El fantasma de nuestro vecino

El fantasma de nuestro vecino

–¡Bhol...!¡Bhol...! ¡Bhol...!¡Bhol...!

Había una vez un anciano muy desdichado al que todos conocían como el Señor Quejón. Y se sentía desgraciado porque su casa estaba situada justo al lado del Nro. 1216 de la Avenida Franklin; es decir el hogar de una de las familias más alocadas y desmadrosas de todo Royal Woods, la cual se conformaba por los Loud y sus once hijos que venían surtidos en diferentes edades, tamaños y personalidad.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Cada mañana el hombre se despertaba con el bullicio y el ajetreo de los niños esos corriendo de aquí pa allá en lo que se alistaban para ir a la escuela. El alboroto era tan grande, que parecía que este iba a demoler su casa.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Y en la tarde la cosa era peor aun cuando regresaban y comenzaban a escucharse gritos, risas frenéticas, peleas constantes, discusiones, llantos de bebé, explosiones químicas o el tocar de una escandalosa guitarra eléctrica cuya frecuencia parecía iba a destrozar los cristales de las ventanas de todas las casas en cinco kilómetros a la redonda.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

El hombre que vivía junto a esta familia de locos ya lo había probado todo: tapones para los oídos, orejeras, meter la cabeza bajo la almohada... Incluso, una vez, se encerró en el armario.

Pero las explosiones seguían tronando a lo alto, los instrumentos seguían chirriando y los gritos persistían, hasta que pensó que le iba a estallar la cabeza.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Esto no puede seguir así, decidió una mañana.

Pero como no podía oír ni lo que pensaba, tuvo que salir de su casa a decirlo a voz en grito.

–¡Esto no puede seguir así!

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Lo cierto es que el hombre pretendía ser un buen vecino; pero el problema es que los niños Loud no ponían de su parte. Ya no les confiscaba los juguetes que llegaban a caer en su jardín, no desde el buen gesto que tuvieron con el la navidad pasada; pero, como si no bastara con todo el ruido en la casa de al lado, pasaba que su propiedad se seguía viendo invadida constantemente, unas veces por balones, otras por aviones y/o helicópteros a control remoto, entre otras cosas que acababan maltratando sus plantas y a veces hasta quebraban sus vidrios.

En esa ocasión eran pelotas de golf que no dejaban de caer a cada rato. Esto dado que la hija más mayor de los Loud entrenaba para próximamente ingresar a una universidad en la que sus alumnos se entregaban en cuerpo y alma a este deporte, según tenía entendido.

–¡Bhol...!¡Bhol...! –oraba Lori cada vez que le asestaba a una de las pelotas con el palo.

A una le dio tan fuerte, que el anciano apenas y si tuvo tiempo de agacharse para que esta no se estrellase en su cabeza. En lugar de eso rebotó contra el marco de la puerta y fue a estrellarse en su buzón dejándole una notoria abolladura; cosa con la que decidió que ya había tenido suficiente.

Al ir aproximándose a la casa Loud a presentar un bien justificado reclamo, advirtió que, para su conveniencia, quienes se encontraban en el jardín de en frente eran las diez hijas mujeres de sus vecinos; osea las que armaban más escándalo.

Luna practicaba con su guitarra eléctrica la cual tenía conectada a un parlante a todo volumen; Luan perseguía a Leni con una araña de plástico; Lisa mezclaba unos químicos que a todo momento reaccionaban con puras explosiones; Lynn Jr le daba de golpes a una pera de boxeo que colgaba de un árbol; las gemelas peleaban entre si por alguna tontería a la vez que Lily arrojaba terrones de tierra a diestra y siniestra; y Lori, como se dijo antes, practicaba sus tiros de golf sin querer arrojando las pelotas hacía el jardín de nuestro anciano protagonista.

Si acaso, Lucy era la única que no hacía alboroto al estar sentada tranquilamente en los escalones del porche leyendo un libro de poesía. Mas ese no era un gran consuelo.

–¡Bhol...!¡Bhol...!

Decidido a hacer callar a ese grupo de escandalosas niñas de una vez, el señor Quejón se empezó a acercar a la mayor de las diez para hablar directamente con ella.

No obstante, la otra estaba tan concentrada en practicar su siguiente tiro que no reparó en la presencia del señor que se le estaba acercando por detrás. No sino hasta el momento en que alzó violentamente su palo de golf y, de nuevo sin querer, le dio un contundente golpe en la frente tras el cual giró sobre sus talones y se desplomó de bruces en el suelo.

¡POW!

