Capítulo 17
Aterrorizada, resistiéndose, Sansa caminaba a trompicones detrás de Ser Dontos, el bufón de la corte que había sido perdonado por el propio rey, pero perdiendo cualquier título y convirtiéndose en un hombre de risas, en un payaso. Borracho y persistente, el hombre había sacado a la joven de la sala donde se había estado celebrando la cena tras la ceremonia de casamiento del rey, aprovechando el caos del atentado contra el joven Baratheon y sin siquiera mirar atrás o escuchar las protestas de la chica, quien hacía lo posible por detenerse, usando sus pies para frenar el avance del hombre. A pesar de las reticencias de la chica y las súplicas por que se detuviera, el bufón siguió caminando, más presuroso, evadiendo a los Capas Doradas, hombres de los Lannister y de los Tyrell, llegando hasta un embarcadero donde una solitaria barca parecía estar esperándolos, meciéndose ligeramente.
La barca no era muy grande, lo suficiente para una pequeña tripulación, con un camarote para otras dos o tres personas. En la cubierta, los hombres cargaban especias, pieles y varias cosas más, pero se detuvieron un momento para mirar a Dontos y Sansa, antes de volver a su trabajo en completo silencio, pero uno de ellos golpeó la puerta del camarote antes de volver a su trabajo. Un hombre con una capa de viaje, pero lujosa, apareció en la cubierta, sonriendo al bufón y a la joven dama que lo acompañaba, no reparando en que Dontos la llevaba a rastras.
Lord Petyr Baelish, señor de Harrenhal y las Tierras de los Ríos, miró a la hija de su mujer deseaba, reparando en aquellos ojos y cabello ribereño que tanto había amado, como una representación también de la mujer que deseó. Sin hablar, Petyr caminó por el tablón y se paró delante de Dontos, dándole un asentimiento, y miró a Sansa con sus ojos de un gris verdoso que mostraba un extraño brillo, como si hubiera obtenido algo que deseaba, como un niño al que le regalaban aquello que había deseado durante toda su vida.
Ante esta mirada intensa, Sansa se encogió e intentó soltarse de las gruesas y callosas manos de Ser Donton, pero el bufón la empujó hacia el señor y anterior Consejero de la Moneda, quien sonrió ligeramente extendiendo la mano para agarrar la extremidad de Sansa.
—Joven señora, ya está a salvo...
Los planes eran como las semillas: había que plantarlos en la tierra, ver como brotaban y cosechar la fruta cuando llegaba el momento propicio para ello. Obtener Harrenhal con los títulos y señoríos propios; convertirse en el Señor de las Tierras de los Ríos, con Aguasdulces como vasalla; había conseguido la mano de la anterior señora de Arryn, con quien se casaría en un futuro previsible; y tenía bajo su cuidado a Lady Sansa Stark, Señora de Invernalia, el vivo retrato de su madre. Todo ello, estaba brotando en la actualidad, lo que le daba a Petyr aquella sonrisilla confiada y ligeramente burlesca, la cual parecía pasar desapercibida para cualquiera que lo miraba.
—¡MEÑIQUE!
Aquella voz no era conocida para Petyr, pero para Sansa si que lo era. Esperanzada, se giró, sintiendo como los dedos del hombre se cerraban cono grilletes sobre sus manos.
—Vamos, Sansa. Vámonos. Si no...
Una flecha pasó rozando la mejilla izquierda de Petyr, clavándose en uno de los tripulantes de la mediana embarcación. A pesar de su insistencia, el Señor de Harrenhal soltó las manos de Sansa y reculó, haciendo que la chica cayera sobre su trasero, pues estaba haciendo fuerza para escapar de aquel agarre.
Otras dos flechas volaron, una clavándose en la pierna derecha de Ser Dontos y la otra dando de lleno en la garganta de otro de los tripulantes, quien había sacado la ballesta y apuntaba directamente al pecho del bufón de la corte.
—¡Bastardo!—los ojos de Petyr se volvieron brillosos, llenos de rabia. Miraron brevemente a Sansa, pero una cuarta y una quinta flecha, lo hicieron recular y volver hacia su embarcación—. ¡Nos vamos! ¡AHORA!
Mientras el barco se alejaba del pequeño muelle, hombres armados tomaron posiciones entre Lady Sansa y la embarcación, ocultándole de todos los ojos indiscretos. Varios de los soldados, agarraron al bufón y comenzaron a sacarlo del muelle, arrastrándolo sin miramiento alguno mientras protestaba.
—¡Sansa!
Los ojos azules de su prometido, ocuparon toda su atención.
Naruto se encontraba respirando pesadamente, con su rostro enrojecido por el vino y la carrera. Su jubón estaba levemente manchado con lo que parecía salva, vino y algo que no podía identificar, pero parecía ser vómito por el olor agrio.
—N-Naruto...yo...
