I. Para evitar el caos, destino

El libre albedrío no existe.

Todo en este mundo está condicionado. Cualquier cosa que desease intentar un individuo para probar su libertad de decidir está impedida parcialmente, sea por la sociedad (restricción más estúpida), el tiempo (restricción más terrible), la naturaleza (restricción más lógica), o el corazón.

Para que encajen todas las piezas en este mundo tan perfecto, cada cosa, por mínima que sea, debe ceñirse a restricciones numerosas. Todo fin está ya convenido, aunque los caminos para llegar a él sean infinitos. El destino es aquello que mantiene al mundo sujeto a sus propias reglas. Lo protege del caos, que, a su vez, también está condicionado, pues en la naturaleza tiende siempre a aumentar.

Basta decir que, si hubiese sido capaz de tomar decisiones libremente aquella mañana, habría arrojado por la ventana del salón más alto de la escuela la cactácea que descansaba sobre la mesa; habría rayado con tiza la pizarra repleta de las ecuaciones que Alcides llevaba resolviendo desde las cinco de la mañana. Sin embargo, no me movía. Había cuidado aquella cactácea por meses; era mi amiga y mi compañera de trabajo. Jamás le haría daño a Alcides; lo amaba con mi alma entera. Mi corazón impedía que mi cuerpo obedeciera las órdenes de mi mente pesimista.

Si hubiese podido elegir, en ese momento me habría encontrado en el invernadero y no en esa aula abandonada esperando a que llegara la hora de mi examen, admirando la larga melena rojiza de mi amigo, la forma en que sus ojos se coloreaban de dorado con el sol de la mañana y cómo sus mejillas, rojas ya debido a su piel débilmente morena, se encendían al explicarme sus deducciones matemáticas.

—Te irá bien —me dijo Alcides para tranquilizarme—. Por enésima vez, es un examen práctico, y es de química. Tuviste el mejor puntaje en el de matemáticas; en comparación, el de hoy es pan comido. Yo no me preocuparía.

—Porque tú no cursas Química. El profesor Guzmán me odia. ¡Me baja puntos hasta por no mantener la espalda recta al escribir!

Alcides se rio.

—Eres un desastre práctico —declaró.

—Y tú un desastre metodológico.

—¡Somos ambos! —exclamó entre risas, pasando el borrador por la última línea que había escrito en la pizarra.

Me puse de pie y miré por última vez el trabajo de mi amigo. Era un genio. Había entrado a la escuela un año más tarde que yo, pero su trabajo igualaba en nivel al de los mejores profesores de la universidad. Perfeccionaba trayectorias de cuerpos celestes, modelaba fenómenos físicos, entendía el lenguaje numérico que regía al mundo... A veces tenía problemas para ordenar sus ideas, pero siempre que hablaba con él, a la luz de las lámparas de gas del dormitorio que compartíamos en el campus, sentía que el universo me susurraba sus secretos al oído.

Además de a los profesores y a mí, Alcides no le hablaba a nadie, si no era para contestar preguntas. Cuando no estaba en clase, solía recluirse en el aula más alta de la escuela, reservada casi siempre para él, y trabajaba hasta caer la noche. Si salía del campus era porque yo lo invitaba a dar la vuelta por Oriza, el ducado donde se hallaba la escuela, y me habría preocupado por dejarlo solo cuando terminase mis estudios de no ser porque mis investigaciones me otorgarían el derecho de permanecer en las instalaciones de la escuela incluso después de graduarme.

Todo eso, claro, si lograba aprobar el examen de Química con el profesor Guzmán en mi contra.

Caminé hasta el laboratorio mordiendo mi labio inferior para calmar los nervios. Era la tercera vez que me presentaba a ese examen; si no lo aprobaba en aquel intento, tendría que esperar meses para repetirlo y perdería mis privilegios en la universidad. Definitivamente no quería que eso pasara.

Con la bata de laboratorio perfectamente acomodada, las manos limpias y el corazón latiéndome con violencia, esperé fuera del aula a que llamaran a mi grupo.

Entonces, alguien entró al laboratorio con urgencia, cerrando la puerta tras de sí a pesar de los alumnos que, ansiosos como yo, esperaban a que el examen diera inicio. Demoró una eternidad, y justo cuando los nervios estaban a punto de hacerme morder un trozo de piel muerta en mi labio, del laboratorio salió casi corriendo el profesor Guzmán junto con la persona que había entrado antes. Se volvió a cerrar la puerta, y una sonrisa amenazó con evidenciar mis renovadas esperanzas.

