Capítulo 2: Sentimientos.

Los dos chicos se habían quedado absortos mirando el coche que se marchaba mientras Kagami mantenía aquella servilleta manchada con sangre en su mano. Una fuerza superior a él estrujó su corazón sin contemplación alguna. Ahora ya no estaba preocupado por Aomine, estaba desesperado por saber la verdad tras ese chico, por descubrir lo que estaba ocurriendo. Había cambiado demasiado, estaba siento cortés con todos, amable, su juego empeoraba, su respiración no era buena, esos mareos repentinos y la sangre... algo le pintaba realmente mal.

- Maldito Aomine – susurró para sí mismo dándose cuenta ahora de que ese chico estaba fingiendo ante todos, estaba mintiéndoles a la cara y estaba pasando por algo él solo como siempre hacía.

- Kagami... - susurró Tetsu mirándole con atención – estoy preocupado.

- Yo también – le confirmó Kagami.

Aquel día, Kagami regresó a la casa más preocupado que cualquier otro día. Miraba el teléfono cada cinco minutos tratando de sacar un resquicio de valentía para llamar a Aomine, pero no podía, no quería alejar a ese chico de él y sabía que se alejaría en cuanto se sintiera descubierto. Estaba perdido y no sabía qué hacer para poder ayudar a su solitario amigo, ése que siempre pensaba que podía con todo él solo.

Kagami sabía mejor que nadie cómo era la soledad. Desde que regresó a Japón, había estado solo, no había querido relacionarse demasiado ni comenzar nuevas amistades, sólo se centró en el baloncesto. Ni siquiera cuando Himuro volvió, su amistad fue la misma y todo ello era debido al fallecimiento de su madre. Cuando ella murió, se encerró un poco en sí mismo y se alejó del resto del mundo, incluso había llegado a pensar que no necesitaba a nadie y que todos eran un estorbo. Nunca quiso encapricharse con nadie más, el cariño sólo le llevaba a un sentimiento, tristeza al saber que podía perder a esa persona, pero todo cambió con Aomine.

Él... ese chico de gran entusiasmo y vitalidad que entró en su vida arramblando con todas sus creencias, era imposible pasar de él, era arrogante y egocéntrico, le llenaba de ira y quería machacarle a como diera lugar. En su lugar, cuanto más jugaba con él, más sentía que se encariñaba con esa vitalidad y ese carácter bromista que tenía con sus compañeros. Se enamoró sin darse cuenta de un chico rebelde, independiente y extremadamente terco, quizá era exactamente como él, era lo que necesitaba en su vida. Pero ahora la preocupación y la tristeza volvía a su vida al darse cuenta... de que Aomine estaba mal y no sabía qué hacer para ayudarle.

Esa tarde, Kagami se encerró en su cuarto sin poder evitar darle vueltas al asunto de Aomine. Él siempre había sido un chico fuerte y muy cerrado para hablar de sus sentimientos y emociones, pero era tan parecido a él que podía entender su miedo, ese miedo a abrirse a alguien y que te hicieran daño. Aomine era sólo un chico "malo" o al menos en apariencia, así se defendía de todo el mundo. Kagami, tumbado en su cama bocarriba, elevó la mano y la miró, eran tan parecidos los dos, él mismo se había refugiado en esa faceta que, a veces, aterraba a la gente y que imponía respeto para hacerse respetar, para que nadie se atreviera a hacerle daño y al final... había bajado la guardia con Aomine. Se había enamorado de ese chico.

Eran las doce de la noche y sus ojos se habían cerrado. Ni siquiera se había cambiado de ropa y la casa estaba en completo silencio. Ryo estaría en la oficina, puede que en algún viaje, la cuestión era que esa casa estaba siempre disponible para Kagami, tan sólo el servicio se encontraba por los pasillos, pero a esa hora, todos dormían. La muerte de la madre de Kagami había sido un duro golpe tanto para Ryo como para Kagami, por eso, pese a que su padre aún se refugiaba en el trabajo, se había mudado con él a la mansión que compró cuando regresó a Japón un año después de que él ya se hubiera instalado en el casi vacío apartamento del centro.

El ruido de un teléfono le hizo despertarse. Miró el reloj digital de su mesilla restregándose un par de dedos por sus ojos, tratando de despertarse. Eran exactamente las doce y dieciséis minutos. ¿Quién podría llamarle a su número privado a esas horas? Quizá su padre porque ocurría algo. A esas horas sólo algo malo podía haber ocurrido.

- ¿Sí? – preguntó Kagami con su voz de sueño.

- ¿Kagami? – escuchó la voz de una mujer al otro lado del teléfono. La reconoció enseguida como la madre de Aomine.

- ¿Kyoko? – preguntó abriendo los ojos de golpe ante la sorpresa - ¿Ocurre algo?

- ¿Está Aomine allí contigo? – preguntó – Fui a comprar unas cosas y creí que estaba en el cuarto descansando. Como no bajó a cenar, pensé en subirle la cena pero no lo encontré en su cuarto. Ya he llamado a todos sus amigos, me faltabas tú.

