Capítulo 1
Para los hombres y mujeres del sur, el norte era extremadamente frío incluso durante las épocas de verano. La nieve aparecía según el tiempo lo quería. No importaba si era verano, otoño o primavera. Si el tiempo y los dioses lo querían, la nieve terminaría cubriendo por completo el suelo hasta tomar una altura considerable que impidiera a un caballo avanzar con normalidad. Aunque había que señalar, que en otoño e invierno las nevadas eran extremadamente cuantiosas, siendo en los largos inviernos donde la temporada tomaba peor forma y se llevaba cientos de víctimas a lo largo y acho de Poniente.
Sin embargo, ahora Poniente estaba recibiendo un verano extenso que había amenizado el tiempo en el norte, aunque no lo suficiente como para que sus gentes dejaran a un lado las vestimentas abrumadoras y densas con las que cubrían sus cuerpos, siempre llevando pieles de animales realmente peludos como osos o lobos y cubriendo sus manos guantes calientes cuando así lo requerían.
Y un verano largo era precedido por un invierno mucho más largo, mucho más cruento. Si el verano había llegado a durar casi diez años, el invierno duraría la misma cantidad de años o incluso superaría la cantidad por varios años más, extendiendo el sufrimiento tanto al norte como al sur del Cuello, donde las temperaturas y el tiempo no serían los más crueles o no superarían al norte.
"Se acerca el invierno"
El lema de la familia Stark estaba presente no solo en Invernalia, lugar de origen de los Stark, si no que estaba presente en cada asentamiento noble y persona que vivía por encima del Cuello y había sobrevivido a los crudos inviernos del norte, donde los hombres y mujeres eran menos recatados, más salvajes, más dispuestos a contentarse con un enfrentamiento hacha en mano, como verdaderos descendientes de los Primeros Hombres que llegaron a Poniente antes de la formación de los Siete Reinos y de que el Reino del Norte fuera controlado por el Trono de Hierro, o mejor dicho, por la persona que se sentara en él.
Aunque las viejas costumbres no se habían perdido.
Debido a la muerte de lord Eddard Stark, regente de Invernalia, Guardian del Norte y Mano del Rey por supuesta traición y difamación sobre la corona y la familia real, el Norte se levantó en armas contra los hombres que para ellos eran meros extraños, hombres y mujeres que habían matado a los suyos.
Las acciones del primogénito de los Stark (Robb Stark) y de la madre de este (lady Catelyn Stark otrora Tully) habían ocasionado y mantenido la guerra con la familia de la Reina Regente hasta el punto en el que habían aparecido más pretendientes a la corona dentro de la misma familia real, aunque por parte del difunto padre.
Stannis Baratheon se había nombrado rey en Roca Dragón junto a sus señores juramentados, siendo guiado (según malas lenguas) por una mujer exótica que parecía adorar a un extraño dios y que había llevado al hermano del difunto rey a alejarse de los Siete y todo lo que representaban, siendo envueltos en las sombras si se le preguntaba a alguno de los septones creyentes de los Siete.
Por su parte, siendo mucho menos devoto que Stannis y siguiendo fiel a los siete, el menor de los tres Baratheon se mostró mucho más liberal, mucho más querido por el pueblo que su hermano mayor y que el mismo Robert, quien murió penosamente al ser ensartado por un jabalí enorme durante una cacería.
Este amor Renly lo demostró siendo el Rey que era seguido por cien mil espadas, cien mil jinetes y superaba la ofensiva de su hermano al tener las Tierras de las Tormentas y Alto Jardín bajo su estandarte, demostrando que él sería el rey cuando la capital cayera y los usurpadores fueran eliminados.
Este era el panorama en Poniente cuando un extranjero de tierras lejanas llegó a las gruesas puertas de Invernalia llevando solamente unos finos ropajes, mostrando una piel que no era blanca ni bronceada: era de un tono ligeramente azulado, indicativo de que la persona estaba muriendo lentamente por congelación. O así mismo lo estimó el maestre de Invernalia cuando llevaron al joven hombre a una de las habitaciones del castillo, donde el viejo Luwin cuidó del hombre mientras este reposaba y volvía a su color gracias al calor de la habitación.
Luwin estimó que el hombre era del otro lado del Mar Angosto, posiblemente mucho más allá de las Islas del Verano y probablemente de Essos. Si a Luwin le dejaban adivinar, venía más allá del mismo Oriente, de las islas perdidas en los mares orientales que nadie había explorado y que nadie conocía.
Para sorpresa del maestre Luwin, el hombre joven que los guardias al servicio de Ser Rodrik Cassel trajeron al castillo comenzó a mostrar signos de mejora a los cinco días de estar bajo sus cuidados, mostrando una piel bronceada (ligeramente) tras haber pasado diez días desde que comenzaron los cuidados.
Era extraño que un extranjero viniera tan al norte sin conocer los riesgos de caminar sin caballo, sin ropa invernal y llevando solamente lo que parecía un jubón demasiado largo como para proteger seriamente el cuerpo de su dueño. Luwin de hecho tuvo que cambiar las ropas del hombre para dejarle con unas ropas más adecuadas para su estadía en Invernalia, aunque no dudaba de que las echaría de menos. Parecían ropas demasiado caras.
Por suerte para el maestre no debía preocuparse por el hombre y podía dar una estimación de a que se dedicaba solamente con lo que llevaba en la bolsa.
Era posible que el hombre fuera confundido con un sureño, pero había tres cosas a destacar del mismo.