—Luego me lo agradeces. Tiempo es lo que te va a sobrar para eso. —Tara, quien había acudido al examen solo porque había perdido las dos fechas anteriores, se me acercó con la familiaridad de siempre y me habló en voz baja—. La directora quiere verte. Dice que vayas a su oficina cuando termines el examen.

Antes de que pudiera reaccionar, se abrió la puerta de laboratorio. Los estudiantes tomamos nuestros lugares y se nos anunció que únicamente los dos profesores que permanecían en el salón evaluarían nuestro desempeño esa mañana. Miré a Tara, confundido, pero ella estaba enfrascada haciendo cuentas en el papel que teníamos frente a nosotros en la mesa.

Yo no tenía tiempo que perder.

Tomé la cristalería del estante del laboratorio y me dispuse a terminar aquel martirio. No volví a pensar en lo que escuché decir a mi amiga hasta que terminé la prueba, lavé los matraces y devolví todo a su lugar en el laboratorio.

Entonces, tras recibir la evaluación —perfecta— de los profesores, miré una vez más a Tara, que estaba a punto de terminar su examen, anhelando que me diera al menos un detalle más de lo que había pasado. Ella no me vio.

Tuve que salir del laboratorio, pero cuando cerré la puerta, respiré de nuevo. Si hubiese sido menos discreto, habría saltado o bailado a través de los pasillos en camino a la oficina de la directora. El que ella me hubiese llamado solo podía significar que tenía listo para mí un pase directo para estudios de grado o algo por el estilo. No cabía en mí de la emoción.  

⊱◦⊰

Alcides me encontró leyendo en nuestro dormitorio al caer la noche. Como siempre, guardó silencio hasta que me vio terminar un párrafo y cerrar el libro.

—¿Cómo te fue? —Sonrió, apoyado en el escritorio de su lado de la habitación.

Le devolví la sonrisa. Él no necesitó más.

—¿Tu profesor se apiadó de ti? Tal vez quería darte una lección de humildad, a los científicos les encanta.

Me reí, sin levantarme de mi cama.

—¡Pfff, no! Si aprobé fue porque, precisamente, el profesor Guzmán no estuvo durante el examen. Salió corriendo del laboratorio, y no lo vi regresar a la escuela en todo el día.

Alcides arrugó la frente.

—¿Le habrá pasado algo?

Pensé en lo que me había dicho Tara antes de entrar al laboratorio. «Tendría tiempo de sobra para agradecerle». ¿Agradecerle qué? ¿Que el profesor Guzmán no hubiese estado presente durante la prueba? ¿Y por qué habría de agradecerle a ella?

Incapaz de responder, me encogí de hombros. Me vi obligado a callar respecto de mi entrevista con la directora. Ella me había dicho que, si podía, no revelase nada al respecto. Con lo mucho que detestaba guardar secretos.

Alcides suspiró. Miró hacia la ventana, todavía abierta a pesar del leve aire frío que entraba por ella. Se mantuvo abstraído en el cielo nocturno un par de segundos y luego me dirigió una mirada aguda y curiosa.

—¿Crees en el destino?

—¿Qué?

—¿Crees que todo lo que hacemos ya haya sido dictado por alguien superior a nosotros? ¿Gaia, tal vez? —Mi amigo se acercó a mi cama y se dejó caer a mi lado, con su cabello derramándose cerca de mi mejilla—. Estuve hablando con un profesor de cómo los astrólogos lograban describir a las personas solo con observar la posición de los astros en su nacimiento. ¿Crees que el mundo esté así de definido?

Suspiré.

—Los fines están establecidos, los caminos, no. Aunque todo está condicionado para que, de alguna forma, unos siempre lleven a los otros. Creo que las reglas están hechas, y nosotros solo las seguimos.

—¿Y qué regla se supone que seguí hoy en la tarde al ser el último en llegar al comedor? ¿Ya estaba escrito que eso me sucedería?

—Hubo una guerra de comida, ¿o no? Que fueras el último en llegar al comedor provocó que te vieras involucrado y te enviaran con el profesor Molina, que adora hablar de astrología. Conversaste con él, y llegaste conmigo a preguntar por mi opinión. Te sorprendería aún más si te dijera que justo en la mañana, antes del examen, estuve pensando en algo parecido. Tal vez por eso pude responderte.

