Capítulo 2
En la hoja pidieron que los seleccionados nos reuniéramos en el auditorio después del receso. No asistiría a la clase de matemáticas por acudir a mi nueva responsabilidad, lo que era un alivio.
Me dirigí hacia allá con toda la alegría del mundo. No dejé de sonreír en todo el día ni de contarle a algunos compañeros que estaba a un paso de poder realizar uno de mis sueños.
—Felicidades, Carven. —Hana me felicitó personalmente—. Espero verte actuar.
Hanabi Steiger era amiga mía desde niños. Incluso nuestras madres eran cercanas, aún más que nosotros. Era muy guapa y muy amable, por eso todos los que la conocíamos la apreciábamos.
Teníamos una relación cordial, aunque no muy próxima. Ella me ayudaba en clases para que mis constantes distracciones no me perjudicaran. Y, de hecho, fue la primera en preocuparse por mi desempeño académico cuando le mencioné que no asistiría a algunas clases por culpa de los ensayos.
—Voy hacia el aula, ¿quieres los apuntes de hoy? —Me preguntó antes de marcharse por el pasillo.
—Te lo agradecería, Hana —Yo también debía irme. Nos despedimos con la mano y cada uno se dirigió a su respectivo camino.
Durante mi caminata no dejé de pensar en lo emocionante que todo esto me parecía. Iba a presentarme para todo el instituto; tal vez no como el personaje que deseaba, pero sí como uno importante en la historia inconclusa de "Boda y Amistad".
Pero, además de actuar, ¿qué otra cosa debía hacer? Jamás había participado en una obra teatral.
Cuando abrí la puerta no distinguí a muchas personas. La profesora Boulluch aún no llegaba y mientras esperábamos, los actores seleccionados buscamos distracción. Algunos charlaban sobre sus asientos, otros se entretenían en sus celulares. Incluso hubo un par de chicos corriendo entre las filas de asientos con diversión.
Nadie notó que entré, así que no se detuvieron en mí. Me quedé observando el enorme auditorio antes de sentarme en la primera fila para esperar. Todo continuaba resultándome nuevo y fantástico.
«¿Esto estará lleno cuando yo actúe?».
La obra se presentaría en tres meses, para ser exactos, y no quería ponerme nervioso desde mucho antes. Respiré profundo para remplazar mi ligera ansiedad, me erguí en el asiento y y me dediqué a observar desde mi lugar la magnífica vista al escenario.
Sobre él noté que estaban Keira y el chico de la mañana, Matthew. Los dos miraban con bastante interés el suelo que pisaban. Se tomaban de las manos, caminando juntos y a pasos lentos.
Gracias a los reflectores pude apreciarlos mejor. Los dos irradiaban seguridad y conocimiento sobre lo que nos esperaba. No lucían como actores de teatro expertos, pero sí como si hubiesen actuado en el pasado, a comparación de mí.
Dieron unos cuantos pasos al frente y alzaron la vista hacia los asientos. Por sus facciones, determiné que estaban igual de contentos que yo.
—¿Emocionado?
Cuando regresé la vista al frente, Matthew estaba encorvado y hablándome desde la altura.
—Un poco, sí. —Esperé no lucir muy nervioso.
El chico me sonrió con un gesto bastante amplio y alegre, similar a la sonrisa que me dedicó en la mañana cuando estuvo felicitándome.
—Felicidades por obtener los papeles. —Añadí, pasando la mirada por él y acabando con los ojos sobre Keira.
Ella iba a ser Charlotte, la amada prometida de Chris; su personalidad no distaba mucho de la de aquella chica segura y enamoradiza. En ocasiones activa y alegre, pero gran parte del tiempo seria y firme. Era muy inteligente, de las más destacadas de mi grupo y de todo segundo año. Y es que tener novio no la distraía en lo absoluto de sus responsabilidades académicas.
Los dos me agradecieron y también me felicitaron. Aprovechando nuestra breve charla, y antes de que pudiera volver la vista nuevamente hacia el libreto, Matthew me invitó a subir con ellos para que viera las vistas desde arriba. Inmediatamente subí por las escaleras laterales.