–¡Hay, lo siento, señor Quejón! –se excusó Lori inmediatamente al darse la vuelta y ver al anciano tendido bocarriba sobre el césped–. Literalmente no lo vi y... ¿Señor Quejón?

Pero su vecino cascarrabias no respondió, ni se movió de donde estaba. Se hallaba totalmente inmóvil.

Al tiempo que las otras nueve hermanas dejaban de lado sus actividades y se acercaban al lugar de los hechos, Lori lo tanteó un poco con la punta de su palo de golf a ver si reaccionaba con eso, pero nada.

–Señor Quejón, despierte –insistió al hacer esto sin aun lograr algún resultado satisfactorio.

–Oh oh –exclamó Lola pasados varios segundos en los que el viejo siguió totalmente inerte.

–Hermana... –habló de pronto Luna tras tragar una poca de saliva–. Creo que ya lo mataste.

–¿Qué?... –balbuceó Lori quien se puso tan pálida como Lucy.

–Que ya lo mataste –repitió la rockera quien a su vez se agachó a observar mejor al anciano.

–No... –gimió la más mayor con un hilillo de voz, ante lo que implicaría la horrible afirmación de Luna de ser cierta.

–Haber, déjame ver.

Nerviosa, la tercera de las hermanas Loud procedió a abrirle los ojos para revisarle las pupilas al señor Quejón y también a tantearle la cara mediante suaves cachetadas a ver si con eso si reaccionaba. Mas el hombre seguía sin dar una sola señal de vida.

–Si, ya lo mataste –declaró Luna con un nudo en su garganta.

Tras esto, la pequeña Lucy soltó un agudo grito de terror, con un tono que sonó muy irreconocible en ella, y después salió disparada a abrir una de las rejillas exteriores de los ductos y meterse ahí adentro.

–Hay, Lori –dijo en cambio Luan, mientras las demás se miraban angustiadas entre si–. ¿Pero qué has hecho?

–No puede ser –gimió ella–. Literalmente... Me van a meter... A la cárcel.

–Si... –asintió Leni igual de preocupada–. Y te van a fusilar a cadena perpetua.

–Y te van a ahorcar en la silla eléctrica –añadió Luna.

–Y te van a asfixiar en la guillotina –terció Lola.

–Y te van a llevar a las Islas Marías –le siguió Lynn.

–¡Hay, ya cállense...! –imploró Lori apenas pudiendo articular palabra de lo asustada que estaba–. Que literalmente me asustan.

–Oigan, ¿qué tal si lo movemos un poco a ver si revive? –sugirió Lana.

–Si... –asintió Lori que nuevamente tanteó al inmóvil anciano con el palo de golf, a la vez que sus otras hermanas hacían lo mismo con la punta de sus pies.

–Señor Quejón... –lo llamó Luan, que por su lado pretendió hacerle cosquillas en la barriga aunque no se atrevió a tocarlo realmente–. Cuchi, cuchi, cuchi...

–Lo voy a levantar... –dijo Lynn quien se agachó a agarrar uno de sus muy robustos brazos–. Bha, ¿cómo lo voy a levantar si no aguanto la pura mano?

Lynn volvió a bajar el brazo derecho del señor Quejón, sólo para que el izquierdo se irguiera por si solo ante las caras de espanto de las niñas Loud.

–¡Lana...! –balbuceó Lynn con su rostro vuelto un total garabato de horror–. ¡Lana, bájale la mano!

–Si, Lynn –asintió la asustada niña de gorra roja quien se apuró en acatar la petición de su hermana.

En cuanto Lynn y Lana mantuvieron retenidas ambas manos del cadáver, esta vez fueron sus piernas las que se irguieron por si solas.

–Hay –gimió una igual de asustada Luan–. ¿Así serán todos los muertos, o nada más los de peso completo?

–Oigan, chicas –sugirió Leni–, atrás en el tendedero hay una colcha tendida. ¿Qué tal si vamos por ella y tapamos al señor Quejón? No le vaya a dar un aire al pobrecito.

–Si, buena idea –dijo Lori, con lo que todas las demás concordaron.

Así, en cuanto las hermanas Loud se alejaron en busca de la mencionada colcha, el supuesto cadáver entreabrió un ojo y se dispuso a incorporarse nuevamente a verificar que no hubiese moros en la costa.

Resulta, que el golpe que había recibido el señor Quejón no había sido tan grave como parecía. No obstante, al estar brevemente tumbado en el suelo y darse cuenta que las escandalosas niñas esas habían creído haber causado su muerte por error, fue ahí que al viejo se le ocurrió improvisar una muy descabellada y maquiavélica idea en afán de darles una lección.

