III. Caras vemos...

—Esto no puede estar pasando —murmuré, todavía sin moverme, dentro del carruaje que acababa de llegar a la casa del duque de Oriza, situada en el extremo más sofisticado del pueblo.

Zaluz, que estaba sentado frente a mí, suspiró.

—El duque siempre camina... caminaba... erguido —pronunció, restándole valor a mi desasosiego—. No te distraigas, se supone que conoces este lugar como la palma de tu mano. Si algún sirviente te habla, dile que no es el momento, yo haré que se aleje.

Dicho eso, Zaluz abrió la puerta del carruaje. Hice lo posible por ocultar mi asombro al pararme frente a la casa, que, por su locación privilegiada, conocía solo de nombre.

La casa del duque de Oriza tenía una fachada rectangular, con tres entradas coronadas por una balaustrada rebosante de ramas de buganvilia. Zaluz me hizo pasar por la puerta izquierda, y tuve que contener la respiración al llegar al vestíbulo, perfectamente iluminado gracias a los vastos ventanales de la casa. Ahí, un enorme espejo, enmarcado en plata finamente trabajada, me devolvía la imagen nítida de la Estrella de Jade, a quien la muerte había encontrado hacía menos de una hora. ¿O acaso Ehrel Naranjo era quien había perdido la vida en los túneles de Oriza?

Dudaba que alguien más en todo el reino, por no decir en Ultramar, hubiese tenido la horrible oportunidad de verse morir en sus propios brazos, con el rostro ensangrentado y deformado en una mueca de espanto. El reflejo en la pared de plata no era yo y, a la vez, se convencía de serlo. En medio de aquella impresión, solo sentí cómo alguien me despojaba del abrigo y el sombrero, mientras Zaluz pronunciaba órdenes suavemente.

—No se preocupe, joven Deian. Usted siempre se ve de maravilla.

Me obligué a apartar la mirada del espejo al escuchar la voz desgastada de una mujer que se marchaba con un paso más rápido que el que habría esperado de alguien de su edad. No tuve tiempo de agradecerle el cumplido antes de verla desaparecer tras una puerta, cargando los abrigos que nos había quitado a Zaluz y a mí.

Entonces, desde uno de los pasillos se acercó a nosotros otra mujer. Parecía forjada en hierro, sólida, de mediana estatura y piel tan morena como los granos de café tostado, rostro fuerte, labios finos y pómulos marcados. Una larga trenza, poblada de canas, descansaba sobre su hombro izquierdo, justo al lado opuesto de las medallas y los distintivos de la guardia de la realeza.

—¡Doña Calista! —exclamó Zaluz, colocando su puño derecho a la altura del corazón, a modo de saludo. Ella me dirigió una ligera reverencia y luego respondió al gesto de Zaluz. Creí que lo más apropiado sería no moverme—. Venga con nosotros, necesitamos hablar urgentemente.

Zaluz nos llevó hasta la biblioteca de la casa como si se tratara de una visita casual. Sin embargo, al cerrar la puerta se cayó su máscara de ligereza. La habitación estaba limitada por un ventanal enorme del lado izquierdo, con rebosantes libreros en las demás paredes. El guardia se acercó a uno de ellos, sacó un libro y giró una llave que se encontraba detrás. El librero se movió hacia dentro, y detrás de él aparecieron escaleras que llevaban a una habitación oculta.

Dicha habitación parecía una extensión de la biblioteca, con otros dos libreros y pequeñas ventanas en la parte superior de la pared que daba hacia el jardín, por las cuales entraba luz tenue, pero suficiente para iluminar el cuarto. Había un escritorio al fondo de la habitación, además de un par de espejos en la pared opuesta, decorada con paisajes y retratos; también había tres sillones de terciopelo rojo, colocados alrededor de una mesita de madera decorada con relieves.

—Bien... —Zaluz, con gesto grave, volvió a suspirar—. Doña Calista, le presento a Ehrel Naranjo, el joven que mencioné en la carta que le hice llegar anoche.

Ella me extendió la mano.

—Calista Valadez, líder de la guardia de las Estrellas Salvinia —se presentó. Intenté sonreírle de vuelta—. ¿Está todo bien, Zaluz? Nunca te había visto tan serio. ¿Hubo problemas durante el cambio?

Zaluz bajó la mirada. A mí se me revolvió el estómago.

—Nos emboscaron en los túneles. Dos hombres llegaron poco después de nosotros; debieron habernos seguido desde aquí. Dispararon en el túnel y perdimos a una de los nuestros antes de poder deshacernos de ellos. —Zaluz tomó aire y miró a doña Calista a los ojos—. También perdimos al joven Deian.

