Capítulo 12
Las historias de los caballeros solían estar llenas de detalles de fantasía, con armas míticas traídas por la mano de los dioses o seres extraños que desaparecían en los bosques. Siempre eran la figura que encanaba el bien, que protegía a los débiles y que salvaba a las princesas de las torres encantadas, devolviendo la gloria perdida al reino para el que servían. Esas eran, al menos, las historias que las nodrizas contaban a los niños en las noches, como historias para hacerlos dormir, creando expectación tanto en niños como en niñas. Mientras un niño deseaba empuñar una espada, luchar contra los enemigos de su señor y ser ungido por los Siete como un caballero y posible Guardia Real, las niñas deseaban ser casadas con los príncipes y caballeros apuestos, aquellos que siempre las protegerían incluso de los peores horrores del mundo y de cualquier persona que fuera a hacerles el mal.
Sansa Stark comprendió que las historias eran solamente eso, historias contadas para imaginar y disfrutar, pero nunca representaban la realidad de los hombres que empuñaban espadas y cubrían sus cuerpos con armaduras; que usaban el "Ser" como un título, pero empañaban los juramentos hechos bajo la mirada de los dioses a los que servían, de aquellos que les dieron la vida a todos ellos. Los reyes y reinas hacían y deshacían, creaban un legado para los arrogantes príncipes y mandaban sobre los caballeros como si fueran meros mercenarios, meras espadas con las que conseguir aquello que deseaban, dejándolos como perros tras un saqueo donde terminaban con los habitantes...de una manera u otra.
Y ella lo aprendió cuando los caballeros asesinaron a su padre. Lo aprendió cuando los miembros de la Guardia Real arrancaron su vestido dejándola medio desnuda. Lo aprendió cuando Ser Boros y Ser Meryn la golpearon con la mano enguantada por órdenes de Joffrey cuando el príncipe se sintió airado, siendo ella un simple juguete antiestrés del actual monarca por capricho del destino.
No había caballeros que siguieran el honor. No había nobleza en servir en la Guardia Real. No había nada de las historias contadas por la nodriza que ella o cualquier otra mujer pudiera ver en los hombres que eran caballeros. Los hombres eran hombres. Seguían sus instintos, perseguían la riqueza y lamían los pies de aquel que tuviera el dinero que ellos ansiaban o el poder que anhelaban. Lo aprendió allí confinada, alejada de su hogar, con la noticia de su familia muerta.
La Boda Roja de los Gemelos había dado mucho de qué hablar, tanto a campesinos como señores y fue la noticia que Joffrey usó para torturarla de nuevo, algo a lo que Sansa ya estaba acostumbrada y se cerró ante la noticia de la muerta de su madre y de Robb frente a los nobles de la corte, aunque después lloró sobre la almohada de su cuarto, añorando a sus padres y hermanos, pues también sabía sobre la muerte de Bran, Rickon y la quema y destrucción de Invernalia, lo que la hacía señora de una ruinas, de una gente muerta, sin hermanos ni familia. Era una huérfana a cargo de la corona.
Sansa había amado la idea de casarse con Joffrey. Había rogado a los dioses por tener lo que anhelaba su corazón, pero ahora se daba cuenta: fueron meros sueños de una niña ingenua y le costaron todo lo que había amado y que era suyo en realidad. Perdió a su familia, amigos y queridos compañeros junto a su hogar, riqueza y prestigio. No era princesa ni sería reina y mucho menos sería la señora de Invernalia como lo fue su madre. Joffrey y Cersei la mantendrían allí, sujeta por cadenas invisibles que la ahorcarían lentamente y que tomaban el nombre que más odiaba ahora mismo: matrimonio.
El mismo asistente de la reina se lo había dicho y Joffrey, siendo el demonio encarnado que era, se lo había recordado. La iban a casar, la iban a atar con Tyrion Lannister para el resto de su vida y se lo recordaron cada día, constantemente. Deseaba tanto irse al dominio y conocer a Willas. Hablar con lady Olenna y con Margaery sobre su posibilidad de irse de Desembarco, generó demasiadas esperanzas en su mente, convirtiéndose así en una pequeña y última esperanza para ella. Pero los Lannister y el rey no la dejarían ir. Eso era algo que incluso ella sabía. ¿Cómo la iban a perder, cuando era el instrumento para asegurar el norte, el juguete preferido del rey?
Sansa intentó advertir a Margaery de la crueldad del rey, de cómo la había tratado. Su consuelo era Ser Loras Tyrell, miembro de la Guardia Real, mellizo de la futura Reina de los Siete Reinos. Ella al menos tenía a alguien que la protegiera.
"Pero ¿y yo?"
Cerró el libro entre sus manos cuando el golpe de unos nudillos llamó su atención. Había permitido que su sirvienta, Shae, preparara toda la comida de aquella velada, pero la había despachado una vez estuvo esto hecho y ella completamente arreglad con un sencillo vestido gris con ligeros ribetes de plata que destacaban. Intentó representar los colores de los Stark, siendo aquella noche una cena con su próximo prometido...con Tyrion, el menos malo de los Lannister.