- No, no está aquí conmigo – comentó Kagami pero entonces pensó en algo que Tetsu le había dicho, en que hacía tiempo que no veía a su padre y algo encajó en su mente – pero creo que sé dónde puede estar. Deme una hora y la vuelvo a llamar – comentó Kagami levantándose corriendo para salir de allí.

Kagami encendió la lámpara de la mesilla justo antes de colgar el teléfono. Ahora Kagami tenía algo claro... el asunto iba sobre el padre de Aomine, él lo respetaba, lo adoraba, era su ídolo. Cogió las llaves de la moto del cajón de la mesilla y apagó la luz saliendo de su habitación por el oscuro pasillo.

No había ni un alma en aquella gran casa. Los pasillos estaban vacíos y los atravesó sin oposición alguna. Tan sólo al salir al jardín y caminar hacia el garaje, el chófer, que tomaba un café en el porche de su pequeña casa del servicio, fijó sus ojos en él.

- Señorito Kagami, ¿dónde va a esta hora? – preguntó extrañado.

- Tengo que ir a un lugar – le dijo sin darle muchas explicaciones.

- Deme unos segundos y cogeré las llaves del coche.

- No se preocupe, Arata – le llamó – cogeré la moto. Sólo voy a buscar a un amigo. Vendré enseguida.

- Pero no es conveniente que salga solo.

- Estaré bien.

- Como prefiera, señor.

Kagami abrió la puerta mecánica del garaje observando la moto. Se subió a ella sin demora alguna poniéndose su casco y cogiendo el otro para llevárselo. La arrancó, encendió las luces y salió del garaje por la calzada del jardín hasta la gran puerta metálica del fondo. Los guardias de la caseta, al verle por las cámaras, abrieron las puertas para dejarle salir antes incluso de que él llegase a la puerta.

Condujo por las calles de Tokio, en esa ciudad siempre había un tráfico terrible, pero por suerte, con la moto en un momento atravesó el atasco y continuó hacia el centro. Había un lugar donde Aomine siempre iba de visita cuando estaba triste, o se encontraba solo, sólo a ese sitio donde normalmente su padre sabía encontrarle.

Dejó la moto aparcada bajo la torre de radiodifusión y se quitó el casco junto a los guantes. Bajó de la moto y aún con su casco en la mano, entró en el skytree, el edificio con el mirador más hermoso y céntrico de todos, ése que siempre estaba lleno por las mañanas, pero que, por las noches, era todo para Aomine y por la única razón... de que su padre conocía al guarda de seguridad y le abría las puertas para él.

El guardia le detuvo en la puerta, pero en cuanto reconoció a Kagami, sonrió, ya sabía que vendría a por Aomine. Kagami sonrió también, sólo una vez había visto al guardia pero lo recordaba.

- Está arriba – comentó el guardia – no debería dejarte pasar, pero... creo que hoy ese chico necesita un buen amigo.

- ¿Sabe qué le ocurre?

- Ya sabes cómo es Aomine, se encierra en sí mismo y cree que puede superar todo solo.

- Hablaré con él, quizá consiga que me cuente algo.

- Sube por el ascensor del fondo.

Mientras Kagami subía por el ascensor, aprovechó a mandar un mensaje a la madre de Aomine para informarle de dónde estaba su hijo, no quería preocuparla. Cuando el ascensor llegó arriba, Kagami bajó hasta aquel enorme pasillo circular lleno de cristaleras por las que se veía la ciudad y caminó buscando a Aomine. Lo encontró al otro lado del ascensor.

Se acercó hacia él, observándole allí de pie, con sus codos apoyados en la barandilla, mirando por el cristal las luces de la ciudad bajo ellos.

- Creí que no dejaban subir a nadie a estas horas – escuchó que decía Aomine sin mirarle.

- ¿Va también por ti? – sonrió Kagami.

- ¿Cómo sabías que estaba aquí?

- Vine una vez contigo.

- No te conté nada de este lugar.

- Lo vi en tus ojos, ese brillo especial, el mismo que tenía yo cuando veía mi guitarra, porque sabía que mientras tocaba la guitarra, era un rato que pasaba con mi madre. Sé que tu padre venía aquí cuando quería pensar sobre algún caso. Sólo una vez me lo contaste.

- No lo recuerdo.

- Fue hace un par de años, durante la celebración tras nuestra victoria contra Jabberwock. Estábamos hablando de trivialidades y me contaste que habías quedado aquí con tu padre.

- ¿Aún recuerdas esas cosas? – preguntó Aomine sonriendo – no entiendo cómo puedes recordar todo eso.

- Eres mi amigo, Aomine, recuerdo todo de ti – se sonrojó Kagami – ¿me cuentas qué está ocurriendo?

- No ocurre nada, Kagami.

- Tu madre me ha llamado preocupada. No sabía dónde estabas.

- Sólo quería salir a despejarme un poco. Nada más.

Kagami se acercó hasta Aomine y apoyó el pie en la barra de abajo de la barandilla y la cruzó al otro lado sentándose en ella, mirando por el cristal las luces de aquella intensa noche de Tokio. Por un momento, vio su reflejo y el de Aomine a su lado en el cristal. Amaba a ese chico, pero veía en el reflejo la mirada triste de su compañero, no podía evitarlo pese a parecer estar tan bien. Pensó en decirle todo, en confesarle los sentimientos que durante años había mantenido en el más absoluto secreto.

