Capítulo 16
Las compañías de mercenarios eran una herramienta recurrente usada en cualquier guerra que se disputaba en el mundo. Se movían por las Ciudades Libres, ganando gloria y dinero, bañando sus manos con la sangre de sus enemigos y glorificando a sus compañeros caídos. Se vendían siempre al mejor postor y casi en su totalidad eran agrupaciones llenas de personas traicioneras y codiciosas, pensando en las monedas que podrían llenar sus manos y bolsas que colgaban del cinturón, sin miedo a demostrar eso entre los suyos. Pocas agrupaciones, con el cometido de mercenarios, estaban llenas de personas con cierto honor y lealtad hacia algunos códigos de los mercenarios. La Compañía Dorada era la agrupación de mercenarios más cara y prestigiosa, fundada por los bastardos que huyeron de Poniente hacía años, cuando la Casa del Dragón aún estaba presente y en su auge, contando en sus filas con personas prominentes, señores menores y bastardos de reyes. Con diez mil hombres, la Compañía Dorada era considerada como la compañía de mercenarios más importante de las Ciudades Libres y la que podía dar la vuelta a una guerra con su sola presencia, gracias a los elefantes. Sin embargo, no era la única gran compañía al otro lado del mar.
Se conocían las agrupaciones de mercenarios pertenecientes a las Ciudades Libres; las que se movían de mano en mano entre los señores de Poniente y luchaban sus guerras para obtener su oro y volverse ricos, llenos de monedas y gloria, antes de volver a luchar por otro señor. Pero ninguna de aquellas agrupaciones de hombres y mujeres pendencieros, había salido de más allá Asshai ni se conocía a nadie que hubiera venido de tal lado del mundo para unirse a una compañía de mercenarios. Este desconocimiento y falta de información, fue el que generó el interés de las personas cuando empezaron a ver barcos de guerra navegando entre las Ciudades Libres, la Bahía de los Esclavos y con marcha hacia poniente. Todos tenían velas negras como la noche, con el mástil más negro que el carbón y la madera que lo formaba, mucho más negra aún. Eran, a ojos de las personas, fueran nobles o no, como un presagio de muerte, como una oscura pesadilla que se extendía.
Por supuesto, conocer que estos extraños barcos avanzaban hacia Poniente, era un alivio completo para cualquier persona que los viera, pues eran inmensos y numerosos, con la cantidad suficiente como para poder llevar un numeroso ejército de más de diez mil hombres, lo que empujaba la imaginación de las personas hasta cierto límite, creando miedo en los corazones.
El color negro, asociado a la muerte, a lo desconocido, era también un sinónimo y presagio de algo malo, como si portaran una enfermedad que fuera a erradicar a todas las personas del mundo. Ver velas negras y barcos mucho más negros, capaces de confundirse bajo el cielo nocturno, no auguraba nada bueno para las ciudades por las que pasaban. En todas, los sacerdotes, de la fe que fueran, se ponían a rezar en sus templos, pidiendo misericordia a cualquier dios que sirvieran, sin importarles mucho si eran considerados o no como unos infieles. La supervivencia había ocupado la mente de cada uno de ellos, aferrándose a cualquier pequeño rescoldo de esperanza y no dejándolo escapar. Pero los barcos, como la Rompedora de Cadenas y Madre de Dragones, no se detuvieron, hubiera bloqueo en la bahía o no; se lo pidieran los nobles de las Ciudades Libres, o fueran personas que huían de los esclavistas. Los barcos siguieron su rumbo, siendo vistos por todos, atenazando corazones y destrozando barcos que formaran cualquier tipo de bloqueo, sin importarles mucho iniciar una guerra o no con cualquier enemigo previsible. Ni siquiera se detuvieron cuando vieron dragones surcando los cielos, uno de ellos tan negro como los propios barcos que los mercenarios comandaban. Los hombres y mujeres que manejaban aquellas naves, no parecían estar vivas, pues cualquier ser humano racional hubiera, como mínimo, admirado la belleza de las bestias aladas de un tiempo antiguo.
