Capítulo 9
Cuando escuché que mi madre encendía el auto y se alejaba con Matthew, no pude más. El shock no me permitió reaccionar tan pronto para entender lo que recientemente ocurrió con Matthew, en mi habitación, conmigo. Un nudo muy grande en mi garganta me impidió respirar y fue hasta entonces que me di cuenta de que estaba ahogándome en mi propia crisis.
Comencé a inhalar a grandes bocanadas, vez tras vez sin saciarme de aire. Me tomé el pecho con una mano tratando de soportar el dolor y los temblores de mi cuerpo ocasionados por aquel beso repentino. Mis ojos se humedecieron hasta que por fin lloré de confusión e impotencia, pero también porque me estaba asfixiando en serio.
Me sostuve de la cama con una mano para tratar de levantarme, pero al ver que mi fuerza era casi nula tuve que arrastrarme por el suelo para llegar a mi escritorio. Estiré la mano, abriendo el único cajón, y desesperadamente hurgué en él basándome solo en mi tacto.
Debajo de todos los cuadernos, lapiceros y cosas innecesarias, estaban las bolsas de papel. Pero mi mano no alcanzaba a doblarse lo suficiente para alcanzarlas. El pánico comenzó a llenarme, aunque no lo suficiente como para volverme incapaz de pensar o hablar. Utilicé mis energías y poca razón para llamar urgentemente a mi hermana.
—¡Bria...na! —Recé queriendo que no tuviera los audífonos puestos.
Esperé sonar lo suficientemente alto, claro y urgido para que ella apareciera. Mientras aguardaba, intenté calmarme sin éxito. Cada vez necesitaba más del oxígeno. Se iba, no conseguía recuperarlo. Tenía miedo de que esta vez no fuera tan sencillo dejar de hiperventilar.
Oí que abría la puerta de su habitación y caminaba lentamente hacia mí, como si mi llamado fuese para contarle alguna tontería. Se percató de lo que pasaba cuando escuchó mis intentos por respirar y me vio tumbado en el piso, así que se apresuró.
Antes de arrodillarse, sacó el cajón por completo y lo volteó para que todo aterrizara sobre el suelo. Después, se inclinó para tomar una de las bolsas de papel. Me giró por el hombro para que estuviera boca arriba, abrió la bolsa con una mano y la llevó a mi boca.
El dióxido de carbono que expulsó mi propia respiración consiguió estabilizarme. De esta forma pude recobrarme en cuestión de unos minutos que percibí infinitos. Briana se quedó conmigo y no apartó la mano de mi rostro para evitar que me detuviera.
Sacó su celular y comenzó a ver la pantalla con bastante seriedad. Supe que iba a llamar a mamá para notificarle lo que sucedió.
Al principio no vi como un problema que lo hiciera, así ella estaría al tanto de mi condición. Sin embargo, recordé que Matthew también estaba en ese auto y podría enterarse de todo. Eso le causaría preocupación y querría volver.
Y yo no quería verlo.
La tomé de la muñeca cuando elevó el brazo con celular en mano. Esperé que eso le diera a entender que no deseaba que se supiera esto hasta que nuestra madre regresara sola. Briana era todavía muy joven —doce años— como para comprender mis gestos, así que dijo algo que no tuvo nada que ver con mi principal intención:
—Tranquilo, Carven. —Apartó la mano de mi cara para sostener con esa el teléfono—. Ya le estoy llamando a mamá.
Dejé de moverme, necesitaba hacer de esto algo menos doloroso. Mantuve la vista al techo y seguí recobrando lentamente el aire y la cordura. Deseé con todas mis fuerzas que nadie contestara; era lo único que necesitaba para impedir que Matthew supiera de esto.
—Mamá —Briana sonó más seria de lo que esperaba. Maldije para mis adentros—, Carven ha tenido un ataque otra vez.
