Capítulo 10

Se me revolvió el estómago cuando escuché a Matthew escupir su confesión.

Me petrifiqué en mi lugar, comencé a respirar con prisa. Quería vomitar y sacar toda esa molestia que cargaba, pero no podía correr al arbusto más cercano porque él estaba tomándome del brazo.

Contemplé frente a mí, a tan solo centímetros, su seguridad. Juntaba las cejas como si estuviera enojado, conectaba sus ojos oscuros con los míos, tensaba su mandíbula y mi tardía reacción aumentó la presión de su mano al sostenerme.

No encontré ni una palabra para responder, pero sí gestos que le manifestaron que no hablaría por culpa de la extrema sorpresa que me llevé tras su frase. Escuché mi respiración apresurada, mi corazón latiendo con potencia. Sentí el dolor de los párpados por abrirlos demasiado, así como la temperatura aumentando. La garganta cerrada, el vómito ascendiendo y descendiendo, indeciso de salir.

Pero por sobre todos esos malestares y sensaciones confusas, una minúscula llama roja emergió en mis adentros.

—Oh, por Dios. —Fue él quien rompió con su propia seriedad—. Carven, lo siento. No quise decir eso.

Me tomó por ambos hombros y me examinó, preocupado. Seguí sin hablar ni moverme.

—Cálmate y respira —añadió sin soltarme—. Iré a buscar alguna bolsa.

Estuvo a punto de salir corriendo, pero lo detuve en el momento en que dio el primer paso. Alcancé a tomarlo de la manga de su camisa para que no se fuera en vano.

—No voy a hiperventilar, Matthew. —Me costó abrir la boca, pero lo conseguí con éxito—. Casi nunca me sucede.

En ese aspecto yo me sentía bastante bien. Podía estar nervioso, asustado, confundido y aturdido, pero estable. Se llevó una mano a la frente y suspiró, aliviado. Por un instante el asunto de hace unos pocos segundos se olvidó y nos hizo volver a nuestra tan acostumbrada amistad.

—Creí que estaba ocurriéndote lo mismo que ayer. —Se peinó el cabello hacia atrás y alzó la cabeza.

Juntos, recordamos el motivo que me hizo sentir así de mal la tarde anterior. Su beso, mi beso, nuestro beso.

—Respecto a eso... —Pero no conseguí terminar la frase.

Frente al jardín oculto, los guardias de la entrada nos buscaban junto a una prefecta que nos vio cuando corríamos. Hablaban en voz alta y concluían que seguíamos en el instituto porque el encargado del portón no vio que nos fuéramos.

Nos callamos y avanzamos en la dirección opuesta, con lentitud y silencio. Si nos encontraban, existía la posibilidad de añadir a nuestro historial académico una suspensión.

—Hay que irnos —sugerí como la persona más inteligente del mundo haría.

Nos pegamos a una de las paredes laterales del edificio y dimos pasos sigilosos con una sincronía sorprendente. Al escucharlos cerca nos deteníamos y tras su silencio o ausencia, retomábamos la marcha.

Una vez que no los vimos más, jalé a Matthew conmigo para que corriéramos de regreso a nuestras aulas. Por lo visto —y afortunadamente—, nadie vino tras nosotros. Él me siguió de cerca, riéndose y contagiándome su actitud.

Me empujó un poco con el hombro cuando se niveló a mí, yo hice lo mismo sin dejar de curvar los labios. Y antes de que me diera cuenta, yo ya estaba siguiéndolo a él.

Al llegar a un pasillo paralelo al nuestro y con dos destinos diferentes por camino, supe que tendríamos que separarnos. Mi clase siguiente se tomaría en los laboratorios, la suya continuaría seguramente en el interior de su acostumbrado salón.

—Nos vemos —dije mientras alzaba la mano en señal de despedida y con el aliento a medio recuperar. Di media vuelta para irme.

«Huye, ahora».

Pero ejecuté tarde las indicaciones de mi conciencia. Me quedé de pie un segundo más, dudando en si hablar con él o continuar pretendiendo que la tarde de ayer jamás sucedió. ¿Él querría lo mismo? Giré la cabeza solo un poco para asegurarme de que ya se marchara.

Quieto y mirándome también, Matthew se encontraba, quizás, enfrentando el mismo dilema que yo.

Al final, él fue quien decidió cambiar nuestros rumbos.

—Espera... —Y volvió a mí.

La oportunidad de huir acababa de perderse. No quería enfrentarlo, me daba miedo saber lo que podría suceder, pero tenía que hacerlo. Respiré profundo, girando con calma para que nos encontráramos frente a frente. Matthew se atrevió a tomar mi mano y a tirar con fuerza de ella para que corriera con él una vez más.