Al no tener una sirvienta más, Sansa caminó hacia la puerta y la abrió lentamente, tragando sutilmente la saliva en su garganta por los nervios, por el miedo. No había podido negarse, no podía hacerlo. Sería una afrenta a los Lannister, a la Reina Regente y...y al rey. Y ella temía las represalias de ambos, más la del hijo de la reina, las de Joffrey. Ojalá, Tommen, hubiera sido el mayor.
―Lady Sansa Stark, Princesa de Invernalia.
Un hombre distinto al que esperaba le dio una ligera reverencia. Iba vestido con un jubón negro, pantalones y botas negras, sin diseño alguno de alguna casa o adorno de otro estilo. Ojos azules la miraron por unos segundos y ella juró ver dos enormes zafiros resplandeciendo bajo la luz de las velas, como si la estuvieran sonriendo de forma tranquilizadora. Sin embargo, la espada a un costado del hombre la hizo volver a la realidad, comprender donde estaba.
―Disculpe, Ser. ¿Y lord Tyrion?
El hombre extranjero la miró por unos segundos mientras se quitaba los guantes, metiéndolos en el cinturón de cuero. Sansa había mencionado a Tyrion Lannister, el Mediohombre, el Gnomo de la familia real. No podría decir que eran parecidos, salvo porque los dos tenían el cabello rubio, aunque el suyo era mucho más dorado si cabe.
―No ha venido, mi señora. De hecho, la cena es conmigo. ¿No se lo informaron?
Sansa parpadeó confundida ante aquel giro. ¿No iba a cenar con su prometido antes de preparar la boda que la ataría al infierno? ¿Era aquello otra prueba? Si, sería eso último. La estarían probando, tentando para ver qué haría y castigarla.
―Lo siento, mi señor. Pero estoy esperando a lord Tyrion Lannister, mi prometido. Si me disculpa...
Fue a cerrar la puerta. No deseaba hablar más de que lo necesario. Tener a Tyrion y una boda en su mente, la estaban degastando incluso más de lo que ella esperó.
―¿Por qué tanta mención a Tyrion?―una mano detuvo el movimiento. Sansa se sobresaltó cuando el hombre interpuso su cuerpo entre la puerta y el marco―. ¿El sirviente de lord Tywin no le dio la noticia, mi señora? No se va a casar con lord Tyrion, aunque nunca salió de sus labios dicha comanda, si me permite decirlo.
Ante la presión, Sansa cedió y permitió al hombre extranjero entrar en su "hogar" en Desembarco del Rey. Ser de cuna la había dotado de aquella habitación con un salón para comidas o reuniones privadas, aunque se lo concedieron recientemente gracias a la Mano...
―¿No me voy a casar con Tyrion?
Vio esperanza brillando detrás de aquellos ojos azules como los de su madre; vio vida entrando en el cuerpo de lady Sansa con solo mencionar una frase, como si estuviera volviendo a respirar después de haber sido estrujada hasta casi la muerte.
"Estos monstruos"
Bajó la mano hacia el mango de la Wado Ichimonji, sintiendo la textura de la empuñadura, recordando los rostros de todos los leones que había conocido, a los que había terminado sirviendo como una espada, con un propósito.
―No, mi señora. Aunque, sin embargo, sigue comprometida con alguien―y sus palabras fueron una puñalada. Naruto lo vio en el temblor de los labios de Sansa, en la muerte del brillo en aquellos ojos que lo estaban mirando. Tragó duró y cerró la puerta tras de sí mientras continuaba―. Lamento tener que darle esta noticia, lady Sansa. Lord Mano dispuso que sea mi prometida, mi esposa por los servicios prestados al reino con algunas tareas conocidas y otras no tan conocidas. Mi nombre es Naruto, del Clan Uzumaki, al otro lado del mar.
Un campesino no podía casarse con una mujer de alta cuna. Que alguien como Tywin cediera con tanta facilidad, solo podía ser visto de un modo: el señor de Roca Casterly estaba ganando algo más que solamente el norte para el reino; mucho más que Harrenhal y las tierras de los ríos para lord Baelish; mucho más que devolverle a su hijo y heredero (aunque esto fue algo realmente importante). Pero lo que ambos hablaron en la Torre de la Mano, solo estaba dentro de la mente de ambos hombres. Y Naruto no era un simple campesino, como le probó a la Mano.
Sansa se ahogó por unos segundos. Aquel hombre no era Tyrion. Ojos azules, cabello rubio y extrañas marcas en un rostro afilado, sin grasa de bebé. Era alto, más que ella y Robb e incluso algo más que Ser Loras Tyrell. No llevaba armadura y no era de Poniente, aunque hablaba demasiado bien el ponienti. Y ella lo veía como un hombre apuesto, con características demasiado parecidas a los Lannister. Si no le hubiera mencionado su lugar de origen, habría pensado que era otro pariente de la Reina Regente y el Gnomo.
