Capítulo 11
Matthew no pudo escaparse de nuestro reencuentro, teníamos que ensayar.
Desde que ingresamos al auditorio por segunda vez en el día no me dirigió la palabra. Y aunque también hizo un fallido intento por no verme, fui capaz de notar y hasta sentir que yo no salía de su campo de visión. Era incómodo y hasta cansado mantener la mente ocupada con él.
Lo rechacé. Rechacé sus sentimientos de forma insensible sin que pudiera arreglarlo. Comencé a entender su molestia hacia mí; fui egoísta, vi mis intereses y miedos por encima de nosotros y todavía que Matthew se sinceró conmigo, le reproché su infidelidad. Eso último al menos era cierto y, por supuesto, malo.
Pero Matthew también tenía razón en muchas cosas. Si tuviésemos una relación más comprometedora la mantendríamos en secreto. Nos esconderíamos para nuestros encuentros, las palabras dulces se quedarían en susurros, nos besaríamos solo en el interior de nuestras habitaciones o en la privacidad del auditorio...
Porque nadie tenía que saber que a Keira la engañaban con otro hombre, porque nadie podía enterarse que Carven Devine y Matthew Belmont salían y se amaban más de lo que amaron a cualquier otra mujer.
Como era costumbre, calentamos la voz y la respiración. Dijimos unas cuantas líneas en solitario por los próximos diez minutos, después nos juntamos en parejas. Verlo y tenerlo cerca una vez más no me produjo las mejores sensaciones del mundo.
De pie frente a mí, erguido y muy serio, Matt comenzó a recitar el principio de la escena. No me saludó antes, no me dirigió siquiera una mirada rápida, mucho menos me sonrió o me dijo que nos esforzásemos. Era su costumbre hacerlo, ya que me animaba y motivaba a querer ser tan talentoso como él.
—He conocido a la mujer más encantadora de toda la ciudad... —No empleó ningún tono, desobedeciendo la acotación. Leía, no actuaba.
Se pegó el libreto para no tener que ver mi rostro y siguió leyendo de los renglones a pesar de ya sabérselos de memoria. Junté ambas cejas y me crucé de brazos; me irrité por su actitud tan inmadura. Puse los ojos en blanco y moví con impaciencia una de mis piernas en lo que terminaba de hablar.
—Una dama maravillosa para un caballero digno. —Imité su voz para que captara lo ridículo que se veía—. Corremos con la misma suerte, entonces.
Bajó el libreto solo por un segundo y me escudriñó con una satisfacción inexistente.
—¿Quieres tomarte esto más en serio? —Tiró las hojas al suelo como parte de manifestar que continuaba molesto conmigo.
La temperatura de mi cuerpo se elevó y me ardieron las mejillas, aunque esta vez no fue porque me emocionara o me gustasen sus palabras. Como él, estaba enojado y cayendo en sus absurdas provocaciones. No iba a permitir que me tratara como la basura culpable de todo.
—¿Y tú quieres dejar de comportarte como un imbécil? —justifiqué mi comportamiento con el suyo.
Fue demasiado tarde cuando me percaté de mi agresividad.
Matthew dio un paso al frente y me tomó del cuello de la camisa, atrayéndome a él. Fue violento y claro para demostrar que mis palabras no le gustaron en lo absoluto. Me miró a los ojos después de que llevara medio día evitándolos.
—¿Qué dijiste?
Pero antes de que yo pudiera repetírselo sin miedo alguno, apareció Boulluch para interponerse.
—¿Qué están haciendo? —Lucía muy confundida.
Los dos interrumpimos nuestra disputa y giramos la cabeza hacia ella casi al mismo tiempo. Notamos que gran parte de los presentes tenían los ojos clavados sobre nosotros. Miraban la escena que estábamos montándonos con mucha curiosidad, determinando, quizás, si nuestras acciones eran reales o actuación.
Vi su rostro y él el mío antes de brindarle una respuesta. Frente a Boulluch, los dos nos sentimos intimidados y pequeños. Nos aliamos en ese preciso instante sin siquiera abrir la boca, todo con tal de no enfrentarnos a semejante mujer.
—Improvisando —dije rápidamente.
Matthew me fue soltando con lentitud. Me acomodé un poco la camisa y me peiné el cabello con los dedos. Ambos sonreímos con nerviosismo tras notar que se cruzaba de brazos.
