Capítulo 38
Durante la tarde posterior a mi última visita, la Señora Belmont llamó para notificarme que su hijo ya se encontraba internado en la institución mental.
No pedí muchos detalles porque sabía que me iba a ser difícil escucharlos, así que me limité a realizar la simple pregunta de si fue complicado sacarlo de su habitación de hospital o no. Fue honesta conmigo en todo momento y eso se lo agradecí, ya que era la única persona que no me ocultaba las cosas.
A Matthew lo sedaron para que su traslado fuese más sencillo. Después de todo, un día antes él mismo se reabrió algunas las heridas y no querían que la situación se repitiera. Intenté no imaginarme la escena; era dolorosa en mi mente.
Por más que me molestaran estas decisiones contra su voluntad, sabía que era por su bien, por nuestro bien. Matthew necesitaba ayuda para seguir con su vida sin problemas y como un chico completamente normal. Lo merecía, merecía más felicidad de la que obtuvo estos últimos años.
Le agradecí a su madre que hiciera todo esto por él; ella también agradeció mi compañía. Los dos estuvimos en constante comunicación para apoyarnos y salir adelante de aquella pesada adversidad. Lo que más queríamos eran la salud y bienestar de Matthew.
Ella me pidió que esperara una semana para volver a visitarlo, pues necesitaba adaptarse a la institución. Mientras el tiempo transcurría, no hice demasiado. Recordé varias veces todo lo ocurrido, como si hubiera sucedido ayer. Pensar en ello era la forma más común de atormentarme. Incluso me lo contaba como una historia para dormir.
"Había una vez, dos chicos enamorados que se escondieron por miedo a que los demás lo supieran...".
Las imágenes se proyectaban en la oscuridad de mi cabeza, transformados en bonitos recuerdos que ya se encontraban bastante lejos de nosotros.
"El tiempo avanzó, ambos cambiaron. Su relación dejó de ser el único secreto entre los dos...".
Mis padres comenzaron a tomar precauciones conmigo después de ver que no dormí por casi dos días continuos. Las sombras del pasado eran fuertes y acabé sumergido en su oscuridad. Me llevaron a terapia, ya que la ansiedad se había agravado por todo el estrés reciente.
"Y como no trataron sus problemas, uno de ellos decidió morir".
Más pastillas, más sensación de somnolencia. Era medicación especial para tratar el insomnio, así que la acepté porque no quería enloquecer. Otro poco y podría haber terminado como Matthew, herido e incapaz, con otros tomando las decisiones importantes por mí.
"Fin".
Antes de partir hacia la institución donde Matt estaba internado, acepté por teléfono una de las cartas universitarias. Elegí la que más se acercaba a lo que yo quería; una universidad con un campus enorme, fuera de la ciudad y con un gran nivel y reconocimiento académico. Me ofrecían una beca casi completa, así que a mis padres poco les importó mi elección.
Además, conocía a alguien ahí.
Quería llamarle a Isaac para notificarle la buena noticia, pero no había logrado contactarlo; era probable que se hallara bastante ocupado con los preparativos de su mudanza. Por eso antes de lamentarlo, acepté que lo mejor sería sorprenderlo el año siguiente, cuando nos cruzáramos en la misma carrera.
Tomé las llaves de la casa, me despedí de Briana y salí rumbo a la estación. Los Belmont ofrecieron llevarme, pero habían vuelto a sus trabajos luego del incidente de su hijo y no deseé que volvieran a interrumpir su rutina por mí. Tenía vacaciones, lo que significaba mucho tiempo libre para trayectos y visitas.
Repasé unas cuantas veces todas las indicaciones que la Señora Belmont me brindó para llegar. Después de bajar en la estación correcta, debía tomar otro autobús que me dejaría justo en frente de la institución. Era un recorrido de casi cuarenta minutos.
El edificio donde Matthew se encontraba me resultó intimidante. Muy alto, de diez pisos o más y arquitectura ochentera. No era tan sencilla la alteración o demolición de estos sitios, por lo que quienes los adquirían los conservaban casi igual.
Subí varios escalones y suspiré con nerviosismo una vez me quedé de pie frente a la puerta doble de cristal. Desde afuera aprecié la sala de espera, la recepción, los empleados que deambulaban de un lado a otro. No vi a Matthew dentro, tampoco a algún miembro de su familia. De nuevo iba enfrentarme a eso yo solo.