No pude conocer el escenario y la parte trasera tanto como hubiese querido, pues llegaron la profesora Boulluch y los otros jueces anteriores. Uno de ellos era un chico de tercero que consiguió hacer de protagonista en la obra del año anterior. Él iba a asesorarnos.
Los presentes se levantaron de inmediato y se encaminaron al escenario junto con nosotros tras su repentina llegada. Hicimos dos filas horizontales alrededor y aguardamos a las próximas indicaciones. Los tres se quedaron de pie frente a nosotros.
—Felicitaciones a todos ustedes. —Boulluch juntó las manos en un aplauso—. Cada uno presentó una audición excelente.
Permanecimos de pie varios minutos más, escuchando lo mucho que le emocionaba hacer esto año con año, lo importante que era el teatro y porqué le resultaba tan apasionante.
Nos resumió algunas de sus mejores presentaciones a lo largo de los años y también mencionó algunos errores terribles a los que se enfrentó en el pasado, unos solucionados y otros claramente vergonzosos.
Con cada frase positiva su emoción aumentaba. Ver a la profesora Boulluch sonreír hasta que las mejillas se le enrojecieran me resultó contagioso. Y antes de percatarme, ella y yo ya teníamos el mismo gesto en el rostro.
—¡Joven Devine! —Ella fue la encargada de sacarme de mi propia emoción—. Esto es serio, concéntrese en lo que le estoy diciendo.
Agité la cabeza y recobré la compostura con un tanto de vergüenza. Me paré correctamente, eliminé la boba sonrisa de mi cara y traté de concentrarme en lo siguiente que diría. Ya había mencionado un poco sobre "Boda y amistad", pero estaba por hablar del punto más importante de hacer esta obra.
—Lo que más va a importar aquí viene en el último acto —Enrolló un poco el libreto y lo hojeó hasta llegar casi al final—: Tendrán que improvisar absolutamente todo en él.
Yo me dediqué a leer el libreto entero y casi memorizarlo, más que nada para imaginar tantos finales alternativos como me fuera posible. Sonreí a medias cuando me creí en ventaja, pero entonces noté que Matthew estaba haciendo exactamente el mismo gesto que yo. Supe así que no era el único preparado.
Boulluch volvió a hablarnos con mucho énfasis sobre la improvisación. Resaltó lo necesario que era actuar bien y pensar con claridad los diálogos, pues la audiencia no debía darse cuenta en ningún momento sobre la improvisación de las últimas escenas. Además, teníamos prohibido ensayar el final. Necesitábamos ser espontáneos y capaces de seguir la corriente de nuestros compañeros.
Pensar en que nuestras fallas podrían arruinar todo el trabajo antes presentado me provocaba dolores de estómago. La culpa podría recaer en mí gracias a un error y ser recordado como el tipo que arruinó la obra de su generación, era mi peor pesadilla.
—La obra se ha presentado solo cuatro veces en los últimos sesenta años —informó Boulluch sin abandonar su firmeza—. Esta será la quinta.
Eran muy pocas en comparación con las que se interpretaron hasta quince veces. Ella nos dijo que la última presentación de "Boda y Amistad" fue 17 años atrás y que ella afortunadamente estuvo para trabajar en ella.
Se creía que Boulluch era la profesora con más antigüedad del instituto, con poco más de treinta años, y que aún estaba en forma para seguir enseñando literatura y teatro hasta su muerte.
El año anterior muchos profesores decidieron firmar su retiro e irse, y cuando a ella le ofrecieron la misma oportunidad, se negó rotundamente. Fue la única que se quedó. Con eso entendí lo dedicada que era y la admiraba por eso.
—Quedan prohibidos los siguientes finales —Y los numeró con los dedos de una mano—: Charlotte ya no puede retractarse y dejar a su prometido. Tampoco ese final feliz donde se casan. Thomas ya no va a matar a la pareja por celos, y tampoco ocurrirá la inesperada muerte de Chris, ¿entendido?
