Capítulo 29

Si algo tenía que agradecer a mis amigos, fue su gran esfuerzo por dejar mi casa limpia, sin pruebas notorias de que la noche anterior hubo una fiesta. Puede que se hayan quedado algunos pequeños rayones sobre los muebles, desaparecieran objetos de valor insignificante como vasos, o la ruptura de un espejo que bien podría atribuirse a un accidente.

Al llegar a casa de Hanabi luego del alta en el hospital, fui recibido con grandes sonrisas y abrazos. Los padres de ella no entendieron su gran alegría, así que explicamos con pocos detalles que era por mi cumpleaños y no dijimos más.

Mi sobredosis se quedó como un secreto para los adultos durante mucho tiempo y como un gracioso recuerdo entre los que se enteraron de lo que sucedió. Ni mis padres ni mi hermana supieron que estuve a punto de morir. Me encontraron bien, sonriente y estable.

Briana ganó segundo lugar en tres de las competiciones. Mi padre brincaba de emoción y felicidad, más que ella, la verdadera ganadora. Obviamente la felicité y la abracé, recordándole en broma que traería a Isaac pronto como premio a sus triunfos.

Sin embargo, la tranquilidad habitual de mi hogar iba a ser reemplazada muy pronto por la semana más estresante de todas. Seis días faltaban para el estreno de la obra por la que tanto me había preparado. Mi estómago sentía un cosquilleo y mis manos se entumecían cuando recordaba que el tiempo de espera era cada vez menor.

¿Qué tan listo estaba en realidad?

Isaac me había preparado muy bien para las escenas improvisadas, Matthew para desenvolverme con la parte ya escrita. Con ayuda de ambos, crecí mucho en tres meses. Tres meses que pasaron increíblemente rápido, llenos de cientos de acontecimientos turbulentos.

Presentarme ante un público muy grande provocaba que mi seguridad flaqueara. No era lo mismo actuar para tu equipo de teatro, que para una gran masa de gente con cientos de perspectivas distintas.

No obstante, el teatro no era el único tormento que esperaba enfrentar el lunes, en mi cumpleaños.

Durante la noche del domingo no pude dormir muy bien por estar sumido en el interior de mi cabeza, procesando y analizando mis más profundos pensamientos y emociones.

Si pudiera abreviar en una palabra todo lo que estaba sintiendo, fácilmente diría que "culpa".

Matthew me hizo sentir así, aunque tenía motivos. No podía dejar de pensar que nada hubiera sucedido si Keira no le hubiera dicho lo que hice, si yo no hubiera besado a Isaac, si no me hubiera embriagado y drogado sin medirme...

Hice sufrir a Matthew, lo metí en un problema por tratar de salvarme. Además, traicioné lo que éramos y no me atreví a contárselo desde el principio, a ser honesto con él. Tuvo que darse cuenta por alguien más, pero solo supo de mi error más reciente.

Porque la fiesta no fue el único sitio donde lo engañé. Y tampoco fue culpa del alcohol. Isaac me atrajo en ese momento, dentro de mi habitación, solo los dos. Pero escondí ese primer encuentro por miedo a que Matthew se enterase, por temor a que las cosas acabaran mal.

Y vaya que lo hicieron.

No esperé que reaccionara tan mal. Fue incluso aterrador y temí por un segundo a que en serio se desquitara conmigo. Quizás lo merecía, más porque a pesar de intentar remediar las cosas con él, me abstuve de contarle toda la verdad y me aferré a la idea de que seguiríamos siendo felices entre menos supiera.

Vi a Matthew dirigirse a su salón durante la mañana del lunes, pero no lo quise detener. Preferí observarlo desde la distancia, oculto tras mi casillero por temor a su rechazo o a una mala mirada que me hiciera sentir su odio.

Lucía ordinario. Ojos bien abiertos, postura recta, pasos rápidos, una media sonrisa en el rostro y ni una pizca de agotamiento. Las primeras horas anduvo con su carisma y energía tan característicos, pero no podía decir lo mismo de sus manos.

Aún quedaban las marcas de lo transcurrido en la clínica dos días atrás. Sus nudillos tenían costras, sus dedos continuaban morados. Incluso en la mano izquierda tenía una férula para mantener quieto el dedo medio.

