Capítulo 39
La dureza y seriedad con la que dije que no quería volver a verlo en mi vida, lo tomó desprevenido.
Que se lo gritara en el lugar donde solía sentirse más seguro —un escenario— y las expresiones de mi rostro, causaron que se lo tomara muy en serio. Me dijo que jamás en su vida lo había mirado con tanto odio y resentimiento como en esa ocasión.
Si aquello se hubiese quedado solo entre nosotros, tal vez las cosas no hubieran terminado en un intento de suicidio. La gente de su entorno se aseguró de hacerle sentir culpable y miserable por golpearme e incluso yo formé parte de ellos. No aprobar el año, una familia disfuncional y el aislamiento en su habitación, también contribuyeron fuertemente a sus deseos de morir.
Para alguien como Matthew, lejos de los medicamentos y con una inmensa inestabilidad, el abandono y el odio de quien más quería eran mucho peores que tocar fondo. Era el final, la pérdida del sentido a la vida.
—Contigo yéndote, supe que lo había perdido todo —mencionó—. Y fuerzas ya no me quedaban...
Yo iba a visitarlo cuantas veces me fuera posible. Quería que se recuperara y, por lo visto, mi presencia le ayudaba a eso. Por recomendación de los especialistas teníamos que tratar de hablar de los temas difíciles, ya que necesitaba desahogarse y se resistía a hacerlo con los demás, alentando su progreso.
Gracias a su sugerencia, fui la única persona con quien Matt se atrevió a hablar sin limitaciones, por eso supe secretos de los que ni siquiera su familia se enteró durante bastante tiempo. Aprendí a través de eso lo mucho que yo significaba para él y lo valoré inmensamente; pues en todo lo que llevaba de vida nadie confió tanto en mí como Matthew lo hizo durante su recuperación.
—Mis padres ya no me querían ver, tú ya no me querías ver, ni siquiera yo me quería ver. —Suspiró para alivianar un poco el estrés que le causaba esta conversación—. Estaba cansado de lastimar, decepcionar y estorbar al mundo.
Estas primeras visitas estuvieron cargadas de lágrimas, malos recuerdos, dolor. Traté de escucharlo lo mejor posible, demostrarle con mi compañía que siempre podría contar conmigo. De esta forma las cosas resultaron menos difíciles para los dos.
Tuvo que pasar poco más de una semana para que pudiera sincerarse por completo. Ya lo había visitado cuatro veces hasta entonces. A veces me hablaba de su rutina dentro de la institución. Iba cada dos días a sesiones psicoterapéuticas y tomaba sus medicamentos de manera responsable. Todavía no tenía autorizado salir de su habitación, pero si notaban progreso en él pronto podría pasearse por las diversas estancias o recibir las visitas ahí.
No le gustaba estar internado pese al buen trato que recibía. Se sentía reprimido, atrapado y solo. No podía escapar durante las noches en las que no se sentía bien, tampoco andar por las calles o estar conectado a internet. Lo único que traía desde casa era la ropa que guardaba en un pequeño armario junto a su cama. Su aislamiento iba muy en serio.
Tenía apilados en el escritorio un montón de libros de superación y ayuda que consideraba un completo desperdicio de papel. Quería formar su propio criterio y estar en paz consigo mismo a propia voluntad, no a través de libros a los que llamó hipócritas.
Matthew solo pensaba en lo que le depararía el futuro cuando saliera de ahí. Tenía un ápice de esperanza para alcanzar la felicidad que antes creyó que su condición le negaría.
—Todos te dicen que, con voluntad, las cosas se superan por más difíciles que sean. —Ahí fue cuando tocó por primera vez y de forma superficial ese tema tan... indescriptiblemente traumático—. Están muy equivocados con eso.
A Matthew siempre le apasionó el teatro, no quería dedicarse a otra cosa que no fuese la actuación. Me atrevo a rescatar de sus propias palabras, que amaba fingir ser alguien más. Meterse en un papel, adherirse profundamente a la piel de su personaje, aceptar sus problemas, virtudes y estilo de vida. Así, se olvidaba por un instante de que realmente era Matthew Belmont.
Pero lo dejó. Lo dejó en el momento en el que todo parecía marchar perfecto para él.
"Estudié actuación como por un año, pero lo dejé". El primer día que nos reencontramos, lo mencionó. "Me gustaba mucho".
Nunca se lo explicó a sus padres, pero a mí me contó al instante —mientras salíamos del auditorio— que había tenido un problema con alguien. No le di la importancia suficiente, creí que podría haberse tratado de algún pleito o discusión. ¿Malos compañeros o tratos? Si esas hubiesen sido las razones, tomar clases en otro sitio habría sido una efectiva solución.