Hubo un silencio inquietante. Iba a regañarnos. Aguantamos la respiración y esperamos a que explotara sobre nosotros.
—Que ya se sepan sus líneas no significa que puedan adelantarse. —No nos gritó como esperábamos—. Si dicen ya estar preparados, quiero verlos.
Cerramos los ojos y apretamos los párpados. No estábamos nada listos como para actuar una escena completa sin errores. Maldijimos al otro en nuestra mente antes de avanzar al centro del escenario, iluminados por las candentes luces amarillentas, observados por los curiosos presentes.
Nos colocamos en extremos opuestos y supimos a través de los ojos del otro el momento correcto para iniciar. Las palabras ya no eran necesarias entre nosotros y eso nunca me había pasado con alguien.
Y no solo eso; Matthew creó con su mera presencia algo más profundo y nuevo en mí, una especie de fuego que enloqueció a mi corazón y alentó todavía más a mis pensamientos.
Me entorpecía, me hipnotizaba a ratos, se llevaba casi toda mi atención. Y no es como si sufrir por ello me desagradase.
Yo era, en ese momento, el chico que se dejaba opacar para que él reluciera al doble en su actuación. No me molestó hacerlo, tampoco me decaí; que él fuese admirado me hacía feliz, se lo merecía más que yo.
Porque Matthew lo tenía absolutamente todo. Carisma, atractivo, talento, inteligencia, humor. Pero rechacé todas sus virtudes por culpa de mi repentino miedo, de mis excusas ridículas. Lo herí sin que antes pudiera brindarme una explicación detallada de sus sentimientos y yo aclarara los míos. ¿Qué clase de persona era? ¿Por qué no lo detuve cuando salió?
Y lo que dije antes, ese "tal vez", le demostró mi inseguridad y lo frágiles que eran mis emociones. Terrible error que me urgía reparar y del que estaba brutalmente arrepentido.
«No es un tal vez, Matthew. Es un sí...».
Tras volver a enfocar la vista y regresarla a su silueta, noté que él se había detenido y que estaba mirándome con suma sorpresa. Y no era el único, todos lo hacían.
—Carven... —Matthew se acercó con pasos largos hasta mí—. ¿Te encuentras bien? Estás...
Me tomó del hombro con una mano. Usó la otra para pasar —sin pena de que nos observasen— el pulgar por mi mejilla, secando con él una de las pocas lágrimas que emergieron de mis ojos sin que lo pudiera controlar.
—No estoy llorando. —Le quité el brazo de encima lo más rápido que pude—. Es por la intensidad del reflector.
Me tallé los ojos unas cuantas veces para que el enrojecimiento y la humedad desaparecieran. Él siguió de pie a mi lado, analizando mis acciones igual que el resto que nos observaba sin tener muy en claro lo que ocurría.
—Sigue, no te detengas por esto. —Le reproché con un empujón muy leve.
Aun dudando de mi estabilidad, me dio la espalda y continuó. Recitó con voz más leve el resto de su diálogo y yo lo seguí después, aparentando la misma firmeza y dejando atrás la vergüenza de mi leve lloriqueo. Las cosas pudieron volver a una aparente y tranquila normalidad, al menos para mí.
Pues, aunque Matthew estuviese esforzándose en su papel como Christopher y recibiera los aplausos y sonrisas de Boulluch y el resto, fui capaz de distinguir su inquietud. Parecía querer lanzarse a mí para invadirme de preguntas.
Tragándose su orgullo, la profesora nos felicitó por nuestro desempeño. Reconoció entonces que como pareja, como compañeros y como actores, habíamos congeniado bien y que nuestro rápido progreso la sorprendió.
Ahora que conocíamos de cerca el trabajo del otro y había una gran conexión, era momento de separarnos por completo hasta que las improvisaciones comenzaran el mes siguiente.
Debido a que Keira y yo no aparecíamos mucho juntos, tuve que sentarme con Isaac y aguardar a mi llamado. Él no estaba asesorando estudiantes como en otros días, solo organizando en un cuaderno algunas de los cientos de cosas que faltaban preparar: escenografías, coreografías para los intermedios, vestuarios y el asunto de música y luces.
—Agradezco enormemente que la escuela cuente con los talleres suficientes para cubrir esto —Inició con la conversación sin apartarse de su cuaderno.