Pero ella no pudo seguir hablando o protestando, ni siquiera pudo apartarse o quejarse cuando los brazos de Naruto la envolvieron, apretándola con cierta fuerza, tomando una posición protectora sobre la chica. Lentamente la fue ayudando a pararse, aun rodeados por hombres armados, todos mirando hacia el río con rostros ceñudos.
—¿Estas bien? ¿Te hicieron algo?
—No...solo querían...llevarme con ellos.
Sansa se tragó sus palabras con carraspeo fuerte, sintiéndose idiota y avergonzada. ¿Debería intentar contarle a Naruto sobre los planes de Ser Dontos, aquello de lo que hablaron antes del asedio? Habían acordado, según el benefactor del hombre, huir de Desembarco del Rey cuando llegara el momento; momento que parecía haberse traducido en aquel caso con el intento de asesinato del rey. Pero había querido dejar de irse. Había optado por seguir los planes de Naruto, el hombre apoyado por su madre, y Ser Dontos no parecía haberlo aceptado.
—No te preocupes—delicadamente, Naruto le dio un segundo abrazo, este mucho menos fuerte, mucho más calmado—. Ya está todo bien, mi señora. Yo y mis amigos dornienses, te llevaremos a los aposentos y un puñado de guardias te acompañaran, así que todo estará bien.
Fortaleza Roja; Torre de la Mano
La noticia del intento de asesinato hacia el rey, había corrido como la pólvora. Ni una hora después, los señores menores, las espadas juramentadas y los mercenarios no invitados, conocían de la noticia, la comentaban en sus casas con sus familias y en las tabernas bajo la sombra de la Fortaleza Roja; pronto, ya era conocida por los plebeyos y los mercaderes, quienes llevarían la noticia fuera de las murallas de la ciudad. También, cuervos negros y ocultos en la noche, volaron por el cielo llevando cartas a todos los rincones de Poniente. No se tardaría más de una semana en que la noticia fuera conocida por todos y cada uno de los señores, menores y mayores, plebeyos, porqueros, granjeros, soldados...y cualquier persona que recorriera los caminos. Pero mientras llegaba ese momento, una reunión se estaba llevando en la habitación de la Mano del Rey hablando sobre lo sucedido. El rey y su esposa habían sido conducidos a consumar su matrimonio, a pesar de las protestas del propio rey. Tywin había sido muy claro con la consumación y obligó a su nieto a realizarla, pues los Tyrell eran una columna importante del actual reino y el Viejo León no iba a perder a dichos aliados.
Mace Tyrell, Oberyn Martel, Kevan Lannister, la Reina Regente, Varys y varios hombres leales, se encontraban frente a Lord Tywin Lannister, quien les daba la espalda mientras se servía una copa de vino. Al contrario que su hija o su hijo, no mostraba nerviosismo ni preocupación por el atentado. Se mostraba calmado, con la mirada fría cuando se giró y miró a las personas reunidas durante un largo segundo.
La puerta se abrió. Ser Jaime, envuelto en su armadura blanca de Lord Comandante de la Guardia Real, se unió al grupo llevando una nueva espada envainada en el lado izquierdo de su cintura, con una empuñadura llamativa. Dicha espada, aún sin nombre, había sido forjada con el acero valyrio que perteneció a Hielo, el mandoble de la familia Stark que lord Eddard Stark llevó consigo a Desembarco del Rey y lord Tywin lo usó para hacer dos espadas: Lamento de Viuda, que pertenecía al rey, y la espada sin nombre que ahora acompañaba a Jaime.
—Hemos detenido a todos los cocineros, sirvientes y sirvientas que han trabajado para la cena. ¡Me niego a que haya sido mi hermano!
—¿Es que no lo ves?—siseó la reina, frunciendo el ceño cuando su mellizo la miró—. ¡Estaba con la copa de la que bebió mi hijo!
—Una cosa es segura—Oberyn Martel miró a todos los presentes, con aquellos ojos oscuros. Mostró una pequeña sonrisa, ocultada por la copa de vino—; si no hubiera sido por el chico extranjero, probablemente estaríamos lamentando la desgracia de la muerte del rey; por el contrario, estamos preocupados solamente por descubrir quien intentó matarlo. No es un mejor panorama, pero es lo mejor dentro de lo que ha pasado que ha podido ocurrir.
—Estoy con el príncipe Oberyn—dijo Jaime, asintiendo—. Con descubrir al asesino, es suficiente. Ahora que el extranjero ha salvado a mi sobrino y teniéndolo cerca, no creo que los asesinos intenten un nuevo ataque y, en el tiempo que nos den, debemos descubrir a la mente ejecutora del plan.
—¡Fue Tyrion! Estaba con la copa de vino, derramándolo sobre el suelo, borrando sus huellas. Los asistentes le vieron hacerlo y las amenazas que profirió sobre Joffrey, pueden ser corroboradas por los guardias que estuvieron con Joffrey en cada uno de esos momentos.
Los hermanos se miraron. Jaime era reacio a creer que Tyrion hubiera sido capaz de dañar a Joffrey. Era malévolo, a su forma, con una mente aguda y siempre paciente y cauto, como un pequeño comandante dispuesto a usar a los demás como lo hacía su señor padre o Lord Varys, ¿pero llegar al punto de intentar matar al rey? Tyrion no tenía tanto poder ni valor, como para hacerlo.