Alcides se abrazó a sí mismo, abrumado.

—Vaya... Es como si todo estuviese predestinado. —Se mantuvo quieto por unos instantes. Pensaba, según pude ver por la forma en que arrugaba la frente—. De verdad que es terrible vivir a merced de un plan ajeno a nosotros, ¿no crees? ¿Qué sentido tiene? Preferiría ser insignificante y tener poder sobre mis acciones a ser el centro del universo y no poder construir mi destino. ¿Tú no?

Suspiré.

—Sería maravilloso estar seguros de que somos libres. 

⊱◦⊰

Fruto de mi entrevista con la directora, me vi obligado a encontrarme con ella fuera del campus al día siguiente. Al parecer, no tenía preparado para mí nada de lo que yo esperaba.

Llegué a la biblioteca de Oriza, el punto de reunión acordado, temprano por la mañana. No me di el tiempo de observar la preciosa fachada con relieves en cantera blanca, ni de aspirar el aroma de los libros apenas crucé la entrada; en lugar de ello, busqué con la mirada alguna cara conocida. Encontré a Tara a unos pasos de mí.

—Te juro que se acabaron los misterios —aclaró, adelantándose a cualquiera de mis preguntas—. La directora me pidió que te llevara con ella cuando llegaras.

Solo pude recordar una ocasión en la que vi a Tara tan alerta como aquel día. Había accedido a acompañarla, a ella y a su padre, al bosque que separaba Oriza de Senna, la capital de Carya; padre e hija habían planeado una excursión de caza, mientras yo permanecía en los senderos marcados entre la espesura identificando flores y hongos. Aquella vez pude ver a mi amiga erguida, mirando con ojos penetrantes cada detalle que la rodeaba, escuchando... Estaba haciendo lo mismo en la biblioteca, hasta que llegamos a un salón apartado de la gente.

Dentro se encontraba la directora Sarmiento, acompañada de otras dos personas que jamás había visto pero que reconocí, por su uniforme, como guardias de la familia real. ¿Por qué me habrían reunido con ellos?

—Hola, Ehrel —dijo la directora en el mismo tono que utilizan los médicos para dar malas noticias—. Antes que nada, permíteme presentarte a Zaluz y a Arven. Zaluz pertenece a la guardia la Estrella de Jade y Arven, a la guardia del príncipe. Es precisamente a petición de Su Alteza que te pedí que nos reuniéramos hoy aquí... Eres el único que nos puede ayudar con un problema que surgió hace pocos días.

—¿Ayudar a qué? —pregunté, disimulando mi desilusión. Definitivamente no estaba ahí para recibir oportunidades de estudio.

—A proteger a la familia real.

Retrocedí un paso, chocando con Tara por accidente. Habría caído, de no ser porque ella puso su mano sobre mi hombro.

—¿Yo? Cielos, no. Me parece que se equivocan de persona —pronuncié con voz temblorosa, negando con la cabeza—. No puedo proteger ni siquiera a una cactácea, mucho menos a la familia real. ¿Cómo podría...?

—El destino ha cruzado los caminos de todos nosotros, Ehrel —me interrumpió la directora—. Me niego a pensar que alguien como tú haya llegado a estudiar a la academia de Oriza por mera coincidencia. No me mires así, acércate. Necesito mostrarte algo.

La directora sacó dos fotografías de un sobre que descansaba sobre una mesa. Me las cedió, y mis manos temblaron al mirarlas. Las solté inmediatamente.

Yo estaba en aquellas fotografías, vestido con las ropas lujosas de la realeza y condecorado con las medallas de la Estrella de Jade, marca del linaje del duque de Oriza. Mi estómago se revolvió antes de que pudiera entender lo que pasaba.

—El joven de las fotografías es Deian Salvinia, la Estrella de Jade —explicó la directora—. Tú y él se parecen mucho, ¿no lo crees?

No quise responder.

—Se parecen más de lo que imaginé —intervino Zaluz, el guardia del duque de Oriza—. Tu nombre es Ehrel Naranjo, ¿verdad? La señora Sarmiento nos ha ayudado muchísimo al hablarnos de ti. Su Alteza, el duque y todos los que estamos aquí hemos discutido esto por días, y te suplicamos que nos ayudes... Necesitamos que, al menos por un par de meses, te hagas pasar por el joven Deian.

