Capítulo 4: El demonio
La noche comenzaba a caer como un oscuro manto sobre los inmensos plantíos. El cielo comenzó a cubrirse de oscuras nubes evitaban que la luz de la luna interrumpiera siquiera por unos instantes aquella penumbra. Iluminando su camino con dos linternas Mario y el capataz caminaban por un pequeño sendero entre los cáñamos, que se sacudían y crujían por el viento dando la impresión que aterradoras cosas se ocultaban entre ellos.
–Jefe ¿Qué va a ocurrir conmigo? –Preguntó el joven sin poder contener más su angustia y temor.
–Nada ocurrirá. Solo vas a cuidar el predio de noche. Eso es todo. –Le respondió esbozando una notablemente falsa sonrisa.
–No es necesario mentirme Jefe. Todos saben lo que le ocurre a los que usted busca para estos trabajos nocturnos. Nunca más se los vuelve a ver.
–Son solo historias. Solo debes cumplir el horario y serás libre de marcharte. Solo debes vigilar aquel edificio, no es nada de otro mundo.
El antiguo edificio de procesamiento que debía vigilar, era la construcción más alejada del Ingenio, estaba a casi un Kilómetro de las barracas. El aspecto de la estructura era espeluznante, sus paredes grises llenas de humedad, las ventanas rotas y esa alta chimenea hecha de ladrillos que parecía a punto de caer, indicaban que el edificio no era usado hace mucho tiempo.
–¿Por qué debo cuidar esto? Es obvio que ha estado abandonado hace años. –Preguntó Mario convenciéndose cada vez más que algo andaba mal.
–No más preguntas. Solo debes encargarte de cuidar este edificio y mantener tu boca cerrada. –Le contestó tajante para luego alejarse y dejar al desafortunado y temeroso joven en aquella soledad del sembradío.
El capataz miró hacia atrás. Al ver a aquel muchacho temblando de miedo, no pudo evitar sentirse mal por el. En su mente vinieron los recuerdos de aquella lejana noche en la que el mismo estuvo en esa situación. La culpa que sintió en ese momento lo hizo sentir un desgraciado. No pudo evitar volver sobre sus pasos.
–Escucha muchacho.–Le dijo con tono preocupado al pobre Mario que lo miraba con ojos brillantes al borde de las lágrimas.–Tu puedes salir de esta. –Lo alentó mientras ponía en su mano su puñal en forma de cruz.–Tienes que pelear. Es la única forma.
El muchacho lo miró sin entender lo que sucedía. El capataz jamás se había desprendido de su querido puñal. Permaneció en silencio mientras su rudo patrón se alejaba. Lo siguió con su mirada hasta que finalmente desapareció a lo lejos.
Cuando estuvo completamente solo, Mario apretó con fuerzas aquel puñal mientras miraba hacia el sembradío que se agitaba y crujía de manera espeluznante. Estaba en un predicamento, sabía que debía hacer algo, pero no sabía que. Intentó entrar al edificio, pero al abrir la puerta principal y ver la impenetrable oscuridad del interior semejante a la boca de un hambriento animal decidió que era mejor estar fuera, al menos tendría la oportunidad de correr por su vida.
Pronto la batería de su linterna perdió su potencia y el debil haz de luz comenzó a parpadear. Mario pensó que era una decisión inteligente apagar su linterna para cuando lo necesitara realmente y así lo hizo La negrura de la noche invadió todo el lugar. Las lejanas luces de las barracas eran para Mario como un oasis en medio del desierto para algún sediento extraviado. Su corazón palpitaba tan deprisa que sentía como si estuviera a punto de salirse por la boca.
–Debes calmarte. –Se decía a sí mismo, –Nada ha pasado y nada pasará. Solo es un estúpido sembradío de noche. No puedes ser tan cobarde.
El tiempo transcurría desesperantemente lento, aunque tan solo habían transcurrido un par de horas, Mario tenía la sensación de que llevaba días enteros allí. Intentaba calmarse, caminando de un lado hacia el otro, mirando hacia los sembradíos cada vez que escuchaba alguna rama romperse. Finalmente la tranquilidad fue llegando a su mente, después de todo ya había pasado la media noche y todavía seguía allí.