- ¿Qué ocurre con tu padre, Aomine? – preguntó Kagami sin rodeos, algo que hizo tensar al moreno.

- No ocurre na...

- NO ME MIENTAS – gritó Kagami sorprendiendo a Aomine, quien abrió los ojos aterrado al ver cómo agachaba la cabeza Kagami dejando que el flequillo cubriera sus ojos – no te atrevas a mentirme a mí, Aomine, a mí no – le repitió Kagami esta vez algo más tranquilo, pero con ese tono de preocupación en su voz – sé que ocurre algo, sé que te pasa algo, tu bajo rendimiento de estos días, tu falta de apetito, los mareos repentinos, esos supuestos ataques de ansiedad, que estés aquí sin tu padre... ¿Qué está pasando?

- Quería estar solo un rato – dijo Aomine – quería salir de casa porque el ambiente últimamente no me viene bien. Quería sentirme cerca de mi padre durante un rato – aclaró Aomine sorprendiendo a Kagami – la cosa en mi casa no está bien, mi padre... - intentó hablar pero se le cortó la voz.

Tuvo que agachar la cabeza un segundo hasta que su frente tocó sus brazos y luego suspiró. Kagami esperó unos segundos en silencio, como si supiera perfectamente que eso era lo que Aomine necesitaba, unos segundos.

- Mi padre... él está en una misión encubierto, no puede volver a casa hasta que termine. Nos podría poner en peligro a todos y eso no es bueno. Le echo de menos, Kagami. Estos ataques de ansiedad que me dan... esto que me ocurre, Kagami... - suspiró Aomine elevando la cabeza hacia el cristal para volver a ver la ciudad - ¿Es estúpido pensar que puedo estar más cerca de mi padre desde aquí y no sentirme tan solo?

- No – dijo Kagami mirándole por primera vez – no es estúpido. Es la primera vez que te escucho hablar en serio conmigo.

- Crees que estoy raro, ¿verdad?

- Estás preocupado por tu padre, pero podías habérmelo dicho, somos amigos, Aomine. No estás solo.

- Sí lo estoy, siempre lo he estado y no pasa nada, estoy acostumbrado.

- Lo estás porque quieres, porque yo no me alejaré de tu lado.

- Lo harás – sonrió Aomine – todos lo haréis.

Kagami, harto de escuchar aquel desánimo que ni siquiera sabía de dónde venía, se abalanzó hacia él uniendo sus labios a los de Aomine. El moreno se sorprendió, todo su cuerpo se paralizó al instante. Nunca se habría imaginado que su mayor rival encima de una pista de baloncesto pudiera hacer algo como esto. Kagami Taiga, el chico serio y tremendamente irritante estaba allí, sentado en esa barandilla del mirador, en plena noche y besándole.

Por un segundo... la idea de contarle toda la verdad cruzó su mente pero no pudo. Taiga había sido más que su rival, había sido un fiel e incondicional amigo, pero ni aun así podía contarle todo. Sería demasiado para el pelirrojo, demasiado incluso para él mismo. Los sentimientos que una vez llegó a tener por su rival los había escondido muy al fondo de su corazón. Nunca pensó que ese chico de recio carácter pudiera fijarse en él. Sonreía mentalmente sólo con pensarlo... un chico de rica familia y él... hijo de un policía, con un sueldo miserable y que a duras penas mantenía sus notas para optar a alguna universidad mediocre, mientras Kagami, iba a la mejor. Decidió ocultar los sentimientos, no estorbar en la vida de Kagami, quizá pensando que él mismo podría reírse de que se hubiera enamorado, pero ahora estaba allí besándole, ese chico le besaba precisamente a él. Aquello le hizo derramar una solitaria lágrima al darse cuenta del dolor que iba a causar con todo eso.

Rompió el beso más dulce que jamás le habían dado, lo rompió porque sabía que si continuaba, Kagami atravesaría su coraza, porque él era el único capaz de hacerlo. Egocéntrico, terco, perfecto... sólo Kagami era capaz de domar a lo que una vez había sido una pantera indomable, sólo él... se llevó su corazón obligándole a fingir que le gustaban las chicas, obligándole a mirar todas aquellas revistas de chicas medio desnudas en su presencia para evitar que le descubriera.

- Kagami... - susurró Aomine alejándole.

- Sé que te gustan las chicas, Aomine, pero no podía ocultarlo más. Lo siento.

- Yo... - exclamó Aomine – lo siento, Kagami, tengo que irme.

- ¿Es por mi culpa? ¿Por ese beso? – bajó corriendo Kagami de la barandilla tratando de seguir a Aomine por el pasillo.

- No, no es por eso.

- ¿Entonces qué es? Aomine, por favor... mírame un segundo, hablemos de esto.

- No hay nada de qué hablar, Kagami, me has besado y lo lamento, no puedo corresponderte – dijo llorando, algo que le hizo suponer a Kagami que algo estaba muy mal.

- ¿Qué está pasando, Aomine?

- No pasa nada, en serio.

