Capítulo 8
Siempre fui una persona de pocos amigos, con problemas para socializar.
Solía mantenerme al margen de cualquier situación, pasando desapercibido. No me gustaba que la atención estuviera puesta sobre mí, comparado a otros compañeros que se esforzaban en su popularidad.
La sociedad entera así era, como una pirámide imaginaria con la capacidad de definir quiénes éramos y nuestro rango de importancia social. En la cima estaban los más destacados o conocidos de cualquier empresa, instituto o incluso familia. Y claro, una gran mayoría deseaba la cúspide porque era sinónimo de ser el mejor de entre cientos o miles.
Matthew, en el ámbito escolar, estaba a punto de alcanzar la cima en compañía de su amada novia gracias a su talento y carisma. Por debajo, estaba Hana haciéndose de algún espacio para aumentar su popularidad. Y yo quizás estaría todavía más abajo de no ser por Matthew y su manía de presentarme a cualquier conocido que se le atravesara.
En ese último mes, más personas y profesores comenzaron a saberse mi nombre y a guardar mi rostro en sus memorias. Algunos me ubicaron como el coprotagonista de la obra más esperada del semestre, otros por ser el chico serio que siempre estaba paseándose con Matthew en el instituto.
Antes de eso solo mi pequeño grupo diario me conocía. El cambio de entorno me resultó muy drástico.
Caminar por los pasillos y responder saludos de desconocidos era algo a lo que apenas estaba acostumbrándome. No siempre me encontré cómodo con ello, por eso Matthew me recomendó que empezara a dejar de temerle a la gente porque próximamente me presentaría a muchos más. Tenía razón.
—¿Saliendo vamos a tu casa? —Me atrajo un poco más hacia él con el brazo que me rodeaba por el cuello.
Asentí.
—Como todos los días.
Nos dirigimos hacia el auditorio con pasos lentos. Comenzaba a darnos flojera ensayar diariamente y sin descanso. Los días se tornaron habituales para nosotros, cero maravillosos ni nuevos.
Lo único destacable y más reciente sucedió dos días atrás, cuando él se atrevió a besarme. Pero del tema no volvimos a hablar pese a que quise intentarlo.
Matthew me había besado. Y me gustó. ¿Qué quería decir eso?
Luego de que él se fuera me recosté en la cama, miré al techo y comencé a pensar un poco respecto a lo sucedido y mis sentimientos. Fue complicado porque no pude llegar a ninguna conclusión útil o real que me hiciese decir "sí, seguro que eso es".
Era mi mejor amigo. El único que tenía. No podía desarrollar otros sentimientos hacia él porque acabaría molestándose y apartándose de mí. Él solo estaba bromeando conmigo, quería joderme y hacer que me quedara pensando por horas como un idiota.
Debía dejar de ser un lento y aceptar su broma de mal gusto. Cosas de este tipo no podían hacerme dudar de quién era, ¿verdad?
Pero cada vez que lo tenía cerca de mí, como en ese momento, comenzaba a ponerme nervioso.
Ocultarlo era sencillo, por fortuna. Actuar que estaba bien, que no me ocurría nada, que no me sentía confundido... que él no me gustaba. Solo debía comportarme como todo el tiempo, como antes de que hiciéramos eso. Seguir fingiendo que el pasado no me carcomía de ansiedad y que él y yo éramos únicamente mejores amigos.
Cuando ingresamos al auditorio Boulluch ya nos esperaba. Cruzada de brazos junto a la puerta, nos llamó la atención con que no podíamos atrasarnos ni un minuto porque sin nosotros no podían empezar. Tuvimos que disculparnos con la mayor de las formalidades, jurando que no se repetiría.
—Son mis dos protagonistas. —Poco a poco se fue alejando—. Necesitan compromiso, muchachos.
Caminamos hacia el escenario y subimos rápidamente para comenzar. Durante unos cuarenta minutos ensayamos juntos, practicando y siguiendo los consejos de Boulluch. Cada vez me sentía mejor preparado, ya que distinguía a la perfección el cambio y la mejora. Me sentí orgulloso de mi progreso.
—Muy bien, jóvenes, cambiarán de pareja por los siguientes dos días. —La profesora se acercó a nosotros, silenciosa como un fantasma—. Matthew, necesito que actúes con Keira la primera escena del beso, ¿ya la has ensayado?
El chico vio a través de la profesora y conectó sus ojos con los míos, delatando en silencio que sí, que la había practicado conmigo recientemente. Me giré para no seguir viéndolo más; me molestaba tener que sentirme como un grandísimo tonto.
