Capítulo 20
Cersei Lannister era una mujer de cabello dorado como el propio oro de los Lannister. Sus ojos verdes podían ser comparados con el mismo color de una esmeralda, una oscura, llena de maldad ocultad que se dibujaba solamente en una sonrisa. Pero cualquier persona que viera a la Reina, diría que sus ojos son más semejantes al fuego valyrio: impredecibles, dañinos y peligrosos. Nadie que mirara a la mujer a los ojos podría ver lo que realmente pensaba, lo que haría a continuación, incluso si la tenían delante, lo que la convirtió en una jugadora peligrosa que podría girar el tablero a su favor.
En el Juego de Tronos no hay un término medio: era ganar o morir y Cersei Lannister había aprendido a jugar para sobrevivir, para que su casa, los Lannister, estuvieran siempre en la cima de todas las casas como el orgulloso león que eran. Y, como tal, Cersei era capaz de usar cualquier cosa para obtener lo que quería, así fueran lealtades o favores de una sola vez, todo con tal de mantenerse sobre el resto de las personas de Poniente, incluso si eso la obligaba a volverse contra su hermano pequeño. Aunque esto último tenía cierto peso para ella. Cuando había sido una joven, una bruja la mencionó que su hermano menor la traicionaría, que la mataría o le causaría la muerte. Ese recordatorio estaba aun en su mente, grabado a fuego incluso cuando se encontraba al lado de su primogénito, el rey de los Siete Reinos.
Madre e hijo estaban mirando, con sus ojos verdes, al hombre que mantuvo la corona sobre la cabeza del rey, salvándolo de conocer al Desconocido antes de tiempo. Lo miraban con cierta suspicacia (Cersei) y malestar (Joffrey) mientras estaba allí de pie, vistiendo los colores de su esposa, representando a las casas vasallos de los Stark y a su propia esposa en la corte.
El malestar que acuciaba a Joffrey se debía a su tío materno: Tyrion Lannister, el Gnomo. Aquel hombrecillo había intentado asesinarlo como había prometido en algunas ocasiones, velando sus comentarios como simples deslices o burlas, pero ya había lanzado su jugada en su boda con aquel veneno en la empanada. Si no fuera por aquel rubio extranjero, el mismo que salvó a su tío, ahora estaría muerto y su hermano Tommen estaría en el trono y, a pesar de su negación, había accedido a hablar con su salvador, incluso cuando lo había traicionado salvando al asesino de su tío.
Como un muro de color blanco y oro, los miembros de la Guardia Real se encontraban al pie de la escalinata que llevaba hacia el Trono de Hierro, con las manos sobre las empuñaduras de sus espadas y sus rostros cubiertos por el yelmo de su armadura ocultando levemente sus rostros. Desde el intento de asesinato frustrado, la Guardia Real se había mantenido mucho más cerca del rey y un sirviente siempre comprobaba la comida que este llevaba a su boca, incluyendo la bebida y un cocinero fiel a los Lannister se encargaba de preparar todas las comidas siempre vigilado por un miembro de la Guardia Real. Los ojos de cualquiera siempre estaban puestos sobre la comida.
—Debo agradeceros por salvarme la vida, Lord Stark. Mi familia y el reino tienen una deuda con usted—la voz de Joffrey resonó por la Sala del Trono perdiéndose entre las columnas y las galerías, volviéndose un murmullo casi ilegible—; pero tengo una duda. ¿Por qué luchasteis por mi tío, el infractor?
Los ojos del rey brillaron con cierta malicia. Naruto entendió enseguida lo que Joffrey estaba buscando: un error para ejecutarlo, para desprender su cabeza de los hombros y ejecutarlo en vez de a su tío, probablemente por venganza. A pesar de haberlo salvado, el rey lo miraba con esa oscuridad propia de un loco. ¿Tal vez las cartas sobre las relaciones maritales entre hermanos eran reales? Por un breve instante, mudó sus ojos del rey a su madre, mirando aquellos ojos verdes peligrosos, aquel rostro regio de piel clara y enmarcado por los rizos dorados. Cuando volvió a colocarlos sobre Joffrey, vio las similitudes en aquel rostro más joven, aunque estaban levemente ocultas por las similitudes con el rostro de su padre, el mellizo de la reina.
—Alteza—inclinó la cabeza levemente, mostrando todo el respeto posible y se irguió, colocando las manos detrás de su espalda, tomando una postura erguida, casi regia—. Lamento haber creado desconfianza con mi acción, pues veo el malestar que podría haber causado. Sin embargo, aquí os pregunto, ¿de verdad creéis que vuestro tío habría querido asesinaros frente a su esposa, a la vuestra, frente a su padre, su hermano y los invitados? Eso lo dejaría expuesto. Tyrion Lannister puede ser un hombrecillo oscuro y malvado, pero tiene inteligencia. Luchó por Desembarco del Rey bajo sus órdenes majestad, incluso cuando parecía odiaros. Protegió vuestro trono hasta la vuelta de vuestro abuelo y los refuerzos del Oeste. Tal vez peque de ingenuo, alteza, pero un hombre así no intentaría mataros abiertamente bajo decenas de miradas indiscretas.
