Capítulo 6

De niño quería estudiar con Matthew. Él también anhelaba estar en la misma escuela que yo.

En el campamento, cerca de nuestros últimos días juntos, hablamos sobre nuestra vida fuera de ahí, dónde estudiábamos y dónde vivíamos.

Desafortunadamente, nuestras casas se ubicaban en los polos opuestos de la ciudad y estudiábamos en colegios cerca de nuestros hogares, así que no coincidíamos en ningún aspecto de nuestro presente. Sin embargo, en una de nuestras tantas pláticas, descubrimos que queríamos estudiar en la misma preparatoria. Él inspirado por su hermana mayor y yo en mis padres, que se conocieron y se enamoraron ahí.

—Espero encontrarte ahí, Matty. —Me recargué contra la madera que conformaba la pared de una de las cabañas—, porque quiero que vayamos juntos a esa escuela.

—Yo te prometo que sí. —Se veía feliz y emocionado—. Iremos en el mismo grupo y treparemos árboles.

Pero eso no sucedió.

Aunque ingresamos al mismo instituto, no nos buscamos como en el pasado prometimos.

Fuimos en grupos distintos en primer año y también en segundo. Yo escuché de él por boca de otros, pero solo de nombre. Al ser Matthew un nombre bastante común, jamás tuve su rostro en mente.

Siempre lo veía en los pasillos, sonriente como era costumbre, hablando con sus conocidos o paseándose con Keira. Iba de vez en cuando a mi aula para acompañarla antes de retomar las clases. Yo no tenía idea de que aquel chico de gestos engreídos se llamaba tal y como el niño que estuvo conmigo dos semanas durante el verano. Y menos que se tratara de él mismo.

Lo observé fijamente desde la distancia, volviendo al presente. Él charlaba con su novia a unos cuantos lugares, en la hilera de asientos del auditorio sin percatarse de que estaba siendo examinado cuidadosamente por mis ojos.

—Muy bien, vamos a comenzar. —Boulluch justo venía entrando cuando nos pidió estar en nuestras posiciones—. Ensayaremos la escena tres del primer acto.

Ya habían transcurrido dos rápidas semanas desde que me enteré que obtuve un puesto protagónico en la obra. Desde entonces, diariamente y después de clases, veníamos y nos reuníamos todos a ensayar.

A veces nos tomábamos una simple hora, otras veces hasta dos o tres. Casi todo el tiempo Matthew y yo estábamos sobre escena, respondiendo a las exigencias de la profesora y de nuestro ayudante de actuación, el otro alumno de un grado superior.

Me corregían bastante, hasta Matthew se detuvo varias veces antes de que nos pidieran repetirlo. Siempre que eso sucedía sabía que yo era el culpable. Era un inexperto, después de todo. Y por obvias razones tenía que arreglar mis errores y darlo todo de mí tal y como me lo propuse.

Boulluch solía pedirme que elevara la voz, el chico mayor —llamado Isaac Thompson— que me concentrara, y Matthew combinaba ambas cosas; me regañaba más que ellos dos juntos. Usaba palabras más amables, al menos, aunque eso no cambiaba que yo estuviera haciéndolo mal.

Una de las cosas que les gustaba de mí, aparentemente, tenía que ver con mi rápido entendimiento. Era muy lento en todo lo relacionado a la escuela, a mi familia o a mis amigos. Pero si las cosas me provocaban interés trataba de estar al margen. Como en ese escenario, por ejemplo.

Matthew tenía que repetirme las cosas solo una vez para que lo captara y aplicara. De este modo, nadie caía en desesperación comparado con otros actores que participaban con nosotros.

—Matthew, te lo encargo. —Boulluch finalmente dejó de seguirme cuando notó que mejoraba—. Isaac y yo ayudaremos a estos otros chicos.

Antes de ensayar la escena en grupo tal y como la presentaríamos, solíamos dividirnos en pares para trabajar y enfocarnos un poco mejor. Matthew y yo casi siempre estábamos juntos, practicando de protagonista a protagonista y llevando casi toda la escena sin problemas o interrupciones. De este modo no nos deteníamos por las equivocaciones de los demás.

—Al menos no vamos a cantar. —Mathew se secó el sudor de la frente con el antebrazo—. Soy el peor cantante que conocerás.

Se rio de sí mismo.

Nos pusimos de pie, cara a cara y nos apropiamos de nuestro pequeño espacio en el escenario. No muchos nos prestaron atención por estar concentrados en los suyo, pero fui capaz de percibir algunos ojos sobre mí que intenté que no me intimidaran. No debía permitir que los nervios acabaran conmigo porque dentro de unos cuantos meses más de ochocientas personas me verían.