Todos los alumnos debían participar en un taller obligatorio. La audición para esta obra era, además, la audición para ingresar al taller de Teatro. Para calificar solo había dos siglas: A y F. Todos sabemos lo que significa cada una.
No aprobar los talleres rezagaba tus estudios, ya que de ellos nacían grandes talentos y oportunidades que alzaban en lo alto el nombre del instituto. Así como iban a evaluarnos a nosotros, lo harían con los miembros de los talleres de Danza, Artes, Confección, Música.
—¿Te imaginas cuánto dinero tendríamos que invertir en la obra si esos talleres no existieran? —Finalmente se separó de sus notas.
El resto de talleres cubrirían algunos de esos gastos a cambio de mostrar ante casi mil espectadores, sus talentos. Contaban con la oportunidad de ser solicitados en academias y universidades, obtener becas o incluso poder vender su arte o sus diseños. El instituto tenía convenios muy importantes y nunca se olvidaban de invitar a sus representantes.
Así que, en resumen, cosas de gran trascendencia ocurrirían aquel día.
A unos cuantos metros de nosotros, elevados sobre la madera pulida, estaban Keira y Matthew ensayando. Parecían divertirse mucho allá arriba, sin mí. Reían, se empujaban en juego, se intercambiaban sonrisas, se abrazaban... se llamaban "amor". Y aquello sucedía entre pausas donde Boulluch no observaba o en equivocaciones que siempre ella cometía.
Eran novios, no lo olvidaba. Keira estaba muy feliz a su lado y no tenía prisa por demostrárselo al resto. Si Matthew no se me hubiese confesado unas horas atrás, yo creería que sus sentimientos eran mutuos y reales.
Pero no. Él solo estaba utilizándola; cubría con ella preferencia su verdadero amor.
«Matthew te está engañando, Keira», deseé gritar en cierto momento, cuando juntaron sus rostros para darse un beso rápido. «Te está engañando conmigo».
—Chico, eres un buen actor. —Al poner su mano sobre mi hombro, volví rápidamente la vista hacia Isaac—. Tanto, que todos se creyeron lo de los potentes reflectores.
Cerró el cuaderno de golpe.
—Pero yo no. —Curvó los labios—. ¿Por qué lloraste?
No me apartó la mirada de encima durante el tiempo que esperó a que respondiera. Me sentí ligeramente intimidado por Isaac y sus penetrantes ojos miel. Encogí los hombros y agarré mis manos. Alcé la vista un instante para ver a la feliz pareja de nuevo.
—¿Él? —Señaló hacia Matthew tras captar el significado de mi movimiento.
—Me conmueve su actuación —añadí rápidamente. No debía hacerse ideas equivocadas, ni siquiera imaginarlas—. Es eso.
Me palmeó la espalda.
—A mí también. —Jugueteó con su bolígrafo negro—. Tiene mucho talento.
Nos dedicamos a admirarlos desde nuestros lugares por la siguiente hora. Isaac y yo únicamente intercambiamos frases para opinar sobre la forma en la que se verían bien ciertos objetos de escenografía y utilería. Era una persona muy perfeccionista y le encantaba que todo se exhibiera con lujo de detalles.
En unas cuantas ocasiones ignoré sus propuestas, pues me perdía en el chico que ensayaba enfrente. Sonreía fingiendo emoción, daba un par de saltos, recorría todo el escenario y reía con alegría y diversión. Keira le imitaba como parte de su papel. Ambos se emocionaban porque sus personajes iban a casarse después de tantos días de incertidumbre.
—¿Y a dónde iremos? —Se detuvieron por un instante.
Matthew la tomó por la cintura y la alzó en el aire, dando unos cuantos giros cargados de felicidad y risas. Keira alzó los brazos a los costados y rio como una niña jugueteando con su amado padre.
—A donde tú quieras, amor mío. —Llevó un mechón rubio de Keira tras su oreja.
Se observaron fijamente, cargados de un fuerte sentimiento y pasión. Ella tomó su mano antes de que él la retirara de su rostro y ahí, el beso de compromiso tenía que darse. Otra vez nos emocionamos por saber cómo resultaría.
Ver a una pareja besarse era normal y hasta llegaba a tornarse asqueroso, pero con una pureza como la que ellos ejercían se volvía más interesante. Claro que mis perspectivas de ese roce entre ellos ya eran muy distintas en comparación con la primera vez que los vi.
