IV. Corazones, no sabemos
Tara se fue poco después de que doña Calista, a regañadientes, dejase el asunto en manos de Zaluz. A mediodía, él y yo nos quedamos solos en la habitación bajo la biblioteca.
—No estás haciendo todo esto por lealtad hacia el príncipe de Carya o por amor al reino, ¿verdad? —dijo él, mirándome de arriba abajo—. La señora Sarmiento te dijo algo aquel día que nos despidió de la sala.
Asentí con la cabeza.
—¿Puedo saber qué fue?
—No.
Él suspiró.
—Este día ha sido terrible para nosotros. Te ves abrumado, Ehrel. Miles de veces más que yo. —Hizo una pausa—. Pero si el príncipe organizará un baile la próxima semana, entonces tenemos poco tiempo para convertirte en Deian Salvinia. Todo saldrá a la luz si algo sale mal en esa fiesta: en la corte, todos te conocen, y tú conoces a todos; por fortuna, detestas a la mitad.
—¿Y también la mitad me detesta a mí? —pregunté, con una ligera sonrisa.
—Una mitad te detesta, una mitad te adora... —Zaluz se acercó a un fonógrafo que descansaba sobre un mueble junto a la ventana y colocó un cilindro. Comenzó la música—. Y la otra mitad quiere devorarte.
Caminó hacia mí. Por reflejo, retrocedí un paso.
—Deberías saber dividir grupos en terceras partes —comenté.
—Y tú deberías saber que tu hermano se llamaba Albiz, que las Estrellas de Obsidiana comparten título a pesar de que Irid Salvinia sea la primogénita y que el príncipe y tú crecieron juntos, y son las personas más unidas en este mundo, después de Arven y yo —reprendió, parándose a un paso de mí—. Pero no quiero llenarte de información justo ahora. ¿Te parece si, en lugar de eso, compruebo qué tal bailas?
Zaluz me ofreció su mano. Suspiré, antes de tomarla y empezar el baile.
—El joven Deian siempre besa... besaba la mano de toda persona con quien bailaba —corrigió de inmediato—. Tómalo en cuenta para la siguiente pieza.
No paró de hacer observaciones sobre mí cada dos pasos hasta que el cilindro se terminó. Que si el joven Deian dirigía con más firmeza, si se paraba más erguido, si siempre miraba a su pareja a los ojos, si se la pasaba hablándole en voz baja (¡pero no de flores, por el amor de Dios!), o si bailaba más cerca de ella. Cuando se acabó la música, Zaluz cambió el cilindro y volvió a darme su mano. A la siguiente pieza, él pidió la mía.
—Me alegra que puedas medir el espacio que tienes para moverte —comentó al final de la cuarta pieza—. Este salón es algo reducido. Mañana podemos probar a mover la mesa y los sillones, a ver cómo nos va.
—¿Me harás bailar todos los días?
—Hasta que sepas hacerlo como el joven Deian. Por hoy, es todo.
Zaluz soltó mi mano y se dejó caer sobre uno de los sillones. Entonces, miré hacia el librero con curiosidad, como quería hacer desde hacía rato.
—Puedes tomar el que quieras —me dijo—. Te gustan las plantas, ¿no es así? Al fondo hay un libro que puede interesarte; el joven Deian lo estaba estudiando para mejorar el jardín, pero nunca le sacó provecho. Tal vez tú sí lo logres.
Hice lo que me dijo. Tomé el libro, me senté al escritorio y comencé a leer. Plantas medicinales, era el tema. Podría haber enlistado detalles de más de la mitad del libro con solo mirar el índice, y aun así me quedarían cosas por aprender.
No me di cuenta del momento en que Zaluz abandonó la habitación, ni de cuándo volvió a ella con un poco de comida. Si cedí ante el hambre o la dejé enfriar, no lo recuerdo.
Tiempo después encontré, en el mismo escritorio, tinta, papel y plumas. Dediqué el resto de la tarde a copiar algunas ilustraciones del libro; había especies que no conocía, y otras que solo ubicaba por el nombre.
Colocaba los últimos detalles a un dibujo cuando escuché una voz que me llamaba. Respiré profundo, como si por varias horas me hubiese olvidado de hacerlo. Al levantar la mirada y voltear hacia las ventanas, supe que había oscurecido.
—Es tarde —dijo Zaluz en voz baja, acercándose al escritorio a paso lento.
—Perdí la noción del tiempo —me disculpé, frotando mis ojos. En algún momento me había quitado los anteojos falsos.
—¿Así es como sobrellevas los momentos difíciles? ¿Estudiando?
—Creo que sí.
—Se te va a cocer el cerebro. O los ojos. —Zaluz tomó el dibujo recién terminado y lo observó por unos segundos—. Es precioso. ¿Lo acabas de hacer?