«Si me hubiera golpeado a mí, no quiero imaginar cómo habría terminado mi cara».

El timbre me devolvió a la realidad, advirtiendo que mis clases ya iban a empezar y que se me estaba haciendo tarde. Maldije en voz baja, guardé los libros sobrantes en el casillero a toda velocidad y cerré la pequeña puerta metálica de un portazo.

Me vi en la necesidad de correr hasta mi aula, esquivando e ignorando a todo aquel que quisiera saludarme. Ocupaba llegar antes que la profesora o perdería la clase, no tenía tiempo para conversar.

Subí escaleras, pasé al lado de una decena de salones, crucé pasillos enteros y busqué compañeros de mi propio grupo para confirmar que la materia correspondiente aún no iniciaba. Tuve un mal presentimiento al no toparme con ningún rostro conocido.

Fue vergonzoso llegar, ver la puerta cerrada, abrirla un poco para pedir permiso de entrar, y ser rechazado frente a todos con un "nos vemos el miércoles" dicho por la profesora.

Al no poder ingresar, tuve que quedarme deambulando por los alrededores durante las siguientes dos horas, en soledad. Bajé las escaleras que estaban junto al baño y preferí quedarme sentado ahí, deseando que el tiempo corriera más aprisa.

Durante aquel rato de aparente paz, no pude dejar de tener en la cabeza los hechos del sábado.

¿Desde cuándo Matthew había cambiado tanto?

Solíamos remediar las cosas fácilmente y asumíamos nuestros errores, pero últimamente cometíamos demasiados. Unos nos herían más que otros; aunque pronto volvíamos a estar juntos, simulando que nada ocurrió. Sin embargo, este tipo de daño podía tornarse habitual entre nosotros y yo no me había percatado hasta ese momento de lo malo que era llevar una relación así.

Y todo por tratar de ocultar quiénes éramos, por no querernos a nosotros mismos, y por no saber enfrentar las consecuencias de un romance a escondidas que realmente no le interesaba a nadie.

No nos creábamos nada más que problemas mutuos, conflictos, disgustos. Y estúpidamente vivíamos con la creencia de que un par de besos, disculpas y abrazos solucionarían todo para siempre. Desde que me reencontré con Matthew las cosas no hicieron más que complicarse.

Pero ¿de verdad era Matthew el causante de todo este caos? Al menos en el tema de Isaac, no.

Un borracho dice lo que siente y lo que piensa sin importarle su dignidad y las consecuencias posteriores. Admití que Isaac me gustaba, justo en su cara, pero era un sentimiento más parecido a la atracción. El calor del momento me hizo balbucear aquellas palabras tan cargadas de significado como si no fuesen valiosas.

Si no hubiera pasado algo entre nosotros días atrás, si Isaac no hubiera pateado la jaula de las mariposas de Hanabi con aquel beso en mi habitación y generado un recuerdo gratificante con él, tal vez yo no habría dicho aquello por más alcoholizado que estuviera.

Matthew parecía odiarme por aquel accidente. Aunque era lógico que intuyera que, por algún motivo u otro, Isaac y yo tuvimos algo más. La gente ebria escupe verdades que en muchas ocasiones se mencionan gracias a sucesos del pasado. Por algo hay personas que lloran al alcoholizarse y otros que crean aún más conflictos con personas que no les agradan.

Toda esta ingratitud se convirtió en un libro abierto que intenté ocultar fallidamente. Matthew no era estúpido, sabía leer entre líneas.

Luego de un pesado suspiro, saqué de inmediato mi celular y le marqué a Keira sin que me importase que estuviera en mitad de nuestra clase. Timbró una, dos, tres veces.

—Carven, ¿qué pasa? —contestó a mi llamada en voz baja, quizás por temor a recibir algún regaño.

—Hola, Keira —saludé rápidamente—. ¿Sabes cómo puedo contactar a Matthew?

Aguardé por un segundo con cierta impaciencia.

—Llámalo. Ya recuperó su celular —dijo instantes antes de colgar, sin dejar que le agradeciera.

El auditorio, siempre con una luz encendida, era el sitio donde nos disculpábamos, hablábamos, nos besábamos y nos reconciliábamos.

