Capítulo 26

Al llegar al portón del instituto, creí que vería de nuevo alguna patrulla estacionada y a la mamá de Matthew desesperada por encontrar a su hijo desaparecido. Afortunadamente, las cosas no fueron así. El día empezó con la normalidad de siempre.

Luego de que en la madrugada lo aparté de mí, supe que teníamos que irnos. Traté de convencerlo de todas las formas posibles para que accediera a volver a casa e incluso me ofrecí a llevarlo en bicicleta. Fue complicado, pero terminó por aceptar que necesitábamos volver.

Solo que en el momento en que le dije que nos fuéramos juntos, él me rechazó.

—Mis padres están buscándome porque saben que me escapé —explicó en un murmullo—. No te miento en eso. Si camino hasta mi casa, me encontrarán en el trayecto; volveré sano y salvo.

Se excusó, además, con que no quería que me vieran. Iba a meterme en problemas si se enteraban que yo vine a buscarlo y que pasé tiempo con él. Esta vez, fue Matthew quien me insistió con que me fuera lo más pronto posible.

Así pues, me largué a toda velocidad, cuidando que en cada cruce de calles no pasara un auto que pudiera arrollarme de nuevo o que sus padres me vieran a los alrededores. Jamás comprobé si Matt volvió con su familia o se escondió de nuevo, mintiéndome para librarse de mí.

Ya sentado en mi lugar, presenciando a una habladora profesora, sentí un pesado cansancio. No dormí lo suficiente y me agité demasiado en la calle. Era de esperarse que el sueño apoderara de mí justo en la misma clase donde antes tuve muchos problemas de atención y agotamiento. Si ella lo notaba, podrían volver a regañarme.

Hanabi sonreía a mi lado, agitando una de las piernas para librarse de su ligera ansiedad. Todos los días se veía reluciente, nueva, como si no necesitara dormir. Envidiaba la genética heredada de su madre japonesa porque la hacía ver tremendamente joven y despierta.

Ella de inmediato se dio cuenta de que no dormí. No se preocupó, sino que me consoló amablemente pasando la mano por mi espalda y palmeándola con diversión. No la observé a detalle, ya que mi mente yacía en un planeta muy lejano al nuestro.

Oculté mis heridas del accidente bajo vendas y las mangas del suéter. También escondí las manchas de sangre de las sábanas y le inventé a mis padres que el raspón de mi cara fue porque me golpeé con la rama de un árbol cuando regresaba del instituto en bicicleta.

El cuerpo me mataba. Dolía por todas partes y apenas podía con el peso de mis hombros. No lograba mover el cuello, la espalda me molestaba sin importar la postura. Ni siquiera supe cómo conseguí llegar al instituto teniendo un dolor tan intenso en los muslos por haber pedaleado tanto. Estas molestias iban a quedarse por días gracias a mi pésima condición física.

Apenas sobreviví hasta el receso. Cuando me creí libre de deberes y quise dormir sobre la paleta de mi butaca, Hana, Keira y Matty me obligaron a acompañarlos en su conversación habitual. Sentí un gran alivio de ver a Matthew ahí. Después de todo, no desapareció ni me mintió con que volvería a su casa.

Presté muy poca atención a su plática porque solo pensaba en dormir. Hablaban del clima y de lo que hicieron durante la tarde anterior. Mencionaron algunas cosas de la obra y otras más de los estudios. Yo solo pude asentir como un perrito de juguete, de esos que hay en los taxis y que menean la cabeza al mínimo movimiento.

Sin embargo, y antes de que me percatara, la conversación pasó a volverme el centro de atención.

—Carven, tu cumpleaños es el lunes —dijo Hanabi con una sonrisa muy amplia—. Tenemos que celebrarlo pronto.