―M-mi señor. S-si gusta, puedo servirle la cena...
―No es necesario, Sansa―Naruto detuvo el movimiento de la chica agarrándola del brazo. Sintió como tembló, como si fuera una pequeña hoja suelta al viento. La soltó al segundo―. No quiero comer, no ahora al menos y hasta que te calmes un poco. Estas demasiado nerviosa y he de hacer que estas palabras queden en tu mente.
―¿Q-qué palabras?
―Tus hermanos están vivos.
Sansa había esperado cualquier respuesta a su tímida pregunta. Pero la respuesta dada no entraba en la larga lista de respuestas. ¿Se refería a Bran y Rickon? ¿A Robb? ¿A los tres? ¿Podía fiarse y que aquello no fuera una farsa urdida por Joffrey para poder volver a abusar de ella? Si era una broma, Sansa podría decir que era realmente cruel, propio de Joffrey y, seguramente, de su madre. Y estaba cansada de seguir aquel juego enfermizo.
―N-no le entiendo...
Una exhalación frustrada golpeó el rostro de corazón de la muchacha, haciéndola cerrar los ojos, sintiendo el olor a menta en aquella boca.
―Le advertía a lady Catelyn sobre esto, por supuesto, y tomé medidas para que pudieras creerme sin ser acusado de farsante―rebuscó en una pequeña bolsa y sacó el sello de la Casa Stark, un sello que solo los miembros de cada casa poseían―. Esto me lo entregó lady Catelyn cuando la visité en Aguasdulces hace unos meses, después del asedio y la quema completa de Invernalia.
Los azules ojos de la muchacha se movieron hacia el sello de los Stark, el mismo con el que su casa firmaba las cartas y las sellaba con la intención de que supieran su proveniencia. Pero no era solo un sello de cartas. No al menos para ella, Sansa de la Casa Stark. Era la confianza que su madre puso en el hombre frente a ella. Nadie de su casa dejaría un sello en manos de un extraño si no hubieran obtenido algo que los hiciera valiosos ante ellos.
―E-esto...
―Puede ser que aun la duda permanezca en vos, mi señora, pero os juro que soy un enviado de vuestra madre y que estuve en el norte, con vuestros hermanos. Ellos me cuidaron cuando llegué a estas tierras, cayendo enfermo y llegando a las puertas del Yomi. Casi pude ver a algunos hombres que he matado.
La duda siempre iba a estar presente. Aquel lugar era Desembarco del Rey, un sitio lleno de víboras, de personas dispuestas a clavar un cuchillo por la espalda por solo un poco de oro y reconocimiento, por obtener lo deseado. ¿Debía confiar o debía seguir encerrada en sí misma, dispuesta a seguir el plan de Ser Dontos?
Sansa levantó el rostro del sello en sus manos y miró los ojos de Naruto por unos largos segundos. Eran semejantes a los ojos de un Tully, pero eran mucho más intensos, mucho más expresivos y mucho menos amigables de lo que parecían. Podían ser la representación de un zafiro o de un mar tormentoso.
"Son ojos de un hombre que está dispuesto a dar la vida"
La voz de su padre la llenó por un momento, recordando un momento de su niñez cuando se perdió junto a su yegua, con un guardia de su casa muriendo por las heridas de algunos renegados de la Guardia de la Noche. Y en aquella ocasión, gravó aquel brillo y aquella mirada en su mente, misma que su padre describió cuando lo vio, con los últimos instantes escapando por su boca.
"Fueron mejores momentos"
Sansa cerró la mano entorno al sello de su familia y miró a los ojos del extranjero nuevamente, buscando una pequeña brecha que le diera la razón a su mente paranoica.
―Bien, señor. Voy a intentar depositar la poca confianza que me queda, lo poco que han dejado...sin dañar. Podría estar perdiendo lo que me queda de vida y podría seguir encerrada por el resto de mi vida. Jugar con el rey o confiar en vos. Escapar o quedarme siguiendo cualquier palabra que salga por su boca. Ser su prometida o dejar que me casen con el Gnomo y ser atada por cadenas que no me dejaran moverme. He perdido mi hogar, mi familia y mi estatus, si es que es posible dejar de ser noble. Incluso he perdido las ganas de salir de estas paredes. No cuento con hombres a mi servicio y solo tengo una doncella que la reina me cedió por simple pena, tal vez por una burla. Contando esto, con los pajaritos rondando, es mi fina. Pero creo que me cansé, que mi mente se ha agarrado a esto―acercó el sello a su pecho. Gruesas lágrimas caían desde sus ojos―. No hay caballeros o Guardia Real que me proteja. El mundo no es un cuento. Solo quiero reunirme con mi familia. Ver a Jon, Arya y los demás...solo quiero paz.
Los ojos de Sansa se agrandaron. Sintió como tiraron de ella y pronto sintió la calidez del pecho de Naruto contra su rostro, los brazos rodeándole con la fuerza y delicadeza necesarias para representar uno de los abrazos reconfortantes que ella necesitaba.
―Tus deseos son órdenes, mi reina.
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