Al mismo tiempo, Lincoln, el único hijo varón de los Loud, regresaba caminando por la acera con una historieta recién comprada en la tienda de cómics.

De los once niños era el que menos escándalo provocaba, puesto que eso que en ese momento hacía era a lo que se dedicaba la mayor parte del tiempo, a leer cómics.

Tan concentrado iba en la lectura, que no advirtió la presencia de su anciano vecino que se estaba volviendo a poner en pie en el instante que se encaminaba hacia el porche de su casa, por lo que sin querer acabó tropezándose con el.

–Señor Quejón –exclamó el peliblanco al reincorporarse y topárselo en condiciones similares–, me puede decir que estaba haciendo aquí tirado en el suelo.

Shhh... –lo silenció el viejo sin dejar de estar pendiente que las niñas regresaran–. Me estoy haciendo.

–... ¿Aquí en mi jardín? –indagó Lincoln escandalizado.

–Que me estoy haciendo el muerto –aclaró el señor Quejón.

–Oh... Bueno, ¿pero para qué?

–Para asustar a tus hermanas.

–Oh... Bueno, ¿pero por qué?

–Pues para darles una lección. Estoy harto de que ellas siempre anden haciendo escándalo y ahora hasta estaban arrojando pelotas de golf hacia mi jardín.

–Ah, ya entiendo... Oiga, pero eso no está nada bien. Ahora mismo le iré a decir todo a mis hermanas.

–Bueno, Loud, este es el trato: te daré cien dólares si cierras la boca y me ayudas a seguir con esto.

–No, ni crea que me puede comprar y menos si quiere asustar a mis hermanas.

–Doscientos.

–Olvídelo.

–Quinientos... No, mil dólares.

–¿Dijo mil?

–Si, mil.

–... Por mil dólares soy capaz hasta de confundirlo con la Srta. Dimartino... Pero procure que no se le pase la mano, ¿si?

–Si, si, pero ahora ve y escóndete por allá que ahí vienen.

Dicho y hecho, Lincoln se regresó por donde vino y el señor Quejón retomó la misma posición de quedar tendido bocarriba, al momento en que las Loud retornaron del patio trasero con una gran colcha que usaron para cubrirlo enteramente.

–Hermanas... –habló Luna después de hacer esto, con intención de emprender una estratégica huida–. Yo... Tengo que irme que... Que tengo ensayo con la banda.

–¡Aguarda! –la detuvo Lori que se lanzó a agarrarla del cuello de la blusa cuando trató de echar a correr del lugar–. No nos dejes aquí solas con el muerto.

–Yo tengo que ir a una practica –se excusó Lynn Jr. que también quiso hacer lo mismo que Luna, pero Lori también la retuvo agarrándola de la cola de caballo.

Pronto, las hermanas Loud empezaron a discutir entre si, y ahí fue que Lincoln simulo recién estar llegando a casa.

–Hola, chicas, ¿qué hacen?

–Nada... –dijo Luan, en tanto ella y las demás se ponían por delante de lo que creían era el cadáver de su vecino y sonreían nerviosas–. Aquí con el muerto.

–¿El muerto? –preguntó Lincoln haciendo lo posible por contener la risa, a la vez que sus hermanas soltaban una exclamación y el señor Quejón sonreía maliciosamente por debajo de la colcha–. ¿Cuál muerto?

–Este... –balbuceó Lori tratando de pensar que responder.

En eso, a Lana se le ocurrió sacar a un escuálido ratón que casualmente llevaba bajo el bolsillo de su overol, el cual se apuró en mostrárselo a su hermano.

–Este pobre ratoncito que me encontré hoy en la mañana y que está muerto de hambre –se excusó y todas las demás asintieron con la cabeza siguiéndole la corriente.

–No –habló no obstante Lori–. Oigan, chicas, ¿por qué no le decimos a Lincoln de una vez la verdad para ver si nos ayuda?

–Si, buena idea –secundó Lola.

–Bueno, dile.

–¿Y yo por qué?, si yo no lo maté.

–No importa, literalmente tu eres buena soltando chismes.

Después de otra breve discusión masiva, Lori dio un paso adelante a regañadientes y se dispuso a contarle todo lo que pasó al albino.

–Lincoln... –habló rascándose la parte de atrás de su cabeza a causa de la ansiedad.

–Si, Lori, dime –contestó el otro.

–Tu... Pues, ¿qué harías si se muriera el señor Quejón?