Los tres se emocionaron más que yo. Podía estar medio dormido, pero sabía claramente a dónde querían llegar. Frente a mí tenía a una pareja especialista en fiestas de fin de semana y a una chica insistente y detallista. Dijera lo que dijera ellos planearían algo, más porque sabían que este fin de semana sería la competencia de Briana en una ciudad diferente y lejana.

Una casa sola, un cumpleaños importante... Ni siquiera debía sorprenderme.

El viernes tuvimos ensayo junto a todo el elenco. Estar ahí tantas veces provocó que estos ratos se volviesen ordinarios, repetitivos y a veces, hasta aburridos. No obstante, yo sabía que pronto presentaríamos la obra que definiría una parte importante de mi destino. Todo se llevaría a cabo finalmente el sábado de la semana entrante.

Me hallaba muy emocionado. Esperaba recuperar la calma para cuando el gran día llegase ya que, de ganarme los nervios, arruinaría la obra en la que tanto trabajé y me esforcé. Mi objetivo era estudiar teatro y dedicarme por siempre a ello cuando fuese un profesional y un adulto. Era uno de esos sueños que me acercaban más a esa felicidad tan deseada.

Con Matthew a mi lado nada podía salir mal. Él me regresó parte de aquella confianza que perdí tras engañarlo con Isaac. Mi interior ya parecía estar seguro de a quién quería realmente. Por ese mismo motivo estuve en la soledad de mi habitación pensando en cómo le diría a Matthew lo que sucedió por una fingida experimentación adolescente.

No debía seguir ocultando mis errores si de verdad quería que nuestra relación y mi mente estuviesen en paz. Él era honesto conmigo, ¿por qué me costaba ser igual?

Quizás me aterraba que no se tomara bien mis palabras, que pidiera que lo nuestro llegara a su fin. Lo que más quería era que entendiera que le decía la verdad por la misma razón de que lo amaba y me importaba lo nuestro. No podía seguir dudando por siempre.

—¡Carven, baja! —Era mi madre llamándome.

Me quedé un par de minutos más recostado sobre la cama, con la mente en blanco. Ella me devolvió al presente volviéndome a llamar con un tono más exigente que el primero. Salí con rapidez y vi a los tres miembros de mi familia de pie sobre la puerta principal, ubicada frente a las escaleras.

Briana llevaba sobre su espalda una mochila llena, mis padres una pequeña maleta con ruedas. Los tres quisieron despedirse de mí antes de abandonarme por casi tres días. Prometieron que estarían de vuelta para el domingo en la noche, me traerían un obsequio de cumpleaños y celebraríamos en familia como mandaba la tradición.

Me dieron unas cuantas indicaciones: Nada de abrir la puerta a desconocidos, limpiar la casa con puntualidad, no comprar comida basura porque en la nevera había suficiente. Pidieron que me cuidara, que no saliera hasta tan tarde si era parte de mis planes escabullirme. Que estuviera al pendiente de mi celular y que no hiciera ningún desastre.

A todo asentí con confianza. Cada vez que me tocaba estar solo por varios días no salía y me quedaba pegado a la laptop o a la televisión. Cuidar a una piedra era más difícil que cuidarme a mí.

Mi padre y Briana salieron primero. Le deseé buena suerte y le exigí amablemente que ganara. De lo contrario, me molestaría con ella y no traería más a Isaac a nuestra casa. Porque sí, a ella le caía bien e incluso le gustaba. Tanto Briana como yo nos sonreímos con complicidad y alzamos los pulgares para decirnos sin palabras que todo saldría bien.

Me sentía orgulloso de ella por lograr lo que yo dejé, pero me apenaba demostrárselo. Los hermanos mayores tenían que mantenerse firmes la mayor parte del tiempo para molestar a los menores, no para hacerlos sentir bien. Era nuestra ley.

—Hijo, Hana llamó. —Me tomó del hombro y curvó los labios a medias—. Si planeas hacer alguna fiesta por tu cumpleaños en la casa, por favor, con mucha precaución. Invita solo a gente que conozcas y en la que confíes. Evítanos desastres.