Como los barcos, los tripulantes de aquellas naves envolvían sus cuerpos en armaduras oscuras y capas mucho más negras que la noche. Como los Hermanos Juramentados de la Guardia de la Noche, cuando no llevaban las armaduras oscuras, vestían jubones y pieles lo más oscuras de lo usual, fundiéndose con sus navíos y apenas se confundían. Sin embargo, dos de los tripulantes y comandantes de aquellas naves, se destacaban sobre los demás, uno por su inmenso tamaño y el inmenso mandoble de al menos dos metros, y el otro por vestir de un color blanco tan claro, que apenas una persona podía mirarlo de manera fija.
El primero de los comandantes, el inmenso hombre envuelto en una oscura armadura y capa raída, era un hombre de rostro serio, adusto y agrio, con su ojo derecho cerrado, el cabello corto y oscuro con algunos mechones que caían sobre su rostro y unos ojos oscuros como su propio cabello y armadura. Su piel era ligeramente bronceada, llena de cicatrices por los años de servicio, con algunas más señaladas que otras y su brazo izquierdo envuelto en un guantelete oscuro que hacía la función de prótesis, permitiéndole mover dicha extremidad.
En contraste con este hombre, el otro era ligeramente más bajo, delicado, de piel nívea y cabello blanco que caía hasta algo más debajo de sus hombros y ligeramente rizado en las puntas. Sus ojos eran de un azul claro casi blanquecino y vestía con ropajes blancos, delicados y propios de una persona aristocrática. La armadura que portaba en ocasiones, era igual de brillante y blanca, pegaba con su rostro delgado, ligeramente femenino y sin rasguño o cicatriz alguna.
Ambos hombres estaban en el barco insignia de aquella enorme flota, al frente de sus compañeros de armas, mirando hacia el horizonte por donde aparecía la tierra de poniente en los próximos días y donde desembarcarían cada uno de ellos una vez se hubieran dividido en dos grupos. Mover y desembarcar una inmensa flota en un solo punto, era demasiado llamativo y peligroso, atrayendo las miradas de personas que no interesaba que miraran.
—Hemos logrado bordear a todos los enemigos desde Asshai hasta las Ciudades Libres, dejando detrás nuestra una destrucción que no tiene nada que ver con nuestro cometido. Cientos de contratos...rechazados y destruidos, dejando nuestros bolsillos mucho más vacíos que hacía unas semanas.
—Los enemigos están al frente, hermano—indicó el hombre de armadura negra, con sus ojos fijos en el agua que surcaban. El Mar Angosto estaba siendo demasiado amable con ellos. Ni una ola ni tormenta los había azotado y ningún navío se desperdigó, perdiéndose por completo—. Los "Hijos del Hierro" están entre nosotros y el Norte, como enormes brazos de pulpo dispuestos a hundirnos por molestarles a ellos y su Dios Ahogado.
—Simples niños con alfileres en la mano—el hombre de cabello blanco se apoyó en la baranda con sus manos. El viento proveniente del mar, agitaba su hermosa cabellera blanca, creando una estela que parecía completamente de plata—. ¿Los hombres están listos si nos enfrentamos a Euron o Victarion Greyjoy? Las posibilidades que ese cuervo intente detenernos, con lo orgulloso que es...
—Los hombres están listos, pero dudo que otra victoria sobre Euron y tomar su otro ojo, les granjeé algo de orgullo. Un animal lastimado que ha estado huyendo de nosotros como un perro lastimado, ocultándose entre los suyos porque cree que no podemos alcanzarle, no es algo beneficios para nosotros. El jefe debió terminar con la vida de Euron Ojo de Cuervo y meter la lengua por su trasero, en mi opinión.
—El jefe, nuestro hermano de todo menos en sangre, debió de hacer muchas cosas en ciertos momentos, como todos nosotros a lo largo de nuestra vida—los ojos claros miraron calmadamente el rostro adusto de su compañero y mostraron una sonrisa calmada—. Pero el tiempo pone a todos en su lugar.
Las hazañas y los misterios que rodeaban a Euron Greyjoy, lo había granjeado de innumerables sobrenombres. Había convertido a los hombres y mujeres de su barco, en personas sin voz y sin lengua. Temeroso de que sus secretos se desperdigaran hacia los oídos de sus enemigos, lo que sería un golpe para sus planes establecidos, pues el hombre había vuelto, tras la extraña muerte de su hermano, a las Islas del Hierro, asumiendo el papel de rey tras una votación que dividió a las gentes de las islas. Pero al contrario que Balon, Euron tenía una espina clavada en su cuerpo; una que lentamente se introducía más y más, profundizando en su cuerpo con cada día que pasaba.