- ¿Vas a cambiar conmigo por esto? – preguntó de golpe Kagami consiguiendo que Aomine frenase, pero el moreno se negó a girarse hacia él.

- No cambia nada, Kagami. Tú siempre vas a ser uno de mis mejores amigos, como lo es Tetsu pero... - se le rompió la voz – no puedo hablar de esto ahora contigo. Perdóname, Kagami, sólo... perdóname.

Kagami escuchó aquella voz, no era Aomine, era un chico frágil y destrozado, un chico que trataba de aparentar serenidad cuando en realidad, le había escuchado claramente... estaba llorando. Decidió que no podía ir tras él en esas circunstancias. Se esperó hasta que Aomine desapareció en el ascensor y luego tocó al botón para pedirlo nuevamente. Al bajar, el guardia de seguridad se preocupó al haber visto a Aomine tan mal y ver bajar a Kagami tan desolado.

- ¿Ha ocurrido algo? – preguntó extrañado.

- No estoy seguro – dijo Kagami preocupado – no estoy seguro de lo que está ocurriendo aquí, pero sé que no es algo bueno.

- Nunca le había visto llorar – aclaró el guardia.

- Yo tampoco – se entristeció Kagami – pero voy a descubrir qué está ocurriendo, te lo prometo.

Aquella noche, Kagami no tuvo más remedio que dejar las cosas tal y como estaban. Sabía de sobra que forzar a Aomine era una pésima idea, él se refugiaría una vez más en esa coraza que había abierto levemente para él. Pensó y pensó miles de ideas que se le venían a la cabeza para su bajo rendimiento. Había jugado con él hacía no mucho, habían jugado la revancha contra los Jabberwock. Sabía que había dado el ciento veinte por ciento, podía estar agotado, lo había dado todo para regalarles el partido, pero también Kise, también él mismo, Tetsu y los demás, sólo Aomine parecía haber bajado el rendimiento.

Por más que pensó, al final, se quedó dormido en su cama sin remedio. Estaba agotado y tener su mente al cien por cien en Aomine y sus problemas secretos le agotaba aún más. Para Kagami, todo había sido muy fácil en la vida, todos le contaban las cosas, le temían, pero Aomine... él era diferente, era arrogante y no era fácil llegar hasta él. Si ya cuando le conoció y comenzaron a coincidir le costaba entenderle, ahora que había madurado y crecido, le costaba aún más, aun así... a Aomine también le costaba engañarle.

Al despertarse a la mañana siguiente, el reloj marcaba las diez de la mañana. Era tarde pero agradeció que su padre no estuviera por la casa para enfadarse con él. Se quedó unos minutos tumbado mirando el techo. No terminaba de despejarse, sentía todo el cuerpo cansado, pero se decidió finalmente por levantarse.

Bajó en pijama, algo extraño en él ya que su padre no soportaba verle así. Años atrás, la casa solía tener visitas importantes, así que le obligaba a estar perfectamente presentable, ahora ya nadie iba por la casa. Se había acostumbrado a desayunar en pijama tranquilamente.

Al llegar a la planta baja, dejando atrás las lujosas escaleras de mármol y reja negra, una de las sirvientas que llevaba una bandeja con café y tostadas le sonrió indicándole que su padre le esperaba en el jardín para desayunar juntos.

- ¿Mi padre? – preguntó extrañado. Hacía al menos un par de meses que no pisaba la casa por un viaje de negocios en Estados Unidos.

- Sí, señorito, su padre regresó anoche muy tarde y no quiso despertarle. Ha pedido que sirvan el desayuno en el jardín.

Kagami acompañó a la sirvienta hasta el jardín y sí, para su asombro, allí estaba su padre, con el cabello castaño y ojos profundos inmersos en un periódico y las noticias económicas que en él se trataban. Se acercó hacia él y, haciendo una reverencia, se sentó frente a él. Su padre sonrió, dejó el periódico encima de la mesa y se levantó dándole un beso en la frente a su sorprendido hijo.

- ¿Y esto? – preguntó sorprendido Kagami. Su padre nunca había sido muy sentimental.

- ¿No puedo darle un beso de buenos días a mi hijo?

- Sí... pero es raro en ti.

- Hacía mucho que no te veía.

- Dos meses. ¿Qué tal han ido los negocios en Estados Unidos?

- Muy bien, la empresa sigue siendo líder en ventas.

- No esperaba menos de ti, papá – sonrió Kagami.

- Me han contado que ganasteis a los Jabberwock.

- Fue un trabajo en equipo.

- Sí, el antiguo Teikô te ayudó. Siempre fuiste un gran jugador, estoy orgulloso de ti

- Quizá – dijo Kagami algo desilusionado.

- ¿Quizá? Kagami... has sido el mejor alumno de Alex.

- Sí, pero no sé.

- ¿No sabes, qué? ¿Qué ocurre? – Ryo miró a su hijo con cierta preocupación - ¿Qué ocurre? – repitió una vez más.

- No lo sé. ¿Crees que esos chicos confían en mí?

- ¿Hablamos de alguien en concreto? – sonrió Ryo haciendo sonreír a Kagami – siempre has tenido cierta predilección por uno de ellos. El más difícil, supongo que te gustan los complicados.