—Debemos poner una cabeza sobre la mesa—la profunda voz de Lord Tywin detuvo cualquier nueva confrontación entre sus hijos, ganándose las miradas de Mace y Oberyn, así como las de la Araña, quien no había abierto la boca—. Buscad pruebas contra Tyrion. Si las hay, saldrán a la luz y no me opondré en un juicio contra él, a pesar de ser mi hijo.
—Tengo una enorme lista de pruebas, si es lo que necesitáis—Varys sacó un enorme pergamino de entre los pliegues de su túnica perfumada, dejándolo sobre la mesa y el mapa de Poniente—. Las he buscado todas y son todas las que mis pajaritos me han dado. Podéis usarlo como pruebas, confirmación o no, depende de lo que consideréis como unas pruebas. Es todo lo que tengo de Tyrion Lannister para vos...Lord Mano.
A Tywin no le gustaban los hombres como Varys: misteriosos, de piel y ropa perfumadas y suaves, jamás capaz de empuñar un cuchillo por él mismo; pero reconocía la utilidad de hombres como la Araña, incluso si en muchos casos era para su propio beneficio. Según Varys, todo lo hacía por y para el reino, y eso estaba bien mientras no fuera contra los intereses de la casa Lannister, quienes ocupaban actualmente el poder, aunque en apariencia eran los Baratheon.
—Revisaremos todas estas notas...Lord Varys—murmuró Ser Kevan, cogiendo el pergamino de la mesa—. Es unos días, se dará un juicio en caso de considerarlo como un posible culpable. Hasta entonces, por seguridad, mantendremos a mi sobrino en las Celdas Negras. ¿Te parece bien, hermano?
—Si—Tywin respiró hondo, aunque fue imperceptible—. De nuestro lado no obtendría represalias, pero el atentado contra el rey, podría haber molestado a los seguidores de la actual reina. Y hay demasiado en juego como para perderlo por los celos de mi hijo si es el caso.
—¡Pero padre...!
—Jaime—los ojos verdes del Viejo León detuvieron cualquier réplica de su hijo. Sintió como un escalofrío recorría su espalda y apartó la mirada del rostro de su padre—. Con este tema controlado, es hora de que os marchéis...
La puerta se abrió nuevamente cuando los asistentes de aquella reunión estaban por salir.
—Señores y señora.
—Extranjero.
—Marchaos—Lord Tywin asintió a su hermano y despidió a Mace, Oberyn, Varys y sus hijos de su habitación. Cuando la puerta se cerró tras ellos, se volvió hacia Naruto—. ¿Y bien?
—¿Puedo ser franco? De hecho, te gusto por mi franqueza—caminó alrededor de la mesa, mirando el mapa extendido. Había visto el pergamino con el que Ser Kevan salía de la habitación—. El intento de asesinato de tu nieto, fue ocasionado por el veneno: El Estrangulador. Es un veneno extraño, parecido a pequeñas piedrecitas...como las que llevaba mi prometida en su diadema.
Ambos hombres se miraron, uno a otro. Los ojos de Tywin Lannister refulgieron, silenciosos, con un fuego que parecía el mismo fuego valyrio que había ardido en el Aguasnegras. Los ojos de Naruto, por el contrario, se mostraron calmados.
—¿Y no fue ella?
—Ser Dontos, el bufón de la corte, le dio dicha diadema a la joven Sansa, por órdenes de su benefactor: Lord Petyr Baelish, señor de las Tierras de los Ríos, de Harrenhal y futuro consorte de la señora de Arryn. Puedes obtener esa información de las manos del bufón. Ahora, ¿cómo llegó el veneno a la empanada? Mucha gente se acercó a Sansa, pero pocas le acariciaron el cabello. De hecho, la vieja Olenna es la única a la que he visto acariciarle el cabello a mi prometida. Y, según dicen, los venenos son las armas de una mujer.
Si aquellas palabras eran ciertas, había traidores dentro de la coalición que habían formado los leones y las rosas, por lo que Tywin Lannister tendría que buscar aquellas rosas marchitas y arrancarlas de raíz, para que no volvieran a levantarse.
—Si tus palabras son ciertas...
—Eso o Ser Dontos es tan idiota como para mentirme bajo tortura, una que he hecho de manera personal. Y estuve en la huida de Lord Petyr cuando intentó raptar a mi prometida. Los hombres que me acompañaron, de Dorne específicamente, pueden dar fe de lo ocurrido. El Príncipe Oberyn se ha portado bien al prestarme a sus hombres para intentar detener a Petyr, pero lamento que se me haya escapado. Pensé en mantener segura a Lady Sansa.
—No importa—los ojos verdes refulgieron de ira—. Mantener a Sansa Stark segura, es lo importante para ti ahora mismo. Felicidades, extranjero, tu boda será en una semana.
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