—Por supuesto, es de mis escenas favoritas —habló con ánimos y confianza.
Ella lo acompañó hasta su novia y me dejaron atrás. Isaac Thompson vino en reemplazo de mi mejor amigo para que practicara otras escenas con él. Sin embargo, el chico notó que mi concentración no estaba en su mejor punto. Matthew me distraía porque podía verlo tras la espalda de Isaac.
—¿Estás bien? —Isaac me tomó por ambos hombros.
Al principio no entendí lo que quiso decir. Yo me sentía completamente normal y estable. Asentí con un ligero movimiento y me propuse a continuar.
—¿Seguro? —No confió en mí—. Te veo un poco más pálido y distraído. Quizás vas a enfermarte. Sentémonos un rato.
«Que indiscreto he sido».
Mientras bajábamos observé el ensayo de Matt, que ya estaba en el mejor momento. Mi equilibrio emocional pronto se vino abajo cuando vi cómo Matthew besaba a Keira con cierto gusto y menor frialdad. Tensé los labios, apreté un poco los puños en un acto reflejo.
«¿Por qué no me besó así?».
Estuve por golpearme a mí mismo tras percatarme de la gran tontería que acababa de pensar. No tenía razones para preocuparme por un beso de Matthew.
Mientras mi mente se reorganizaba, escuché detrás de mí los suspiros de otras actrices secundarias que contemplaban de cerca aquel beso tan tierno y realista. Pero a mí solo me ardía el estómago y quería gritar.
Me senté en la primera fila, exactamente frente a ellos y a un lado de Isaac. Estuvimos mirando y opinando a la ligera por la siguiente media hora. Entre los silencios que había, yo pensaba y repasaba una y otra vez su broma en mi habitación.
—Muy bien —Boulluch surgió de entre las sombras del telón. Aplaudió en el aire un par de veces antes de dar indicaciones—, ensayaremos de manera oficial esta escena.
Todos corrieron despavoridos por el escenario. Un ensayo oficial al final de cada día era muy importante para saber cuánto habíamos progresado. Los presentes se acomodaron en los asientos y Matthew y Keira en cada lado del escenario, ya preparados para comenzar.
—Tres, dos uno... —Escuchamos a Boulluch con firmeza.
La escena empezó.
Keira llegaba corriendo hacia Matthew, con expresiones de tristeza y preocupación para contarle sus problemas. Él la escuchaba con seriedad, con una mano en la barbilla para analizar la gravedad de la situación.
Los dos mostraron un gran desempeño y compromiso al actuar. Todos sentimos que estábamos viendo a un par de profesionales en escena. Nuestros ojos no se apartaron de ellos, salvo cuando leíamos los guiones para estar al pendiente de cualquier equivocación.
Me emocionaba verlo con tanta seguridad y firmeza en cada uno de sus movimientos. Lo admiraba a él y a su increíble talento. Definitivamente Matthew nació para para brillar, para actuar, para fingir con tremendo realismo ser otra persona.
Al final, el tan esperado momento del beso se acercó. Nos erguimos en nuestros lugares y entrecerramos los párpados para analizar cuadro por cuadro. Escuché los murmullos femeninos cargados de celos y emoción: "Yo también quisiera besarlo", "se ven tan bien", "ya viene lo mejor".
«Va a besarla», es lo único en lo que yo podía pensar.
—Entonces, no sufra más por sus dilemas... —Dio un paso a un costado y alzó el brazo izquierdo hacia nosotros, su público.
Se petrificó en el momento en que bajó la vista y se dio cuenta de que yo lo veía con mucha admiración, celos y seguridad.
—Y... y... —El diálogo más icónico de la obra se le acababa de olvidar.
—Quédese conmigo —completé en voz muy baja, cargando en aquellas palabras un nuevo significado que solamente notamos él y yo.
Vio perfectamente el movimiento de mis labios y las expresiones de mi cara. Arqueó hacia arriba las cejas con un poco de nerviosismo.
—No puedo —admitió por fin en mitad de su espectacular actuación, interrumpiéndose.
Todos suspiramos con la misma decepción que él. Se llevó una mano al rostro. Maldijo decenas de veces con un tono ligeramente elevado y se paseó por el escenario sin despejarse la cara. Keira se mantuvo de pie y no se movió ni un ápice, expectante de su novio y su frustración.