Él comenzó, hablando con potencia, usando los gestos correctos y moviéndose acorde al libreto. Después de él, yo tenía que acercarme un poco y decir mis diálogos de una forma parecida a la suya.

Matthew era natural cuando de actuar se trataba, talentoso, carismático y con habilidades lo suficientemente buenas como para no quitarle la mirada de encima. Hipnotizaba en cualquiera de las cosas que hiciera para interpretar a Christopher. Era el protagonista ideal.

«Ahora entiendo por qué tiene ese papel y no yo».

Me quedé tan embobado en su interpretación, tan magnífica que hasta parecía prohibida, y la repasé tantas veces en mi cabeza, que no me percaté de que él ya había finalizado y que era mi turno.

Tuvo que chasquear los dedos por enfrente de mi rostro para que volviera en mí.

—Hombre, necesitamos que te concentres. —Se quejó, sin mostrarse irritado—. A este paso tendremos que ensayar todavía más tiempo y fuera de la escuela.

—Lo siento. —Intenté poner mis cinco sentidos en el presente, no en mis pensamientos—. Vamos de nuevo.

—Solo respira hondo y déjalo fluir.

Me palmeó la espalda y me dedicó una sonrisa que nunca había visto en él, una que causó en mí ganas de observarla por un momento más.

En mi pecho se manifestó una extraña presión tras imaginármela de nuevo. Quería que volviera a hacerlo, que volviera a sonreírme así. No estuve seguro de si las luces del escenario me iluminaban directamente el rostro, pero sentí un incremento en la temperatura de mis mejillas.

La voz de Matthew actuando me devolvió al presente.

«¿Qué ha sido eso?».

Sacudí la cabeza y traté de olvidarme de las sensaciones de hacía un segundo. Era mi obligación ensayar en ese momento y estar al pendiente de mis líneas, no de la sonrisa de Matthew.

Estaban por dar las cuatro de la tarde cuando nuestras prácticas teatrales terminaron. Él y yo le pedimos a la profesora Boulluch su autorización para quedarnos un rato más practicando y afortunadamente aceptó.

La idea vino de Matthew y su gran necesidad de que yo mejorara.

Aunque deseara volver a mi casa, comer y descansar, tenía que complacerlo y quedarme porque ese era mi trabajo actual, mi segunda nueva vida.

Una vez que todos se retiraron del auditorio, satisfechos con el ensayo realizado, nos dejaron a Matthew y a mí a solas en el interior. Un incómodo silencio se hizo presente cuando el último en salir cerró la puerta tras de sí.

—Bien, en marcha. —Matthew se dirigió hacia las escaleras laterales para subir al escenario. Lo seguí.

Con el libreto en mano, nos paramos en el centro del escenario y contemplamos juntos la vista, igual que la primera vez. Suspiré sin muchos ánimos de continuar ensayando.

—Desde la primera escena —ordenó en voz baja y se ubicó en la parte derecha del escenario.

Yo me quedé en el lado contrario, a la izquierda.

Matthew tenía que recitar un monólogo mientras caminaba de un lado a otro, alzaba los brazos y de vez en cuando elevaba la voz. Era un grandioso inicio en solitario para resaltar su protagonismo ante los espectadores.

Nos miramos desde extremos opuestos. Alzó el brazo y levantó tres de sus dedos para contar en reversa y así iniciar.

Cuando su puño se cerró, se irguió y salió caminando con paso lento hasta el centro del escenario. En lo que yo esperaba por mi aparición, estuve analizándolo.

—¡Tanto tiempo sirviendo a mi familia, a mis amigos! —Dio un par de pasos al frente y llevó una mano al aire—. ¡Y les he fallado!

Las luces ubicadas delante de él lo iluminaron por completo. Su silueta totalmente firme le hizo lucir perfecto, como si en ningún momento fuese capaz de equivocarse.

—¿Por qué insisten en que me case? —Inició su marcha por todo el espacio libre que le proporcionaba el escenario.

La entonación de su voz estaba alta, clara y segura. No había ni una sola duda en sus palabras ni en lo siguiente que diría.

Apenas iniciaba y yo ya podía percibir en él el inicio de una obra fenomenal, digna de elogios para un protagonista tan talentoso.

Me quedé congelado en mi sitio. Esta actuación suya era muy distinta a la de los ensayos. ¿Iba a actuar de ese modo el día en que nos presentáramos? ¿Solo estaba conteniendo su verdadero potencial para sorprendernos en el estreno? Una ligera admiración, mezclada con envidia, se apoderó de mi razón.

—Todo este tiempo... ¡lleno de reclamos! —Golpeó al aire con fuerza, dejando clara la frustración a la que se enfrentaba Christopher.