Naruto no miró directamente a los ojos del rey: se mantuvo con la mirada clavada más allá de Joffrey, observando los puños de las espadas fundidas que formaban el Trono de Hierro. Según las leyendas, Aegon el Conquistador usó a su dragón para quemar todas las espadas con las que había combatido, siendo las armas de los enemigos que venció durante la conquista. El mismo Conquistador había hecho el trono con la intención de que los reyes no estuvieran cómodos, que siempre estuvieran sintiendo el frío del hierro clavándose en sus cuerpos.
—Comprendo....
Las palabras murieron en la boca del rey. El joven Baratheon movió su atención, intentando que fuera sutilmente, hacia su madre. El hombre frente a él, la espada juramentada de su abuelo, no solo lo había salvado la vida: su tío Jaime le debía la vida a ese hombre, así como la Corona debía la paz en las Tierras de los Ríos que el extranjero consiguió. Aun quedaba el asedio a Aguasdulces y algunos otros asentamientos menores, pero probablemente aquel hombre podría lograrlo.
—¿Qué es lo que queréis por haberme salvado la vida, Ser?
Podría pedir cualquier cosa: dinero, poder, títulos, algún puesto en la corte...la mente Naruto enumeró todo ello poco a poco, como si estuviera apilando algunas cajas, una sobre otra. ¿Necesitaba dinero? No, con el nuevo título de Lord Stark no necesitaba dinero y Lord Tywin siempre le pagaba bastante bien. ¿Necesitaba títulos? Con el título del Señor del Norte había conseguido el suficiente poder para su propia agenda y estaba casado con Lady Sansa Stark, única hija legítima de Eddard Stark que seguía viva. ¿Quería poder? El título de señor le daba poder, por lo que no necesitaba más de ese poder, al menos de momento. Entonces, ¿qué podía darle un adolescente con una corona ladeada en su cabeza?
Solo había una cosa que necesitaba de aquel Niño Rey.
—Dadme un millar de hombres, alteza, y terminaré con el Asedio de Aguasdulces y marcharé al Norte para terminar la guerra con los Hijos del Hierro y poder establecer la paz del Rey en los Siete Reinos, como debería de ser.
Las palabras dichas por el extranjero, eran una espina en los Siete Reinos. La Guerra de los Cinco Reyes se había reducido a una guerra entre tres bandos, si contar a Stannis como un contendiente válido era posible, aunque muchos tendrías sus dudas. Los Hijos del Hierro seguían acosando las costas de Poniente; Stannis estaba desaparecido del tablero, como si hubiera sido derrotado completamente, aunque nadie podía asegurarlos; y los rebeldes ribereños y norteños seguían resistiendo en Aguasdulces el asalto de los Frey, los cuales mantenían el asedio al castillo con su señor restringido. El reino seguía sangrando según pasaban los días y Naruto había presentado su solución ante la corona.
—¿Un millar de hombres? ¿Con eso detendríais las batallas que aún siguen ocurriendo?
Cersei estaba reacia a las palabras de aquel extranjero, mirándolo con suspicacia, como si esperara que dijera que había dicho una broma; pero Naruto la miró con sus ojos endurecidos, fijos en ella por varios segundos antes de que tuviera que apartar la mirada. ¿Había visto sangre y fuego en aquellos ojos azules? Cersei se mordió el moflete internamente, deshaciéndose de aquella inquietud.
—Solo necesito un millar, alteza. No pido más espadas de las que necesito. Mi intención no es sangrar a nuestros enemigos, si no que hinquen la rodilla. Si no lo hacen...entonces el fuego arderá e incluso Aguasdulces quedará hechas cenizas que caerán sobre los huesos de los traidores.
Los ojos azules se volvieron más duros, tanto como las palabras que salieron por su boca y en ningún momento Naruto dudó de lo que había dicho ni contrajo el rostro preocupado por la reacción de Cersei o del Niño Rey. Se mantuvo firme, sus ojos siendo tan duros como sus propias palabras, como dos esquirlas heladas traídas del propio Muro en el Norte. Y fue esta dureza lo que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Cersei e hiciera que Joffrey se moviera incómodo en el trono, como si algo de aquella voz le hubiera llegado.
—Yo lo veo factible—la voz de la Mano del Rey se oyó en la Sala del Trono, siendo acompañada después por el eco de los pasos de Lord Tywin Lannister. El broche que lo designaba para el cargo brillaba en el lado derecho de su torso, con la inconfundible forma de una mano cerrada—. Nos quitaría de en medio muchos problemas y daría a la corona el equilibrio y la paz para reconstruirse.