- Supongo que sí – sonrió Kagami.

- ¿Qué le pasa a Aomine?

- ¿Cómo sabes que es Aomine?

- Porque era el más rebelde del equipo. Tres años aguanté que vinieras enfadado porque no te hacía caso – sonrió Ryo – Era terco, testarudo, te retaba constantemente y te sacaba de los nervios, pero tú veías algo en él, yo me convencí de que sentías algo por él, aunque intentabas camuflarlo – sonreía Ryo - ¿Es de él de quien hablamos?

- Sí. Le ocurre algo.

- ¿El qué?

- Eso es precisamente lo que no sé. Está raro últimamente.

- Aomine siempre ha tenido esa coraza puesta y siempre has sabido franquearla bien. Conseguiste domar a la "Gran pantera" y eso no lo consiguió nadie excepto tú. Te tiene confianza y te aprecia, a su manera. Siempre has sabido llegar a su corazón.

- Esta vez es diferente. No sé cómo hacerlo.

- ¿Por qué es diferente?

- Porque siempre se ha protegido tras la coraza. Pero ahora siento... como si la coraza me la estuviera poniendo a mí, es como... si intentase protegerme a mí. No ha sido arrogante, no ha saltado con su sarcasmo habitual, está muy tranquilo y relajado. Me recuerda un poco a...

- ¿A...? – preguntó Ryo al ver que su hijo se había quedado paralizado.

- A nada – susurró Kagami – estaba pensando... que ni siquiera sé cómo llegué a enamorarme de él. Jamás lo habría imaginado.

- Era algo evidente.

- ¿En serio?

- Sí. Siempre te ha gustado mandar, dar órdenes, pero cuando la gente te sigue, pierdes la pasión y la motivación por esa persona, pierdes interés.

- ¿Y por eso no lo perdí en Aomine?

- Aomine te sacaba de las casillas – dijo Ryo sonriendo – era un rebelde, hijo de un policía que se rehusaba a recibir órdenes tuyas. A veces te hacía caso y otras no, eso te desquiciaba. Te quejabas de él y en el fondo... le querías. Siempre te acercabas a él, discutías, tratabas de dominarle y controlarle, pero realmente no querías controlarle, sólo acercarte a él porque te gustaba ese carácter combativo que tenía.

- Era indomable el muy desgraciado – sonrió Kagami recordándolo.

- ¿Tiene partido? – preguntó Ryo.

- Sí, es un partido importante para la temporada. Su equipo va bastante alto en la clasificación.

- ¿Vas a ir?

- No pensaba ir. Tengo demasiadas cosas en la cabeza – se excusó Kagami aunque la verdadera razón era que no sabía si sería buena idea aparecer por el partido tras lo ocurrido la noche anterior.

- Pero juega Aomine y estás preocupado por él, ¿verdad? ¿Por qué no vas a ver ese partido? Quizá os venga bien a los dos.

- Sí, es posible. Quizá vaya – contestó considerándolo mejor.

- ¿Quizá? – sonrió Ryo dando un sorbo a su café mientras la sirvienta traía otro desayuno para Taiga.

Taiga ya no contestó, simplemente cambió el tema hacia la economía y la organización de las empresas que llevaba su padre en el extranjero. Al notar aquello, Ryo no quiso forzar más la conversación con su hijo y disfrutó de su compañía. No muchas veces podían disfrutar de desayunos en familia, las empresas siempre requerían de su presencia, algo que lamentablemente para él, le mantenía lejos de su añorado hijo.

Esa mañana, su hijo se encerró en la habitación a estudiar, aunque realmente, pese a que eso es lo que Kagami dijo, no es lo que hizo. Estuvo buscando información en internet, pero miles de cosas le aparecían referentes a todo lo que había visto en Aomine aunque desde luego, nada lo atribuía a un ataque de ansiedad. Tras comer, Kagami practicó unos acordes con su guitarra siendo escuchado por su padre, quien se sumergió en aquella canción que su mujer le enseñó a su único hijo años atrás.

- ¿Vas a ir al partido? – preguntó Ryo.

- ¿Vas a ir a la empresa a trabajar? – preguntó Kagami cambiando de tema.

- No. Quería pasar el día contigo.

- Entonces no iré al partido.

- Deberías ir.

- Has dicho que querías pasar el día conmigo.

- Eso no me impide acompañarte a ver el partido, si quieres...

- ¿Tú? ¿En un partido universitario? ¿Desde cuándo? – susurró Kagami con una sonrisa en sus labios.

- Desde que es importante para ti.

- Nunca has venido a verme jugar al baloncesto. ¿Por qué me acompañarías para ir a ver a uno de mis compañeros?

- Ya te lo he dicho, porque es importante para ti. Estás preocupado por él, yo tengo el día libre y hay un partido, ¿qué problema hay en ir a echar un vistazo?

- Nada, supongo – acabó expresando Kagami aunque su cabeza seguía pensando si era buena idea o no. Al final, su preocupación por Aomine le llevó a decidirse – De acuerdo – dijo mirando su reloj en la muñeca – voy a cambiarme y nos vamos.

- Le diré al chófer que prepare el vehículo entonces.