Mientras más pensaba sobre aquel incidente desconocido para mí, más teorías formulaba. Abandonar la actuación sin razón alguna, una sobredosis a la semana siguiente. Lo que había sucedido era en verdad grave.
No pude estar tranquilo durante varias noches. Me carcomía la curiosidad y la preocupación por su pasado. Matthew no era un tonto y sabía perfectamente lo que hacía y decía a esas alturas de la normalidad. Ir descubriendo poco a poco sus secretos era, quizás, una advertencia más que no podía ignorar de nuevo.
Volví a la institución mental tan rápido como me lo permití, con un temor similar al de los malos presentimientos. Siempre chocábamos los puños cuando volvíamos a encontrarnos y ese día no fue la excepción. Conmigo siguió siendo el mismo chico sonriente que escondía profundos secretos detrás.
Con esa constante en la cabeza, tuve que afrontarlo. Fui un tanto directo con mis palabras, por eso se sorprendió.
—Nunca me contaste por qué dejaste la actuación hace cinco años. —Sonó como el inicio de un interrogatorio policial.
Al principio no quiso hablar de eso, pero tampoco evadió el tema con otro. Simplemente guardó silencio y evitó mi mirada para que no distinguiera del todo cómo se sentía al respecto. Noté cierta inquietud, angustia, nerviosismo y una apresurada respiración. Volvió a sostener las sábanas bajo su cuerpo, estrujándolas con fuerza.
—Un asunto personal. —Se limitó a decir.
Debía ser en extremo personal como para que ni su familia lo supiera.
Mis sospechas se estaban confirmando. Matthew ocultaba algo más allá de un problema cualquiera. Ya había hecho algo similar cuando me dijo que se había tratado de escapar de casa y la realidad fue mucho peor. Los problemas de esa índole solían ser suplantados por palabras e inventos más sutiles, metáforas que Matthew sabía emplear al instante para volverlas creíbles.
Busqué que confiara en mí aún sin decir demasiado. Lo tomé de las manos, las acaricié con el pulgar para que dejasen de estar tan tensas. Quise mirarlo a los ojos para asegurarle que conmigo todo estaría bien, pero Matthew se cerró a hablar por completo.
Y no lo culpaba. Noté el miedo recorriendo su ser, pues no le era fácil sincerarse, ni siquiera conmigo que dispuesto a escuchar sus mayores inquietudes.
Lo abandoné antes, no quería dejarlo solo una vez más con la carga de lo que parecía ser un insoportable secreto. Llevaba cinco años guardándoselo, los cinco peores de su vida. Esconder algo por tanto tiempo hacía daño, mucho. Él lo sabía mejor que cualquiera.
Nadie podía ayudarlo porque no se atrevía a contar lo que le sucedía. Llevaba la carga solo, sin una solución efectiva que no fuera la que él mismo considerara correcta. Por eso es que también se equivocó muchas veces.
—No es bueno guardarte las cosas, Matthew —dije en voz baja—. Ya lo comprobamos y no acabó bien.
Asintió sin mucha seguridad. Me levanté de la silla para sentarme a su lado en la cama, para que sintiera más de cerca mi compañía, tal y como nos habíamos acostumbrado antes de que las cosas empeoraran y acabasen en una institución mental.
—Si quieres desahogarte, sabes que estaré aquí. Siempre.
Los dos pensamos lo mismo. Envolvimos los brazos alrededor de la espalda del otro y nos fundimos en un cálido abrazo. Hundió el rostro en mi hombro, yo le tomé de la nuca con una mano, sintiendo entre los dedos los largos mechones de su oscura cabellera. No quería que nos separáramos, necesitaba que se quedara conmigo unos cuántos segundos más o volvería a sentirme vacío.
Lo atraje a mi cuerpo lo más que pude, sin lastimarlo. Acaricié su cabeza y el brazo que mi mano libre sostenía. Debía sentirme más cerca que nunca y lo estaba consiguiendo. Era un consuelo mutuo, una llama que se creía extinta resucitando más potente que antes. Mi corazón volvió a latir por amor, ya no por mis constantes y tormentosos miedos.
—Hay algo que nunca le he dicho a nadie. —Me estrechó con fuerza—. Ni a mi familia.
Cerré los ojos, apreté los párpados para decirme que fuera fuerte. Matthew no debía verme llorar, no de nuevo. Era su único consuelo, yo no venía a que él hiciera eso en mi lugar.
—Quiero que esto sea nuestro secreto. —La voz se le quebró—. ¿De acuerdo?
Yo me limité a asentir a su pregunta, prometiéndoselo sin decir ni una palabra. En lo próximo que dijera hallaría la respuesta a todo, el origen. Matthew sabía muy bien qué había ocasionado en él tanto daño, pero en lugar de decírselo a quien realmente podía ayudarle, prefirió contármelo a mí.