—¿Cómo puede olvidarse de semejante escena, joven Belmont? —Boulluch se acercó a ellos dos—. Es una parte importantísima. Iba tan perfecto...
Él volteó los ojos y liberó el aire contenido en sus pulmones a causa del enojo.
—Me distraje. —Elevó un poco la voz, mostrándose lo más neutral posible—. No volverá a pasar.
Y antes de retomar las posiciones e iniciar desde cero, él giró un poco la cabeza para mirarme con aquellos ojos oscuros y carentes de luz.
—Soy un asco. —Matthew hundía el rostro sobre mi almohada—. ¿Por qué tenías que distraerme?
—Yo solo estaba mirándote, idiota. —Le golpeé una pierna—. Igual que todos, igual que otros ochocientos harán en el futuro.
Al llegar a mi casa, él se recostó sin los mayores ánimos del mundo. La práctica oficial no le había salido nada bien. Unos cuantos errores de memoria y un beso dado más por la fuerza que por amor a su novia, fueron unas de las tantas equivocaciones en el ensayo oficial. Boulluch lo regañó nuevamente y le dijo que tenía que ser más dedicado, que no podía arruinarlo todo solo por un pequeño error en la primera práctica.
—No puedes desmoronarte solo porque te equivocaste una vez —dije en medio del silencio—. Eres humano, Matthew. Equivocarte unas cuantas veces no te hace un mal actor.
Todo el trayecto en bicicleta estuvo llamándose a sí mismo una decepción. Escuché sus lamentos y quejas sin añadir nada; si lo hacía enojar, él me obligaría a caminar hasta mi casa.
Finalmente, ya instalados en mi cuarto como todos los días, intenté animarle. Pero Matt continuó con el rostro hundido y sin mover ni un músculo.
—Tenemos que ensayar. —Tiré de una de sus piernas—. Este no es un sitio para que llores como cuando no podías trepar.
—No estoy llorando —aclaró rápidamente.
Tras ver que no se levantaba, le di una nalgada con fuerza. Se irguió y levantó la cabeza para soltar una corta exclamación. Llevó una de sus manos al trasero para sobarse, pero no se levantó. En lugar de hundir todo el rostro en la almohada, lo apuntó en mi dirección.
—Vuelve a hacerlo —dijo en voz baja. Su rostro estaba rojo.
—¡Estás loco! —exclamé y me aparté de golpe. Mi cara se puso como la suya.
Comenzó a reírse con una carcajada mientras se sentaba sobre el colchón.
—Tus reacciones siempre me divierten. —Se peinó con los dedos y se acomodó la camiseta—. De acuerdo, vamos a ensayar.
Practicamos por una hora sin descanso hasta que nuestras gargantas se secaron. Paramos por un vaso de agua, saludamos a mi madre con ánimos y regresamos a mi habitación para continuar ensayando.
—Carven, me acordé de algo que me contaste hace unos días. —Se acomodó en el piso y recargó la espalda en la cama. Yo lo seguí—. Dijiste que nunca habías tenido novia.
«No tienes por qué recordarme algo como eso...».
Lo escudriñé con la vista, esperando que fuera más específico.
—¿Qué tiene? —No quería que habláramos de mi solitaria vida en ese momento.
—¿No has besado a nadie antes? —Abrió un poco los párpados, muerto de curiosidad.
Sí que lo había hecho, y no con él. Cuando tenía 15 besé a una chica en nuestra fiesta de graduación de secundaria. Todo había sido parte de un reto entre mis compañeros y no duró más de dos segundos. Y ya. Nunca volví a hacerlo.
—Sí, no te sientas especial. —Sonreí a medias y lo empujé con ligera brusquedad hacia un lado.
—Pero no sabes besar, dices.
—¿Puedes parar con estas preguntas incómodas? —Me aparté un par de centímetros de él.
Se rio y levantó ambas manos para indicarme que así sería.
—No te creas profesional, Matthew —añadí en voz baja—. Vi como besaste a Keira minutos antes de irnos, como si besar te asqueara.
Nos reímos juntos, dando el tema por terminado. Él se paró y caminó rumbo a su mochila para sacar nuestros libretos. Me lanzó el mío y lo caché con agilidad. Pasé las hojas con rapidez y busqué una escena que no tuviera completamente memorizada. Él pasó los ojos por la página en la que me detuve y buscó la misma en su propio libreto.