Era muy probable que Hanabi le hubiera dicho a mi madre que mantuviera esta fiesta en secreto porque sería una sorpresa para mí, pero entendí su preocupación; después de todo esta era su casa y yo tenía que cuidarla en su ausencia.

—Solo amigos, Carven. —Me recalcó antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.

Cuando llamaron a la puerta alrededor de las seis de la tarde, yo me hallaba sumido en mi celular, dentro de mi habitación, en total silencio y calma. Seguía con el uniforme puesto, la cama destendida y la tarea sin empezar.

Al abrir, me topé con los rostros más conocidos del mundo: Keira, Hana, Matthew... e Isaac. Los cuatro estaban bien vestidos, sosteniendo bolsas de plástico en cada mano y con amplias sonrisas en sus rostros.

—¡Sorpresa! —exclamaron al unísono.

Puede que yo ya supiera sobre la fiesta, pero en serio me tomó muy desprevenido el hecho de que decidieran hacerla el primer día que me quedaba solo. Las chicas aplaudieron y rieron al creer que su plan sorpresa funcionó, después entraron a mi casa tras saludarme con un beso en la mejilla y una corta felicitación.

Choqué los puños con ambos chicos, dándoles un trato casual y amistoso como debía aparentar siempre. Los dos me sonrieron con confidencia, recordándome lo que éramos. Los invité a pasar sin observarlos demasiado para que se instalaran. Todos pusieron las bolsas sobre la mesa de mi comedor y comenzaron a destapar sus compras.

Bolsas de botana, vasos, platos desechables, bebidas y alrededor de siete botellas de alcohol de estilos diferentes. Al verlas, no pude evitar apretar los párpados y sentir cierto asco. Eran demasiadas para que solo cuatro tomáramos de ellas, así que me fue fácil deducir que ellos no serían los únicos asistentes de esa noche.

Al preguntarle a Keira y Matthew quiénes eran los invitados, respondieron entre risas que los de teatro, algunos vecinos cercanos y toda la generación del instituto, que eran aproximadamente ciento cincuenta. Se me hizo un nudo en el estómago de solo pensar que, dentro de nada, habría decenas de personas haciendo un caos en mi casa.

Para no verme demasiado aguafiestas les ayudé a preparar todo. Le expliqué a Isaac cómo funcionaba el tan preciado estéreo de mi padre, ubicado en la sala. Ayudé a las chicas a poner la botana y las bebidas en su sitio y Matt fue bastante útil cuando subió a la habitación de mis padres muchos objetos importantes como jarrones, los cuchillos de la cocina o fotografías. Cerré bajo llave todos los cuartos también.

En menos de media hora la gente comenzó a llegar. Me saludaron y abrazaron muchos extraños para felicitarme. Como regalo, unos cuantos trajeron consigo más alcohol, cervezas, comida y sustancias ilegales que fingí no ver. Keira siempre se emocionaba cuando veía un rostro familiar y corría en su encuentro para agradecerle su presencia. Matthew la seguía de cerca y le tomaba de la mano para dar la bienvenida como la pareja que eran.

Al principio las cosas estuvieron tranquilas. Se oían más las voces por sobre la música. Llegaron alrededor de treinta o menos personas en la primera hora, haciéndose de un cómodo espacio en mi sala y comedor.

Cuando dieron las diez y media, el sitio se transformó completamente. Ya había dado inicio el consumo de alcohol, la encendida de cigarrillos, las chicas bailando en mitad de la sala y los pasillos mientras cantaban. Hice cuentas rápidas y distinguí a más de sesenta personas. Según Keira, aún faltaban más.

Me dije a mí mismo desde el principio que no iba a tomar nada, que no me emborracharía ni drogaría por mi propio bien. Estaba en un terreno familiar, pero rodeado de un montón de desconocidos. Me arriesgaría demasiado y no habría nadie para ayudarme si algo sucedía.