Ahí estaba. Dicho y hecho antes de que mi madre pudiese abrir la boca. Me pasé una mano por el rostro y seguí recobrando el aliento en espera de que respondieran al otro lado de la línea. El silencio de nuestro hogar era suficiente para que Briana no ocupara poner el altavoz. Mi respiración poco a poco se hizo más silenciosa.
—Dios mío —sonó tremendamente preocupada—. ¿Está bien? ¿Lo ayudaste como te he explicado?
Durante casi toda la llamada no escuché a Matthew. O estaba muy callado en el asiento del copiloto, o finalmente en su hogar. Lo segundo era muy improbable, ya que vivía lejos. Mínimo treinta minutos les tomaría llegar hasta allá; desde su partida solo transcurrieron diez.
—Señora Devine, no me importaría que retornáramos —habló en voz baja, definitivamente era Matt—. Carven la necesita ahora.
Percibí los murmullos que intercambiaron mi madre y él, pero no tuve idea de lo que se dijeron. Entrecerré los ojos. Sabía que él querría venir tras enterarse de lo que provocó.
—Hija, llegaré allá en cuanto lleve a Matthew a su casa —dijo más tranquila que cuando atendió la llamada—. Cuida a tu hermano.
Y colgó.
Apagué mi celular en cuanto pude pararme del suelo, manteniéndome bajo las cobijas el resto de la tarde y toda la noche. Me sumí en la confusión y el miedo.
¿Por qué? ¿Por qué había pasado esto?
Hundí el rostro en la almohada y la apreté con fuerza. Quería gritar, llorar, golpear algo. Necesitaba aclarar mi mente y desahogarme en soledad, puesto que no podía decirle a nadie sobre lo que sucedió en realidad.
A mi familia no le gustaría, se harían de ideas equivocadas. Yo no podía ser "eso" solo por haber besado a otro chico. ¿Tan importante era un beso como para definirme en ese aspecto?
Me avergoncé de mí mismo, de mis actos. Pero pasó. Pasó sin que supiera detenerme ni controlarme.
Y no es que hubiese sido con cualquiera; fue con Matthew, mi mejor amigo, el único que tenía y al que veía casi todos los días, el chico al que mi familia comenzaba a tomarle cariño. ¿Cambiarían su opinión de él si se enteraban?
Tiré de algunos mechones de mi cabello y pataleé como un niño. Me llamé estúpido sin parar.
«¿Cómo es que esto pasó?», pregunté vez tras vez, esperando conseguir pronto una respuesta.
Sucedió porque él lo quiso. Y yo también. Esa fue la única conclusión a la que conseguí llegar. Ninguno de nosotros fue obligado a seguir el juego del otro.
Me gustó besarlo, me gustó sentirlo, me gustó que él estuviera tan cerca de mí. Volver a imaginar en mi piel el paso de sus manos me generó un cosquilleo que quise que desapareciera.
Recordar el sabor de sus labios, el comportamiento que tuvo y la forma tan natural en la que llevamos el asunto, hizo que creyera por un segundo que siempre quisimos esto. Él pareció conocerme en un par de aspectos que ni siquiera yo había descubierto. Le brindé confianza y me dejé llevar con facilidad, tentado y ciego por él.
Muy en lo profundo de mi ser pude notar una chispa muy pequeña. De esta podría brotar un fuego ardiente y rojo con la capacidad de mantener vivos cientos de emociones y sentimientos no descubiertos ni aceptados por mí. Calidez, bienestar, alegría, felicidad... todo eso si yo permitía que la chispa se transformara y se expandiera por el interior de mi cuerpo.
Pero a cambio de aquellos beneficios tan atrayentes, sacrificaría otras cosas igual de importantes. Porque jugar con fuego jamás ha sido seguro.
Toda una vida podría írseme de las manos si escogía estar junto a la persona incorrecta.
¿Valía la pena? Mi perspectiva egoísta y miedosa era mayor que la que opinaba en favor de mi propia felicidad.