Y esa espina era una derrota que llevó a Euron casi a la locura, donde su ojo quedó destrozado tras el apuñalamiento que recibió en su rostro, destrozando su orgullo hasta convertirlo en un mero recuerdo; pero dicho orgullo había vuelto a crecer con los años, convirtiéndose en una coraza que se presentaba con una sonrisa, años en los que Euron huyó de ellos, como un perro lastimado.
—Si me lo encuentro, lo mataré. Lo enviaré con su Dios Ahogado y no volverá a levantarse. Puedo prometértelo.
—Sé que lo harías. Sin embargo, a menos que nos fuerce, Euron no es nuestro objetivo, Guts.
Guts y el hombre de cabello blanco se miraron durante un largo tiempo, antes de que este último rompiera el contacto visual y volviera a mirar las aguas del Mar Angosto con aquellos ojos casi blancos, como si tuviera ceguera. Por su parte, el inmenso Guts se mantuvo unos pasos detrás de su compañero, mirando con su ojo en la misma dirección que su compañero. Miraban un único punto que se iba haciendo cada vez más grande, pero aun estaba lejos de ellos, a varias millas.
—Las Islas del Hierro, donde los hijos del Dios Ahogado se refugian esperando su próxima víctima—el hombre de cabello blanco finalmente se apartó de la baranda. Si bien usualmente usaba jubones de color blanco, ahora llevaba su armadura plateada y blanca que pegaba perfectamente con su cabello, piel y ojos azules tan claros que era imposible ver si eran blancos o azules—. Iré a dar las órdenes oportunas, a ver si tenemos la posibilidad de movernos hacia más al norte, alejándonos de las tierras de piratas y asesinos—los claros ojos se movieron hacia Guts, brillando con intensidad—. Deberías prepararte para tu propio trabajo, hermano. Debes guiar a tus hombres hacia las Tierras de los Ríos y establecer el campamento en Harrenhal, como estipulaban las órdenes del jefe.
—No es necesario que me recuerdes las órdenes, Griffith—replicó el enorme espadachín, resoplando ante la mirada burlesca del caballero de blanca armadura—. Vete ya o no podrás tomar una dirección opuesta a la nuestra y los ojos de nuestros enemigos te verán moverte, lo que sería peor de lo que pensamos.
—Ya me voy, Guts—uno de los barcos se acercó a ellos, tendiendo un puente. Griffith puso el primer pie en el tablón y volvió a girar la cabeza hacia Guts—. Suerte, compañero.
Un momento después, Guts estaba solo al mando del barco insignia de la flota, con su capa oscura levemente raída ondeando al viento, como una estela oscura que se proyectaba de su figura. Posó la prótesis móvil sobre el grueso mango del espadón, un arma que no podía considerarse como una espada...un mandoble...era más como una "masa de hierro" y partía incluso caballos con la hoja como si estuvieran hechos de mantequilla o papel. Era sorprendente que un humano pudiera maneras, como si fuera una simple cuchilla, aquel espadón hecho de hierro.
—¡Bien!—su voz se oyó por encima de las olas, llegando incluso al vía en lo alto del mástil central—. ¡Poned rumbo sur! ¡Bordearemos Poniente hasta las Tres Hermanas!
Desembarco del Rey; al mismo tiempo
El enlace entre las casas Baratheon y Tyrell había sido finalmente realizada con la unión en matrimonio entre el Rey Joffrey Baratheon y lady Margaery Tyrell, única hija de la casa Tyrell en el Septo más grande de Desembarco del Rey, bajo la atenta mirada de los Siete, la Mano del Rey, la Reina Regente, el Septon Supremo y los importantes señores nobles al servicio del rey y su esposa, entre los que se encontraban personas importantes como Oberyn Martell, la Víbora Roja de Dorne, o Mace Tyrell, señor de Altojardin y actual Consejero Naval del Rey Joffrey, puesto otorgado tras la victoria sobre el traidor Renly como pago por haber elegido el bando ganador. Entre las personas que observaban, a parte de haber señores, mayores o menores, también había damas y caballeros que servían en Desembarco del Rey o a los nobles que juraron vasallaje al reino.