En el rostro consiguió retratar la impotencia, el enojo. Estaba metido de lleno en el papel que desde el principio fue hecho para él. Yo no me le comparaba, en lo absoluto. Era casi tan bueno como los profesionales.

Bajó la cara y respiró a grandes bocanadas. No le dio por completo la espalda al público inexistente, pero sí ocultó su rostro y lo apuntó hacia mí. Antes de continuar, se alzó un poco para verme. Me guiñó un ojo y sonrió con amplitud, igual que horas atrás, para llamar mi atención.

—Pero no puedo casarme por obligación. —Sus facciones se relajaron tras haber encontrado la respuesta más lógica—­­. Yo quiero encontrar a una mujer especial.

Empezó a dar pasos hacia la derecha.

—Una que me ame.

Lucía fantástico.

—Una que nunca se aparte de mí.

Como un mejor amigo.

—Una capaz de enorgullecerme a mí y a mi familia.

Increíble.

—Que sea hermosa.

Amaba su voz.

—Inteligente.

¿Quién no admiraría semejante talento?

—Y en la que encuentre fidelidad.

«Como la que hay entre nosotros».

El corazón me palpitó con fuerza. Lo pude percibir retumbando sobre mi pecho y sonando en mis oídos. ¿Era por su grandiosa actuación? En verdad no estuve muy seguro.

Verlo me provocó una oleada de confusas emociones. Todas eran positivas y capaces de descargar la energía de mi cuerpo. Me sentí motivado a ser como él o todavía mejor.

De vez en cuando, al girar, me observaba fijo antes de volver hacia el público invisible y silencioso. En el momento en que nuestras vistas chocaron por aquellos cortísimos instantes, no pude evitar sentirme todavía más confundido.

Porque Matthew alimentaba algo en mí, algo que no sabía a ciencia cierta qué era.

Las cosas cambiaron mucho entre nosotros. Yo dejé de ser el poderoso, el grande, el de la motivación. Ya no era al que tenían que seguir como lo fui en mi infancia. Esos días se esfumaron y vinieron con un mejorado Matthew, uno con la capacidad de pisotearme de solo quererlo.

Tiré del cuello de mi playera tras sentir que estaba sofocándome. El calor del auditorio y los reflectores eran excesivos para mí; comenzaba a sudar.

—Necesito de Carven, mi mejor amigo, para estar tranquilo. —Se recargó en la pared y simuló que era su escritorio.

Abrí un poco los ojos, curveé una ceja. Algo anduvo mal en aquel diálogo y claramente lo noté.

«Se equivocó de nombre...».

Di un pequeño paso al frente, apoyé ambas manos en las pesadas cortinas del telón y me asomé.

—Thomas. —Lo corregí con timidez desde mi sitio.

Mi comentario eliminó toda su concentración. Giró la cabeza de golpe y buscó en mis facciones que dijera la verdad. Se le notó desorientado y confundido tras mi interrupción.

—¿Eh? —Hizo una mueca parecida a las sonrisas nerviosas.

Sacó el libreto enrollado de su bolsillo a toda prisa y examinó el guion con suma precisión. Se pasó una mano por el rostro cuando se percató de que tenía razón; acababa de equivocarse el prodigio del teatro.

—¿En qué pensabas? —Salí de mi escondite y me recargué a su lado, sonriente.

—En que es verdad —contestó de inmediato, ya menos frustrado. Le temblaron un poco las manos y no me miró.

Eso no respondió a mi pregunta. Entrecerré los ojos, sin entenderlo aún. ¿Se refería a su equivocación?

«Lógicamente, Carven. Deja de tener el cerebro más lento de la humanidad».

—¿Qué es verdad? —Solo necesitaba confirmar que yo no era un idiota y que mis suposiciones eran correctas.

—Que te necesito para estar tranquilo.

Cuando el eco de su voz desapareció, se vino un abrupto silencio.

De nuevo se me subió el calor a las mejillas y mi mente se hizo un lío. ¿Por qué tenía que decir cosas tan fuera de lugar?

Él también pareció sorprendido y avergonzado tras haber dicho aquello.

—No digas estupideces. —Intenté manifestarle seriedad, pero no lo conseguí.

Se rio.

—¿Qué? Es cierto. —A veces creía que Matthew se comportaba como un niño—. Sin ti, no tendría motivación para escalar árboles, o para vivir.

Luego de apagar las luces y cerrar perfectamente la puerta del auditorio, nos dirigimos hacia la salida para volver a casa. Nuestras madres nos llamaron por teléfono casi al mismo tiempo, preocupadas y preguntando por qué tardábamos tanto, dónde estábamos y por qué no les avisamos.