Cuando llamé a Matthew por teléfono, se limitó a escuchar mi invitación y a colgar sin añadir ni una sola palabra. Lo esperé por más de diez minutos, dudando todo el tiempo de que en realidad viniera. Por fortuna, mi inquietud se calmó cuando lo vi abrir lentamente la puerta del auditorio e ingresar en silencio.

Me levanté del asiento y me dirigí hacia él, nervioso. Lo miré a la cara una vez que me paré en frente suyo, aguardando a que hiciera lo mismo. Fue decepcionante que Matthew solo observara hacia abajo, lejos de mis ojos.

—Ve al grano —respondió a secas.

Apenas y se movía de su posición. Gracias a su frialdad e indiferencia conmigo, me fue mucho más difícil hablar y organizar la disculpa por mi deshonestidad.

—Yo... —Se me dificultó un poco la respiración. Mi corazón palpitaba, agitado—. Quiero disculparme, Matt. No fui honesto contigo cuando debí.

Él asintió y se cruzó de brazos.

—Lo sé. —Continuó cortante.

Suspiré para despejar mis pensamientos, me pasé una mano por el cabello y cerré los ojos un segundo. Esto iba a ser difícil, pero uno de los dos tenía que dar el paso para que las cosas se arreglaran. Si yo me disculpaba, tal vez él podría hacer lo mismo y solucionaríamos nuestro problema, igual que las veces anteriores. Para esto tenía que decir la verdad completa, sin rodeos ni palabras que ablandaran la situación y la tensión.

—No recuerdo lo de la fiesta —seguí, con un nudo cada vez mayor en la garganta—. Pero tampoco puedo negar que sucedió.

Matt miró hacia su derecha y suspiró en una discreta exhalación.

—Puede que me haya enojado por eso en un principio, Carven —respondió, por fin—, pero ahora tengo otras razones por las que ya no quiero que esto siga. Que lo nuestro siga.

Su comentario me tomó completamente desprevenido y en un momento de vulnerabilidad. Yo no quería que llegáramos a esta conclusión tan pronto; más bien, ni siquiera quería que llegáramos a ella. Matthew en dos simples oraciones quería lanzarnos al vacío, sin dudas, sin temor y ni una pizca de sensibilidad.

A pesar de que me fue difícil verlo a los ojos por lo mucho que su cabello creció en las últimas semanas, distinguí que, a pesar de lo frío que sonó, le dolió escupir dichas palabras. Los ojos se me escocieron de repente, ardiendo por lágrimas que me rehusaba a soltar.

—Me di cuenta de que esto nos está haciendo mucho daño. —Matthew se rascó la nuca, pero no alzó la cabeza—. Yo sé que tienes nuevos intereses y que yo no tengo el suficiente control de mi vida.

«Esto no puede estar pasando...».

Quería dejarme, ¿cierto? Frases como las que mencionaba no podían definirse de otra forma.

Él, comparado conmigo, no estaba dispuesto a solucionar las cosas como era nuestra costumbre. Se había percatado, al igual que yo, que lo nuestro ya no era lo mismo que meses atrás. Pero Matthew no quería luchar más y optaba por tomar el camino más rápido y doloroso; lo opuesto a lo que yo deseaba.

No entendí por qué quería salir herido de esto tanto como yo lo estaría si esta relación se acababa. Ambos éramos conscientes de que teníamos el mismo problema de desconfianza, por eso tenía que ser más fácil hallar la respuesta a lo que debíamos hacer. Necesitaba convencerlo de que se retractara y accediera a mis sugerencias.

—Matthew, podemos arreglarlo. No es necesario decidir algo tan drástico. —Se me dificultó el habla y la desesperación comenzó a hacerse presente.

—No seas iluso. —Noté que apretaba el puño izquierdo—. ¿Acaso crees que el poder del amor va a eliminar tu deshonestidad?

Siempre que Matthew me hablaba así, creía que le divertía lastimarme. Esta no fue la excepción. Un golpe suyo me habría dolido menos que aquella frialdad y cinismo con la que se dirigía a mí en momentos de enojo, tristeza o tensión. No sabía cómo defenderme a sus ofensas.

—No voy a mentirte más. —Finalmente aterrizaron las primeras lágrimas.