Todos movimos la cabeza, asintiendo. No existía alguna otra idea en mi mente para acabar con la historia, más que con el suicidio de mi personaje ante la tristeza de sufrir el abandono de su mejor amigo. Esperaba contar con la ayuda de Matthew y Keira para ejecutarla correctamente. Suspiré con aires de éxito.
El chico a mi lado movía el pie con un poco de ansias y aquello me distrajo. Ignoré totalmente a la profesora Boulluch, que no dejó de hablar.
Fue entonces cuando, inesperadamente, Matthew elevó un poco la mano para golpearme la pierna.
Sentí una punzada muy dolorosa en el muslo cuando sus nudillos me golpearon. Intenté no cambiar la seriedad de mi rostro, pero quería quejarme y al mismo tiempo reírme para aguantar.
Lo miré de inmediato y le pregunté con mis gestos por qué había hecho eso. Se limitó a sonreírme con mucha diversión y a llevarse el índice a los labios, pidiéndome silencio.
—Mañana tendré un moretón. —Le dije a Matthew cuando salimos del auditorio—. ¿Por qué me pegaste?
Él volvió a reírse.
Anduvimos por el pasillo, unos metros más alejados del resto.
—Lo siento, no pude evitarlo —Íbamos parejos con el ritmo de nuestros pasos—. Te veías tan ausente...
Notó mi emoción en el rostro durante la mitad de la introducción de Boulluch y aquello le produjo gracia. Instantes después me confesó que quiso pegarme porque estaba muy nervioso y necesitaba de una buena risa interior para despejar su mente.
—Jamás había visto a alguien emocionarse tanto como Boulluch. —Doblamos en una esquina hacia el pasillo principal—. ¿Tanto te gusta el teatro?
Si me permitía pensar con detenimiento en la respuesta, iba a emocionarme de nuevo. Tenía que hablar con brevedad, así que no pensé mucho lo que diría. Era obvio que me gustaba, aunque nunca lo hubiera practicado. Se lo dije tal cual, con una media sonrisa que contenía en mi interior un sinfín de positividad.
—¿Tú has hecho esto antes? —pregunté, sin apartar la vista del camino.
—Sí, varias veces. —No sonó lo suficientemente animado con aquella contestación—. Estudié teatro como por un año, pero lo dejé... Me gustaba mucho.
Por el tono tan bajo con el que pronunció aquella frase, creí que aquello le llenaba de algún viejo recuerdo. Giré la cabeza para verlo de reojo y no me encontré con la mejor expresión del mundo. Lucía decaído en comparación con la actitud tan enérgica que hasta hacía unos segundos mostró.
—¿Por qué? —Fui atraído por la curiosidad.
Me miró apenas, deteniéndose en mitad del pasillo donde estábamos solos. Me detuve también para esperarlo a él y a su respuesta. Percibí una ligera tensión en el silencioso ambiente, pero no entendí por qué se generó de la nada.
—Carven, ¿no quieres ir a conversar a otro sitio más privado? —Finalmente habló, con una sonrisa amable en los labios.
Arqueé una ceja hacia arriba y reaccioné con ligera sorpresa. No esperé aquella invitación, pero sin duda acepté, dejando que me llevara al sitio que se le antojara, alejado del ruido o de las interrupciones.
—Tuve un problema con alguien —Continuó con la conversación, suspirando—, así que preferí abandonarlo antes de que el asunto se agravara.
—¿Y por qué no lo retomaste? —Creí que era lo más lógico hacerlo.
Terminó alzando los hombros para decirme con ello que no lo sabía. Admitió instantes después que no se le ocurrió hacerlo.
—Pero eso fue hace como cinco años —Se rio por un segundo—, tenía doce cuando me salí.
Al final Matthew decidió evadir el tema hablando sobre sus conocimientos en teatro, logrando que fácilmente me olvidara de nuestra charla anterior. Matthew sabía bastante sobre la actuación, así que proveché la oportunidad de pedirle un par de consejos para un novato como yo.
Seguimos inmersos en nuestra conversación hasta que ya no pudimos avanzar. Nos quedamos de pie, solos, frente a la puerta del auditorio. Creí que nos marcharíamos y seguiríamos con la charla en otro sitio, pero él se detuvo y se calló.