La música sonaba a toda potencia. Mi entorno olía a diversión y juventud. Cada vez que llegaba un grupo nuevo sobresalían las exclamaciones de bienvenida y los aplausos, aunque nadie los conociera.

Así fue como el ambiente incrementó hasta puntos muy altos y volvió de mi fiesta de cumpleaños un éxito. Quizás la mayoría ni siquiera sabía que estaban reuniéndose por mí, pero el hecho de tenerlos ahí me hizo ver que mis amigos se habían esforzado en la organización.

Yo observaba todo desde la barra de la cocina, en solitario y en silencio, con un vaso rojo de soda sobre la mano. Definitivamente las fiestas no eran mi lugar, al menos no cuando estaba en mis cinco sentidos. Aunque intentara celebrar, me encontraba un poco aburrido en mitad de todo el ruido y gentío.

—¡Escuchen todos! —Matthew estaba de pie sobre una silla, alzando la voz para que los presentes le prestaran atención—. Estamos aquí para celebrar el cumpleaños de mi mejor amigo.

Me buscó con la vista y en el instante me señaló. Todos posaron sus ojos sobre mí y exclamaron con euforia por mi presencia. Hana se paró a mi lado, con una botella en las manos. Matthew ofreció hacer un brindis en mi honor; todos alzaron sus vasos al mismo tiempo y sonrieron con amplitud.

—Carven, eres más que mi mejor amigo. No tienes idea de lo genial que es contar con tu amistad —dijo como pequeño discurso—. Espero que la pases genial hoy. ¡Por Carven!

Un "salud" se hizo oír en toda mi casa, seguida de aplausos y alegres exclamaciones. Los invitados se llevaron la bebida a los labios y bebieron hasta el cansancio, pero yo no lo hice al principio. Muchos me observaron y se dieron cuenta de que yo no había tomado nada; se corrió la voz como la pólvora.

Por medio de porras me insistieron hasta el cansancio para que me empinara lo que quedaba de la botella que Hana traía consigo. Me negué, obviamente, pero la presión social y la necesidad de encajar acabaron conmigo. Así que lo hice.

Rompí mis leyes y tomé grandes tragos de ron, haciendo muecas, aguantando un poco el dolor del esófago y las náuseas. Todos me aplaudieron y celebraron mucho más animados que antes. Pero hasta que hube terminado, me di cuenta de que ceder ante ellos acababa de ser un error irremediable.

Al volver al baile, a las charlas, al alcohol y a las drogas, Hanabi me tomó de la mano y me acercó a un círculo con otros jóvenes que ella conocía. Quiso que bailáramos juntos una serie de canciones que ameritaban saltos, abrazos y gritos en conjunto. Estaba muy animada y contenta por verme feliz y divirtiéndome.

Agitarme con ellos causó que toda esa gran cantidad de alcohol se me subiera pronto a la cabeza. En poco tiempo las piernas me hicieron flaquear, la lengua se me enredó entre palabras y mis ojos observaban y giraban en todas direcciones sin control. Empujaba a algunos por culpa de mi desequilibrio, pero no tuve problemas con nadie porque muchos compartían mi ebriedad.

Al sentarme junto a un grupo para descansar de toda la multitud, uno de los chicos me tendió una hookah para que fumara de ella cuantas veces quisiera. Ese fue su regalo para mí. Aunque no tuviera ni la más mínima idea de qué había en él, lo calé sin hacer preguntas ni tener miedo. El efecto no fue inmediato, pero cuando llegó, se vino una ola de sensaciones tranquilizadoras con ruidos distorsionados y un entorno en cámara lenta.

La sed, que era intensa, me forzó a tomar de varios vasos desconocidos que tenía cerca. Hacía demasiado calor, sudaba, me reía y miraba al techo cada dos por tres a causa de un cuello débil que no conseguía cargar bien con mi cabeza.