–Pues compraría un barril en vez de un ataúd –fue lo que respondió haciéndose el chistoso para desagrado del viejo que no tenía de otra que seguir simulando estar muerto por debajo de la colcha.

–Ah, bueno, si, claro –rió Leni con mayor nerviosismo–, porque como estaba gordito...

–No, y también para llevármelo rodando hasta el cementerio. Ja ja ja ja ja ja ja... ¿Entiendes?, Luan.

–Lincoln, no seas payaso –lo reprendió su hermana comediante.

–Estamoz hablando en zerio –agregó Lisa.

–No, y yo también –contestó el muchacho siguiendo adelante con la farsa–. ¿O qué creyeron, que me iba a poner a llorar? Con lo pesado que me caía ese viejo gruñón.

–Lincoln –se acercó a hablarle Lola con calma.

–Dime, princesa.

–Lo que estamos, tratando de decirte: ¡ES QUE LORI MATÓ AL SEÑOR QUEJÓN TODITO!

–Oh, rayos –exclamó Lincoln haciéndose el sorprendido, en cuanto sus hermanas se apartaron para que pudiese ver el bulto cubierto bajo la colcha–. No me digan que esto es el señor Quejón. Oh, pero que tragedia. Bueno, ¿pero cómo fue?

–Pues... Como que cuando se dio cuenta ya estaba muerto –fue lo que respondió Leni.

–¿Pero que fue lo que pasó? –insistió en preguntar Lincoln.

–Bueno, es que el señor Quejón estaba llegando por detrás mío –explicó Lori tomando el palo de golf para recrear el momento en que ocurrió todo, en tanto Lincoln se acercó a sus espaldas para observar mejor–, y yo estaba practicando mis tiros de golf. Entonces yo levanté mi palo así, y sin querer le di en la frente y se cayó y de seguro se golpeó en la cabeza.

¡POW!

–¡Ay! –chilló el albino tras recibir un golpe igual al que había recibido el anciano–. ¡Lori! ¡¿Qué rayos te pasa?!

–Ay, lo siento –se disculpó su hermana mayor.

–Lo siento, si, claro –refunfuñó Lincoln mientras que con una mano se sobaba la frente y con la otra procedía a señalar al bulto cubierto con la colcha–. ¡Mira, mira nada más lo que hiciste por atarantada!

–No, no fue por atarantada –se excusó Lori–. Lo que pasa es que... Literalmente...

–Pues se murió porque no nos tuvo paciencia –fue lo que dijo Lana al tiempo que deslizaba sus dos manos por arriba y abajo de sus tirantes.

–Bueno, miren –sugirió Lincoln–, con todo mi respeto, vamos a llevar el cadáver de este pobre hombre a mi habitación. Ayúdenme, ¿si?

–Si, Lincoln –asintió Lynn y así entre todos cargaron con el anciano y lo llevaron hasta el porche, lo hicieron pasar por la puerta principal y lo subieron trabajosamente por las escaleras.

–Por aquí –indicaba Luna.

–Con cuidado –dijo Luan.

–Derecho, derecho... –instruyó Lana–. Para arriba...

–¡No me lo pongan encima del pie! –chilló Lola cuando llegaron al segundo piso y lo asentaron brevemente sobre la alfombra.

–¡Pues sácalo! –gritó Lori.

Después arrastraron el cuerpo hacia el armario de blancos adaptado al final del pasillo y ahí entre duros forcejeos lo subieron a la única cama que había allí.

–¿Listas, chicas? Una... Dos... Tres...

Una vez el supuesto muerto estuvo acostado en cama, Lincoln y sus hermanas exhalaron un suspiro, además de que Lana se quitó la gorra en señal de respeto.

–Bueno, ahora tenemos que decir que se murió de algo, ¿no? –dijo el peliblanco a las asustadas chicas.

–Ya sé, ya sé –sugirió Leni–: decimos que ahora se asomó por su ventana exigirnos que guardáramos silencio, y entonces nosotras SI nos callamos, y se impresionó tanto que...

–No, no, hermana –negó Luna con la cabeza–. Eso no va a funcionar.

–Ya sé –habló Luan–: ¿qué tal si decimos que se murió de novio?

–¿De novio? –repitió Lori confundida.

–Si, de no-vio el camión que lo atropelló. I ji ji ji ji ji ji... ¿Entienden? Pero en serio, podríamos...

–Miren –interrumpió Lincoln–, mejor vayan a sus habitaciones y hagan como si no hubiese pasado nada, hasta mientras yo pienso en un plan para salir de esta.