Durante el ensayo perdimos la noción del tiempo. La primera llamada —para Matthew— llegó cuando faltaban solo diez minutos para que diesen las siete de la noche. Casi en cuando colgó, tomamos nuestras mochilas y corrimos. No quisimos meternos en problemas por quedarnos hasta tan tarde.

Al salir del edificio, fuimos recibidos por un cielo rojizo que anunciaba que la noche se hallaba muy cerca. Nadie caminaba por los jardines ni por los alrededores del instituto. El sitio estaba desierto y silencioso.

—La estación está cerca de aquí. —Avanzamos con pasos largos rumbo a la salida—. ¿Quieres que te acompañe hasta allá?

Matthew negó con la cabeza. Se detuvo en seco y hurgó en su bolsillo por varios segundos. Finalmente me presumió en la cara una llave pintada de negro.

—He traído mi bicicleta. —Y la señaló con el dedo.

Una vez que nos acercamos, se agachó y quitó la cadena que la ataba a uno de los postes de luz. Le ayudé a enrollarla y a meterla en su mochila.

Se montó de inmediato y dio un par de rápidas vueltas alrededor de mí antes de detenerse.

—Señorito, ¿quiere que lo lleve? —Arqueó una ceja y sonrió como si intentase ligar conmigo.

Los dos nos reímos por su ocurrencia, pero no le negué la invitación. Ir en bicicleta era más lento que en metro, pero más rápido que a pie. No quería que mi madre enloqueciera por estar demorándome tanto, así que me monté rápidamente sobre el par de tubos negros que sobresalían de su rueda trasera.

Avanzó con un poco de dificultad al principio, ya que el césped de los jardines atascaba las ruedas y lo obligaban a pedalear con mayor fuerza. Me agarré de sus hombros y los apreté porque no quería caerme. Hacía años que no me montaba en una bicicleta de esta manera y obviamente no estaba preparado para hacerlo ahí.

Una vez que agarró camino en el concreto y más adelante en la calle, comenzamos a ir más rápido.

El viento frío azotó nuestros rostros y revolvió nuestros cabellos. Al principio no pude relajarme por temor a que un auto nos arrollara a causa de la velocidad y los descuidos de Matthew.

Paseé la vista por la ciudad, por las casas, vecindarios y por la gente que transitaba a los alrededores sin preocupación. Amaba mi ciudad, era tranquila, alegre, nunca parecía tener mal clima ni malas personas. Si pudiera quedarme para siempre, obviamente lo haría.

Alcé la vista, mirando al cielo. Estaba invadido de nubes rosadas, moradas y rojas. Aquel atardecer era digno de pintarse y recordarse por siempre. Clima templado, colores rojizos, el aviso previo del anochecer.

Aparté una mano de mi conductor y la elevé para percibir el viento sobre mis dedos.

Me sentí vivo cuando disfruté de esta manera nuestro corto viaje. Cerré los ojos y me dejé llevar. Se me aceleró el corazón y me dieron ganas incontenibles de sonreír.

—Oye, si nos golpea un auto, saldrás volando tú. —Me gritó Matthew desde su posición, interrumpiendo mi inspiración y eliminando la seguridad que comenzaba a adquirir.

Traté de restarle importancia a sus palabras y de ignorar sus intentos por asustarme. Yo solo quería volar sobre ese cielo y edificios tan magníficos, ser libre, vivir. Si me dijeran que después de morir podría continuar en la Tierra, disfrutando de mi existencia sin preocupaciones y admirando paisajes así, accedería a ya no seguir respirando...

Matthew se frenó de golpe, interrumpiendo mi calma.

Los dedos se me resbalaron de sus hombros y me fui hacia adelante con la misma agresividad con la que él se detuvo. Pegué mi pecho a su espalda, estiré ambos brazos. Casi me caí de la bicicleta de no ser porque bajé un pie a tiempo como parte de mis buenos reflejos.

El chico apartó las manos del manubrio para tomarme de las muñecas mientras se reía, aprovechando que las tenía muy cerca. Me mantuvo pegado a su cuerpo para que no pudiera enderezarme.

—Te dije que podrías salir volando. —Giró un poco la cabeza. Estaba tremendamente cerca de mi cara, asomándose por encima de su hombro—. Mantente atento, Carven.

—Ya lo sé... —Me apenó ser tan descuidado.

Matthew me soltó con suavidad y se dio media vuelta para revolverme el cabello. Abrí por completo los ojos tras recibir aquel cariño de su parte; mi rostro rápidamente se enrojeció.

«¿De verdad aceptarías dejar de respirar, Carven?». Me dije cuando vi que su hipnotizante sonrisa me era dirigida a mí... y solo a mí.

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