Afuera el cielo estaba gris. A ratos relampagueaba, la lluvia se encontraba cerca y mi habitación un poco a oscuras. El viento movió las cortinas con ligereza y suavidad, ventilando mi habitación con aire fresco. Era un deleite respirar la tierra húmeda.
No nos importó que la poca iluminación nos dificultara la lectura del guion, ni quedarnos ciegos por leer así. Ya sabíamos gran parte de nuestros diálogos y casi toda la estructura de la obra.
Practicamos sin dificultad por el rato posterior. No elevamos mucho la voz para evitar molestar a mi hermana, cuyo cuarto se encontraba junto al mío. Realizamos nuestros movimientos, empleamos la entonación correcta y evitamos a toda costa ver el libreto. Así por las siguientes dos escenas sin parar.
Los ensayos en mi casa acababan siendo mucho mejores que los presentados en el auditorio. Siempre creí que se debía a no tener ninguna presión como Boulluch y su perfección, o la docena de ojos sobre nuestros cuerpos e interpretaciones.
Terminamos más pronto de lo esperado gracias a nuestra concentración. Mientras yo relajaba la garganta y aflojaba mi cuerpo, Matthew se dedicaba a hojear el libreto con seriedad. Moví los hombros en círculos y el cuello de un lado a otro. La relajación máxima vino cuando escuché el crujido de mi columna tras un estiramiento. Suspiré de gusto.
—Oye, Carven —En esta ocasión sonó muy serio—, ¿crees que pueda practicar contigo esta escena?
Y la señaló con el índice. Me asomé por encima de su brazo y bajé la vista hacia la hoja que me indicó. Pasé las líneas con rapidez para saber de cuál se trataba.
—¡No! —Exclamé mientras retrocedía—. Ni hablar. Ya la practicaste mucho hoy.
Era la maldita escena del primer beso que continuaba sin superar. Ya estaba cansándome de ella.
Me tomó de ambas muñecas y me miró con súplica.
—Por favor —rogó una y otra vez, moviéndome adelante y atrás—. Soy un fracaso. Quiero que mañana la escena ya me salga bien.
—No, ensáyala con Keira.
Pero a mi rechazo solo vino más insistencia de su parte. Matt me recordó a mí de niño cuando le rogaba a mi madre en la fila del supermercado para que me comprara un dulce del mostrador. Yo seguí negando con la cabeza, pero comenzaba a cansarme. En cambio, Matthew rebozaba de energía suficiente para no parar hasta que yo aceptara.
Empezó a brincotear en su lugar, sin soltarme.
—Te lo imploro, Carven. —Sacudió mis manos—. A Keira le molestará que la interrumpa con esto.
No iba a callarse pronto, así que tuve que complacerlo para recuperar el silencio y la calma de la habitación.
—Está bien... —A mi respuesta, vino su exclamación de felicidad. Alzó ambos brazos en señal de triunfo.
Antes de que comenzáramos necesitaba poner un par de condiciones para que yo no tuviera que pasar de nuevo por una de sus estúpidas bromas y mis confusos sentimientos.
—Pero sin el beso. —Interrumpí su celebración, colocando mi mano sobre su hombro—. ¿De acuerdo?
Se pausó por un segundo, intentando analizar lo que querían decir mis palabras. Bajó ambos brazos y asintió sin quejarse.
—Por Dios, no es como si quisiera besarte. —Se rascó un poco la cabeza y alzó el libreto a una buena altura.
En esta ocasión me tocaría ser Charlotte. Para tomarnos la escena un poco más en serio tal y como Matthew quería, no fingí una voz femenina que nos hiciera reír. Avanzamos lento con la escena, puesto que él quería andar sin errores. Yo traté de nivelarme a su ritmo para que esto no se viera más forzado de lo que ya era.
Me alegré porque su interpretación estaba saliendo muy bien. A cada diálogo correcto, él aumentaba su confianza y mejoraba sus expresiones. Volvía a ser el mismo prodigio del día anterior.
En lugar de mostrar un rostro trágico adecuado para la escena, sonreímos ampliamente sin dejar de leer o hablar. Cuando yo alzaba la vista tras recitar los diálogos de Keira, conectaba la mirada con sus profundos y penetrantes ojos. Estábamos haciendo un buen trabajo y eso nos ponía felices a los dos.
Apoyó ambas manos sobre mis brazos, tal y como haría con Keira; poco a poco se acercó a mí y yo a él. ¿Esto era parte de la escena? No estuve muy seguro. El momento final que últimamente me emocionaba estaba siendo recitado por él con lentitud, en voz baja. Su voz me arrulló e hizo que me perdiera en él.
