Capítulo 24

Los labios de Isaac me gustaron. Eran carnosos, suaves.

Ese beso de alguna u otra forma me brindó lo que necesitaba para dejar de hiperventilar. Que estuviera tan cerca de mí y que rebasara esos límites que solo Matthew tenía permitido estabilizó mi respiración, pero alteró mis emociones y al resto de mi cuerpo.

Un cosquilleo nuevo se manifestó en mis adentros. No era una sensación de amor, sino un deseo lujurioso y apasionante que nunca había experimentado. Me asusté de mí mismo al verme tentado por Isaac. Quería besarlo de nuevo, pero ya no para calmar mi mente y mis inhalaciones.

Isaac se alzó de nuevo cuando se percató de que yo ya no lo sostenía de la camisa. Me llevé el antebrazo a la frente y suspiré, más tranquilo. Todavía me costaba un poco recuperar la respiración, seguía temblando y sudando, pero ya estaba mejor. Llegado a este punto, no necesitaba que alguien me auxiliara.

Me despejé la cara lentamente, temeroso de los gestos que hallaría en su rostro. Apenas caía en cuenta de que acababa de besarlo por un impulso de ayuda y un vago consuelo a mis miedos.

«Esto está mal, terriblemente mal».

—¿Qué ha pasado? —preguntó en voz baja, cubriéndose la boca con el dorso de la mano.

Me senté con lentitud, todavía débil. Me incliné ligeramente hacia mis rodillas y apoyé los brazos sobre ellas. Bajé la cabeza, me quedé en silencio por unos pocos segundos. Estaba atónito por lo ocurrido.

—Lo siento —contesté con nerviosismo. No supe si darle o no una explicación.

—Es la primera vez que hago algo como esto. —Admitió con una inesperada y corta risa.

No lucía molesto, sino sorprendido.

Afuera lloviznaba; incluso supe que la luz había regresado por los faros luminosos de la calle. Pude ver muchos detalles de su rostro sin que la oscuridad importase. Aún se le notaba confundido, tenía bien abiertos los ojos y respiraba a un ritmo un poco más rápido de lo considerado normal en él.

—También yo —mentí con descaro.

Volvimos a quedarnos en silencio. Dejé que mi cuerpo cayera otra vez de espaldas contra el colchón a causa del agotamiento físico y mental.

—¿Esto es lo que algunos llaman experimentar? —Me preguntó. Tenía que estar bromeando.

Percibí que se sentaba al lado de mí.

—No. Solo ayudaste a salvar mi vida. —Fingí una risa—. Gracias por eso.

Me senté al lado de Isaac antes de volver a mi espacio en el suelo, todavía aturdido. Las cosas oleaban en mi entorno por culpa de los mareos. Detestaba que eso sucediera después de un ataque fuerte, pero tuve que aguantarlo en silencio.

Me tambaleé igual que una rama sensible al viento. Necesitaba dormir para calmar el dolor de cabeza y la punzada que percibía en el pecho. Pude escuchar su "no hay de qué" y sentir sus ligeras palmadas en mi espalda. También me aconsejó que buscara a mi madre la próxima vez en lugar de dejarlo pasar como un incidente cualquiera.

Mientras asentía, un dolor agudo y breve me hizo chasquear los dientes y posar la mano en mi frente. Isaac volvió a sostenerme por ambos hombros, voltearme hacia él y preguntar qué me sucedía.

Seguía preocupado por mí, pero yo ya no quería más de su peligrosa atención.

—Nada que dormir no solucione. —Elevé mis manos para quitar las suyas—. Estoy bien.

Negó con la cabeza y esbozó una sonrisa.

—Eres el peor mentiroso que conozco. —La distancia entre nosotros continuó siendo estrecha.

Volvimos a reír cuando me descubrió. Al menos aún me quedaban energías para darle la razón. Después se vino otro silencio incómodo. Hubo cierta tensión que aclamaba por más del accidente de hacía un minuto. Deseaba hacer caso a mis impulsos, asegurarme de que no podría sentir nada por Isaac hiciera lo que hiciera.

Sin embargo, y justo cuando ya me inclinaba lentamente hacia él fingiendo inestabilidad, recordé a Matthew. No podía hacerle esto por más que mis adentros me lo pidieran.

Yo sabía que Matt salía con Keira. Fingía quererla para ocultar que me amaba a mí. Tal vez lo que él hacía no era justo para ella ni para nadie, pero no por ese motivo yo iba a hacerle lo mismo. No quería arruinar todo lo que él y yo construimos por un breve momento de deseo.