En esta ocasión no supe a dónde me llevaba hasta que, luego de varios minutos sin detenernos, llegamos a un pasillo sin salida, solo, callado.

Ninguno de los dos tenía por qué estar ahí, todo el mundo estaba en clases. Sin embargo, rompimos tantas veces esa regla de ausentarnos, que ya no nos pesó hacerlo una vez más.

Matthew sacó la llave del auditorio de su bolsillo y la metió en el interior del cerrojo. La puerta hizo un clic discreto antes de abrirse con el empujón de Matthew. Ingresó y yo lo seguí sin hacer preguntas. Cerré la puerta a mi espalda y nos sumergimos una vez más en la oscuridad.

En el interior, el único ruido que se escuchaba era el de nuestra agitada respiración. Nos recuperábamos tras haber corrido por todo el instituto sin parar, huyendo de la autoridad estudiantil y también como parte de un escape para aclarar las cosas en privado. Me puse nervioso tras imaginar lo que podría ocurrir ahí dentro, sin nadie que interrumpiese.

Encendí el flash de mi celular para iluminarnos el camino hasta la caja de apagadores que encenderían todo el establecimiento. Yo fui al frente, iluminando para los dos, el detrás, observándolo todo con indiferencia.

Ya de pie frente a nuestro destino, abrí la pequeña puerta metálica de los apagadores. No obstante, y de forma inesperada, Matthew pasó su brazo por encima de mi hombro y la cerró de un portazo. Me sobresalté por un segundo.

—No necesitamos encender nada, Carven —dijo lo suficientemente cerca de mí y en voz baja.

—¿Entonces a dónde mierdas íbamos? —No volteé el rostro en su dirección, sino al suelo.

Para que no se notara que su comentario me causó cierta inseguridad y pensamientos equivocados, iluminé tras bambalinas con el celular. Ahí se rundían algunos de los materiales usados años atrás en las obras y eventos. Olía un poco a humedad y a antiguo, pero la combinación de los dos transformó el aroma en algo agradable.

—Por ahí. —Se me adelantó un par de metros.

Lo vi brincotear por los alrededores como un niño, curioseando entre trajes y escenografías. Fingía nunca haber visto aquellos objetos antes, pero los dos sabíamos a la perfección que este era uno de sus sitios favoritos para charlar, después del escenario, claro.

Lo observé con interés y detenimiento. Seguía siendo el mismo chico enérgico y torpe, sin nervios ni molestias que lo hiciesen dudar de sus recientes actitudes. Comparado conmigo, nada de nuestro incómodo presente lo cambió. Necesitaba aprender a estar tan relajado como él.

Luego de unos cuantos giros, risas y diversión en solitario, se sentó en el suelo junto a un gran armario . Alzó un poco el rostro y me hizo señas para invitarme con él. Sostuve con fuerza el teléfono y caminé con ligero temor. Entre más cerca estuviésemos el uno del otro, menor sería el tiempo para el inicio de nuestra charla seria.

Tragué saliva y seguí caminando con lentitud. La frente comenzó a sudarme, sentí calor. Estos nervios estaban haciéndome pasar un mal rato... y eso que ni siquiera habíamos intercambiado las frases y palabras importantes.

Matt pegó las rodillas a su pecho y yo hice lo mismo cuando me senté. Al principio no dijimos nada; ni siquiera emitimos algún sonido para romper la gran y pesada tensión.

Si esto seguía así, sin avances de parte de nadie, perderíamos otra hora de clases en vano. Tampoco podíamos empezar con rodeos y desviarnos del tema principal. Alguien tenía que ir directo al grano, y Matthew no parecía ser ese alguien.

—Engañaste a Keira conmigo... —Traté de ignorar el dolor de estómago.

Lució avergonzado. Suspiró y cerró los ojos antes de hundir el rostro. Vi cómo asentía con un ligero movimiento. Me pasé una mano por la cabeza y me revolví el cabello, buscando tranquilidad y paciencia. Este tema tenía que tratarse con calma.

—Y tú me mentiste —expresó en voz baja.

Junté las cejas y recargué la cabeza en la pared. Hice memoria de lo ocurrido, fotograma por fotograma, pero en ningún momento pude recordar que le mintiera alguna vez.

—No lo hice. —Me defendí tras no hallar nada.

Matthew era el maestro de la mentira aquí, no yo. Mintió para que practicáramos su dichosa escena y ocurriera aquel encuentro casi tan íntimo como inesperado.