Cuando ingresé, lo primero que hice fue ir con la recepcionista. Me atendió con amabilidad y me preguntó a quién venía a ver. Escribió el nombre de Matt en su computadora, leyó los informes, y al final me tendió una hoja para que la llenara con mis datos. Tuve que presentar también una identificación y esperar la aprobación durante los siguientes minutos.
Mientras, observé a mi alrededor. El sitio estaba en excelentes condiciones, no parecía un manicomio del terror o parecido. Las paredes tenían color, contaba con aire acondicionado, asientos de aspecto lujoso, lámparas discretas en los techos y un gran pizarrón junto a la recepcionista donde se colgaban anuncios de ayuda y frases de superación.
—Muy bien, coloca tu nombre en esta lista junto con la fecha. —Me indicó mientras apuntaba con el índice aquel espacio en blanco de otra hoja.
Me fijé discretamente en los nombres de las personas de arriba y me pregunté por un instante a quién habrían venido a visitar. A pesar de que se tratasen de completos desconocidos, pude sentirme un poco menos solo en el mundo. ¿El proceso de recuperación de sus seres queridos era igual de difícil para ellos? ¿Cómo lo afrontaban? No podía saberlo.
—¿Listo? —preguntó la recepcionista mientras extendía el brazo a un costado de mi cabeza para tenderle otra hoja a la persona con la que hablaba—. Llena aquí con los mismos datos antes de irte.
Volví a mi posición original en cuanto terminé de escribir lo que se me solicitó y le tendí el bolígrafo a la chica que se quedó de pie a mi lado. Después de su agradecimiento silencioso, se encorvó un poco para apoyarse sobre la barra y colocar su nombre como correspondía.
«Amanda Belmont».
Una chica delgada y de expresiones muy serias. Ojos oscuros y grandes, cabellera negra sostenida en una coleta bien peinada, piel ligeramente morena, pecas sobre sus mejillas y nariz. No había duda alguna; esta chica acababa de visitar a su hermano justo como yo estaba por hacerlo.
No podía dejar de admirar lo joven que se veía pese a ser mayor que Matthew por seis años. Por su vestimenta, asumí que ya se encontraba muy activa en alguna empresa importante, pues cuidaba su imagen casi tanto como sus movimientos al escribir.
Jamás la había visto en mi vida, pero en el campamento donde estuve con su hermano supe de su existencia. En estos meses que volvimos a reunirnos no la mencionó ni una sola vez. Aquella era una oportunidad única, así que mientras firmaba lo último, me atreví a detenerla.
—Disculpa —comencé a hablar con un poco de timidez—, no pude evitar ver que eres hermana de Matthew.
Con los ojos bien abiertos, clavados en mí, asintió sin decir ni una palabra. Tener una vista más clara de ella me permitió distinguir el gran parentesco entre ambos y su padre. La única diferencia era la forma en la que miraban y se comportaban con la gente.
Antes de que Matthew abandonara los medicamentos era cálido, conversador como su madre, sonriente y enérgico. Amanda era su padre en todo aspecto, pero mujer. De pesada mirada, gestos serios, pocas palabras.
—Vienes a verlo. —No preguntó, sino afirmó.
Aunque la rebasara por más de una cabeza de altura, conseguía intimidarme con tan poco.
—No hagas caso a ninguna de las ideas que él tenga, ¿de acuerdo? —dijo con firmeza—. Lo que más quiere es salir de aquí y buscará la manera.
Sonó como una advertencia seria. Condujo la vista hacia su izquierda, así que yo hice lo mismo por la curiosidad de saber qué observaba. La recepcionista, que nos escuchaba con atención, asintió para corroborar las palabras de Amanda.
—A ninguna. —Hizo ese último énfasis cuando regresó los ojos a mi dirección.
Sin que pudiera decir nada más, se dio la vuelta para encaminarse a la salida. No se despidió ni con la mano cuando esperé que lo hiciera.
—Niño —Me llamó la recepcionista que antes me atendía—, ya puedes entrar.
Me dijo un código de cuatro dígitos y me explicó brevemente para qué servía. Con él, podía ingresar por la misma puerta de vidrio por la que Amanda salió y también usar el ascensor. Me pidió que tuviera mucho cuidado y que no se la dijera a los pacientes o habría serios problemas.