Doña Calista no se movió.

—Zaluz, sabes muy bien que detesto que bromees —pronunció ella con voz poderosa—. Es un asunto serio, y esperaría que lo trataras como tal.

Zaluz negó con la cabeza.

—Todo lo que estoy diciendo es la verdad. La Estrella de Jade perdió la vida en la emboscada.

Doña Calista retrocedió un paso. Tuvo que sentarse en uno de los sillones para no caer, sujetándose del brazo de este como si deseara romperlo.

—¡Tu deber es cuidar a la Estrella de Jade, Zaluz! —exclamó. Casi di un salto, asustado por el tono de su voz—. ¿Cómo pudiste dejar que esto pasara? Al príncipe no le va a gustar nada de esto. ¿Ya pensaste en lo que le vas a decir?

—Doña Calista, por favor, respire y déjeme explicar...

—¿Explicar qué? No hay nada que explicar, Zaluz. —Cubrió su rostro con las manos y respiró un par de veces—. ¡Mi pobre Deian! Primero Albiz y ahora él. —Volvió a tomar aire. Zaluz esperó, colocando una mano sobre mi hombro—. Se están yendo, uno por uno.

—El príncipe todavía vive —intervino Zaluz en voz baja—. Tenemos que protegerlo a él, ahora más que nunca.

—Entonces pierdo tiempo aquí, y Ehrel también —se puso de pie y me señaló con la barbilla—. Devuelve a este muchacho a su casa, Zaluz, y prepara lo necesario para velar al joven Deian.

—Pero si se hace pública la muerte de la Estrella de Jade, ¿acaso no sería más peligroso para el príncipe? —inquirí, pensando en voz alta. Me vi obligado a continuar lo que empecé—. Finalmente, si nos atacaron en los túneles a pesar de la secrecía, seguramente pueden hacerlo con cualquiera, en cualquier parte, ¿o no?

Cuando vi que la mirada de Zaluz se iluminaba, supe que debí haber mantenido la boca cerrada.

—Es cierto —completó—. El príncipe correría aún más peligro... Sin embargo, Ehrel podría evitar todo el escándalo y ganaríamos tiempo para buscar a quien esté detrás de la muerte de la familia Salvinia. Arven y otra guardia, Vigna, se quedaron en los túneles para ocuparse del asunto de los cuerpos de los atacantes, la guardia muerta y del joven Deian. Tal vez vengan más tarde; podríamos ponerlo todo en orden.

Doña Calista nos miró con asombro, pero guardó silencio.

—Esto no me gusta, Zaluz —añadió después de largo rato.

—La dinastía Salvinia se borrará si no actuamos, sea cual sea nuestra estrategia.

La mujer volvió a lanzar una mirada recelosa a Zaluz, pero volvió a tomar asiento.

—Creo que sería suficiente con aumentar el número de guardias para el príncipe —agregó—. No dejarlo solo en ningún momento, salir de palacio únicamente cuando sea necesario...

—¿Y si el peligro viene del propio palacio? —rebatió Zaluz. En ese momento, yo ya sabía que me había metido en un problema aún más grande por no saber guardar silencio—. Hay demasiada gente, trabajadores, visitantes... Cualquiera podría atentar contra la seguridad de la Estrella de Ónix.

—Nos cercioraremos de que solo lo rodee nuestra gente de mayor confianza. Tendrá personas que probarán la comida antes que él, solo podrá recibir visitas en compañía de Arven y, mínimo, dos guardias más...

—Las personas morirán por él —murmuré.

Doña Calista se encogió de hombros. Estaba a punto de decir algo más cuando sonó una campana que colgaba en una columna de la habitación. Zaluz se apresuró a subir a la biblioteca y, al poco rato, volvió a bajar en compañía de Tara. Al encontrar a doña Calista en la habitación, mi amiga miró a Zaluz, haciéndole una pregunta silenciosa.

—Sé lo que le sucedió a la Estrella de Jade —dijo doña Calista con frialdad. Tara suspiró.

—Nadie más que usted y los que estuvimos en la emboscada sabe de su muerte —empezó a decir con voz poco animada—. La sacerdotisa del templo por donde Ehrel y yo llegamos nos dio trozos de manta para cubrir los cuerpos y se ofreció a rezar por ellos. Pidió nombres... Tuvimos que inventar algunos. Nos encargamos de quitar todo lo que permitiese distinguir al duque. Arven y Vigna se quedaron para presenciar el oficio de la sacerdotisa y cerciorarse de que en ningún momento se pudiera ver el rostro de cualquiera de los muertos.