—Claro que sí. —Al levantar de nuevo el rostro me observó fijamente, entrecerrando los párpados—. Tú dijiste que no sabías besar.

Quise que la tierra me tragara en ese preciso momento. Me cubrí la cara con una mano y con la otra le di un empujón. De tantas cosas que podía decirme, tenía que salir con esa. Morí de vergüenza al recordar mis palabras del pasado. Yo no había besado con tanta intensidad antes, era obvio que sería un inexperto. Pero que él se quedara para decirme lo contrario...

—Y tú que no querías besarme. —Me abalancé sobre él y lo tomé por ambos hombros. Su espalda acabó contra el armario en un golpe violento.

—Pero quería —admitió con una media sonrisa—. Y al parecer, tú igual.

La primera vez que me plantó aquel beso rápido sentí algo fluir en mi interior. Al día siguiente, durante las clases y ensayos, no pude dejar de verlo o pensar en él. Un beso que duró menos de un segundo consiguió alterar toda mi vida y cambiar la forma de ver nuestra relación.

Me cautivó con su actuación durante los ensayos, marcó perfectamente su sonrisa en mi memoria. Admiré su amabilidad, me reí de sus chistes, recordamos el pasado que creímos olvidado... Pude sentirme bien con él cerca, mucho mejor que con todos los que yo consideraba mis amigos.

No obstante, esa misma tarde en la que creí que mi confusión propia había terminado, él vino para conectarnos con mayor profundidad en un beso todavía más apasionado y duradero. Matthew encendió en mí ciertas emociones y sensaciones que nadie antes consiguió. Me hizo perder, literalmente, el aliento.

En un mes logró conmigo lo que nadie pudo en 17 años.

—¿Es cierto que te gusto? —No me aparté de encima, tampoco lo solté.

Quise confirmar que esto no era ninguna broma. De ser verdad, de asentir, quizás podríamos...

Unos mechones de de mi cabello le rozaron la frente. Su boca se entreabrió y sus ojos no se desviaron de los míos. Me apartó un poco, tomándome también por los hombros.

—Se me escapó porque estaba enojado. —Fue el primero en apartar la mirada—.Pero es verdad.

De inmediato pensé en Keira. ¿Qué diría si se enteraba de esto? Su novio tenía preferencias que ella desconocía, que yo desconocí hasta ese momento. A pesar de que sonara descabellado en mi mente, no pude dejar de repasarlo una y otra vez sin fin: Aunque Matthew tuviese novia, se había metido con un chico y le gustaba.

Era una conclusión muy precipitada. Quizás se hallaba confundido como yo, podía estar experimentando. Tal vez solo estaba en medio de una faceta adolescente en la que también me involucró.

—Y... —El volumen de su voz bajó drásticamente. Percibí que temblaba a través de las manos que me sostenían—. ¿Yo te gusto?

Reaccioné con nerviosismo. La mente se me nubló, incapaz de pensar. Eran tantas las cosas que conllevaban el gustar de alguien, que temí que cualquiera de mis respuestas fuese la equivocada.

No lo había pensado con mucho detenimiento. Ni siquiera acababa de asimilar todo cuando ya tenía que responder a algo más allá de mi actual y lenta comprensión. El cerebro se me iba a detener si él continuaba con aquellas preguntas que me parecían tan complicadas.

En mi imaginación pasaron dos escenas: la primera respondiendo al sí; la segunda al no. ¿Cuál sería su reacción? ¿Qué diría después? ¿En qué términos quedaríamos luego de aclararlo todo? Aún tenía bastantes dudas sobre él, sobre mí, sobre nosotros y los demás.

—No lo sé. —Todavía no tenía la respuesta correcta—. Nunca había tenido que enfrentarme a algo como esto.

Mi corazón y mente estaban inclinándose ante la aceptación de mis sentimientos, pero mi moral y los principios con los que me crie desertaban al pensar en que no era correcto que gustara de él.

—Yo tampoco —dijo rápidamente—. Y, sin embargo, yo estoy seguro de lo que siento por ti.

Odiaba que Matthew fuera un paso por delante de mí, siempre. Mientras yo aún aclaraba mis pensamientos, él ya estaba seguro de ellos. Me llevaba semanas de ventaja.

—Si no lo intentamos, quizás nunca lo sepas —agregó con inteligencia.

Tenía razón. Nunca me involucré sentimentalmente con alguien como para saber qué era lo que quería. Sabía que no era necesario, para eso existían las expectativas de lo ideal, pero nada era mejor que vivirlo.