–Seguramente los pobres desgraciados que vinieron antes que yo no aguantaron el temor y huyeron. Si. Eso debió haber ocurrido. Después de todo no todos pueden ser tan valientes como yo. –Se auto convenció y hasta dibujó una gran sonrisa en su rostro. El miedo por fin se había disipado casi por completo.
Luego de tantas horas caminando de un lado hacia el otro, finalmente el cansancio lo había alcanzado, así que recostándose contra la pared del edificio, se colocó lo más cómodamente posible y, aunque intentó no hacerlo, sus ojos se le cerraron por completo.
–Mario. –Se escuchó un leve murmullo en el silencio de la noche. –Mario despierta! –Continuaba el espeluznante llamado.
El joven abrió los ojos y todavía adormilado miró hacia todos lados intentando ver quien lo llamaba. La noche seguía serena, no había nadie allí. –Debo estar soñando. –Se dijo y volvió a acomodarse. Pero esta vez no logró volver a dormirse.
El fuerte sonido de algo caminando entre los cañaverales, quebrando ramas a su paso lo sobresalto.
– ¿Quien anda ahí? –Gritó en voz alta mientras levantaba el puñal temeroso.
El sonido de los tallos quebrándose con violencia continuaba, algo se estaba acercando. Un fuerte escalofríos recorrió la espalda del joven hasta llegar a su nuca, haciendo que su piel se erice por completo.
–Será mejor que se vaya. No quiero lastimar a nadie pero lo haré si debo hacerlo. –Gritó con la voz entrecortada.
Sin saber qué hacer, Mario tomó una gran roca y la arrojó hacia la plantación. Un sonido sordo indicado que había impactado en algo. La cosa que estaba caminando oculta entre las ramas detuvo su marcha.
Desesperado Mario intentaba ver algo, pero la impenetrable oscuridad se lo impedía. Encendiò la linterna pero esta comienza a parpadear nuevamente, la luz apenas era suficiente como para alumbrar hasta unos escasos metros frente a el. Con sus manos temblorosas intentó quitar las baterías pero estas se le cayeron. –Eres un torpe. –Se insultaba mientras tanteaba el suelo en la oscuridad buscando las preciadas pilas. Cuando las halló, las volvió a colocar y encendió su linterna.
El haz de luz iluminó hacia las plantaciones. Al principio no pudo ver nada, pero luego de unos instantes finalmente lo vio.
Allí estaba un hombre, completamente vestido de negro con un gran sombrero de paja que le cubría su rostro. El hombre era alto, muy alto y delgado. Sus ropajes estaban hechos prácticamente de harapos. Aquel misterioso ser estaba parado inmóvil, a menos de 30 metros de Mario. La desesperación volvió a apoderarse del joven quien no sabía quién era aquel sujeto.
–¿Quién eres? –Preguntó sin poder evitar que su voz pareciera la de una niña asustada.
El hombre no contesto.
–Será mejor que te largues. Esto es propiedad privada. No puedes estar aquí.
El hombre siguió en silencio.
Mario comenzó a dar pequeños pasos hacia atrás intentando alejarse. Fue entonces que el hombre comenzó a caminar hacia él. Primero lentamente, luego su paso se aceleró y comenzó a correr como una fiera implacable tras su presa.
El joven comenzó a correr presuroso, nunca en su vida se había movido a tanta velocidad. Su terror crecía a medida que sentía a su perseguidor cada vez más cerca. Corrió en dirección a las barracas, estaba tan lejos pero era su única oportunidad. Intentó tomar un atajo entre los sembradíos. Siguió su carrera desesperada chocando contra las ramas que sobresalían, hasta que finalmente, presa del pánico, se tropieza y cae pesadamente.