De pie, detrás de algunos señores más importantes, Naruto y Sansa habían observado la ceremonia completamente en silencio, escondidos entre la muchedumbre que miraba, expectante, como el enlace se llevaba a cabo. Finalmente, con el beneplácito del Septon Supremo, la unión tan esperada por nobles y plebeyos había llegado, llenando las calles con la euforia propia de eventos como aquel y siendo aquella última noche el último momento de celebración, lo que terminaría con las festividades y la tranquilidad de la ciudad.
Al contrario que sus compañeros espectadores, debajo de su jubón gris, Naruto llevaba una cota de malla oculta a la vista, pero no al tacto. Por este motivo, el joven extranjero había instruido a la actual Señora de Invernalia, sobre sus preocupaciones y miedos, sobre lo que podría salir mal en cualquier momento. Desembarco del Rey estaba lleno de víboras dispuestas a tomar la cabeza de Joffrey; las sonrisas que parecían sinceras, ocultaban un cuchillo para la espalda que clavarían gustosamente a cualquiera que amenazara sus posiciones. El miedo que establecía lord Tywin Lannister a cualquiera, era el motivo principal por el que los señores escondían sus intenciones detrás de sus sonrisas y rostros complacientes y motivo por el que todos miraban aquella boda sin hacer nada; no era como que señores menores pudieran intervenir en las acciones de las Grandes Casas, pero no tomarían partido hasta que el bando del león y el ciervo se viera mellado, incluso con las sospechas de incesto aun rondando por toda la corte.
—Te veo en buena compañía.
Después de la ceremonia de unión entre el rey y la reina, la cena no se había hecho esperar y mucho menos el vino, que ocupaba un sitio especial en la copa que el extranjero sujetaba con la mano derecha mientras veía a lady Sansa bailar con un caballero dorniense.
—Gracias, supongo—cambió su atención hacia su interlocutor: un hombre que no llegaba a más del metro, probablemente con una estatura por debajo del metro de altura, con un rostro deforme y una fea cicatriz que no lo mejoró, la cual parecía haberle arrancado la mitad de su nariz—. Lord Tyrion de la Casa Lannister, el hombre que siempre paga sus deudas.
—Es el dicho de mi familia y lo llevo usando desde que tengo uso de razón. ¿Más vino?
El Gnomo tendió una jarra plateada, sin diseño que adornara la fina plata. Naruto aceptó gustoso el vino extendiendo su copa, dejando que Tyrion Lannister le llenara la copa, mientras ambos miraban el baile entre el rey y la reina.
—No te cae bien tu sobrino.
—Es un idiota inconmensurable, pero es el rey—Tyrion se encogió de hombros. Mujeres y hombres habían sido vejados por su sobrino, como Ser Dontos y Lady Sansa, destruyendo sus vidas de cierta manera. Su hermana y madre de Joffrey, Cersei, no había ayudado al comportamiento del joven rey—. Mi señor padre ahora tiene las riendas del reino tomadas firmemente y Joffrey no podrá quemar mucho más de lo que ya ha quemado. Los posibles problemas, como la guerra, serán solventados por el gran Lord Tywin Lannister y su nueva espada juramentada.
—¡Oh! ¿Ya se oyen mis hazañas?
—Encontrar a mi hermano Jaime y devolverlo a Desembarco; derrotar a un ejército de casi diez mil hombres a pie del Norte, matando a uno de sus comandantes en el proceso; tomar Harrenhal de las manos de una agrupación mercenaria para el nuevo Señor de los Ríos, nuestro querido Petyr. No son pocas hazañas, si me permites decirlo. Y devolver a mi hermano, te ha granjeado la simpatía, ligeramente, de mi hermana y mi señor padre. También de mi tío.
—El trato entre tu señor padre y yo, implicaba devolver a tu hermano con vosotros y lo cumplí, además de tomar Harrenhal y derrotar al desbocado ejército norteño, tomando todos los señores que había entre ellos como prisioneros—se encogió de hombros, dando otro sorbo a su copa. Aquel vino del Dominio, era suave y dulzón—. Soy bueno haciendo mi trabajo cuando me pagan por ello.
—Y te han pagado con un enorme señorío, ¿no? Toda la tierra del Norte en la forma de lady Sansa, la única Stark con vida y a la cual un enorme ejército le debe vasallaje.
—Es un buen pago.
