piensa que la solución podría estar en algo que ha observado en los experimentos de la profesora Arellano, llamado vigor híbrido (aunque esto, en realidad, es aplicado en agricultura y en ganadería, no en humanos).

Actualmente existen pruebas genéticas para determinar si una persona sana es portadora de mutaciones en los genes responsables de las enfermedades genéticas recesivas más frecuentes. Estas pruebas permiten conocer las características genéticas en parejas consanguíneas durante estudios preconcepcionales, para que estas puedan tomar las decisiones oportunas respecto a su descendencia con base en sus resultados.

El estudio del fenómeno de la consanguinidad en poblaciones humanas es de gran relevancia para el entendimiento de las bases genéticas de las enfermedades raras. Ehrel aún no se da cuenta, pero por azares del destino fue puesto en contacto con un tema muy interesante en la rama de la genética. 

Por si quieren saber más, recomiendo leer sobre el caso de la dinastía europea de los Habsburgo y el pobre Carlos II. 


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