—Me gustó lo de ayer —confesé con mucha dificultad—, pero aún no lo he asimilado del todo.

—¿Quieres que aclare tus ideas? —Se inclinó hacia adelante y me atrajo hacia él con lentitud.

Por instinto, retrocedí con una mano sobre su pecho, alejando el rostro.

—No seas imbécil. —Quise reírme por su atrevimiento y por mis propios nervios.

Me apartó el cabello de la cara con un movimiento suave. Paseó su mano hasta que se detuvo en mi mejilla. Ahí, con el pulgar, me acarició. Yo no pude negarme a su gesto, así que no tuve alternativa más que quedarme sobre mi sitio para sentir el revoloteo de las mariposas de Hanabi en el estómago.

Quería detenerlo, apartar sus brazos de mi cuerpo por lo extraña que esta situación me parecía. Y al mismo tiempo, ansiaba con que continuáramos así para que yo me armara de valor y le respondiera de igual modo. Me era más difícil expresarme que él, pero deseé intentarlo. ¿Cómo? Ser atrevido era mi única solución.

Con una mano me recargué en el armario, la otra la llevé a su nuca. Creí que iba a volverme loco porque no esperaba tener semejante cercanía con otro chico. A pesar de que quería ver si era capaz de besarlo en lugar de que él tomara acción, dudé, tuve miedo y al final, preferí no hacerlo.

No estaba listo para llevar las riendas de esta nueva y rara relación que se acababa de formar.

—¿Puedo... —preguntó con el mismo nivel de nerviosismo que yo— besarte ahora?

Ninguno se movió durante el rato que nos quedamos callados, esperando a que yo abriera la boca y le negara o aceptara la petición. No estuve completamente seguro de querer besarlo de nuevo, así como tampoco lo estuve respecto a darle un no como respuesta. Fuese la decisión que tomara, no me arrepentiría.

—Matt, no puedo. —Retrocedí y bajé los brazos—. No es justo para Keira.

Me encogí de hombros y miré hacia el suelo. Frente a mí, él me observaba con cierta desilusión. Pero yo estaba en lo cierto. Las infidelidades de cualquier tipo no eran correctas. Eran mentiras.

—Pero...

—¿Segunda opción, Matthew? —Una vez más me sentí incómodo e irritado—. Yo no quiero ser eso de nadie.

Keira no merecía quedarse como la tapadera de Matt, así como yo tampoco volverme su objeto de satisfacción. No tenía tantos problemas de autoestima como para rebajarme al nivel de un secreto. Y claro, su novia no tenía por qué estar perdiendo el tiempo sin saberlo.

Captó el significado de mis palabras sin necesidad de que le explicara. Sus expresiones fueron sustituidas por tristeza, molestia y cansancio. Me acusó con la mirada de ser el culpable de su repentino malestar.

—Eres prioridad ahora, Carven. —Se acomodó un poco en su sitio—. Pero una que tengo que ocultar.

—¿Por qué? —pregunté rápidamente.

—Creí que era obvio. —Juntó ambas cejas—. ¿O es que tú vas por ahí diciéndole a tus amigos y familia que te gustan los chicos?

Sentí un agujero en el corazón, un golpe en el pecho que me quitó el aire.

—No, porque no me gustan. —Lo dije casi como si a mi espalda estuviera mi familia escuchando.

Chasqueó la lengua y me pasó una mano por el pecho para que lo dejara levantarse. Fue grosero y un tanto agresivo.

—¡Entonces deja de ilusionarme! —Me gritó desde la altura, ya que yo aún continuaba de rodillas en el suelo.

Noté que apretaba los puños, tensaba la mandíbula y entrecerraba los párpados. Más que enojo, manifestaba dolor. Quise evaporarme, teletransportarme o desaparecer porque la culpa, esta vez, la tuve yo al responder sin tener claras mis ideas y hablar antes de pensar. Lo lastimé siendo un terco.

—Eso no fue lo que quise decir. —Lo alcancé.

Era consciente de que no existía ningún otro significado a mis palabras que pudiese inventar, ambos lo sabíamos. Lo menos que podía hacer era ablandar la situación con explicaciones innecesarias.

—Estoy confundido. —No podía encontrar una mejor excusa—. Tal vez sí me gustas...

«Estás sonando como un grandísimo idiota».

Continuó serio. Parecía querer golpearme, pero fue bueno conteniéndose. No le divertían mis torpezas inintencionadas como en otros momentos ocurrió.

—Déjalo así, Carven. —Poco a poco volteó el cuerpo—. No intentes arreglarlo.

Me dio la espalda y se marchó en silencio. 

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