Nos recostamos sobre su cama y nos acomodamos uno frente al otro. Aunque yo estuve casi todo el tiempo mirándolo, Matthew se mantuvo cohibido, hundiendo el rostro casi en su totalidad sobre la almohada. Empuñó las manos con ligereza, doblegó las rodillas.
—Puede que ahora mi mamá esté casi todo el tiempo en casa —comenzó—, pero no siempre fue así.
La familia Belmont era acomodada. Lo sabía por el tamaño de su casa y el auto que conducían. Su padre heredó un negocio familiar, su madre solía trabajar en otra gran compañía y Amanda, su hermana mayor, fue a un internado en el extranjero. Matthew estuvo solo casi toda su infancia gracias a eso.
Tenía algunos problemas para hacer amigos, así que dependía casi por completo del escaso tiempo que pasaba junto a su familia. El resto del día veía televisión, jugaba a solas o dormía mucho. Pero lo que él más deseaba en su niñez era un poco de compañía.
—Mi papá creía que necesitaba hacer ejercicio y mi mamá que necesitaba tener más amigos para no estar tan solo —siguió, con un tono de voz apaciguado y bajo—. Por eso me inscribieron a ese campamento.
Fui su primer amigo, básicamente. O al menos el primero al que consideró como tal. Gracias a esa buena experiencia, Matty decidió que quería participar en actividades extraescolares y sus padres estuvieron de acuerdo. Entonces, recordó que en nuestros últimos días yo le dije que podría ser un buen actor e incluso volverse famoso.
Motivado por mis comentarios, eligió tomar clases de teatro después de la escuela. Era un niño muy talentoso, aunque tímido. Desde el primer momento destacó y eso facilitó que tuviera nuevos amigos y recibiera bastantes halagos. Sin embargo, seguía siendo solitario.
Después de teatro se quedaba a charlar hasta tarde porque nadie lo esperaba en casa. Casi siempre era el último en irse y pronto la persona equivocada se dio cuenta de eso.
—No lo vi como una mala señal. —Sus ojos comenzaron a humedecerse—. Pensé que solo quería hacerme compañía.
Matthew empezó a volverse cercano a uno de sus profesores de teatro. Una vez que la clase terminaba y él dejaba de interactuar con el resto de sus compañeros, se quedaban a solas otro rato para charlar. Después, una vez cerrado el recinto, aquel hombre le acompañaba hasta la estación más cercana.
Aquella relación de apariencia inofensiva duró un par de meses, los suficientes para que Matthew confiara. Ese hombre fue el único que estuvo con él luego de haber llevado su existencia entera en soledad. Por eso, más pronto que tarde, comenzó a idealizar su convivencia.
—Pero yo no quise nada de lo que pasó después. —Matthew empezó a llorar, estrujando la almohada.
La última vez que Matthew pisó ese auditorio fue el día más lluvioso del año. Llovió tanto, que el ruido del agua ahogó por completo lo que ocurrió una vez que todos se fueron y ese hombre lo encerró con él.
Lo último que quedaba de la infancia de Matt desapareció abruptamente aquel día. Y con ello, también toda su inocencia.
Trató de llorar en silencio, pero no lo consiguió. Poco a poco y a su manera, Matthew soltó lo que mejor tenía guardado, lo que peor daño le causó. Se me fueron las palabras de consuelo. No existía nada que pudiera decir ante una situación así.
No quise que me contara más. Con esa corta historia yo me imaginé el resto. Y era abominable, espantoso; no existían palabras para aligerar lo que en verdad le sucedió.
Me petrifiqué en mi lugar, sin acabar de asimilarlo.
—A pesar de que han pasado varios años... —Se giró, apuntando el rostro lleno de lágrimas hacia techo—. No sé por qué sigo sintiéndome tan culpable.
Si no hubiera ido ese día, si no hubiera aceptado quedarse con ese sujeto a solas, si no hubiera tenido tanto miedo... Todo el tiempo se lo preguntaba.
—Nunca creas que fue tu culpa. —Me di cuenta de que lloraba igual que él justo cuando noté lo mucho que se me cortaba la voz—. Por favor, nunca.
Lo que ocurría con mis emociones era indescriptible. Una mezcla de ira, tristeza, impotencia, desesperación. No supe qué hacer o cómo reaccionar sabiendo eso, su secreto mejor guardado.
Quería que los demás lo supieran para ayudarlo, no guardármelo como me lo pidió. El verdadero culpable debía pagar por lo que se atrevió a hacerle y todo lo que desencadenó con el tiempo. Sin embargo, prometí que me callaría y así lo hice, pues tenía una pequeña esperanza de que él mismo lo hablara... algún día.