Alzó el brazo y revisó si estaba abierta. Yo me quedé pasmado en mi sitio, observando todo en silencio y preguntándome qué carajos buscaba Matthew. Cuando comprobó que Boulluch la cerró con llave una vez que todos salimos, chasqueó la lengua y hurgó en uno de sus bolsillos.
Sacó una llave pequeña y me la mostró con una gran sonrisa.
—Una ventaja de ser el protagonista —Y la metió dentro del cerrojo—, es que la profesora te da una copia de estas para que puedas ensayar después de clases y en horas libres.
La puerta hizo un clic y Matthew la abrió con lentitud. Nos miramos y sonreímos con complicidad. Me dejó pasar primero y después él nos encerró en el interior. Todo estaba apagado; ninguno de los dos sabía dónde estaban los interruptores.
Lo que se vino después, en la oscuridad, fue muy divertido.
Tanteamos la pared con el brazo extendido durante unos minutos y caminamos a ciegas por la orilla. No podía ver a Matthew, pero mi oído me permitió percibir su respiración y sus pasos. Intenté mantenerme lo más cerca posible de él para no perderme y volver de esto una locura.
No, no se nos ocurrió usar el flash de nuestros celulares desde el inicio, aunque hubiera sido lo más inteligente.
No pudimos evitar reír por lo absurdo que nos parecía todo este asunto. Maldijimos unas cuantas veces, chocamos entre nosotros y, en un intento por alejarnos de la pared, comenzamos a caminar hacia los asientos.
—Toma mi mano, no me quiero perder —Me dijo. Reí casi en una carcajada.
—No seas ridículo —expresé con burla—. Mejor sostén mi hombro.
Alzamos los brazos al frente como sonámbulos, caminamos con pasos cortos pero seguros. Los movimos de arriba abajo esperando no chocar con alguno de los asientos, cosa que no funcionó porque yo fui el primer idiota en golpearse la pierna derecha.
Como me asusté a causa del golpe, retrocedí un paso y busqué a Matthew con la mano izquierda. Pude sentir el pantalón de nuestro uniforme en cuanto elevé la mano hacia atrás.
—¿Dónde crees que estás tocando? —Sus brazos me empujaron por la espalda.
Tras la brusquedad de su movimiento y la densa oscuridad, perdí el equilibrio y caí en el suelo, no sin antes golpearme todo el costado derecho del cuerpo contra la hilera de asientos.
—¡Perdona! —Intentó buscarme tras oír la caída, riendo sin parar.
El idiota se tropezó con mis propias piernas y me cayó encima, sin poner las manos para amortiguar el impacto.
Intentamos librarnos del otro sin mucho éxito, golpeándonos mutuamente con nuestras rodillas y codos. Nos quejamos y también nos reímos de nuestra grandísima torpeza. Esto era una estupidez.
Traté de hacerlo a un lado tomándolo por los hombros, pero fallé porque se dio contra un asiento en la cabeza.
—Lo siento. —Contuve mis ganas de reír—. No puedo ver nada.
Luego de una risa no tan escandalosa y de oír sus quejas por mis descuidos, me callé casi de golpe, pues sentí su respiración junto a mi cuello, muy cerca de mi cara. La piel se me erizó de repente e incluso el corazón se me aceleró sin que pudiera controlarlo. Aquello me incomodó tanto, que busqué desesperadamente su cabeza para apartarla.
Pero justo en el momento en que entrelacé mis dedos con su cabello y sentí por un segundo la suavidad de este, el flash de uno de nuestros celulares comenzó a parpadear para notificar una llamada.
Ahí, fuimos capaces de distinguir con suficiente claridad nuestras posiciones. Él sobre mí, con un brazo a cada lado de mi cabeza y yo debajo, con una mano sobre su nuca. Nuestros rostros frente a frente y a escasos centímetros de distancia.
Fue la peor de las coincidencias formar parte de un intento de escena romántica barata, con nosotros como los enamorados.
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