Suspiré en silencio y busqué que el colchón me tragase junto con mis absurdos temores. Odiaba tener que pensar tan a fondo las cosas que no lo merecían. Perdía mi tiempo preocupándome ante lo que posiblemente fuera la broma más pesada en la que caí. Matthew seguro estaba riéndose en su habitación, pensando con una gran sonrisa en lo confundido que podría encontrarme.
Me senté en la cama y puse mi almohada por enfrente, recargada en la pared. Buscando sacar el enojo que esta última conclusión trajo, comencé a golpearla con fuerza. Traté de no gritar para que Briana o mi madre no escuchasen. Debía desquitarme solo.
Ya que era pésimo hablando con seriedad, escogí de forma apresurada evitar todo ese problema, bloquearlo de mi mente y fingir que jamás sucedió.
Mantenerlo como un secreto y llevármelo hasta la tumba parecía lo más efectivo, pero en ese momento me di cuenta de que siempre evadía las situaciones fuertes en lugar de afrontarlas.
«Porque soy un maldito cobarde».
Cuando el agotamiento de tanto golpear causó que me detuviera, me dejé caer y esperé a que el sueño acabara conmigo. No quería que el mañana llegase, anhelaba ya no despertar. El nerviosismo de solo pensar en que vería a Matthew me quitó las ganas de dormir. Y no dormir significaba sobrepensar.
Dentro de mi cabeza, la risita que interrumpió nuestro largo beso hizo eco y se repitió hasta el cansancio.
Apenas pude conseguir prestar atención a la profesora, pues mis párpados pesaban y mis oídos se rehusaban a escuchar más. Estaba quedándome dormido en la tercera clase, ya que no podía aguantar semejante desvelo que me acogió anoche.
Fue inevitable no bostezar casi cada minuto. Me tallé los ojos varias veces y percibí lágrimas embarrarse en mis nudillos. Suspiré, aguardando a que el tiempo pudiera despertarme mejor.
Miré hacia mi cuaderno abierto por los siguientes minutos, cabeceando y luchando contra mí mismo para no dejarme vencer. Una de mis manos sostenía el lapicero como si estuviese dispuesto a escribir, el otro colgaba a un costado de mi cuerpo, sobrando.
Todo el mundo se percató de lo cansado que estaba en el momento en que, sin darme cuenta, me quedé dormido y aterricé con la frente sobre la butaca. El sonido fue lo suficientemente fuerte como para que la clase se detuviera por completo.
Muchas risas se escucharon de fondo junto con unos cuantos empujones que buscaban mi reacción. Levantar el cuerpo pesaba, la frente me dolía y punzaba a causa del impacto. Lamenté mucho tener que alzarme cuando por fin estaba en el mejor punto para dormir.
—Devine, ¿estás bien? —La profesora se acercó casi corriendo a mí.
Sacudió un poco mi cuerpo hasta que me levanté muy despacio. Pasé la mano por mi rostro y cabello antes de asentir con apenas un movimiento. Mis ojos ansiaban poder volverse a cerrar.
—Mejor ve al baño a lavarte la cara con agua fría —No supe si lo decía en serio o era parte de una alucinación del cansancio.
Sin responderle en lo más mínimo, dejé que mi cuerpo se moviera en automático. Me levanté con un poco de dificultad y salí por la puerta caminando como un zombie a ojos de mis compañeros, quienes contemplaban la escena con silencio y diversión.
Sentí sobre mí las miradas de Hanabi y Keira, pero no quise voltear porque me harían sentir más estúpido de lo que ya me sentía. Una de ellas era la novia de Matthew, el causante de mi tormento y de que me encontrase tan mal.
Ya en el baño me mojé el rostro unas cuantas veces con el agua lo suficientemente fría para hacer que me doliera la piel y se me entumieran los dedos. Por fortuna funcionó más que caminar, pues me activé casi de inmediato.
Me observé en el espejo por un segundo antes de volver a clases. Noté a simple vista las manchas moradas bajo mis ojos, el cabello a medio peinar y el uniforme escolar terriblemente acomodado. Aproveché ese pequeño descanso para arreglarme un poco, ya que necesitaba dejar de verme como el alcohólico que no era.