Kagami subió los peldaños de mármol hasta alcanzar el amplio pasillo de moqueta azul. Su habitación estaba al fondo del pasillo. Aprovechó para ducharse con rapidez en su aseo privado y se vistió con la primera camiseta que encontró en su armario. Al bajar, su padre le observó con orgullo, era cierto que Kagami nunca lo había tenido fácil con sus traslados por culpa del trabajo, pero pese a ello, era un chico respetable que jamás le fallaba en nada. Aun así, algunas veces se preguntaba si era feliz. Su infancia no fue sencilla por culpa suya y de su trabajo, dejando atrás su país natal y a todos sus amigos para trasladarse de repente a otro país donde no sólo no conocía la lengua, sino donde todas las costumbres eran muy distintas. Encima después, le hizo regresar a Japón completamente solo, donde tuvo que empezar de nuevo sin ningún familiar o amigo, quizá era por eso por lo que se había fijado en ese chico rebelde que era Aomine, el que rompía las normas, el que le hacía ser diferente, el que le ponía a prueba. Era ese fuerte carácter que chocaba con el suyo propio lo que le llamaba la atención a su hijo, lo que le hacía olvidarse de su soledad, y reconocía... que Aomine era perfecto en eso. Kagami siempre había sido un dulce y agradable corderito en la familia, Aomine era el indomable hasta para su propia familia.

Ambos subieron al coche y el chófer condujo hasta el pabellón donde se jugaría el partido. Llegaron cuando todos estaban entrando para ver el partido, pero para suerte de ellos, no hacía falta buscar aparcamiento, el chófer les dejó en la entrada al pabellón y se marchó. Todo el mundo fijó sus ojos en aquellas dos personas que entraban con su seriedad habitual.

Se sentaron en una de las últimas filas de la grada. Desde allí, Kagami se percató que unas filas más abajo, estaban los miembros del equipo de Taiga, con Tetsu incluido, pero nadie se percató de su presencia.

Los jugadores entraron al campo. En aquel momento, los ojos de Kagami se fijaron al instante en Aomine, caminando tras sus compañeros con el uniforme negro, con el número cinco como él siempre pedía. Ryo podía ver claramente esa mirada de preocupación que Kagami colocó cuando vio a Aomine. Hacía años que él no había visto a ese chico de los tiros imposibles, pero aun así... no parecía haber cambiado tanto.

- Relájate, sólo es un partido – intentó calmar Ryo los nervios de su hijo.

- Sí.

El partido dio inicio y, durante los primeros minutos, todo parecía normal excepto los nervios de Kagami. El equipo de Aomine mantenía su ventaja, seguían encestando y Aomine no parecía mostrar síntomas de cansancio ni falta de oxígeno. Tras acabar el primer tiempo, en el segundo todo continuó más o menos igual.

- No he visto nada extraño. ¿Qué es lo que te preocupa? – preguntó Ryo.

- Eso – le dijo Kagami señalándole el marcador – que conociendo a Aomine ya estaría al menos veinte puntos por delante, pero la diferencia no es nada abismal para él. Su rendimiento es más bajo del habitual.

Ryo no podía hacerse una idea clara de lo que preocupaba a su hijo. Nunca había estado en un partido pero si Kagami decía que no era normal llevar tan poca diferencia, entonces tendría que ser verdad. Todo empezó a encajar cuando ambos observaron que Aomine se detenía no una... ni dos veces, sino hasta cinco veces tratando de recuperar el aire.

- Ya empieza – susurró Kagami – eso es lo que más me preocupa. Su forma física siempre ha sido excelente, no puede ser que necesite coger oxígeno en mitad, él nunca se ha detenido a mitad del partido.

Kagami se fijó en la forma en que Aomine deslizaba sus pies por la cancha, casi como si le costase mantener el ritmo, tropezándose con sus propios pies, dejándolos resbalar más que levantándolos para poder correr. Ni diez minutos aguantó a ese ritmo pese a que habían pedido un tiempo muerto para que descansase. Hasta Momoi parecía preocupada.

En el campo, Aomine trastabilló un par de veces y se detuvo en mitad del campo incapaz de seguir moviéndose. Aquello no le gustó nada a Kagami, quien chasqueó los labios en clara señal de frustración.

- Tengo que bajar – dijo Kagami preocupado mientras miraba a su padre.

- Te espero aquí entonces.

Kagami se levantó de la rígida silla dispuesto a bajar cuando escuchó el grito de asombro de los presentes, algunos de ellos se levantaron enseguida. Pese a ser alto, no pudo ver nada, todas aquellas personas aglomeradas le impedían ver qué ocurría en la cancha. Empujó a un par de personas de la fila de delante, clavando los codos para hacerse un hueco y aunque se quejaron, al ver la profunda mirada de Kagami, se callaron al instante. Finalmente, consiguió ver a Aomine tumbado en la cancha, parecía desmayado y los sanitarios estaba llegando por uno de los laterales mientras sus compañeros de equipo trataban de despertarle sin obtener resultados.

- Se lo llevarán a la enfermería, tendrás que darte prisa – le comentó Ryo.