Keira iba a sentirse contenta. ¿Y Matthew? ¿Habría cambiado de parecer tras habernos besado a ambos? Pude apreciar con mucha claridad que sí. Él ya no la besó con la misma naturalidad que antes; noté su casi invisible incomodidad.
—Keira —Boulluch apareció de entre las sombras y los separó colocando un brazo en medio de los dos—, ¿qué ha sido ese decepcionante y plano beso?
La chica se encogió frente a ella, apenada, atemorizada. Matthew le pasó una mano por la espalda y la acarició a modo de consolación y apoyo. Enfrentar sola a Boullcuh era difícil, ni siquiera se atrevía a interrumpirla para excusarse.
—Lo corregiré —dijo ella en un murmullo cuando la oportunidad de hablar se presentó.
—Vamos, linda, tienes que esforzarte más. —La mujer fruncía el entrecejo—. Te apuesto a que Devine lo besaría mejor.
Matthew y yo nos sobresaltamos ante tan atrevido comentario. El rubor no tardó ni tres segundos en posarse sobre nuestros rostros y colorearlos como un par de maduros tomates. Matt miró a la profesora con sorpresa y yo a él. Mientras, Isaac entre carcajadas me palmeó la espalda, buscando calmarse. El "chiste" le había resultado extremadamente gracioso.
Mi corazón dio un vuelco en el instante en que recordé todo lo que habíamos hecho. Quise tranquilizar a las mariposas de mi estómago, pero tenían urgencia de volar.
—Vamos, Carven. —Isaac me animó antes de que yo pudiera recobrar la razón—. Demuéstranos que los amigos siempre son mejores que una novia.
Reí de un modo muy fingido.
—Ni en sueños. —Traté de seguir tomando esto como una broma.
Matthew estaba volteando hacia mí cuando me escuchó decir eso y sentí que otra vez lo había arruinado todo. No obstante, y antes de que pudiera confirmarlo, él me sonrió, alzando una ceja y cruzándose de brazos.
—¿Estás seguro? —Fue lo último que me dijo antes de darnos la espalda y seguir escuchando los regaños que Boulluch tenía para Keira.
De fondo, Isaac continuó riéndose.
Tomé mis cosas y me marché solo. La única persona de la que me despedí antes de irme fue de Isaac.
Mis pasos hicieron eco en el suelo, mi respiración fue un poco ruidosa. La calma de ser el último en salir traía ciertos beneficios, como que nadie me molestara o interrumpiera mi paz interior.
Valoré mi rato de soledad para relajarme de este día tan eterno. En un lapso menor a veinticuatro horas ocurrieron más cosas que en todos los días de mi vida. Había mucho que procesar en mi habitación, recostado sobre la cama. La tarea podía esperar, también los apuntes de Hanabi; necesitaba pensar en Matthew más de lo que ya lo hacía.
Atravesé la entrada principal y después los desiertos jardines. Todos los estudiantes ya estaban en sus hogares, a excepción de mí y de algunos miembros de nuestro taller que ya se dirigían para allá.
Me pasé la mochila al frente y hurgué en su interior para encontrar mis auriculares, ya que me esperaba un solitario camino. Si no iba a hablar con nadie entonces podía escuchar música. Al tomarlos con una mano y alzarlos frente a mi rostro percibí que estaban enredados. Suspiré ante la flojera y el tiempo que me tomaría eliminar los nudos.
Los metí de nuevo y acepté que mi regreso se haría en silencio, sin música y sin las tonterías habituales del chico que antes me llevaba en su bicicleta.
Salí del instituto como si la libertad eterna me estuviese esperando. Fui bien recibido por una bocanada de aire fresco y un cielo aburrido que advertía una lluvia próxima. Esos días conspiraron en mi contra para entristecerme más.
—Maldita sea, Carven. Llevo esperándote una eternidad.
Giré la cabeza con rapidez tras escuchar mi nombre. Ahí, sentado en la acera y con las rodillas pegadas al pecho, Matthew me esperaba, impaciente.
—Creí que nunca saldrías. —Una vez de pie, se sacudió los pantalones para evitar que el polvo se le quedase como una mancha en el trasero—. ¿Nos vamos ya?
Despegó su bici de la pared, se montó en ella y elevó el pie izquierdo junto al pedal para arrancar en cuanto yo me subiera.
Asentí y troté hasta él sin dejar de sonreír.
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