Finalmente, una vez que me sentí listo para ver el mundo, salí del baño y me encaminé de regreso con la mejor de las actitudes.
«Pensar positivo, Carven, pensar positivo...», me dije antes de golpear mis mejillas y apretar los párpados unas cuantas veces. Ya podía volver como un hombre renovado y listo para estudiar... o para no dormirse.
No obstante, poco me duró la motivación.
Paseándome por el instituto y observando de reojo al interior de cada aula, crucé —sin querer— la mirada con Matthew. Yacía sentado del lado derecho del salón, junto a las pequeñas ventanas que daban vista al pasillo. Se percató de inmediato de mi presencia y se alzó de su posición encorvada con suma prisa.
Di media vuelta, regresé por donde vine, aceleré el paso para huir de él y mandé al diablo todos mis propósitos del día. Logré escuchar que pedía permiso a su profesor para salir al baño, lo que se traducía claramente a que iría tras de mí. Me preparé para correr.
—Carven, espera. —Escuché su bajo llamado y sus largos y veloces pasos—. Por favor, Carven.
Me hice el sordo y avancé cada vez más rápido. Él me imitó a la perfección por el resto del corredor y las escaleras. No dejó de llamarme y yo no dejé de ignorarlo. Era difícil comportarme de ese modo con él, puesto que Matthew en realidad no venía a mí con malas intenciones. Quería hablar y yo estaba rehusándome a sus explicaciones por culpa del miedo.
Al nivelarse conmigo, tomó mi muñeca y la apretó con fuerza, clavándome las uñas y girándome para que pudiera verlo. Se me erizó la piel al ver en Matthew la seriedad y la preocupación combinadas en su rostro. Un nudo profundo se quedó atorado en mi garganta, comenzaron a arderme los ojos.
—¡Déjame en paz! —Y me libré con agresividad.
Me eché a correr hacia los jardines en cuanto tuve la oportunidad. Salí por la gran puerta principal, ignorando al guardia de seguridad que me gritó desde su cómodo asiento para que regresara. A Matthew le dijo exactamente lo mismo segundos después.
Respiré a grandes bocanadas y me dolió un costado del torso, pero jamás me detuve. Quería huir de este problema a como diera lugar, desaparecerme entre los arbustos para nunca volver a salir al mundo que compartía con él.
—¡Detente, Carven! —Sonó igual de agitado que yo. Íbamos parejos en el trote—. Quiero hablar seriamente contigo.
Mi estómago se achicó cuando dijo lo último. Los nervios aumentaron drásticamente; mi mente no procesó nada que no fuera correr muy lejos.
Brinqué unas cuantas piedras, anduve en zigzag por el césped, esquivé árboles. Mis tobillos, que no estaban preparados para el ejercicio físico comenzaron a molestarme; tuve que reducir un poco la velocidad para que los pies y el aire faltante no me mataran.
No encontré ningún sitio donde pudiera esconderme. En algún momento ocuparía parar. Matthew aún se veía con energías y fuerzas para correr otros dos kilómetros; estaba acostumbrado a la actividad física en comparación conmigo. Si no me alcanzaba, era porque quería ver hasta dónde aguantaría.
Tenía miedo de enfrentar a Matthew cara a cara, pero era lo único que como un ser humano tonto y lento podía hacer. Apreté los párpados, queriendo que las pequeñas lágrimas que aún no caían desaparecieran. Me mentalicé para detenerme unos cuantos metros adelante en el jardín más escondido del instituto, detrás de todos los edificios.
Vi la fuente seca, la banca de cemento vacía y rota, los arbustos sin podar por el descuido. Me adentré sin dificultades ni dudas. Solo ahí creí sentirme seguro y lejos de él, lejos de mi problema.
Matthew me dio solo quince segundos de recuperación que fueron suficientes para oxigenar mi cerebro y brindarle un poco más de estabilidad. Seguí agitado y respirando a toda prisa, escuché mi corazón palpitando en mis oídos, las mejillas me ardían por el calor.