Para Lord Tywin aquella propuesta eliminaría la mayor amenaza posible para el reinado de su nieto: la paz que estaban construyendo. Mantener a los Hijos del Hierro alejados de las costas era un trabajo distinto de lo que podría parecer y mantener a las Tierras de los Ríos y el Norte en paz era mucho más sencillo. Para él, cuando ambas zonas estuvieran integradas nuevamente en la corona, entonces podrían volver la atención hacia las Islas del Hierro y los Greyjoy para terminar con su revuelta. Mientras que con Stannis...no era necesario ni siquiera prestarle demasiada atención. El segundo hermano de Robert no contaba con los recursos para tomar el Trono de Hierro, no tras su derrota en el Aguasnegras. Por muy buen comandante que fuera Stannis, no podría vencer a todos los hombres que seguían bajo el estandarte de Joffrey Baratheon, el Rey de los Siete Reinos.
—Debemos mantener las bajas al mínimo, alteza—tomando una bocanada de aire, Tywin se giró hacia su nieto mayor, el rey—. Un millar de hombres son pocos para una pelea, pero no necesitamos más luchas. La guerra es vuestra.
Los ojos del Viejo León se clavaron en su nieto, buscando cualquier indicio de negativa caprichosa por su parte. A pesar de ser el Rey, Joffrey seguía actuando como un niño mimado, un mal hábito que Cersei había inculcado a su hijo mayor, algo que Tywin estaba deseando arrancar de su nieto cuando fuera posible. Mantener a los Lannister en la cima era lo importante y, para ello, debían de asegurar el trono.
—Me llevaré a mi esposa y Tyrion, Lord Tywin—con un gesto del Lannister mayor, Naruto dio un asentimiento y abandonó la Sala del Trono mientras sentía los ojos de la Guardia Real clavados en su nuca—. Valar Morghulis.
—¿Vas a dejar que se lleve a su esposa, padre?
—Ha servido bien, Cersei. No podemos desprendernos de alguien que ha salvado a Jaime y a tu hijo—los cansados y astutos ojos de Tywin Lannister miraron brevemente a su nieto. Joffrey se estremeció, sintiéndose un cervatillo—. Si ese hombre estuviera dispuesto a traicionarnos, ¿por qué no hacerlo ahora?
—Estas siendo demasiado confiado, padre.
—Ser confiado no significa que no lo tenga vigilado.
Asedio de Aguasdulces; al mismo tiempo
Ser Edmure Tully era el actual señor de Aguasdulces y las tierras del Tridente. La muerte de su padre, el anterior señor, y de su hermana Catelyn lo había dejado lastimado sentimentalmente y cautivo de las garras de los Frey, vasallos de su padre y suyos por extensión gracias al señorío. Actualmente se encontraba atado a un poste de madera sin poder usar sus manos o pies, viendo como los Frey rodeaban la fortaleza de su familia. La defensa de Aguasdulces, Edmure no estaba equivocado, estaba en las manos de su tío Brynden Tully a quien también se le conocía como el Pez Negro. Y sin duda estaba haciendo un mejor trabajo de lo que habría logrado él si tuviera que defender su hogar en aquel asedio y podía reírse internamente con cada palabrota de Ryman Frey cada vez que su tío se negaba a rendir el castillo. ¿Aunque qué era lo que Ryman esperaba? Si le colgaban la soga cada día, su tío no notaría la amenaza real, ¡por que ni siquiera la había!
Para Edmure, los Frey eran tan idiotas como malos. Si Ryman lo hubiera colgado la primera vez que su tío se negó a rendir Agusdulces, entonces a lo mejor el estandarte de los Frey estaría colgando ahora en los salones dentro del castillo que estaban asediando, pero no lo estaba haciendo porque no tenían la intención real de asesinarlo frente a Brynden, un hombre que probablemente los pasaría a todos por la espada si no lo detenían como era debido: con la cabeza cortada.
Los ruidos normales del campamento de los Frey fueron completamente silenciados y sustituidos poco después por gritos, tanto de dolor como de ira, mientras lentamente surgía un potente eco de cascos de caballos antes de que el crepitar de las llamas y la sangre lo salpicaran, entrando directamente en su boca, por lo que se vio obligado a escupir la sangre de un Frey que estaba a su lado, ahora con una saeta atravesando su cuello de lado a lado.
—¡Coged las armas! ¡Por los dio...!
Los ojos de Edmure se agrandaron: una jabalina partió por la mitad a Ser Ryman Frey, dejando la mitad superior clavada al suelo debido a la jabalina, con las tripas esparcidas creando un grotesco dibujo.
Hombres embutidos en armaduras negras aparecieron entre las tiendas de campaña, armas en ristre; jinetes envueltos en halos oscuros y fuego atravesaron las defensas del campamento como un cuchillo cortaba la mantequilla. Una inmensa espada, más semejante a una masa de hierro, partió a tres hombres de los Frey sin siquiera detenerse en el duro hueso de sus cuerpos.
—Ser Edmure Tully, supongo—el hombre sacó un cuchillo de entre los pliegues de su capa sin prestar atención a la batalla que se había desatado detrás de él—. Tenéis alguien que os resguarda, pequeño señor de los ríos. Espero que no retrocedáis ahora.
Y el hombre le tendió una espada.
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