—Demasiado, si me permites opinar—los dispares ojos del Gnomo estudiaron el rostro de Naruto por unos segundos, haciendo que este le devolviera la mirada. Parecía que los dioses habían sido inclementes con lord Lannister, dándole al "Medio Hombre" que tenía delante, con un historial de problemas con prostitutas demasiado largo como para ponerlo en solo un pergamino—. ¿Qué más le has ofrecido a mi señor padre por tu trabajo y espada?
Era una buena pregunta. ¿Qué había ofrecido a lord Tywin Lannister para poder tener en sus manos la basta tierra norteña, con todos sus vasallos, espadas y títulos? Una simple espada juramentada, un mercenario, había ascendido a Gran Señor vía matrimonio; un matrimonio que Tywin aceptó y su hija y nieto no pudieron negar. ¿Cómo hacerlo? Nadie le negaba nada a la Mano del Rey y ningún hombre o mujer vivos, habían sido capaces de vencer al "Viejo León" y su astucia.
—Gloria eterna, un reinado de una era—comenzó a hablar, dando pequeños sorbos a su vino—. Puedo haberle ofrecido tantas cosas, ¿qué cual crees tú que ha sido?
—Dinero y gloria, mi padre ya tiene. Es un hombre mayor, con un poder inconmensurable y un gran legado detrás de él, haciendo una enorme sombra sobre sus hijos—Tyrion Lannister, según hablaba, miró a su señor padre. Aquellos ojos verdes, acerados, se mantenían fijos en un punto, pero al mismo tiempo miraban toda la sala—. Podrías haberle otorgado un ejército, lo cual no creo. Si eso se descarta, diría el control de las Tierras de los Ríos es otra buena opción, además de un control completo por el norte del Cuello. Vas a terminar con las guerras del Norte, las Tierras de los Ríos y dárselas a la corona, además de someter a las Islas del Hierro. Eso sería un buen motivo para que mi señor padre, te otorgue la mano de la rehén más importante del reino y permitirte irte con ella. Serían bastantes logros para un simple mercenario y, si sigues vivo, sería justo recompensarte con algo grande.
—Tus suposiciones, son acertadas, si me permites decirlo. La mente que manejas, Lord Tyrion, es muy aguda, demasiado diría yo. ¿Tal vez por eso no eres bien visto por tu padre? Mente aguda, en un cuerpo maldecido por los dioses...
—¡Ja! Es posible, es posible...
Mientras ambos hablaban, el momento de cortar la empanada había llegado. Haciendo gala de una espada nupcial, rey y reina de Poniente se situaron juntos, sujetando por el mango dicha hoja y cortando la empanada de paloma, lo que causó un furor entre los invitados que aplaudieron mientras las palomas emergían. Lentamente, siendo aclamado, Joffrey Baratheon llevó un pedazo de la empanada a su boca, sonriendo a sus vasallos y familia.
Pero la felicidad pronto murió en la sonrisa del rey. Empezó a toser fuertemente bajo la mirada de vasallos y familia, encorvándose hacia el frente mientras su rostro comenzaba a enrojecerse.
—¡Qué alguien haga algo!
El grito de la Reina Regente, Cersei Lannister, rompió el silencio y el caos estalló en la habitación. Algunos intentaban huir, otros se escondían y unos cuantos se quedaban mirando lo que estaba pasando.
—¡Apartaos, idiotas reales!
Saltando por encima de la mesa y tirando la empanada, echando a un lado a los miembros de la Guardia Real, Naruto tendió al Rey sobre el suelo, sintiendo como los dedos del joven Baratheon se cerraban entorno al cuello de su jubón, apretándose con fuerza. Pero no le dio importancia. Usando su boca, algo mucho más veloz, destapó un pequeño vasito de barro que llevaba consigo y vertió el contenido, a pesar de las protestas de la reina, en la boca entreabierta del rey, bajo docenas de miradas.
Lentamente, poco a poco, tras un minuto en el que parecía que Joffrey Baratheon, el Primero de su Nombre, iba a morir, su rostro volvió a un tono claro y sus ojos dejaron de estar empañados por una capa de lágrimas y respiraba fuertemente, a bocanadas.
—¡Detenedle!—los ojos anteriormente atentos al rey, se volvieron hacia donde Cersei señalaba con su pálido dedo—. ¡Detened al enano!
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