Capítulo 14
La semana entrante comenzaríamos con las improvisaciones. Faltaba un mes y medio para que la obra se estrenase al público y cada vez me sentía más emocionado. El tiempo transcurrió increíblemente rápido para todos, para Matthew y para mí.
Después de nuestro primer beso, transcurrieron dos semanas. Dos semanas en las que no vi muchos cambios en mi entorno.
Hana siguió ayudándome con los trabajos y tareas que me perdí por estar ensayando, cosa que a diario le agradecía. Las cosas entre nosotros marchaban bien, así como ocurría con Matthew y Keira.
Él y yo nos acostumbramos a esconder lo nuestro, a volver de nuestra mentira algo cotidiano. Las frases, los gestos y la manera en la que nos comportábamos frente al mundo fueron más naturales con el paso de los días. La culpa también se esfumó casi por completo.
A veces pensaba en Keira y en lo mucho que podría afectarle este secreto. Después de todo, no estábamos siendo justos con ella. Existieron días también en los que, dentro de mi habitación, pensaba a solas respecto a lo terrible que era yo como persona tras convertirme en el amante de un hombre con pareja.
Tuve mis altibajos, días en los que quise decirle a Matt que paráramos con todo esto, que no estaba bien y que no volviéramos a hacerlo. No obstante, sobraron momentos en los que necesité que estuviera a mi lado para charlar, jugar, besarle, para no sentirme solo en este inmenso mundo.
Él acudía a mí siempre que lo necesitaba como parte de un recordatorio en el que, a pesar de compartir el tiempo con otras personas no destinadas, establecíamos que nos queríamos y que eso no iba a cambiar jamás.
Matthew fue como una especie de rescate y como una especie de escondite. Sus gestos y su cariño me demostraban casi a diario que en este planeta yo también podía amar y ser amado de la misma forma sin importar de quién se tratase.
—Derecho, por favor —me dijo la presidenta del taller de confección—. Brazos extendidos a los lados.
Matthew y yo fuimos citados para comenzar con las pruebas de vestuario. Tuvimos que permitir que el taller de confección eligiera nuestras ropas, aunque no llegasen a gustarnos por completo.
Dos chicas le ayudaban a tomarnos las medidas para determinar qué tan acertadas estaban las tallas de sus diseños con las de nuestros cuerpos.
—No parece que nos hayamos equivocado —dijo una de ellas—. Para comprobar, sugiero que se prueben los trajes.
Cuando finalmente se apartaron de nosotros y se pusieron a debatir entre ellas qué era lo mejor, Matthew y yo nos sentamos sobre un par de sillas que estaban al lado. Ahí, hablamos en voz baja sobre lo que veíamos colgado frente a nosotros, un par de sacos elegantes de dos colores distintos: guinda y azul.
A los dos nos gustaba el azul, ya que el otro lucía ostentoso con aquellas costuras doradas en las mangas y en los bordes del pantalón. No era el estilo de ninguno.
Las chicas tomaron los trajes y nos los tendieron con la indicación de que nos los pusiéramos. Matthew se burló discretamente de mí cuando me dieron el brillante y ridículo traje rojo.
Los presentes cerraron las cortinas de las ventanas y salieron rápidamente para darnos privacidad. Para no perder tiempo, la presidenta pidió que nos vistiéramos juntos, algo que a Matthew le agradó con notoriedad. Ya me esperaba de él alguna tontería.
—Parece un vestuario de Navidad —mencioné en voz baja.
Me quité la camiseta del uniforme y después los pantalones. Él hizo lo mismo entre risas dirigidas a mi mala suerte. Intenté no mirarlo mientras nos cambiábamos, pero fue inevitable no admirar lo bien que se mantenía en forma. Eso me hizo recordar la primera vez que se quedó a dormir en mi casa y se vistió de espaldas a mí después de ducharse. Recordé también ese lunar que tenía en el trasero.
Ya bien vestido, me encaminé hasta la puerta, creyendo que Matt también ya estaba listo. El sujeto me detuvo de inmediato llamándome por mi nombre y sosteniendo mi brazo para impedir que abriera.
—Me falta la corbata. —Y me la mostró por enfrente de mi rostro.
—Ahorita te ayuda una de las chicas. —Intenté apartarme para que no perdiéramos el tiempo.
Volteó los ojos y tiró de mí para que no me alejara.
—Estoy diciéndote de forma indirecta que me la pongas tú, estúpido. —Y la dejó caer sobre mi mano.