Kagami no perdió más tiempo y salió corriendo por el pasillo, empujando a algunos de los allí presentes hasta que llegó al pasillo interior. Aquel estaba despejado. Bajó las escaleras como alma que lleva el diablo, saltándolas de dos en dos, algunas hasta de tres peldaños en tres dependiendo de cómo le venía mejor. Para cuando llegó al último pasillo de los vestuarios, Tetsu y Kise venían por otra de las escaleras corriendo con la preocupación en sus rostros.

- Kagami, ¿le has visto? – preguntó Tetsu.

- No, aún no. ¿Dónde queda la enfermería?

- No lo sé, nunca he estado en este pabellón – le aclaró Tetsu.

Kagami miró desde su cruce al resto de pasillos. Pensó hacia dónde podía estar la enfermería y cuando escuchó algunas voces, las siguió por el pasillo de la derecha pensando que podrían ser los compañeros de Aomine o los enfermeros que le habían atendido en la cancha. Kise y Tetsu le siguieron de cerca.

Al llegar, Kagami se quedó atónito al ver que la puerta de la enfermería estaba cerrada. Ni siquiera habían dejado entrar a los compañeros de equipo de Aomine, quienes esperaban fuera e igual de confusos que los tres chicos que habían bajado de las gradas al ver su repentino desmayo. Eso no era nada propio en Aomine.

Esperaron allí sentados en el pasillo. Al final... tras minutos de agonía sin saber nada, el entrenador acudió para llevarse a sus chicos, dejando en el pasillo a Kagami, Tetsu y a Kise. Ninguno de los tres quería marcharse de allí sin tener noticias.

Tanto tiempo estuvieron fuera esperando que hasta Tetsu acabó cabeceando sobre el hombro de Kagami, pero Kagami se mantenía allí con los ojos atentos a la puerta cerrada. Sabía que algo no estaba bien, se escuchaban voces, hablaban de algo y parecía serio. No tuvo duda alguna cuando la puerta se abrió dejando ver a unos enfermeros que arrastraban una camilla con Aomine en ella. Se incorporó con rapidez, moviendo levemente a un Tetsu que se percató de cómo se levantaba su compañero y le imitó apartando el sueño de su mente.

- ¿Cómo está? – preguntó Kagami preocupado, pero nadie le contestó. Le hicieron a un lado pese a que pudo ver cómo Aomine llevaba una máscara de oxígeno y permanecía aún desmayado - ¿Dónde lo lleváis? – preguntó de nuevo.

- Al hospital Aiiku – comentó un enfermero.

- ¿Aiiku? – susurró Kagami tratando de ubicar la localización – eso es... ¿el barrio Minato? – preguntó hacia Tetsu.

- Sí, el barrio de Aomine. Es el hospital que le corresponde por zona. Le pilla a veinte minutos de su casa.

Kagami siguió a los enfermeros hacia la salida, pero una vez subieron la camilla a la ambulancia, ya no pudo seguirles más. Por suerte, su padre estaba allí esperándole y corrió hacia él. Sus compañeros le pidieron casi suplicantes si podían acompañarle y viendo lo preocupados que estaban también, aceptó acercarles al hospital.

Todo el camino estuvo cargado de un ambiente de preocupación y de un tenso silencio que nadie se atrevía a romper, ni siquiera el propio Ryo, quien ya sabía que no era conveniente molestar a su hijo cuando estaba en esas condiciones. Pese a ello, Ryo miraba la inquieta pierna de su hijo moverse sin poder parar, estaba nervioso, preocupado y seguramente se sentía impotente por no poder hacer nada. Era cierto que le importaba ese chico, le quería y él sabía muy bien lo que era ese sentimiento. Cuando su esposa falleció, sintió el mismo vacío y la misma preocupación que su hijo sentía ahora mismo.

En cuanto el coche entró por el pequeño jardín delantero del hospital, Kagami mandó parar al conductor. No aguantaba más la espera y ni siquiera le dejó llegar hasta el parking. Bajó corriendo y tanto Kise como Tetsu bajaron tras él mientras Ryo, resignado, le pedía al chófer que aparcase en la zona de atrás. También bajó, aunque él no pensaba correr tras esos chicos.

Kagami fue el primero en llegar al gran recibidor y preguntar a la enfermera por Aomine Daiki, pero ésta le comunicó que aún estaba siendo atendido y no podía recibir visitas. No les quedó más remedio que volver a esperar en la sala de espera junto al resto de personas que estaban allí.

El tiempo que estuvieron allí, Kise fue a coger unos cuantos refrescos para los tres. Seguramente sería una larga espera. Kagami no dejaba de moverse de una ventana a otra, paseando por los pasillos del hospital y esperando a que alguien le dijera algo, pero ningún médico les informaría, estaba convencido de ello. Se estaba impacientando y estaba a punto de dejar salir su carácter, quizás si ponía esa mirada que tanto imponía y aterraba a la gente, podía conseguir que le hicieran caso, pero cuando estaba a punto de hacerlo, la madre de Aomine apareció por la puerta. Venía de uno de los pasillos, seguramente ya habría estado con Aomine. Tanto Tetsu como Kagami la reconocieron al instante. Tetsu se tensó y levantó la espalda del respaldo sin terminar de levantarse de la silla, pero Kagami ya se había lanzado hacia ella con preocupación.