—Conmigo... —Fue lo único que escuché. El final.
Antes de que decidiera dar por concluida la escena y alejarme lo más posible, Matthew pasó una mano por mi cabeza y me atrajo hacia sí con un poco de agresividad.
Me besó.
Retrocedí, esperando que se apartara. Al percatarse de mi movimiento, Matt se inclinó aún más para que no separáramos nuestros labios. Se recargó con una mano en el suelo y la otra la paseó por mi nuca y por mi mejilla. No le correspondí al principio, o eso creí.
¿Esto era lo que quería? ¿Debía responder? Fueron dos de los cientos de preguntas que invadieron mi mente en menos de un segundo. No tuve tiempo para analizar la situación a detalle. Era parar en ese instante, o seguir hasta el final.
Una leve respuesta de mi parte abrió paso a que el beso se alargara. Cerré los ojos como él y decidí dejarme llevar. Eliminé mi tensión y ya no retrocedí. Alcé ambos brazos y lo rodeé del cuello para atraerlo más hacia mis labios.
Mi piel comenzó a calentarse, mi cerebro a cocerse y el corazón me latió a toda velocidad. Creí que de tan rápido que latía, se descompondría igual que una máquina sobrecargada.
Giré todo mi cuerpo en su dirección y poco a poco avanzamos. Él hacia adelante, yo hacia atrás. Me di contra el buró junto a mi cama; me acorraló con su cuerpo. Nuestras piernas se enredaron.
Los dos nos comportamos como si lleváramos esperando esto una eternidad y el tiempo nos faltase ahora.
Al abrir ligeramente la boca, Matthew se atrevió a introducir su lengua. Me tomó por sorpresa, pero no me quejé y seguí. Poseía un sabor dulce que me encantó hasta puntos indescriptibles. Nuestro beso pronto se tornó excitante.
Sentí la sangre fluir en sitios incómodos. No quise que lo notara porque era vergonzoso que supiera que este tipo de cosas, más con él, me provocaban.
Entrelacé mis dedos con su cabello. Él, con picardía y confianza, soltó mi rostro con suavidad para bajar su mano y moverla bajo mi camiseta. Jadeé más fuerte de lo esperado cuando paseó el pulgar por mi pecho. Se rio muy bajo, interrumpiéndonos solo un corto instante.
Con los dedos recorrió los huesos de mi columna, uno por uno en caricias estremecedoras. Me abracé a él para no caer en la locura que todo esto conllevaba. Seguí saboreando sus labios, su lengua... todo. Él hacía lo mismo conmigo, aunque ocultándolo peor. Sintió la suavidad de mi cuerpo, escuchó de cerca mis muy bajos suspiros de placer.
«Cálmate, Carven...».
Fue lo único que pude oír de mi conciencia, pero la ignoré.
Lentamente Matthew bajó la mano hasta que se topó con mi entrepierna. Le mordí el labio para callarme lo que me hizo sentir su tacto. Esto iba para largo, ninguno quería parar.
«Haz lo que quieras conmigo, Matt...».
Pero de forma inesperada tocaron a la puerta casi cuando él conseguía desabrocharme los pantalones.
Nos separamos de golpe, despertando de una especie de pesadilla. Nos miramos fijamente, aterrados. Recuperamos el aliento a grandes bocanadas sin creernos todavía lo que acababa de pasar. Sudábamos y estábamos rojos del rostro como si recién termináramos de correr decenas de kilómetros.
—Matty, ¿quieres que te lleve en auto a tu casa? —Mi madre exclamó desde afuera. Agradecí enormemente que no abriera la puerta, ya que no se nos ocurrió colocar el seguro—. Está a punto de llover.
—Claro, señora. Saldré enseguida.
Él retrocedió apresuradamente, sin dejar de mirarme. Solo se volteó para buscar su mochila y meter dentro el libreto de la obra. Se la colgó sobre un hombro antes de levantarse y correr hacia las escaleras.
Ni siquiera se despidió cuando salió, tampoco cerró la puerta.
—¿Cree que pueda pasar primero a su baño? —Lo escuché decirle a mi madre desde la planta baja. La voz le temblaba.
El mundo a mi alrededor comenzó a desaparecer, producto de toda la agitación física y mental. El aire que respiraba comenzó a resultarme pesado, mi cuerpo entero no dejaba de tiritar, me ardieron los ojos.
«¿Qué acaba de pasar?».
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