Traicionaría su confianza si llegaba a enterarse. Y si no lo descubría por pura suerte del destino, yo sufriría por verlo a la cara todos los días, besarlo y tocarlo con la conciencia de que hice lo mismo con alguien más a sus espaldas. El secreto acabaría conmigo y quizás con lo nuestro.

Antes tuvimos problemas porque no creyó en mí, aunque le dijera la verdad. Siempre intenté ser lo más honesto posible, ¿por qué tenía que convertirme en un mentiroso luego de todo ese esfuerzo? Un par de minutos con Isaac —que ni siquiera sabía si iban a ser apasionantes— a cambio de tirar casi tres meses de amor y sufrimiento a la basura.

El no haber alzado la cabeza para verlo a los ojos sirvió para ocultar esa intención de la que pronto me arrepentí. Creí que había frenado a tiempo, pero no.

En menos de un parpadeo, Isaac pasó de tener una de sus manos en mi hombro, a deslizarla por mi nuca.

Era inteligente, demasiado inteligente. Fingir que me tambaleaba hacia adelante no lo convenció, sino que le hizo ver que deseaba más, que quería sentir sus labios de nuevo, aunque supiera que no debía hacerlo. Era posible que creyera que me frenaba por serle fiel a mi inexistente heterosexualidad, ya que Matthew era mi secreto mejor guardado.

Su caricia sobre mi cuello hizo que alzara la cabeza en un reflejo, pero se adelantó a actuar antes de que pudiera encontrarme con su mirada.

Fue Isaac quien me besó esta vez.

Percibí más de su boca que unos simples labios fríos, estáticos y dubitativos. Alteró esas emociones que apenas se habían apaciguado, logró que olvidara las irritantes pulsaciones de mi cabeza, despertó a las mariposas de Hanabi como si hubiera pateado con potencia su jaula.

Más que revolotear por los alrededores y hacerme cosquillas, se alteraron hasta provocarme dolor de estómago y más abajo de él. Sus alas se agitaban tanto, que pude escucharlas aturdiéndome en los oídos, amplificando todo sonido y causando que pudiese escuchar mi corazón.

Enloquecí.

No tenía que estar haciendo esto. Matthew era el único que sabía que era gay; para el resto del mundo los chicos no eran una opción. Además, era mi novio. Quizás nadie lo sabía, pero estaba siéndole infiel. Besé apasionadamente a otro chico a sus espaldas como si nadie más ocupase ese lugar. Tenía que mantenerlo en secreto.

«Hay que detenernos, Isaac, por favor».

Pero la tentación, el éxtasis y el hecho de saber que esto estaba prohibido, provocaron que me quedara pegado a sus labios. A final de cuentas esto estaba siendo emocionante, cargado de adrenalina, de las constantes inquietudes de que alguien nos vería o que Matthew nos descubriría.

No fue un beso salvaje o acelerado, sino tierno. Correspondimos al instante, saboreamos con calma cada parte de nuestras bocas. No me hería ni me apresuraba a seguir un ritmo específico. Me gustaba mucho, sus besos me gustaban mucho porque se adaptaban a mí.

Me sentí dueño de mí mismo, capaz de todo. Nadie podía decirme que lo que hacía no era correcto, ni siquiera Matt y sus limitaciones. Era libre al lado de Isaac, ahí, en mi habitación de madrugada.

Dejé que me acariciara la mejilla, que me tomara por el cuello y que sostuviera mi mano, que se empuñaba temblorosa sobre mi muslo.

Luego de treinta segundos sin habernos separado, él nos interrumpió. Volvimos a mirarnos fijamente. Yo estaba rojo por el calor del momento, sudoroso y apenado hasta puntos inimaginables. Isaac, en cambio, solo tenía el rubor recorriéndole las mejillas y la vergüenza y el gusto en los ojos.

—No hay mucha diferencia entre hombres y mujeres —comentó con voz tenue a modo de confesión—. Los dos saben... bien.

El aire se me fue un momento por culpa de la emoción. Tuve nauseas repentinas y volví a prestarle atención a mi dolor de cabeza.

—Gracias por intentar esto conmigo, Carven. —Sonrió con amplitud—. Creí que te molestarías.

Negué con la cabeza.

—De nada. —Apenas le respondí.

—No te asustes, ¿sí? —Deslizó los dedos por mi brazo—. No le diré a nadie. Tomemos esto como experimentación adolescente y ya.

Estuve muy de acuerdo. Sus palabras me dieron cierta tranquilidad, mi estrés se fue y mis gestos se relajaron al ver que no necesitaría pedirle que guardara el secreto, pues él acababa de hacerlo por mí.