Su petición me tomó por sorpresa, pero traté de que no se me reflejara en el rostro. Era bastante malo captando indirectas y frases disfrazadas, tenía que admitirlo. Examiné la corbata solo por un instante y después la extendí por en medio de los dos con ambas manos para ubicar los extremos.
—Pudiste haberlo dicho desde el principio, Matty. —Se la pasé por atrás del cuello.
El chico sonrió de oreja a oreja en el momento en que comencé a colocársela. Tuve que estar lo suficientemente cerca de él para apreciar mejor lo que hacía. Vi cómo se movía su pecho al respirar, cómo se escuchaba el aire salir casi en silencio por su nariz y también, cómo se sentían sus dedos al tomarme de la barbilla.
—Se te ve mejor de lo que esperaba. —Alzó mi rostro justo antes de que terminara de ajustarle el nudo—. Tus ojos brillan más.
Pero los de él casi no lo hacían, eran como los de un pez muerto. La manera en la que cambiaba tan rápido de expresión a veces me resultaba extraña. Un momento sonreía como un niño muy alegre, y en otro me observaba con seriedad o inexpresión.
—Vas a aprender a hacerlo solo. —Sentí que lo ahorqué con la corbata tras el último tirón que le di—. No quiero que me tengas como tu esposa cada vez que vengamos a pruebas de vestuario.
Y me aparté de inmediato para abrir la puerta y dejar que las chicas del taller de confección regresaran.
En mi hogar hacía junto con Briana las labores domésticas para ayudar a mis padres cuando trabajaban hasta tarde. Al final éramos recompensados con no escuchar el clásico discurso de que no los ayudábamos lo suficiente. Que hubiera tranquilidad en casa me daba buenos motivos para no desear salir todo el tiempo.
Luego de terminar con mis obligaciones, ensayar en solitario, ducharme y perder el tiempo viendo en las redes cualquier cosa sin importancia, me fui a dormir cerca de las once de la noche.
Afuera el clima estaba frío, aunque no lo suficiente para congelarme. Los sonidos de las ramas agitándose y el calor de mis cobijas contra mi cuerpo me relajaron lo suficiente para caer dormido. Llevaba mucho sin hacerlo con preocupaciones en la cabeza o con pensamientos inquietantes; esa noche parecía ser la mejor para descansar.
Durante aquellas horas en las que no despegué los párpados, tuve una serie de sueños que comenzaron siendo pacíficos.
Primero, apareció un inmenso cielo nocturno invadido de estrellas. ¿Dónde se podía encontrar un paisaje así? Llené mis pulmones de aire, sonreí ante lo placentero que me resultó respirar un oxígeno tan puro, y extendí ambos brazos a los lados para abrazar todas las estrellas posibles.
Y al final, justo antes de que mi sueño fuese interrumpido por un ligero golpe proveniente del exterior, mis pies se sumergieron bajo el claro océano de alguna playa fría y desierta que jamás había visto en mi vida. El cielo se aclaró de repente.
—¡Ven aquí! —Un parpadeo bastó para que una silueta nueva apareciera por enfrente, a un par de metros.
Matthew hacía movimientos con el brazo pidiendo que me acercara, pero dudé de hacerlo en un principio. En comparación con la primera parte de mi sueño, me sentía inquieto. Yo no estaba sonriendo como él. ¿Por qué?
Hubo un molesto vacío en mi pecho y unas ganas casi incontenibles de llorar, lo supe por el nudo en mi garganta. Yo sabía que estaba soñando, puesto que jamás había visto el mar, pero ¿tenían estas cosas algún significado?
«Si nunca me importaron los sueños, ¿entonces por qué este lo haría?».
Al tratar de dar un paso hacia adelante, la arena y el agua fría me sostuvieron del pie para impedírmelo. Intenté sacarlo con algunos forcejeos y tirones, sin éxito alguno.
Fue así como este sueño, repentinamente y en el peor de los escenarios, se volvió una pesadilla.
Matthew siguió alzando su brazo, sonriendo, avanzando e insistiendo en que lo acompañara. Cada vez estaba más lejos de mí y la sola idea de saber que pronto se perdería en la distancia, me aterró. La marea de aquel océano que empezó siendo tranquila, comenzó a subir drásticamente.
—¡Matthew! —Le grité antes de que el pánico me consumiera por completo—. ¡Vuelve! ¡Matthew!