Ya sin nada más que decir, agradecí y me dirigí a mi destino. Puse el código junto a la puerta para que el lector de la pared lo reconociera. Un foco rojo ubicado por encima de mi cabeza se encendió en verde y un timbre sonó para notificar que ya podía pasar. Fue muy sencillo.
Primero tuve que atravesar toda una estancia donde pacientes conversaban o jugaban bajo supervisión. Al principio caminé con pasos dudosos, pues temía que alguien saltara por detrás y me atacara. Sin embargo, el ambiente era muy diferente, se veía positivo y hasta divertido, lo que ayudó a reducir mis preocupaciones.
Entré al elevador que se ubicaba al fondo, presioné el botón con el número tres. Ese era el piso donde se hallaba la habitación de Matthew. Mientras subía, volví a repetirme una y otra vez las mismas cosas; cómo hablarle, qué decirle, formas correctas para mirarlo o mantener la distancia adecuada.
Me odié por llenarme la cabeza de todos esos pensamientos. No tenía por qué tratarlo diferente después de saber lo que le sucedía.
Esta era una de esas escasas oportunidades que tenía para traerle una parte de su cotidianidad. Ya se medicaba de nuevo, así que iba a ser más sencillo para los dos volver a hablar como en el pasado, actuar con sentido común y ver con calma qué nos depararía el futuro, más específicamente el que creí que algún día tendríamos juntos.
Caminé con pasos apresurados hasta la puerta número 17. El corazón me volvió a palpitar con fuerza, mi estómago dio un vuelco de nerviosismo. Ese nudo tan común en la garganta volvió a recordar cómo habíamos llegado a este punto.
Entre las habitaciones había una distancia considerable y un silencio un poco frívolo. También había algunos trabajadores cuidando los pasillos, pero el sitio en general manifestaba paz. Aquella fue una buena señal.
Durante mi corto trayecto, me crucé con una terapeuta que me examinó para asegurarse de que yo no fuera otro paciente. Me preguntó quién era y qué hacía ahí, así que el único modo de corroborar todas mis frases fue diciéndole el código de acceso. Me acompañó hasta donde Matthew se encontraba y como un guardaespaldas, se quedó de pie junto a la puerta todo el rato que pasé con él.
La mujer abrió antes de tocar, así que —como en el hospital— entré de nuevo con el permiso de los especialistas, pero no con el de Matthew.
Volví a verlo después de una semana, sentado en la silla de su escritorio y de espaldas a la puerta. No escribía ni leía, solo observaba con detenimiento las calles de la ciudad, el cielo y las montañas lejanas a través de la inmensa ventana sellada que tenía enfrente.
Se giró con muy poco interés antes de saber que era yo quien tenía intenciones de quedarse. Abrió los ojos por completo, sorprendido. Todavía tenía las vendas alrededor de los brazos y el cabello largo, alborotado.
Se levantó y caminó hasta quedarse a tan solo un metro de mí. Aprecié con mucha claridad que poco a poco estaba recuperando la salud. Sonreí por un segundo; él imitó mi gesto. No obstante, esa felicidad fue más allá, pues mis ojos se escocieron y me ardieron las mejillas. Al final, ese nudo que me impedía respirar acabó venciéndome.
No soporté verlo sonreír, no después de recordar con mucha claridad que antes hacía las mismas expresiones pese a estar casi muerto por dentro. Me tembló el cuerpo, sobre todo las manos. ¿Debía sentirme contento por que siguiera vivo, o triste por ser consciente de que sufría?
Ya en la respectiva privacidad de la habitación, con la puerta cerrada, Matthew se atrevió a tomarme de las manos y balancearlas sin dejar de curvar los labios.
—Estoy bien.
Eso fue lo que también me dijo cuando quise saber qué le había hecho su padre en el rostro. Y no, Matthew no estuvo nada bien. Aquel fue el inicio de todo este desastre.
Agaché la cabeza para que no me viera tan abrumado, quería concentrarme en nuestras manos entrelazadas para encontrar calma en ellas. Fue difícil, ya que las costras de sus nudillos y las vendas me traían memorias peores.
—Tenemos que hablar muy seriamente —continuó ante mi dificultad para contestar.