- Kyoko – llamó Kagami con su tono de voz cargado en la tristeza - ¿Cómo está?

- Kagami, no sabía que estabas aquí – la mujer miró posteriormente a los otros dos chicos sentados unos asientos más atrás y sonrió con cierta ternura – bueno... que estabais. Aomine aún está siendo atendido. Le están haciendo pruebas. No creo que hoy os dejen visitarle.

- Pero... ¿Han dicho algo de lo que le ocurre?

- Sólo puedo decirte una cosa, Kagami, y es que Aomine ya no va a volver a jugar al baloncesto, no después de lo de esta tarde. Lo siento.

- ¿Por qué? ¿Es algo grave?

- Está bien, Kagami – sonrió la mujer tratando de calmarle – sólo se ha desmayado, últimamente sus pulmones no están muy bien, pero le están haciendo pruebas. No jugará en un tiempo, hasta que se recupere.

- ¿Es una pulmonía? – preguntó Kagami de nuevo pero Kyoko le ofreció una cálida sonrisa intentando apartar la preocupación de ese chico.

- Es posible. Se recuperará, ¿vale? No os preocupéis.

Aquel día, al final de la tarde casi cuando ya se acababa el horario de visitas, fue cuando consiguieron ver a Aomine. Parecía estar un poco mareado todavía y a veces, tosía, pero al ver entrar a sus amigos, el moreno sonrió agradeciéndoles la visita. Kagami ni siquiera pudo articular palabra, toda la tensión que había acumulado en su cuerpo le había hecho quedarse completamente en blanco y paralizado. Estaba bien, Aomine estaba frente a él y estaba bien, era todo lo que necesitaba saber.

No pudieron quedarse mucho tiempo pues el horario de visitas finalizaba, pero cuando todos se fueron, Kagami fue el único que permaneció unos segundos más a solas con él en aquella habitación.

- ¿Qué ocurre, Kagami? – le preguntó Aomine.

- Es que... me has asustado.

- No tengo por qué asustarte, estoy bien.

- No, no lo estás. Necesito que seas sincero conmigo, Aomine, y me expliques qué está ocurriendo.

- Ya te lo dije...

- No me sueltes el rollo de un ataque de ansiedad, te he visto toser sangre, te he visto desmayarte en mitad de un partido, sé que tus pulmones están fallando de alguna forma y quiero una explicación lógica y coherente.

- Me resfrié y se complicó – comentó Aomine – no hace falta que sepas nada más. Estoy bien. No dejes que tus sentimientos por mí te nublen el juicio.

- ¿Mis sentimientos por ti? ¿Que me nublen el juicio? ¿Te estás escuchando, Daiki?

- NO ME LLAMES ASÍ – le gritó Dai tratando de poner una distancia entre un asombrado Kagami y él. Jamás había escuchado a Aomine gritar – no tienes derecho a llamarme así.

- Te quiero – le confesó Kagami – tengo todo el derecho a llamarte así, porque eres importante para mí.

- No quiero tu amor ni tus sentimientos – le dijo Aomine apartando la mirada de él – lárgate de mi cuarto, Kagami.

- De eso nada – le dijo Kagami cogiendo su hombro y obligándole a girarse hacia él – no te atrevas a esconderte una vez más bajo esa coraza solitaria, te conozco bien, soy consciente de que me pasé con el beso, no debí robártelo, pero no puedes negarme que sentiste algo, lo noté.

- No sentí nada, Kagami – le dijo Aomine con su mirada más dura – márchate, por favor. Yo no puedo corresponder tus sentimientos.

- Eso no es cierto. Continuaste ese beso, no me apartaste. Vamos, Aomine... ¿Por qué me rechazas? ¿Qué me ocultas?

- QUE TE LARGUES – gritó Aomine una vez más sorprendiendo a Kagami.

- Vale – dijo al final Kagami al comprobar cómo una lágrima resbalaba por la mejilla de Aomine. Estaba claro que era un momento delicado pero también sabía algo, ese chico le estaba mintiendo y cada vez le costaba más hacerlo – pero sé que sientes algo por mí, no puedes engañarme, a mí no – le aclaró Kagami cogiendo su chaqueta de la silla para marcharse.

En cuanto la puerta se cerró, las lágrimas brotaron de los azules ojos de Aomine. Mentir a Kagami era complicado, lo más difícil que había hecho en su vida, le destrozaba a él mismo tener que hacerlo, pero era mejor así. No permitiría que Kagami siguiera acercándose a la verdad, no podía dejar que sufriera con sus problemas, eso jamás. Era mejor alejarle, aunque eso le doliera.

- Lo siento... Taiga... - susurró Aomine derramando las lágrimas sin poder detenerlas.

Lo había deseado, lo había amado más que a nada en su vida pero por eso mismo... debía alejarle de él. No era conveniente que estuvieran juntos y lo sabía. No podía ofrecerle nada a ese chico de buena familia, era mejor así o al menos... trataba de convencerse de ello enterrando una vez más todos aquellos intensos sentimientos que Taiga levantaba en él.


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