Compartir la carga de algo tan duro como lo fue su reciente confesión, estuvo cerca de acabar con mi cordura. No volví a dormir hasta que empecé a tomar dos calmantes cada noche. Sabía lo dañino que podía ser, pero lo acepté a cambio de tranquilidad, horas de sueño y menos pensamientos negativos. La ansiedad parecía estar bajo control.
Mi rutina no cambió mucho, salvo en la institución donde estaba Matthew. Comenzaba a gustarme ir allí porque en cada visita ocurría algo diferente.
Después de que Matt se sinceró completamente conmigo y lloramos, los temas dolorosos fueron desapareciendo. Solo nos quedó hablar de lo que hacíamos todos los días y recordar un poco el pasado que tanto nos divirtió en su momento. En ellos estuvo muy incluido el campamento donde nos conocimos y de cómo nos ocultamos para no jugar desagradables partidos de soccer.
Un par de semanas más tarde le quitaron las vendas que ocultaban las cicatrices de sus brazos. Al principio no me gustó verlas; a él mucho menos. A los dos no nos traía muy buenas sensaciones, pero siempre serían un recordatorio de sus decisiones. Con ellas le expondría al mundo que había sufrido.
—Todavía falta mucho para que recupere mi vida ordinaria —comentó, sonriendo a medias—, comienzo a cansarme.
Desde que sus padres lo internaron casi un mes atrás, yo acudía a verlo la mayor cantidad de veces posible. Durante ese tiempo que transcurrió noté muchos cambios positivos en Matthew.
Por una parte, él estaba orgulloso de su progreso, pero por la otra se encontraba harto del aislamiento. Solía quejarse todo el tiempo de que no le gustaba vivir diariamente en esa pequeña habitación, vigilado y tratado por cierta parte del personal como alguien incapaz de valerse por sí mismo.
Me contó que la semana entrante tendría el permiso que, por lo visto, más había esperado. Pronto iba a salir de su habitación para recibir visitas en las estancias comunes y convivir con otras personas internadas. Era una buena señal. Con esto nos decían a todos que Matthew era cada vez más capaz de controlarse, llevar una estadía normal y de aceptar la ayuda que al principio rechazó.
—Todo esto es gracias a ti, Carven. —Sonrió a medias y bajó el rostro. Quiso ocultarme el rubor de sus mejillas—. Desahogarme y tenerte ahí me ha servido como no tienes idea. Hasta los especialistas te lo agradecen.
Pocos eran los motivos por los cuales debía estar orgulloso, ya que yo no lo ayudaba lo suficiente. Solo guardaba sus secretos, como una caja que no se debía abrir por nada del mundo. Si Matthew quería salir como un chico completamente libre, nuevo y normal, tenía que decir las cosas por las que había pasado, pero yo no veía mucha disposición en él.
—Mientras sigas así, Matty, ten por seguro que te recuperarás. —Le tomé de la mano y le sonreí de vuelta—. Solo no olvides ser tan honesto con ellos como lo has sido conmigo.
Era una forma indirecta para decirle que hablara sin miedo sobre aquello con personas más aptas que yo. Tenía fe en que lo hiciera, después de todo yo solo quería su bienestar. No podía meterme en asuntos tan delicados como el suyo, por eso deseaba muchísimo que decidiera decir la verdad.
Se encogió de hombros y asintió ligeramente con un movimiento de cabeza. Captó con claridad lo que intenté decirle, pero no lució para nada convencido. En vez de hacerme caso, pareció tener otras cosas invadiendo su mente.
—Extraño lo que hacíamos —dijo de la nada.
Me sobresalté, principalmente porque no supe qué era lo que significaban sus palabras. Me pregunté si hablaba de nuestra época de infantes, el cortísimo periodo de mejores amigos o alguno de los muchos buenos momentos de nuestra relación.
—Quiero que lo intentemos de nuevo, Carven. —Entrelazó sus dedos con los míos justo a la altura de nuestras piernas.
Sin duda alguna, este no era el momento para volver. Me puse nervioso y apenado al instante. No niego que hubiera cierta decepción en sus ojos tras percatarse de mi reacción. Matt sabía que era un no, pero poco podía hacer para que yo cambiara de opinión. En su lugar, respetó con una buena actitud aquel silencioso rechazo.
Seguía enamorado de él, nadie podía negarlo. Quería darnos una segunda oportunidad también, pero no dentro de una institución mental, sino cuando ambos estuviésemos bien, incorporados en la sociedad y en la normalidad del universo. Donde pudiéramos dialogar cómodamente, reír, ser nosotros mismos.
—Hasta que termines con Keira —Lo observé fijamente— y salgas de aquí.
Keira... Apenas y sabía cómo sobrellevaba el asunto con Matthew.
—Ambas cosas ya están sucediendo —afirmó sin un ápice de duda—, tenlo por seguro.
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