Aquella frase me puso aún más nervioso y él lo notó. Enarcó un poco las cejas, preocupado por mi reacción. Pidió que me calmara, ya que solo quería aclarar conmigo unas cuantas cosas que tenían que ver principalmente con él y su mal comportamiento.
Arrastró la silla donde antes se sentó y me pidió que la ocupara. Él usó la cama para quedar frente a mí.
—¿Cómo has estado? —Deseó saber.
Quizás había notado algo preocupante en mi apariencia o mis actos. Me pesó y avergonzó admitir que no me lo había pasado muy bien en su ausencia, pero sentí que era necesario que lo supiera. Al final, yo también tenía preguntas qué hacerle y era justo contestar las suyas también.
—Tengo algunos problemas para dormir —confesé, con ligera pena—, pero los estoy solucionando.
Matthew asintió en silencio, con la mirada un poco agachada.
—Todo esto lo provoqué yo, así que lo siento. —Se pasó los dedos por el cabello para que dejase de estorbarle en el rostro—. En serio, siento mucho todo lo que hice desde que dejé de medicarme.
Y trató de explicarme el motivo por el que abandonó su tratamiento en secreto.
—Cuando supe que estabas enamorado de mí, me sentí muy culpable. —Bajó la vista—. Creí que te gustaba el Matthew que la medicina y la psiquiatría habían fabricado, no el real.
Durante días, tuvo la constante sensación de que me mentía, de que era falso hasta consigo mismo. No era un mentiroso, solo el Matthew socialmente normal, de personalidad estable y carisma radiante que sabía ganarse la atención de la gente.
Así que una noche, sin más, tomó la decisión de abandonar el tratamiento en secreto para permitirle a su verdadero yo aparecer.
Lanzó por el inodoro de su baño todas sus pastillas. Después, salió de casa en completo silencio para llegar hasta la mía, verme, e invitarme a recorrer la ciudad nocturna con él. Quería celebrar que finalmente podría estar a mi lado siendo él mismo.
—Todos aquí sabemos que fue un desastre total. —Quiso burlarse de sí mismo—. No sé en qué carajos pensaba.
Lo que sus padres hacían era mantener su trastorno bajo control, pero Matthew no lo vio así. Por esa razón tomó una decisión incorrecta a espaldas de quienes se preocupaban y lo querían. No analizó todos los daños y consecuencias que podría provocar, hasta que las cosas sucedieron sin arreglo.
—Estos últimos días he estado pensando mucho sobre lo que pasó entre nosotros. —Sorpresivamente, volvió a tomarme de la mano y sonreírme—. Te eché la culpa de muchas cosas cuando menos la tenías. Siendo tú, sé que tomaste en serio toda la mierda que te dije.
Y volvió a disculparse. Sonreía para ocultar su vergüenza y sus ganas de llorar ante el arrepentimiento. Seguí callado para permitirle continuar.
—Hubo momentos en los que supe que lo había arruinado todo... —Finalmente cayó la primera lágrima—. Pero ya era tarde cuando quería remediarlo.
Vi desde la ventana cómo los árboles cercanos se agitaban de un lado a otro por el viento. El aroma del ambiente —a tierra húmeda—, fue el principal indicio de que pronto llovería.
—No tienes que perdonarme por esto. —Se secó las mejillas con el dorso de la mano—. Que yo no estuviera del todo bien no es una excusa para lo que te hice.
Matt sintió una gran frustración al notar que, conforme pasaban las semanas, sus emociones estaban tornándose extremas. Las cosas no salieron como pensó y perdió rápidamente el control de sí mismo, arrastrándome con él.
—Tenía que alejarme de ti, Carven. —Entrecerró los ojos—. Yo era peligroso y tú no merecías estar con alguien así.
Se preocupó por mí hasta el último momento y por eso intentó separarnos, aunque yo fui muy terco e insistente. Quizás golpearme al final de la obra no había sido su mejor solución, pero al menos me detuvo. Por eso terminamos así, porque él me quería lejos y a salvo del monstruo en el que se había convertido.
—No eres un monstruo. —Escuchar cómo se despreciaba a sí mismo me hería.
—Claro que lo soy. —Se aferró con fuerza a las sábanas sobre las que se sentaba—. Por eso estoy aquí. Por eso preferiste a Isaac.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top