A Isaac no le gustó en lo absoluto verme así.

Se aproximó a toda prisa y me levantó de mi asiento para alejarme de esas personas que jamás volví a ver. Me sostuvo con un brazo, rodeándome por la espalda para evitar que tropezara. Se me enredaban las piernas a cada paso y no veía con nada de claridad. Aun así, conservaba las ganas y energías para seguir riéndome como un idiota.

Isaac se esforzó para llevarme a salvo hasta un pasillo de mi casa ocupado por varias parejas apasionadas en la semioscuridad.

—Carven, ¿qué carajos te sucede? —Comenzó con su reprimenda—. Mírate.

Me recargó sobre la pared para que no me cayera y él pudiera descansar. De pie frente a mí, me examinó de arriba abajo con preocupación. Un leve movimiento mío hizo que me fuera de lado y estuviera a punto de aterrizar sobre una pareja sentada en el suelo. Afortunadamente, Isaac alcanzó a abrazarse a mí para no volver a descuidarme.

Fue mi héroe en ese momento. Me decía una y otra vez que me tranquilizara, que dejara de reírme. Me acariciaba la cabeza y dejaba que apoyara mi barbilla sobre su hombro. Era la única forma que él conocía para mantenerme quieto y a salvo.

«Vamos, Carven, Obedece a Isaac y no hagas ninguna tontería», decía la parte aún racional de mi cerebro.

Sin embargo, mi estado tan malo causó que contradijera brutalmente a mis pensamientos. El tenerlo tan cerca de mí, con una de sus piernas en medio de las mías, me provocó cierto éxtasis. Mis sentidos estaban demasiado sensibles. De repente quise que se repitiera lo de días atrás en mi habitación.

—Te amo, Isaac —comencé a balbucear—. Me gustas demasiado.

Pero él no respondió, se limitó a seguir sosteniéndome. Continué diciendo incoherencias y rememorando la madrugada en la que lo besé. Cualquier movimiento que hiciera me provocaba, me hacía sonreír y tener cosquilleos por todo el cuerpo.

Me separé un poco para verlo a los ojos. Las pocas luces ocultaron el color miel de sus iris. Seguí con la misma expresión mientras trataba de distinguir su rostro con la vista muy borrosa y los párpados entrecerrados.

Con torpeza, me hice hacia adelante y lo obligué a retroceder. Chocó con la espalda en el lado opuesto del pasillo, sin dejar de sostenerme.

Al notarlo acorralado por mí, alcé mis manos, lo tomé por las mejillas y lo besé de nuevo en los labios con inquietud. Mi cuerpo buscó calma en él de un modo un poco desesperado y brusco. Isaac intentó apartar su rostro del mío sin éxito, ya que su rechazo causó que mis ganas por seguir besándolo aumentaran.

—Carven, tienes que tranquilizarte. —Consiguió decir—. Estás muy mal.

Pero yo negaba una y otra vez con la cabeza a todas sus sugerencias. Quería calmar todo este calor que ardía dentro de mí y erróneamente pensé que él era la persona indicada para eso. Por fortuna, siguió rechazando mis intentos de cariño y mis irracionalidades, guiándose por la razón.

Él era consciente de que estar drogado y ebrio hacía que me comportar así y soltara cosas que no debía cuando no estábamos solos. No se molestó conmigo, pero seguramente pasó por un momento extremadamente incómodo por mi culpa.

—Vamos al baño de arriba, ¿de acuerdo? —Bajó la voz—. Así podrás vomitar a gusto, darte un baño y dormir en paz. Tu día acaba por hoy.

Era su forma sutil de rechazarme, de decirme que no quería nada conmigo aun cuando yo le brindé todas las facilidades del mundo para que me quisiera. Su rechazo me afectó gracias a la ebria y gran sensibilidad de mi alma. Pero, aunque no lo admití jamás, también lastimó a esa pequeña parte aún racional de mí. 

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