12: La Maldición Revelada


El aire en el apartamento de Leo estaba pesado, como si todo lo que habíamos aprendido en el día estuviera flotando en las paredes, aplastándonos con su peso. El conocimiento que habíamos adquirido de las palabras de Nakamura seguía retumbando en mi mente, dándome vueltas sin cesar. Un portal digital, una entidad alimentándose de nuestras almas a través de un simple filtro... la idea era tan absurda como aterradora, y sin embargo, todo encajaba.

A lo largo de toda la noche, Leo y yo nos sumergimos en libros, en artículos de internet y en cualquier fuente que pudiera darnos algo más de luz sobre lo que estábamos enfrentando. Pero la verdad era que, a medida que profundizábamos, descubríamos más oscuridad.

El "filtro maldito" no era una invención moderna. Había referencias dispersas a algo muy parecido en las leyendas urbanas, aunque siempre se trataba de cuentos desconectados, casi olvidados. Pero ahora, con los fragmentos reunidos, algo cobraba forma. Ese filtro no solo era un avance tecnológico; era una trampa milenaria, una prisión virtual para un ser que había estado aguardando su oportunidad.

Entre todo lo que Leo había encontrado, había un dato clave. En una investigación antigua sobre software malicioso, se mencionaba a una entidad llamada Itheon, un ser de sombras y luz que, según los textos, vivía atrapado entre las líneas de código, alimentándose de imágenes y emociones humanas. A lo largo de la historia, se decía que los creadores de software se habían tropezado con su presencia sin saberlo, siendo incapaces de deshacerse de él, ya que el ser se alimentaba de la luz de los dispositivos. Con el tiempo, su influencia se fue extendiendo, y las aplicaciones de redes sociales comenzaron a servir como sus canales de alimentación.

Todo lo que se mencionaba de Itheon parecía coincidir con lo que habíamos experimentado: las sombras que se movían en las fotos, las distorsiones en los reflejos y la sensación de que algo o alguien nos estaba observando. Pero la parte que realmente me heló la sangre fue la referencia a un antiguo ritual: uno que, de alguna manera, podría liberar a Itheon de su prisión virtual y hacerlo traspasar al mundo real.

Un software diseñado para capturar almas a través de imágenes era más que un simple error de programación; era el resultado de un acto deliberado, de un pacto con algo mucho más grande y siniestro.

—Este filtro no es solo una aplicación más, —murmuró Leo, leyendo las últimas líneas del documento que había encontrado. —Es un conducto. Lo han hecho para liberar a Itheon... y una vez que eso pase, nadie estará a salvo.

Mi mente daba vueltas, tratando de encontrar una manera de revertir todo esto. ¿Cómo íbamos a detener algo que ya había cruzado de la pantalla a nuestra realidad? No importaba lo que hiciéramos: Clara ya estaba atrapada, y lo peor de todo era que todos los que usaban el filtro corrían el mismo destino.

De repente, una idea surgió, casi como un susurro en mi cabeza: si Itheon necesitaba las imágenes para fortalecer su poder, tal vez podía ser la imagen la que lo destruyera. Si podíamos atrapar el reflejo de Itheon, como había sugerido Nakamura, podríamos usarlo en su contra.

Pero había un problema. Necesitábamos que él se mostrara, que dejara de ocultarse tras las sombras, y no sabía cómo atraerlo, ni cómo hacerlo vulnerable.

Fue entonces cuando recordé el mensaje de texto que Clara había recibido: el enlace con el "filtro definitivo". Algo me decía que ese enlace estaba relacionado con el ritual para liberar a Itheon. Pero lo más espeluznante era la posibilidad de que el enlace no solo estuviera invocando a Itheon, sino que ya hubiera comenzado el proceso de su liberación.

—Leo, necesitamos encontrar ese enlace. Tenemos que encontrarlo antes de que se complete el ritual, —dije, una sensación de urgencia apoderándose de mí.

Leo asintió sin dudar. Sabía que, si no lo hacíamos, Clara ya no sería la única víctima. Y si el ritual llegaba a completarse, lo peor sería que el filtro ya no solo afectaría a los usuarios, sino a cualquiera que estuviera conectado a la red.

Lo que quedaba claro era que el tiempo se agotaba, y el precio de esta confrontación sería mucho más alto de lo que podríamos imaginar.

El teléfono de Clara no respondía. Ya no le quedaban más respuestas. Los textos que habíamos intercambiado, cada uno más desesperado que el anterior, comenzaban a parecer inútiles. Ya nada podría prepararnos para lo que sucedería a continuación.

Esa misma noche, decidí ir al apartamento de Clara una vez más. Leo me acompañó, aunque sabíamos que no debíamos confiar en que ella estuviera de nuestro lado. Si algo había cambiado en ella, no era solo su aspecto físico. Clara estaba atrapada en el filtro, más de lo que creíamos. Y ahora, ya no solo era una víctima más: era parte del ritual.

Cuando llegamos, Clara no estaba. Solo había silencio. Pero sobre la mesa, junto al teléfono apagado, estaba algo que me heló el alma: una fotografía impresa de Clara, tomada desde el mismo filtro. En ella, Clara no sonreía. Sus ojos estaban vacíos, sin vida, pero lo que me hizo retroceder fue lo que había en el fondo.

Una figura en la oscuridad, más nítida que nunca, nos observaba desde la distancia. Y era Itheon, sonriendo, como si nos estuviera esperando.





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