–Si, pero ahí te lo encargamos –dijo Lana en tanto ella y el resto de las chicas se retiraban de la habitación.

–Que no se te vaya a salir –añadió además Leni.

–No se preocupen, yo lo cuido bien aquí.

–... Muy bien, Loud –lo felicitó el señor Quejón, quien se levantó de la cama una vez el y el muchachito se quedaron nuevamente a solas–. Todo está saliendo perfectamente.

–Espere, déjeme asegurarme de que Lucy no nos esté oyendo, que acostumbra a meterse a los ductos... –lo interrumpió Lincoln, que antes se asomó a la ventila de su habitación y después salió brevemente a inspeccionar el pasillo para luego volver a ingresar y echar seguro a la puerta–. No, acaba de entrar al baño. Ahora si, puede hablar.

–Pues te decía que todo está saliendo a pedir de boca.

–Oiga, si... Pero... Las chicas están muy espantadas. ¿No cree usted que ya estuvo bueno de seguir con esta broma?

–Nada de eso. Voy a darles un escarmiento para que dejen de armar tanto escándalo y hacer desastres en mi propiedad.

***

Al atardecer, Lincoln regresó de la plaza comercial con unas cosas que le había encargado su vecino.

Cuando entró por la puerta principal, primero notó que Luna, Leni y Lola permanecían sentadas en el sofá en absoluto silencio, sin siquiera animarse a mirar la televisión y en total estado de paranoia. Lo mismo que Lynn Jr. quien estaba en el sillón de la sala, a la vez que Lori se paseaba ansiosa de un lado a otro y Lucy permanecía acurrucada en la chimenea temblando de miedo y haciendo castañear sus dientes.

En el transcurso de toda esa tarde, ninguna de las Loud se había vuelto a acercar a la habitación de su hermano, a sabiendas de que ahí estaba el cadáver de su vecino de quien se creían responsables de su muerte; aunque este en realidad había aprovechado también lo calladas que habían permanecido todas esas horas para poder echarse una siesta, en lo que esperaba al anochecer para de ahí seguir adelante con su plan.

Cuando Lincoln volvió a entrar en su recamara, vio que el anciano estaba recortando una de las sabanas de su cama para poder pasar la cabeza por el centro de esta de modo que la pudiese usar como una especie de túnica blanca.

–Oiga, señor Quejón –reclamó tras entregarle la bolsa de papel con su encargo–, esa sabana es mía y no tiene ni quince años de uso.

–No te preocupes, Loud –repuso en tanto abría la bolsa, sacaba un estuche de maquillaje de la tienda departamental y empezaba a pasarse base por toda la cara para teñirla de blanco –, después yo te compró una docena nueva de sabanas. Pero esto servirá para que tus hermanas escarmienten y sean más cuidadosas. Mua ja ja ja ja ja ja...

–Oiga, perdóneme que insista –replicó el chico mientras el viejo miraba al espejo de la cómoda y complementaba su fantasmagórico maquillaje con sombra para los ojos–, pero es demasiado el susto que le estamos dando a mis hermanas.

–Basta ya. Que esto les sirva de escarmiento.

Finalmente, Lincoln le entregó otro paquete traído de la tienda de mascotas en el que venía una cadena para perros de raza grande, con las cuales el señor Quejón complementó todo su disfraz de fantasma.

***

–... y cuida a Charles, a Cliff, a Geo, a Walt, a Brinquitos, a Bite, a Izzy y a El Diablo, amén.

Al caer la noche, a la hora en que se apagaron las luces y cada quien se fue a la cama, la pequeña Lana seguía despierta en la suya ya que terminaba de rezar sus oraciones antes de acostarse.

–Ah, ahora que me acuerdo –agregó mirando a lo alto–, ahí Lori te mandó al señor Quejón. Pero dile que fue sin querer queriendo, como dice el Chavo, ¿si?

Después de esto, la niña se persignó, se desperezó, se arropó bajo sus cobijas y se echó a dormir.

Mientras tanto, luego de que Lincoln le ayudara a asegurarse de que todos dormían, el vecino cascarrabias de los Loud salió del armario de blancos adaptado vistiendo su disfraz de fantasma y llevando consigo las cadenas, las cuales sacudió mientras soltaba alaridos lastimeros.

–¡Ooohh...! ¡Ooohh...! ¡Ooohh...! ¡AY!

Sin embargo, en plena oscuridad, el pobre viejo pisó erróneamente uno de los patines de Lynn Jr. con el que tropezó en medio del pasillo y acabó rodando por las escaleras cual pelota de tenis hasta ir a caer en medio de la sala.

