Epílogo
Salí, como cada mañana, al patio trasero para ver la nieve de la playa. De todos los paisajes era el que más me gustaba porque transmitía tranquilidad a mi espíritu, incluso cuando me tiritaba el cuerpo.
Cada año, cuando estas fechas creaban vistas tan impresionantes, me acordaba de Carven. Cinco años atrás lo invité para que viera conmigo la playa nevada, pero nunca lo hizo.
Me quedé con la casa de mi abuela cuando ella murió seis meses atrás. No quería estar cerca de mi familia, pero sí recordarla a ella. En el pueblo las cosas marchaban mejor que en la ciudad, ya que no había cambiado casi en nada.
Regresé a mi habitación para alistarme. Quería dar una caminata matutina por el mercado y las calles contiguas, saludar a mis pocos conocidos, conversar con vendedores, comprar lo que me hiciese falta en casa. Aunque el sol no saliera mucho, la gente no perdía su alegría habitual y yo también quería formar parte.
Con las manos en los bolsillos durante todo mi recorrido, paré en la entrada del mirador. Las plantas que crecían ahí ya estaban amarillas, secas por el frío excesivo. En verano, subir diariamente por el acantilado era de mis hobbies preferidos. La cima siempre me brindaba paz y me traía recuerdos lejanos que fueron buenos y malos a la vez.
«Al final huiste, pero lo hiciste solo».
Marqué mis pasos en la nieve y llegué a la zona más alta en cuestión de minutos. Me cubrí la boca y la nariz con la bufanda para que no me doliera respirar el viento helado. Observé fijamente el oleaje por dos minutos, después los barcos del puerto hasta que se volvieron un punto minúsculo a la distancia.
Regresé a casa una hora después. Subí por los pequeños escalones, saqué mis llaves de uno de los bolsillos y, al alzar la cabeza para buscar el cerrojo, me topé con algo demasiado interesante e inesperado que me paralizó por completo.
Abandonada entre la puerta y la pared, habían dejado una carta. Y no era de cualquier persona.
La tomé de inmediato, leí su nombre cien veces para comprobar que no era ilusión mía. En la dirección estaba escrita la ciudad de la que proveníamos los dos, con una fecha de hacía tres días. Abrí la puerta y entré a toda velocidad. Dejé caer en el suelo las cosas que compré y corrí a la barra de la cocina para buscar mis gafas.
No encendí la chimenea ni las luces. Me fui directo al sofá para leerla cuanto antes, así tuviera que forzar más la vista por la semioscuridad.
Rompí el sobre por un costado sin ser cuidadoso, saqué una página llena de palabras. Antes de leer su contenido, examiné a detalle el formato. El modo en que trazaba cada letra me demostró su intento apresurado de no olvidar ni una sola palabra. Los trazos eran descuidados, pero ordenados. Legible, aunque menos que si la hubiera escrito con calma.
Suspiré con fuerza antes de permitirme comenzar a leer. Tenía miedo de lo que él pudiera decirme, que me reclamase por estar aquí, solo.
"Matthew:
Llevaba tiempo sin saber de ti. Hay cosas que todavía no me son demasiado claras, como el motivo por el que decidiste irte sin avisar".
Después de nuestro corto escape volvimos con nuestras familias y nos rehabilitamos en lugares separados. Carven logró dejar su adicción y trató, además, sus problemas de ansiedad. Sin embargo, ese proceso nos costó todo un año. Aunque yo no volví a la preparatoria, él sí lo hizo para terminarla e ingresar a la universidad.
Los dos estudiamos artes escénicas, también en sitios distintos. Mantuvimos nuestra relación a distancia durante los siguientes cuatro años, viéndonos apenas, pero amándonos igual. Yo me dediqué a la creación de guiones, la composición de poemas, poesía y novelas. Carven se enfocó puramente a la actuación, aunque también era excelente para diseñar escenografías.
La última vez que nos vimos fue seis meses atrás, en el funeral de mi abuela, cuando me acompañó y consoló. Para eso, casi cinco años pasaron desde que la visitamos en la que ya era mi casa, que ella dejó a mi nombre.
Desde niño ese pueblo era mi santuario, el sitio donde me divertía y a la vez relajaba. Podía estar solo y eso era lo que quería. Así que, a pocos días de su fallecimiento, tomé mis cosas y desaparecí sin decirle a nadie, ni siquiera a Carven. Cambié de celular, cerré mis redes sociales y me desconecté casi por completo del mundo en un fuerte impulso por empezar de cero.
"Estos seis meses de ausencia causaron en mí cierto compromiso inexistente con tu familia. Visité mucho a tu madre únicamente para conversar sobre ti. Ella aligeró mis preocupaciones todo este tiempo cuando me confesó que estabas bien y el sitio donde vives ahora, pero me costó escribirte. No me sentía mentalmente preparado".
No aguanté mucho estar desaparecido. Una inmensa culpa provocó que marcara a mi hogar dos días después de mi huida para que mi madre no llamara a la policía. Le supliqué que no le revelara a nadie mi paradero y también le pedí que le dijera a Carven que volvería pronto, que nada de esto era personal. Sabía que en algún momento ella le contaría todo porque yo les importaba a los dos, por eso no podía molestarme con ninguno.