Desde el suelo y aterrado, Mario mira hacia atrás y allí en el extremo del estrecho sendero entre las altas cañas que se mecen de manera amenazante con el viento, estaba aquel hombre. El perseguidor se acerca lentamente, pero a medida que se acercaba su forma iba cambiando, su cuerpo completo se fue transformando. Apoyando sus manos en el suelo comenzó a caminar en cuatro patas como si fuera un animal. El sombreo había desaparecido y en su lugar había dos gigantescas orejas puntiagudas. Su quijada se convirtió en un gran hocico repleto de afilados dientes. Su lomo sobresalía sobre su espalda musculosa. El cuerpo completo se cubrió de un grueso pelaje negro como la misma noche. Se había transformado en un gigantesco perro sediento de sangre. Pero lo más aterrador era aquella mirada diabólica, sus enormes ojos resplandecían con un rojo intenso como las llamas del infierno. No había duda, aquella cosa era ese ser demoníaco del que las leyendas advertían, aquel ser era el mal en persona, era el Familiar.
Mientras la bestia se acercaba relamiéndose, casi deleitando la sangre de su próxima víctima, la voluntad abandonó por completo a Mario, con resignación ante su inminente muerte, tomó sus rodillas con sus brazos y escondió su cabeza. Cerró sus ojos con fuerzas mientras esperaba con amargura el momento en que todo acabaría...
Lo siguiente que sintió fueron unas manos que lo sujetaron fuertemente de sus hombros.
–Levántate maldita sea. Debemos irnos! –Lo alentó de repente una voz conocida. Era Pedro quien con todas sus fuerzas intenta que el asustado Mario se levante.
Luego de unos instantes que parecieron interminables, Mario reacciona y tambaleando se pone de pie.
Juntos comienzan a correr lo más rápido que pueden. Al mirar hacia atrás, Mario ya no ve aquel aterrador ser. Sin saber muy bien que hacer ambos se detienen, colocándose espalda contra espalda miran hacia su alrededor. Las plantas se mecen y crujen movidas por el viento.
–¿Que haces aquí?–Pregunta Mario con la voz temblorosa.
–He venido a salvarte. Te vi corriendo hacia las plantaciones y vine detrás de ti. ¿Que te ha sucedido?
–¿A caso no has visto esa cosa?
–¿De que estas hablando? No he visto nada.
–Es el Familiar. Yo lo he visto. El demonio esta aquí en el cañaveral.
Una fría sensación de angustia y miedo recorrió el cuerpo de Pedro. –¿Estas seguro?–Preguntó con la esperanza que todo fuera producto del miedo que sentía el pobre Mario en ese momento.
–Estoy seguro. Estaba allí como un hombre vestido de negro y luego... luego se convirtió en un enorme perro... esos ojos amigo.. esos ojos no eran de este mundo. Es el diablo en persona.
El aterrador sonido de ramas quebrándose a su alrededor los puso en alerta.
–Tenemos que volver a las barracas.–Suplica Mario desesperadamente.
–Esa no es una opción, nadie nos abrirá las puertas. Tenemos que escondernos y luego buscar la forma de escapar. Vayamos a ese viejo edificio.
–Estas loco? Ese lugar es una tumba.
–Es mejor que estar aquí afuera. Somos presa fácil para lo que sea que esté ahí.
Ambos corren freneticamente hacia el viejo edificio abandonado. Al entrar solo ven la angustiosa oscuridad en su interior. Dudan por un momento, pero finalmente deciden entrar. Se adentran en la negrura del edificio tanteando el terreno con su manos buscando algo que los pudiera proteger. Finalmente, tropiezan con unas grandes cajas de madera y deciden ocultarse detrás.
–Mantente en silencio Mario. Tendremos que ocultarnos aquí.
Ambos permanecen agachados tras las cajas. Mario comenzó a temblar profusamente. Su respiración era cada vez más agitada.
–Por el amor de Dios Mario. Intenta hacer menos ruido.
Entonces lo escuchan. El fuerte sonido de las pisadas de una bestia entrando al viejo edificio. Pedro le tapa la boca a su amigo. –Permanece callado.–Le susurra al oído.
El sonido de las pisadas se acerca más y más. La criatura estaba a escasos metros de ellos. Una sensación incontrolable de escapar corriendo lo más rápido posible se apoderó de ellos. Pero correr no era una opción. No llegarían muy lejos con aquella cosa tras ellos y sin un lugar donde protegerse. Su única opción era permanecer allí, ocultos, rogando a Dios que aquella criatura del infierno no los encontrara.
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