—¡Para ya, carajo! —Llegó finalmente.
Gracias a que ya me encontraba lo suficientemente bien, quise irme de nuevo. Di media vuelta y me dispuse a salir de ese jardín. Él fue más rápido que yo, pues me alcanzó y detuvo nuevamente por la muñeca.
—¡Deja de huir! —exclamó con un poco de dureza. Me sobresalté.
Deseé que la tierra me tragase, que alguien viniera y me matara, que un auto me pasase las ruedas por encima para evitar esta situación. Tuve miedo de hablar, de asimilar mis sentimientos, los suyos, las acciones pasadas, todo.
Sin embargo, no podía humillarme así. No podía permitir que él interpretara mis acciones como las de un cobarde, aunque fueran muy evidentes. Era hora de abandonar la neutralidad, la sumisión; tenía que aprender a salir de un lío porque ya no era un niño.
Aunque me temblara el cuerpo y me costara respirar, tuve que armarme de valor.
Me aparté de él en un descuido suyo, pero ya no corrí.
—¡Estoy harto de tus bromas, Matthew! —No supe por dónde empezar a descargarle mi enojo—. ¿Crees que me estoy divirtiendo con esto?
Juntó un poco las cejas y buscó entre sus pensamientos una respuesta para darme. Me miró de arriba abajo en silencio, esperando a que añadiera algo más. Apreté los puños y agaché la cabeza para que no viera que esta situación era lo suficientemente molesta como para humedecer mis ojos.
—¿Tienes idea de cómo me sentí cuando te fuiste? —Se me cortaban las palabras—. Creí que moriría.
Desvió la mirada por la vergüenza y se encogió de hombros, como si estuviese regañándolo.
—¿A esto querías llegar? —No pude detener mis palabras ni razonar en lo más mínimo—. ¿Querías que me humillara de esta forma delante de ti?
Necesitaba calmarme. No quería acabar igual que ayer, débil y asustado por culpa del nerviosismo y el miedo. Aflojé los puños y suspiré, cerrando los párpados de par en par. Ya no podía continuar con esa actitud tan denigrante y él tampoco se merecía ese trato luego de todo lo que pasamos juntos en el último mes.
—No soy eso que piensas. —Alcé la voz, pero ya no tanto como en un principio. Soné más despectivo de lo que quería.
Algo en mis palabras no le agradó, pude notarlo en la seriedad que recobraron sus gestos y postura. Me observó casi de la misma forma que yo, con molestia y desaprobación. Dio un par de pasos muy veloces hacia mí.
—¿Entonces por qué seguimos? —Me tomó del cuello de la camisa y me atrajo hacia él con ligera violencia—. Pudiste haberme dicho que parara.
Y tenía razón. En aquel momento, en la oscuridad de mi habitación, permití que hiciera conmigo lo que se le antojase. Y aunque me pesara muchísimo admitirlo, me gustó. Desgraciadamente no podía decírselo. La vergüenza y el terror eran más fuertes que mi voluntad de aceptar mis sentimientos por lo recién vivido y por él.
—Tus malditas bromas hicieron que me confundiera, Matthew. —Con ambas manos, intenté apartar las suyas.
Me soltó con brusquedad y me empujó hacia atrás.
—¡Yo no estaba bromeando, Carven! —Se revolvió en cabello con rapidez y clavó sus ojos en mí—. ¡Eres un lento!
Alcé las cejas y busqué que se explicara. Comenzó a caminar de un lado a otro, igual que como solía hacerlo en el escenario del auditorio para repasar en solitario sus escenas.
—¿No te diste cuenta jamás de que todo lo que pasó entre nosotros fue intencional? —Finalmente se detuvo a un metro de mí.
Cuando creí que volvería a empujarme, alcé un brazo como parte de mis reflejos. Ahí, él redujo nuestra distancia a solo treinta centímetros.
—Fue porque me gustas, ¿bien? —soltó de repente, sin dudas ni temores—. Me gustas mucho, Carven.
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