"Espero que en serio te encuentres bien. Yo por fin lo estoy".
Esa oración me trajo a la memoria una serie de recuerdos dolorosos que no deseaba retomar pero que él —sin intención— me recordaba.
"Las cosas han cambiado mucho, ¿no lo crees? Recientemente Hanabi nos contó que está comprometida. Isaac bromea con que Keira te perdonará el día de la fiesta y todos quieren vernos juntos a ti y a mí como pareja. Solo que... estoy confundido. ¿Seguimos juntos a pesar de que hemos pasado tantos meses separados? Prefiero no pensarlo, así que cambiemos de tema".
Había escuchado que Hanabi empezaba una exitosa carrera profesional en el diseño de modas y que pronto se casaría con un famoso arquitecto. Keira, por su lado, descubrió que lo suyo no era el teatro y lo dejó. Estaba a punto de graduarse con honores en Economía. Y si bien no hablaba con Isaac, sabía por Carven que se mudaría a Los Ángeles porque cada vez tenía más ofertas en series y TV.
La preparatoria se sentía bastante lejana cuando me detenía en el presente y me percataba de cuánto habían cambiado las cosas en cinco años y medio. Sonreí por un instante.
"Actualmente estoy participando en un par de proyectos teatrales que me gustaría que vieras. Los anteriores han sido un éxito. Estos meses pinté mucho para controlar el estrés y mantener la mente ocupada; incluso uno de mis compañeros compró uno de mis cuadros.
De vez en cuando me preguntan qué significa aquel anillo que siempre tengo puesto en el anular. Piensan que estoy comprometido o casado, pero lo niego casi tanto como negamos lo nuestro durante la adolescencia. Sin embargo, cada vez me pesa menos decirles que fue un obsequio de mi novio".
Sonreí a medias y dejé escapar el aire, incluso el calor se me subió a las mejillas. Yo no había dejado de amar a Carven incluso cuando me fui por una decisión impulsiva. Solo quería despejarme una temporada, pasar tiempo a solas y estar lo más aislado posible para hallar inspiración. Podría ser un comportamiento extraño para la mayoría, pero tenía la corazonada de que Carven lo entendía y por eso no me había buscado hasta ahora.
"Algo pasó, Matthew. Algo muy importante para mí. No me refiero exactamente a los proyectos teatrales con los que tanto soñé, sino a algo mucho más personal. Lamento que no estuvieras ahí, pero también entiendo tus motivos. Al final no podemos llevar todos nuestros problemas juntos.
Pero bien, le he dicho a mis padres que me gusta un hombre. Mamá lloró por horas, pero para Briana mi confesión ni siquiera fue una sorpresa; está feliz por mí. Papá dejó de hablarme por completo. Ni siquiera quiere que visite la casa en su presencia. Igual que mi madre, lloré mucho por su rechazo. De esto ya ha pasado un mes, pero empiezo a recuperarme. Al final no puedo cambiar quién soy y tú y yo ya sabemos lo que sucede cuando escondemos algo tan importante. Tengo fe de que en el futuro pueda reconciliarme con mi familia.
Honestamente, estoy aliviado de haberme quitado este gran peso de los hombros. Aunque también confieso que me duele y me siento un poco solo, Matty. Por eso necesito verte, necesito ver la nieve en la playa contigo como un hombre libre.
-Carven".
No la releí. Me quedé sentado por unos cuantos minutos, recapitulando en silencio.
No esperé que, en un día que lucía tan igual a los demás, ocurriese algo así. Mi corazón no podía controlarse, estaba muy emocionado. Llevaba seis meses resistiendo a saber algo de él y que apareciera con una noticia así, me tomó en verdad muy desprevenido. Él... ya no se lo escondía a su familia y no estuve ahí para apoyarlo.
«Tengo que ir a verlo». Quería comprobar con mis propios ojos que estuviera bien.
Me levanté de inmediato, dejé que la carta cayera en el suelo sin que me importara. Un plan surgió de repente en mi cabeza; volver a mi ciudad natal para buscar a Carven.
Corrí al teléfono y marqué a mi trabajo para pedir permiso y ausentarme todo lo que restaba de la semana. Después de debatir un poco las condiciones, mi jefe permitió que me marchara.
Subí los escalones de dos en dos hasta mi recámara, que antes perteneció a mi difunta abuela. Abrí el armario, saqué la misma maleta con la que hui, y comencé a meter ropa sin fijarme en mis elecciones.
Una vez lista, la cargué y bajé a prisa. La apoyé junto a la entrada, regresé únicamente por las llaves de la casa, las del auto y la tarjeta de crédito. Guardé todo en la chaqueta que no me quité desde que llegué a casa. Me ajusté el gorro, la bufanda y los guantes antes de salir.
Abrí la puerta, dejé que el viento me agitase el cabello otra vez, que el frío volviera a disminuir la temperatura de mi cuerpo, que las olas invadieran mis oídos. Di un par de pasos hacia adelante, ignorando por completo la maleta y la puerta que se quedó abierta.
Cuando quise bajar por los escalones, algo me lo impidió. O, mejor dicho, alguien que subía por ellas.
Con la izquierda, sostenía la correa de la mochila que se colgaba al hombro. El anillo de su anular saltó de golpe a mi vista.
—Te encontré, Matthew —dijo Carven.
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