Por varios minutos intenté librar mis pies, pero la arena no cedía. Antes de que me diera cuenta, el agua del mar ya estaba a la altura de mi pecho y continuaba en aumento. Iba a ahogarme mientras veía a la persona que más quería desaparecer.
Lloré por el terror y por la frustración de no poder salir. Intenté alejar el agua con los brazos y alzar la cabeza para que el aire no se escapase de mí. Sin embargo, mis intentos por salvarme duraron muy poco. El agua y la escandalosa corriente pronto me pegaron en el rostro, se metieron por mi nariz e hicieron que cerrara los ojos.
El aire iba y venía. Tragaba y respiraba agua salada estando completamente ciego. Y cuando quedé sumergido, forcejeando con debilidad y ya con las esperanzas extintas, desperté.
Me senté tan rápido como mis ojos se abrieron y respiré como si el oxígeno estuviese por extinguirse. Recuperé el aire que perdí en el sueño como si de verdad hubiera sucedido. Tomé mi pecho con una mano esperando que el corazón no se alterara más de la cuenta y me hiciera una mala jugada. Dolía.
Corrí rumbo al cajón de mi escritorio para encontrar alguna bolsa de papel, solo por si las dudas. Cuando la sostuve con ambas manos, me la llevé a la boca esperando sentirme mejor. Respiré a través de la bolsa unas cuantas de veces hasta que me sentí más tranquilo.
Regresé a la cama para volver a dormir, pues era exactamente la 1:03 de la madrugada y en unas cuantas horas tendría que asistir a clases. Me cobijé, giré en dirección a la pared y cerré los ojos.
No obstante, cada minuto algo que golpeaba mi ventana me impidió conciliar el sueño otra vez. Era molesto, como el golpe de una rama o pequeña piedra chocando contra el cristal. Mi paciencia no era mucha en ese momento, así que decidí levantarme de nuevo para averiguar qué era... o quién.
—¿Qué haces aquí? —Levanté la ventana en silencio, me asomé y hablé en susurros para que mis padres no escucharan.
—Rapunzel, deja caer tu cabello —respondió con una mano al pecho y la otra alzada en mi dirección, todo sin dejar de sonreír.
—Matthew, es la una de la mañana. —Me llevé una mano al rostro y me tallé los ojos, esperando que el ardor de mantenerlos abiertos se redujera.
Me pidió a través de mímicas que le abriera la puerta para que entrara y me contara los motivos por los que acababa de venir, así que le hice caso. Bajé con el mayor cuidado y silencio posibles para evitar que alguien de mi familia despertase.
No encendí las luces de ningún sitio. Casi le rogué que fuera cuidadoso porque nadie podía enterarse de que estaba aquí. Subimos las escaleras con precaución y prisa; al final nos encerramos en mi habitación. Antes de saludarlo, encendí la lámpara de escritorio para que no estuviera tan oscuro.
Al regresar con él, me atrajo hacia sí, abrazándome para besarme con gusto. Obviamente le respondí del mismo modo, aunque me separé poco después en cuanto mis pies dejaron de tocar el suelo a causa de la fuerza de su abrazo. De pie y con él en frente, comencé mi cuestionario.
—¿Cómo conseguiste llegar hasta aquí? —susurré, juntando las cejas—. No hay transporte a estas horas.
—Llevo pedaleando desde mi casa hasta acá por dos horas y media. —Eso explicaba el sudor de su frente. Si no estuviéramos en otoño, el pobre seguro se derretiría.
Su respuesta me sorprendió casi tanto como tenerlo en mi habitación a altas horas de la noche. Imaginarme el cansancio que involucraba recorrer todos esos kilómetros de distancia en bicicleta me llenaban de agotamiento. Yo no haría eso, ni loco.
Aun así, tenía muchas interrogantes que necesitaba esclarecer.
—¿A qué has venido? —No quería echarlo tan pronto, pero necesitaba que se fuera por donde vino, aunque eso significara llegar a su casa a las tres de la madrugada.
El tipo se ruborizó antes d e responder. Miró al suelo en un principio, después a las paredes, se acomodó un poco el cabello y al final, como si yo fuese el último objetivo para que hablara, me miró a los ojos y se armó de valor.
—Quiero hacerlo contigo.
Me petrifiqué en mi lugar, tratando de quitar de mi cabeza la única idea que se me ocurrió. De repente mi rostro se convirtió en una máquina de vapor. Él me tomó de las manos y esperó a que reaccionara tras una serie de llamados que realizó en compañía de una sonriente expresión. Algo en mi cerebro se descompuso ante la sobrecarga de sentimientos, seguro.