Al poco rato, las luces de la casa se encendieron y las diez niñas y sus padres salieron de sus respectivas habitaciones a ver a que se debía tanto alboroto.

–¡¿Qué pasa? –preguntó el señor Lynn al salir de su cuarto en compañía de su esposa.

–¿Qué pasó? –igual hizo Lincoln que se encaminó hacia las escaleras.

–¿Qué ocurre? –lo siguió Lynn Jr. junto con el resto de las hermanas.

–¡Un fantasma! –gritó primeramente Lola al percatarse de la presencia del anciano palidecido de túnica blanca que cargaba las cadenas, quien a su vez se apuró a salir huyendo por la puerta principal.

Aterrados, las diez hermanas y los padres de Lincoln se volvieron a encerrar en sus habitaciones, pero el simplemente mosqueó a todos con un ademan y regresó a dormir tranquilamente en su cama.

Los demás, en cambio, no pudieron conciliar el sueño, en especial las niñas Loud que, en efecto, creían que el enfurecido espíritu de su vecino había venido para atormentarlas por haber causado su muerte.

***

Poco después de que se hubieron asegurado de que el intruso se hubiese ido, el señor y la señora Loud volvieron a apagar las luces y a asegurar puertas y ventanas, no sin antes advertir a sus hijos que no salieran de sus cuartos hasta el amanecer.

Pero Lincoln no obedeció, dado que al cabo de una media hora recibió un mensaje de su vecino en el celular indicándole que le quitara el seguro a la puerta puesto que tenía intención de volver a seguir con su broma.

Minutos después de que acatara sus instrucciones a regañadientes y retornara a sus aposentos, bajo la solemne amenaza del viejo de volver a decomisar todos los juguetes que cayeran en su jardín de ahí en más si no lo obedecía, las gemelas también salieron de su habitación a hurtadillas a plantar otras cosas a lo largo del pasillo de arriba con las que el intruso pudiese tropezarse como tiaras puntiagudas, diversos tipos de herramientas, pelotas de caucho, cochecitos miniatura, peluches parlantes y demás.

Nos salvó el patín, había dicho Lana al sugerirle a su hermana que hicieran esto.

Por otro lado, Lynn procuró ir a acostarse con su palo de hockey en caso de que lo fuese a necesitar. Lucy en cambio se volvió a vestir y alistó su tabla ouija para improvisar una sesión, esta vez mucho más aterrada que las otras veces que lo había hecho ya que en esa ocasión creía estar lidiando con un genuino ente del más allá.

–¿Está ahí, señor Quejón?... –preguntó con una vocecilla entrecortada mientras paseaba su mirada por sus alrededores–. ¿Me escucha?... Si ve una luz, vaya hacía allí que ya es momento de descansar en paz... Hay, Jesucristo, esto asusta, es como esa película, El conjuro 2.

En su habitación, por su parte, Lisa alistó un bastón eléctrico de su invención.

–Por zi acazo –le dijo a la pequeña Lily que la miró confusa desde su cuna mientras subía la intensidad del aparato a su máxima potencia.

El señor Loud tampoco se quedó atrás, ya que lo que el hizo fue sacar un revolver de una pequeña caja de seguridad que había comprado para casos como ese a pesar de las protestas de su esposa.

–Fantasma o no fantasma, por si las dudas –dijo en tanto cargaba el arma.

***

Al cabo de otros quince minutos, alguien se aproximó nuevamente al 1216 de la Avenida Franklin; mas no se trataba del señor Quejón en esta ocasión, sino de Bobby Santiago quien llegó desplazándose sigilosamente, vistiendo un elegante smoking, con un ramo de rozas en mano, y en compañía de un quinteto de mariachis con sus instrumentos listos para tocar.

–Aquí es, pero espérense –le susurró el joven a los músicos cuando estuvieron frente a la casa Loud.

Luego de esto, Bobby se acercó de puntitas a la entrada y ahí, cuando para su suerte se encontró con que la puerta estaba abierta gracias a Lincoln, se le ocurrió llevar la sorpresa que había preparado para Lori directo al cuarto de esta. Pero antes quiso entrar el solo para evaluar el terreno.

Craso error, ya que camino a la habitación de su novia, en el pasillo de la planta alta resbaló estúpidamente en la oscuridad con una de las pelotas de caucho que las gemelas habían dejado a modo de trampa, con lo que en seguida recibiría la paliza de su vida.

Primero fue a caer en la habitación de Lynn y Lucy, donde la castaña lo recibió con un violento golpe de su palo de hockey y la pequeña gótica le envió a sus murciélagos a atacarlo.