Antes de Matthew no hubo nadie a quien pudiera besar, a quien pudiera compartirle mis sentimientos, pensamientos y secretos; mostrarme tal cual era. Él fue el primero en todo. El primero al que besé apasionadamente, el primero al que le di la confianza de tocarme, el primero con el que dormí abrazado en espera de un nuevo día. El primero por el que lloré, el primero que me ocasionó tantos momentos de inestabilidad emocional... el primer ser que amé.

Al engañarlo por "experimentar", dejó de ser el único hombre que se cruzó de manera significativa en mi vida. Y con ello, se vino una enorme cantidad de pensamientos mayormente negativos.

Estuve con Matthew e Isaac en el auditorio después de clases, junto con el resto del elenco y Boulluch. Fue en extremo difícil ver a Matt a la cara y responderle con normalidad, fingiendo que nada me sucedía. Me sentí muy, pero muy culpable al mentirle.

No lo había dejado de querer, solo que el peso del engaño estaba siendo demasiado para mis hombros. Matt me sonreía, me miraba con una gran ilusión y amor, sus ojos oscuros brillaban por mí.

«Voy a lastimarlo mucho si se entera». No podía dejar de pensar al respecto.

Tuvimos muchos problemas, algunos con los que me fue muy complicado lidiar. No obstante, y a pesar de todo, los solucionamos. Justo cuando debía ser nuestro mejor momento como pareja, sin problemas ni disgustos, lo arruiné y dejé que la corriente me arrastrara hacia la lujuria.

¿Cómo iba a salir ileso de esto? Los sentimientos de culpa me consumían conforme los minutos a su lado se alargaban. Sentía que tenía escrito "te fui infiel" en la frente. Matthew me seguía tratando con cotidianidad, como un mejor amigo porque a ojos del mundo no debía ser mi novio. Me mantuve en calma tanto como pude para no hacer obvia mi inquietud, continué observándolo con el mismo cariño y entusiasmo, le hablé con mi tono de voz habitual.

Durante nuestras escenas en dueto llamamos la atención del resto de compañeros. Matt había cambiado; se volvió más fuerte en cuestión de actuación, más seguro y firme. A pesar de que yo no pudiera compararme jamás con él, me defendí honorablemente. Los pocos espectadores en el auditorio también distinguieron que mejoré demasiado.

Boulluch ya confiaba en nuestro trabajo. La obra no saldría mal.

Al salir tras un día agotador, Isaac me rodeó con el brazo y me felicitó. Mencionó también que se sentía orgulloso de mí y que le ponía muy feliz saber que en verdad estaba siguiendo sus consejos. No mencionó nada de lo que aconteció en la madrugada, tampoco se comportó diferente. Tal y como había dicho, lo anterior había sido solo una experimentación que debíamos olvidar.

—¿Qué opinas, Matthew? —Le preguntó Isaac cuando pasó caminando a nuestro lado—. ¿No ha mejorado bastante?

El chico de cabello oscuro sonrió con amplitud y asintió. No derrochó odio hacia Isaac, ni siquiera una mala mirada. En su lugar, fue amable. Lo que más me sorprendió fue lo que Matt dijo después.

—Te agradezco que lo ayudes en mi lugar, Isaac. —Lo decía con toda honestidad. No hubo señales de que forzara aquel agradecimiento—. Has hecho un gran trabajo.

Los dos se rieron animados y chocaron los puños en un suave roce. Yo, que estaba en medio de los dos, volví a sentir nerviosismo y ardor en el estómago. Me afectó que hablaran por encima de mí, felices y sin saber nada de la verdadera relación que ambos tenían conmigo.

No pude dormir por culpa de mis pensamientos. Me consumían, agotaban a mi cuerpo y alteraban mis emociones. Mi corazón latía acelerado, con la constante inquietud de que en cualquier instante alguien llegaría para decirme que este nuevo secreto había sido descubierto por quien menos quería.

Recostado sobre mi cama, mirando hacia el techo liso y vacío como el resto de mi habitación y mi alma, me puse a llorar. Me llevé ambas manos a los ojos para que mis palmas absorbieran mis lágrimas. Intenté ser lo más silencioso posible.

No podía detenerme. Me hallaba tan abrumado, tan confundido y arrepentido, que me sentía capaz de levantarme, tomar el teléfono, marcar a casa de Matthew y confesar lo que hice solo para sentirme bien conmigo mismo.

Pero era un maldito débil. Un imbécil que no quería perderlo todo a causa de sus errores. Matt era feliz, como en nuestros inicios, y no quería arruinar eso. No podía destruir aquel amor que tanto quise que me correspondiera.