Instintivamente, dirigí mis ojos hacia Tara. Era la persona en que más confiaba en aquella reunión y, a pesar de ello, desvió la mirada. Negué con la cabeza.

—No puedo hacer eso —pronuncié, sin más, en voz baja—. No sé vivir en la corte, ni conozco un solo aspecto acerca del duque de Oriza o sobre la familia real. ¿Por qué habría de asumir su lugar? ¿Cómo sé que no están planeando algo contra el príncipe y necesitan de alguien que se ensucie las manos?

—La familia real se está muriendo, Ehrel —reveló la directora. Sentí que podría desmayarme en cualquier momento—. Una enfermedad terrible se roba la vida de la dinastía Salvinia. Hace poco falleció la reina y, unas semanas después, la hermana menor del príncipe se fue con ella. El hermano del duque de Oriza murió hace menos de siete días en un accidente casi improbable, y tanto al duque como al príncipe les preocupa que haya sido una tragedia premeditada, dadas las circunstancias. Necesitamos mantener a salvo a la familia real a toda costa. No te habríamos llamado si la situación no fuera crítica. El destino del reino depende de tu ayuda.

—Te ayudaremos con todo lo que tenga que ver con la corte y la vida diaria; el joven Deian te enseñará a hablar, actuar, escribir y firmar como él —añadió Zaluz.

—Aprenderás a disparar y a manejar la espada. La señorita Tara y yo nos encargaremos de ello —pronunció Arven, a quien habría creído una estatua de no ser porque una voz tan profunda no podía venir de nadie más en la sala.

—Por la escuela, obviamente, tampoco debes preocuparte, Ehrel —intervino la directora, sin dejarme hablar—. Has aprobado tu último examen; era lo único que necesitábamos. Te daremos tus papeles apenas estén listos y, cuando termine todo esto, podrás quedarte a investigar en nuestros laboratorios. Te doy mi palabra.

Respiré hondo. El aire del salón se estaba volviendo insoportable.

—Lo que quieren es que me ponga en peligro en lugar del duque. ¿Me equivoco? —respondí con más acidez de la que pretendía mostrar—. De verdad, no puedo acceder. Incluso si me obsequiaran un laboratorio, me negaría. No quiero arriesgar mi vida por un desconocido... Por favor, no insistan. Estoy seguro de que pueden solucionar todo esto sin mí.

La última frase brotó de mis labios como una súplica. Con cada segundo que pasaba en ese lugar, menos deseaba encontrarme ahí. Habría dado mi pequeña biblioteca por poder desaparecer y transportarme al invernadero de la escuela, o al salón abandonado donde Alcides estudiaba. Cualquier sitio habría sido mejor que la biblioteca de Oriza.

Sin embargo, solo pude dar un paso con dirección a la salida. La directora Sarmiento, con un movimiento de cabeza, hizo que los guardias desaparecieran del salón a través de una puerta de madera a su derecha. Tara tomó mi mano entre las suyas y me miró. No me habían llamado para recibir un «no» por respuesta.

—Desearía que no te negaras con tanta insistencia, Ehrel —agregó la directora. A ese paso, su voz me iba a generar una repulsión horrible.

—¿Y por qué no? ¿Porque necesitan a alguien a quien puedan sacrificar por una persona que ni siquiera conoce?

La directora se irguió. La expresión en su rostro no auguraba nada bueno.

—Si no es por nosotros, entonces será por alguien más que accedas a ayudarnos, Ehrel. Por ejemplo, ¿qué estarías dispuesto a hacer por Alcides Navarro, tu compañero de cuarto? No mientas. Tu corazón late por él.

A pesar de que el suyo no latía por mí.

Estaba en una pesadilla.

—Si no nos ayudas, serás culpable de todo lo que le ocurra a Alcides en los próximos dos meses. Lo lamentarás por siempre. La vida de ese muchacho correrá peligro si no accedes a trabajar con el príncipe y con la Estrella de Jade. 

·⊱✵⊰·

✵2782 palabras.

✵N. A.: Por si no lo viste en el capítulo anterior, ¡esta historia tiene playlist! (Revisa el primer comentario). Empezó siendo para toda la historia, pero poco a poco se ha estado convirtiendo en la playlist del villano... ¿Crees que ya lo hemos conocido, o aún faltará tiempo para que lo leamos por primera vez?

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