Después, en lo que huía despavorido por el pasillo tratando de ahuyentar a las alimañas que revoloteaban a su alrededor, Bobby fue a parar en la entrada de la habitación de Luna y Luan, de donde la joven rockera salió a aturdirlo haciendo chocar fuertemente sus platillos de tal modo que sus oídos quedaron zumbando.

¡CLANC!

Seguidamente recibió un cogotazo con un palo de golf por parte de su novia que tampoco lo reconoció en la oscuridad y luego, al pasar junto a la habitación de las más menores, Lisa lo aturdió con un buen corrientazo de su bastón eléctrico.

–Señor Quejón... –habló Lincoln quien al instante salió del cuarto suyo a recibir al apaleado intruso que fue a caer contra su puerta.

Pero al tantear su rostro en la oscuridad, notó que este no era el de un anciano robusto de gran nariz con calva en su cabeza y un frondoso bigote en su cara, sino el de un escuálido muchacho lampiño con cabello rizado; con lo que entendió que:

–Ah, no, pero si este no es el fantasma que yo conozco –dijo, para luego soltarle un violento puñetazo en la quijada a Bobby que se tambaleó hasta las escaleras por donde cayó rodando hasta volver a salir por la puerta principal.

Tras esto, las luces de la casa volvieron a encenderse y el señor Lynn salió al jardín de enfrente con su revolver en mano, con el cual pegó un tiro al aire a modo de advertencia que hizo que los mariachis salieran huyendo despavoridos.

¡BANG!

–Y a la próxima si te tiro a dar –advirtió el hombre apuntando al intruso con el arma.

–¡No, por favor, no me maté, señor Loud! –rogó Bobby poniendose de rodillas, asustado a más no poder–. ¡Yo soy inocente, yo soy inocente!

–Oh, rayos, Bobby, eres tu –exclamó su suegro quien se apuró a bajar el arma una vez lo reconoció–. Perdona, nosotros creímos que eras un fantasma.

–Si, pero nada más usted trae revolver –se aquejó el hispano de dolor a causa de todo el injusto castigo que recibió en la casa Loud.

–Espera. ¡Rita, niños, vengan a ayudarme! –llamó el señor Lynn a su familia para que fueran auxiliar al muchacho.

–¡Bubu osito! –chilló Lori que fue la primera en ir en su ayuda.

***

–... Y así fue como sucedió todo, osito bubu –terminó de contarle Lori todo lo acontecido a su novio un poco más tarde, después de que la familia Loud le brindaran primeros auxilios. Pero omitiendo la parte en que creía haber asesinado por accidente al señor Quejón para que sus padres tampoco se enterasen todavía.

–Pues yo no creo en fantasmas –dijo Rita, al tiempo que ella terminaba de ponerle una venda en la cabeza al hispano, Lisa le acababa de ajustar una escayola en un brazo y Lincoln otra en una pierna–. Pero si hay que estar prevenidos, por si se trata de un ladrón disfrazado de fantasma.

–Pues yo, por si acaso, voy por mis platillos –dijo Luna para luego retirarse a su habitación siendo seguida por Luan.

–Y yo por mi baztón –ceceó Lisa quien cargó con Lily e hizo exactamente lo mismo.

–Y yo por mi palo de hockey –igual hizo Lynn a quien Lucy siguió de cerca.

Después Leni se encargó de acompañar a las gemelas a su cuarto y Lincoln, harto de todo, negó con la cabeza y se fue a acostar sin mas.

–Bobby –le sonrió Lori cariñosamente a su novio después que sus padres también se retirasen a su recamara dejando a ambos a solas–, yo sé que, literalmente, no debes tener humor de nada; pero me habría gustado tanto escuchar tu serenata.

–No te preocupes, bebé –contestó el hispano entre lastimeros quejidos de dolor–. La traje para ti, y te la voy a cantar con todo gusto y finas atenciones.

–Pero si ya se fueron los mariachis.

–Si, es que se asustaron con el disparo que pegó tu papá. Pero no importa, ya que esta noche cantaré acapéla.

–Oh... Creí que habías venido a cantarme a mi.

Acapéla, bebé, significa: sin acompañamiento.

–Ah, bueno, entonces si, comienza tu.

–Después de ti... Ah, no, cierto que no.

Bobby, entonces, se levantó del sillón con dificultad y se arrastró sobre su pierna enyesada al jardín de enfrente, a la vez que Lori subió emocionada a su cuarto y se asomó a verlo por su ventana.