—Hombre, estoy bromeando. —Se rio lo más bajo que pudo, aunque sus carcajadas le dolieron por no poder soltarlas con placer—. Debiste ver tu cara.
El calor de mi cuerpo estaba palpitando hasta en mis orejas. Por un momento pensé que iba en serio y solo por eso quise golpearlo. Actores, los odiaba por su talento para engañarme.
Matthew se sentó en el borde de la cama, calmando su risa y poniéndose más serio de repente. Yo le observé desde mi lugar; no iba a sentarme a su lado después de lo que acababa de decirme y de cómo se burló de mí. Venía a bromear, a molestarme con sus ocurrencias, como siempre.
—No podía dormir —mencionó, cabizbajo—, así que me escapé en silencio de mi casa para distraerme. Se me ocurrió venir aquí porque eres el único a quien quiero ver.
Suspiré. Matthew siempre estaba ojeroso, unas veces más que otras. Acostumbraba a dormirse muy tarde, comparado conmigo. Intenté buscar alguna alternativa que nos beneficiara, pues los dos necesitábamos dormir, aunque él no pareciera estar cansado.
—Aprecio el gesto, Matty —Finalmente me senté a su lado—, pero tienes que volver. Ahora no es un buen momento para... ya sabes...
Aún me apenaba decir en voz alta palabras como "besarnos". El chico asintió con apenas un movimiento, entristecido por lo rápido que esto estaba terminando.
—Además, si tu mamá se entera va a matarte o a preocuparse —añadí para crearle conciencia de que estar en mi casa no le hacía ningún bien.
Juntó las cejas y se revolvió un poco el cabello.
—No me gusta vivir ahí —habló con seriedad y firmeza—. Es molesto. Me tratan como si fuera estúpido, frágil o un loco.
Se le notó el malestar al confesarme aquello. Intenté hacer que se relajara rodeándolo con un brazo, cosa que por fortuna funcionó. Se recargó sobre mi hombro y cerró los ojos queriendo alejar de una buena vez por todas de esos pensamientos abrumadores.
—Todos los padres creen que somos idiotas, Matthew —mencioné—. Pero ellos también lo son. Mi mamá cree que hiperventilar me puede matar algún día y papá cree que me lo invento.
Reímos juntos al darnos cuenta de que ambos enfrentábamos diariamente una situación absurda que aborrecíamos con fuerza. Después de un breve silencio y de recuperar la calma, le ofrecí recostarnos y chalar, cosa que no sucedió porque prefirió besarme.
Nos cobijamos antes de continuar con nuestro encuentro cada vez más íntimo. Dejé que se pusiera por encima de mi cuerpo y me besara apasionadamente, justo como a él le gustaba, que pasara sus manos tibias por mi torso y que me dejara marcas discretas sobre el pecho.
Luego de recordar en breves cómo se alejó de mí hasta desaparecer en aquella reciente pesadilla, necesitaba tenerlo muy cerca para recordar que no se iría.
Durante aquellos besos y caricias me callé lo más posible, aunque mi voz ansiara salir, algo que él también tuvo que hacer tras recibir respuestas casi igual de pasionales que las suyas.
—¿En serio no quieres hacerlo? —Me preguntó, ansioso.
—Es muy pronto. —Le pasé los dedos por el cabello—. Llevamos solo un mes y medio saliendo.
Demasiado pronto, debía decir. Antes de Matthew, solo había besado a alguien una simple y corta vez. Pensar en sexo gay ya me parecía un extremo gigantesco e incluso me asustaba. Si seguíamos juntos en el futuro, en algún momento pasaría. Hasta entonces, yo tenía que sentirme realmente bien con lo nuestro.
—Bueno... —Se quitó de encima con prisa—, entonces tendré que ir a tu baño ahora mismo a tratar mis asuntos.
—No. —Quise detenerlo sujetándolo del pantalón—. Yo tengo que ir primero.
Los dos nos cubrimos la entrepierna para esconder la erección. Era doloroso dejar que estas cuestiones esperaran. Se giró un poco para responderme.
—Entonces voy a hacerlo aquí. —Entrecerró los párpados y sonrió a medias.
—Eres asqueroso. —Estuve por alzar la voz a causa de la vergüenza.
Lo solté casi al mismo tiempo, permitiéndole marchar.
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