—¿Les dieron sepultura? —preguntó la otra mujer. Tara asintió con la cabeza.

—En el cementerio del templo. Arven y yo convenimos en que sería mejor que no se revelara la muerte del duque por ahora, porque pondría en grave peligro al príncipe, pero no sabemos qué hacer.

—Ehrel podría ayudarnos —comentó Zaluz con seguridad—. Tomaría el papel del duque mientras ganamos tiempo.

Tara me miró, preocupada.

—Será extremadamente difícil que Ehrel aprenda a reflejar a la Estrella de Jade si él ya no puede asesorarlo —objetó. Doña Calista meneó la cabeza.

—Yo me encargaría de todo eso si confiaran en mí —respondió Zaluz con acidez.

—¿Y el príncipe? ¿No se enterará de la muerte de la Estrella de Jade?

—Lo mejor sería no decirle. No ahora. Creerá que la presencia de Ehrel es inútil, lo despedirá y se volverá un blanco fácil.

—Si el príncipe descubre tu plan, Zaluz, nos va a mandar a fusilar a todos —sentenció doña Calista—. No me gusta la idea.

—¿Entonces esperan dejar al príncipe a merced de quien sea que quiera hacerle daño? —reclamó Zaluz, desesperado—. Será como liberar a un ciervo en una cacería.

Tara guardó silencio un momento.

—Pensándolo así, creo que tampoco es el mejor momento para dejar desprotegido al príncipe —concluyó—. Su cumpleaños es la próxima semana. Ofrecerá un baile para mantener contenta a la corte y habrá fiesta en Senna... Irá muchísima gente. Vendrán las Estrellas de Obsidiana y también estarán en peligro.

Tara me miró, preguntando, esta vez, si accedería a tomar la responsabilidad que apenas había desaparecido con la muerte del duque de Oriza. A mi mente volvió la imagen de la carta que, según la directora Sarmiento, se abriría en caso de que la Estrella de Jade o el príncipe perdieran la vida. El duque estaba muerto, por tanto, Alcides se vería obligado a tomar su lugar en la corte.

Pero Deian Salvinia, para el reino, seguía con vida.

No era necesario abrir la carta conmigo en el lugar de la Estrella de Jade.

—Ayudaré en lo que sea necesario —prometí entonces—. Si la vida del príncipe de Carya depende de mi apariencia, entonces la ofreceré cuanto tiempo sea necesario.

—Alguien será fusilado pronto —repitió doña Calista, ahora con leve resignación—. Esperemos que sea el culpable de la muerte de Albiz y Deian, y no todos nosotros.

Doña Calista se levantó e hizo algunas preguntas a Zaluz que no logré escuchar. Al mismo tiempo, Tara se paró junto a mí y sujetó mi mano izquierda entre las suyas.

—Gracias de nuevo por ayudarnos —murmuró.

—Sabes perfectamente que no hago todo esto por el príncipe. Solo espero que él no conozca la verdad antes de que nosotros se la contemos.

—Yo también lo espero.

·⊱✵⊰· 

✵1910 palabras

✵N. A.: Pues... han pasado cosas. El príncipe Lendav le declaró la guerra al tiempo y no ganó. Ya no le fue posible continuar en la siguiente ronda del ONC, porque EFDE no alcanzó las 8000 palabras que eran la meta para la segunda ronda. Quedaremos fuera del ONC de este año (con lo mucho que me duele...). Lo que me reconforta es que, al menos, esta vez pudimos entrar al evento. Me alegra haber tenido la oportunidad de empezar un proyecto más largo, y la idea base había rondado mi cabeza por un tiempo, así que...

En todo caso, el príncipe Lendav va a seguir escribiendo. Está enamoradísimo de Zaluz, y si no viviera en un palacio, envidiaría la casa del duque de Oriza. Hay motivos para continuar, y eso es lo que importa. Esta historia no se va a concluir sola.

Y, por último, hablando de la casa del duque de Oriza, hay inspiración de la vida real para el diseño de ese bellísimo lugar: la casa Guillermo Tovar de Teresa, en la Ciudad de México. Ahora es un museo, pero está preciosa. Dejo algunas fotos, porque estoy enamorada de ese edificio. Conforme vaya pasando la historia, colocaré más fotos; necesitan conocer el jardín.

La fachada (sin flores sobre la balaustrada, pero, ¿acaso no se verían bonitas?):

El vestíbulo, con el espejo que hizo disociar a Ehrel:

La biblioteca, que era de un historiador y es bellísima:

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