¿Por qué tenía que hacerme sentir tan culpable y al mismo tiempo, tan indefenso? ¿Era su afición atormentarme? Lo peor era que yo sabía lo que me hacía, lo que quería obtener con ello y su método para que funcionara; y no podía resguardarme de él.

—Entonces dime —Se le cortaba la voz—: ¿Qué más ha pasado entre Isaac y tú? Porque sé que un "nada" no es la respuesta.

Abrí los ojos más de la cuenta y clavé la mirada en él. No quería contestar a eso, pero tenía que hacerlo, tenía que decirle lo que hice con Isaac en mi habitación. Volví a tomar aire para armarme de valor, despejar mi mente, organizar mis ideas y buscar con ello, el camino que fuera menos doloroso a la confesión.

Matthew ya no hundió el rostro porque quería leer a través de mis ojos toda la verdad. Los suyos se percibieron enrojecidos y húmedos —como los míos—, tensaba los labios. Apretaba las manos para contener el enojo que la situación le producía.

—Matthew, no sé qué ganas con torturarme cuando ya lo sabes. —Me sequé rápidamente las lágrimas que iban a caer de mis párpados inferiores.

Negó con la cabeza, lentamente, sin creer que sus intuiciones fueran ciertas. Retrocedió un metro y se pasó el dorso de la mano por todo el rostro enrojecido. Hizo un esfuerzo por no curvar los labios a causa del llanto, para que no notara su frustración y dolor.

—Me voy.

Acto seguido, se volteó y se encaminó a la puerta lo más rápido que pudo. Más por un reflejo que por la voluntad de no perderlo todo, fui tras él. Lo sostuve del brazo e hice que se volteara hacia mí una última vez.

—Espera, por favor. —Mi desesperación se combinó con mi llanto, causando que alzara la voz y corriera demasiada energía por el interior de mi cuerpo.

Trató de librarse de mí como pudo. Se agitó, me empujó, gritó que lo dejara en paz, pero yo no lo dejé ir. Incluso intentó patearme y hacer que flaqueara por medio de insultos, exclamados con fuerza para hacerme estremecer.

Mi frustración provocó que me comportara como un hombre falto de cordura, un acosador, un enfermo. Gracias a mis intensas ganas de que no se fuera, no consiguió librarse de una sola de mis manos. Tras verme tan decidido y angustiado por hacerle cambiar de opinión, dejó de moverse. En su lugar, se quejó por la fuerza con la que lo sostenía.

No me di cuenta de que le hacía daño por tener tan fija en mi mente la idea de no dejarlo partir sin obtener primero una solución.

—Matt, Matty... —Mis lágrimas no se detuvieron—. Si yo no lo hubiera besado, no me habría dado cuenta de que a quien realmente amo, es a ti.

Esta frase era mi última esperanza. Lo que ocurriera después definiría si este era el final o una dramática forma más para arreglarnos y empezar de nuevo.

Al hacerme con la rápida ilusión de que podríamos ser felices después de esto, mi mano dejó de sujetarlo tan fuerte. Tras notar de inmediato el cambio de presión, él me empujó con el codo hacia atrás y se libró finalmente de mí.

—¡Déjate de tonterías! —gritó con el llanto y el enojo hasta el tope de su tolerancia—. ¿Amarme, Carven? ¿Ocupabas de alguien más para confirmar tus sentimientos por mí? ¿Tanto dudabas de eso?

Matthew se quebró frente a mí de un modo menos escandaloso. Se cubrió el rostro con los brazos y trató de recuperar el aire decenas de veces con cierta exasperación. Yo hice lo mismo, manteniendo distancia de él y callándome para que la calma regresara a nosotros.

En menos de dos minutos, con el desconsuelo aún presente sobre los dos, Matt volvió a darme la espalda. No quise detenerlo en esta ocasión porque ya no podía más. La cabeza me iba a explotar por estrés, mis ojos se secaron de tanto derramar mi pesar.

Abrió la puerta con lentitud, dejando que la luz del pasillo iluminara una parte del auditorio. Antes de abandonarme por completo, se detuvo por un segundo, giró la cabeza para verme una vez más y, con esa indiferencia que de vez en cuando se manifestaba en su comportamiento, dijo:

—Me sorprende que haya sido más fácil terminar contigo que con Keira.

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