¡Mira como ando viviendo por tu querer...! –canturreó el hispano a lo alto para total encanto de su novia y completo desagrado de Lincoln, quien pudo escuchar su desafinada voz hasta su habitación por lo que se tuvo que cubrir la cabeza con la almohada–. ¡Golpeado y apasionado no más por tu amor...!

***

Más tarde esa noche, para cuando Bobby ya se fue a su casa y todos se volvieron a acostar, el albino bajó a la sala a abrir la puerta de enfrente tras recibir otro mensaje del anciano, que en ese momento entró a la casa Loud con su disfraz de fantasma y las cadenas en mano.

Ahí, Lincoln se arrimó contra la pared detrás de la puerta cabeceando somnoliento, a la espera de que su vecino ya fuera a terminar con la broma de una vez.

Sin embargo, arriba en el pasillo, el señor Quejón también resbaló con otra pelota de caucho en la oscuridad y de igual forma recibió el mismo castigo que obtuvo Bobby previamente y en el mismo orden.

Primero Lynn Jr. le asestó con su palo de hockey y el enjambre de murciélagos de Lucy fue a revolotear alrededor de su cabeza; después Luna lo aturdió con el chocar de sus platillos, Lori le dio en la nuca con el palo de golf y Lisa le dio un corrientazo con su bastón eléctrico.

Por ultimo, Lynn Jr. repitió la acción de golpearlo con el palo de hockey haciendo que con esto el pobre anciano rodara por las escaleras y fuera a caer frente a la recamara del señor y la señora Loud, de donde Lynn padre salió a apuntarle a la cabeza con el revolver.

–¡Ahora si, ahora si le tiro a dar!

–¡No, papá, no dispares! –gritó Lincoln quien rápidamente salió de detrás de la puerta de entrada y corrió a interponerse en la linea de fuego–. ¡No vayas a cometer una locura! No es ningún fantasma, miren, es el señor Quejón, ¿si ven?

Rita entonces encendió la luz, en el momento en que las hermanas Loud bajaron las escaleras y vieron que Lincoln le pasaba un dedo ensalivado por el rostro al señor Quejón para borrarle el maquillaje y demostrar que estaba vivo.

–Que buena broma les jugué, ¿verdad? Ja ja ja ja ja... –rió el anciano ante las sonrientes caras de alivio de las diez niñas–. Que buena broma. Ja ja ja ja ja... Ouh...

Mas, cuando Lincoln y el resto de los Loud se echaron a reír igualmente, el apaleado hombre cayó al suelo desmayado.

***

Al otro día, Lincoln y Lynn salieron de la casa de al lado después de ir a ver como seguía su vecino que ahora reposaba en cama para recuperarse de la paliza que recibió la noche anterior.

–¿Entonces no hubo ningún fantasma? –preguntó la castaña a su hermano en lo que caminaban de regreso a la casa suya.

–Claro que no –contestó Lincoln–. Lo que pasa es que el señor Quejón simuló ser un fantasma para espantarlas a ustedes, para ver si así lograba evitar que armen tanto escándalo y arrojen cosas a su jardín.

–¿Entonces de nada sirvieron las trampas? –indagó Lana a quien toparon jugando en un charco de lodo en el jardín.

–¿Cuales trampas? –preguntó el peliblanco algo confundido.

–Pues las trampas que planté en toda la casa para capturar al fantasma.

Habiendo terminado de explicar esto la niña, adentro de la casa Loud se oyeron varios gritos y golpes, por lo que Lincoln, Lynn y Lana corrieron a entrar a ver que ocurrió.

–¡Pero me las van a pagar! –bramó Lori, a quien primeramente toparon colgando de cabeza al pie de las escaleras–. ¡Me las van a pagar!

–¡¿Pero que es esto?! –chilló Leni, a la que encontraron en la sala atrapada bajo una enorme red que les había caído de lo alto, a ella, a Luna y a Luan.

–¡Lana, sácanos de aquí! –oyeron gritar a Rita que había caído junto con Lucy y Lola en un gran agujero en medio de la cocina que la otra gemela había ocultado bajo una alfombra pintada que emulaba el piso.

Además vieron al señor Lynn atrapado en una estrecha jaula que también le había caído de lo alto en el umbral del comedor, y arriba Lisa y Lily aparecieron envueltas en otra red que colgaba al igual que Lori.

Lincoln entonces miró a su pequeña hermana con el seño fruncido y los brazos en jarras, pero luego simplemente se echó a reír y le dio una amistosa palmada en el hombro.

FIN

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