—Eres un estúpido, Carven, un estúpido —susurré en mitad del silencio de la noche.

No quise siquiera imaginarme su rostro al enterarse. Matthew no tenía la culpa de nada. Todos los días, desde que superamos nuestras diferencias y arreglamos sus problemas de celos y confianza, daba conmigo lo mejor de sí. Se esforzaba para que las cosas marcharan bien. ¿Y yo que hice?

—Lo engañaste. —Me repetí decenas de veces, murmurando—. Lo engañaste con un tipo que ni siquiera te quiere.

Yo amaba a Matthew, pero Isaac complementó por un momento lo que el otro no podía ofrecerme. Fue comprensivo desde siempre, le gustaba ayudarme y me trataba bien.

Quizás no era tan pasional y lujurioso como en lo que Matthew me convirtió, pero sí que era tierno. Poseía, a mis ojos, una inocencia única para un chico que ya se encontraba al borde de graduarse de preparatoria.

—No los compares ahora, idiota. —Estuve por abofetearme a mí mismo, pero me contuve.

Necesitaba solucionar mi problema. Buscar de inmediato la respuesta y reafirmación a lo que eran de verdad mis sentimientos y a quién pertenecían. Quedarme llorando en cama en mitad de la noche no iba a calmarme ni a arreglar las cosas. Yo era culpable y por ello tenía que remediar mis errores, solo que se sentía en extremo difícil.

Quería huir de mi presente, de mi pasado, de mis fallas, de mí mismo. Irme lejos, a donde nada de lo que vivía en esa actualidad pudiera alcanzarme. Matthew me había enseñado lo que hacía cuando se sentía igual de perdido y era mi momento de intentarlo.

Me levanté de golpe de la cama y me quedé sentado en una de las orillas. Vi en dirección al suelo y permití que las últimas lágrimas de arrepentimiento se escurrieran de mis párpados. Suspiré dos veces, cerré los ojos y me dije a mí mismo que todo estaría bien si salía al silencio de la calle en ese preciso momento.

Abrí la puerta de mi habitación con el mayor de los cuidados. Bajé por las escaleras con lentitud, en puntas como si fuera parte de un dibujo animado. Hice un esfuerzo para distinguir los objetos de mi casa en medio de la oscuridad. Chocar o hacer ruido impediría que cumpliera mi objetivo: Escapar esa noche.

Con la mano temblorosa sobre el picaporte de la puerta trasera, me replanteé si estaba bien irme así. Habría consecuencias, tal vez peores que las pasadas, pero ya no podía con el encierro. Conté hasta cinco para ver si de verdad sería capaz de salir para adentrarme a un vecindario y ciudad dormidos por la madrugada.

«Uno, dos, tres, cuatro...».

En cuanto el cinco sonó dentro de mi cabeza, giré la muñeca hacia mi izquierda con precaución y lentitud. La puerta hizo un ligero 'click' y se abrió.

Asomé la mitad del cuerpo y me quedé entre la comodidad de mi casa, y un exterior apaciguado y oscuro. Una parte sintió el calor reconfortante de mi hogar, la otra unos vientos de verano ligeros y fríos.

Era hora de irme.

Al estar ya afuera, con la sangre fluyendo rápidamente por mis venas y un nudo en el estómago y la garganta, caminé hasta donde estaba estacionada la bicicleta de Matthew. Se apoyaba en la cerca de madera que nos dividía con los vecinos, aguardando por mí. La sostuve por el manubrio y la deslicé por todo mi pequeño jardín.

La cadena sonó al ritmo de las ruedas y maldije en voz baja al olvidar que casi todas las bicicletas del mundo tendían a sonar así. Antes de que mis padres pudieran verme por alguna de las ventanas que daban a la calle, me monté sobre el asiento y pedaleé con toda la potencia que mis piernas me permitieron. Si ellos salían, al menos no me alcanzarían a pie.

Pasé por mi calle a una velocidad impresionante. Sentí como si jamás fuera a volver a mi casa y a todas esas molestias que se almacenaban en ella. Creí, además, que aquella personalidad mía que arruinó todo se había quedado también.

El viento frío y húmedo me alborotó el cabello y las ropas que usaba como pijama. Mi cara no gestionaba ningún tipo de felicidad, sino angustia. Mi imaginación fue lo suficientemente poderosa para atormentarme con que los problemas me perseguían y que se encontraban pisándome los talones.

Hui de ellos por kilómetros, buscando perderlos y perderme.  

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