—Lo copié del libro. La tinta aún está fresca.
—En el jardín hay de estas flores. Mañana puedes buscarlas. Hoy creo que es tiempo de que vayas a dormir. Pasaste todo el día encerrado aquí, ¿te gustaría cenar algo?
—Muero de hambre.
Zaluz sonrió.
—El joven Deian diría algo como «tengo un chingo de hambre».
—Tengo un chingo de hambre —repetí contono exagerado. Ambos nos reímos.
⊱◦⊰
—Espero que te guste —mencionó Zaluz mientras colocaba té, manzanas y un tazón de avena en la mesa de la cocina—. No quería que comieras la carne pesada de la cena a esta hora, así que tuve que arreglármelas. —Se sentó frente a mí, sin dejar de mirarme con curiosidad—. Todos los sirvientes se van de aquí antes de las diez de la noche; duermen en el edificio de la derecha, el de la tercera puerta de la casa. Tampoco quise llamarlos. El joven Deian lo habría hecho, pero creo que, al menos hoy, sería bueno que descansaran.
—No eres solamente el guardia de la Estrella de Jade, ¿verdad? No creo que el trabajo de un guardia también incluya preparar comida y organizar a los trabajadores de la casa.
Zaluz sonrió.
—Era solamente un guardia hasta que falleció don Andrés, el administrador de la casa. Él se encargaba de todo, incluso de cuidar y corregir al joven Deian y a su hermano, Albiz. Después de su muerte, yo me ofrecí a tomar sus responsabilidades. Conocía cómo funcionaba la casa; gracias a Arven, sabía cocinar, y también podría pasar más tiempo cerca del duque, protegiéndolo. No me costó mucho tomar su lugar, estoy hecho para este trabajo.
—Adoras asumir responsabilidades —concluí, haciéndolo reír.
—Para evitar el caos. Lo aprendí de doña Calista.
En el centro de la mesa había una vasija con dalias y rosas. Zaluz aceró su nariz a una de ellas. Estaba demasiado tranquilo, como si no hubiese perdido ese mismo día a alguien a quien seguramente conocía de años. Su serenidad me había impresionado desde que lo vi desmoronarse en los túneles, esa mañana. Había cerrado los ojos, sus hombros subiendo y bajando mientras intentaba controlar su respiración. Entonces, Tara había dicho que debíamos seguir adelante, salir de los túneles e irnos. Zaluz pasó su puño por su mejilla, eliminando, tal vez, el rastro de una lágrima, y se puso de pie. Había seguido adelante; me llevó fuera de los túneles y mantuvo la calma hasta llegar la noche. Sin desesperar. Sin que sus labios temblaran una sola vez.
Y luego estaban esas flores. Solo conocía a una persona que las acostumbrase poner juntas, en una batalla por cuál de ellas era más hermosa. Yo siempre votaba por las rosas; él siempre escogía dalias.
Atel.
Había llegado, viajero apasionado, al pueblo donde yo vivía, años atrás. Era elegante, magnético, precioso. Le rodeaba un aura de misterio que me volvía loco; hablaba tanto, que yo siempre supe que callaba demasiado.
Lo conocí cuando él apenas llegaba al pueblo. Estoy seguro de que no fue por casualidad. Nos habíamos encontrado dos veces en menos de un día, y en algún momento empezamos a salir juntos. Yo le hablaba de flores, él me las obsequiaba. Nos habíamos amado hasta que nuestros corazones se volvieron uno, a sabiendas de que nada sería para siempre. El tiempo avanzaba sin piedad. Yo había sido aceptado en la academia de Oriza y debía partir; Atel no podía irse conmigo.
Yo estaba seguro de que la distancia nos haría daño. En algún momento las cartas dejarían de llegar, y nuestras vidas volverían a ir por rumbos distintos. No quería sentir el abandono gradualmente, ni hundirme en la incertidumbre. Pensando en eso, me despedí de él una noche, convencido de que no podría volver a verlo. Aquella vez, me valí de lo aprendido del oficio de mi familia para fabricar dos colgantes de plata con la forma de una estrella de cuatro puntas. Le regalé uno a Atel; el otro aún pendía de mi cuello.
Con el tiempo, mi corazón guardó el recuerdo de Atel para hacer espacio a Alcides. A este último, yo le pertenecía enteramente.
Tanto, que estaba arriesgando por él mi propia vida.
·⊱✵⊰·
✵1436 palabras.
✵N. A.: Zaluz de verdad está apantallando al príncipe Lendav más de la cuenta. Sabe cocinar, es un cuidador nato, sabe bailar... Husband material? Absolutamente.
Aunque necesita aprender a hacer fracciones.
Por cierto, las dalias son la flor nacional de México. Hay montones de variedades, y todas son preciosas... Como Atel.
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