La primera era la extraña ropa con la que había sido recogido, una ropa que no servía para proteger del frío de Invernalia y que nadie parecía llevar en el sur.
La segunda era la extraña armadura de placas que el hombre llevaba en la misma bolsa. Esta no era una armadura como las que llevaban al sur del Cuello, como las que los caballeros al servicio de los señores sureños mostraban en las justas, en los enfrentamientos durante los torneos o durante las escaramuzas de una guerra. Esta no contaba con hierro o cuero formando el torso, si no que eran dos planchas unificadas por finos hilos de acero que parecían unir el peto sobre el torso del hombre. También había una máscara, un yelmo, unas hombreras y un faldar demasiado extraños en su conjunto.
Y la tercera era la "espada" que estaba atada a la armadura. No era un mandoble, una espada bastarda o espada corta que se usaba dentro de poniente. Por lo que Ser Rodrik dijo de la misma espada, la hoja solo contaba con un filo y no dos como las espadas de Poniente, tomando también una ligera forma curvada y siendo de una hoja más fina que una espada templada de doble hoja, siendo así a su vez mucho más veloz y más preparada para generar cortes y penetras que para bloquear o destrozar una armadura.
El mismo Ser Rodrik solo podía denominar aquella espada como extraña y hermosa. De mango blanco, guardia negra con el borde dorado y ligeros adornos en el mismo mango y vaina, aquella espada era realmente exótica y el viejo maestro de armas y castellano de Invernalia podría jurar que aquella espada valdría una fortuna si alguna vez alguien decidía comprarla o el hombre decidía venderla.
Finalmente, al quinceavo día, el hombre extranjero comenzó a despertarse. Los párpados comenzaron a temblar por el esfuerzo que los mismos hacían con la intención de abrirse, de permitir a su dueño mirar donde se encontraban. Cuando finalmente se abrieron pasados unos segundos, el joven hombre no parecía mostrar confusión o duda ante el techo de piedra que lo recibió o los graznidos de los cuervos que volaban por el cielo despejado permitiendo que los rayos de sol entraran por la ventana, como si fueran los causantes del despertar del invitado, quien pronto se movió para quedar sentado al borde de la cama, con sus ojos mirando sus propios pies.
No había temor por la pérdida de algún apéndice o extremidad en su mirada, solo había alivio y calma como el mismo mar.
―Espero que hayas despertado mejor de lo que llegaste―la cansada y rasposa voz del maestre fue lo que hizo que el hombre dejara de mirar sus pies―. No sé exactamente si comprendes mi idioma. Buscaremos una manera de entendernos y poder ayudarte.
Luwin esperó encontrar un poco de confusión, algún arrugamiento de entrecejo y muecas divertidas que seguramente gustarían a los hijos del difunto Lord Stark. Sin embargo, el maestre vio una pequeña sonrisa esbozada en los labios del hombre de ojos azules, como si aquello fuera divertido, aunque Luwin no veía lo divertido en aquella situación. ¿Podría ser por su edad?
―No se preocupe, señor. Entiendo el ponienti. Los tutores de mis padres me inculcaron el saber de diversos idiomas.
Donde Luwin intentó ver un problema, el maestre se encontró que no había dicho problema, que solo había estado en su imaginación. Y el viejo hombre debía reconocer que el chico hablaba demasiado bien y con fluidez el idioma de Poniente, como si hubiera nacido allí y jamás hubiera sido un extraño a las puertas de Invernalia. Y si alguien le sumaba el tono rubio dorado de su cabello, Luwin no dudaba de que podría pasar por alguien de los Lannister o de alguno de sus bastardos. Aunque los ojos azules que representaban a los hijos de las Tierras de la Tormenta hacían una combinación realmente curiosa para el maestre.
―¿Y mi ropa, buen señor?
―Puedes llamarme Luwin. La ropa con la que apareciste en las puertas de Invernalia, fue desecha por nuestros hombres. Estaba estropeada. Podía verse algunas raspaduras en la tela, manchas de sangre y barro que observamos recientemente.
Luwin esperó que el hombre se mostrara iracundo. En vez de eso, el extranjero de cabello dorado simplemente dio un encogimiento de hombros a la vez que lo miraba con aquellos dos ojos que parecían dos enormes zafiros.
―La ropa es ropa. Por los Dioses de la Fortuna, pude llegar a tierra antes de morir ahogado.
―¿Ahogado, mi señor? ¿Vinisteis con algún tipo de embarcación, si puedo preguntar?
―Así es, viejo Luwin. Vine con un viejo barco que finalmente pereció. Creo que cerca de aquello que llaman "Islas del Hierro" y donde he de decir que se han reunido demasiados piratas y bribones para mi gusto―el hombre masajeó su nuca. El cabello rubio llegaba hasta sus hombros y daban un aspecto feroz al hombre, casi como un norteño por lo que dedujo Luwin al verlo―. Y por supuesto, llegué aquí por azares de mis propios dioses. Si no hubiera tenido la ayuda de Susano'O, probablemente me habría ahogado en el Mar Angosto.
Luwin no había oído mucho de dioses más allá de las tierras conocidas, pero el viejo maestre suponía que todas las tierras contaban con sus propios dioses con nombres extraños, historias fantásticas y poderes sobrehumanos llevados a la naturaleza.
―¿Y caminasteis hasta aquí?
―Es bueno caminar. Como hijo de Bishamonten, debo representar lo que un guerrero debe hacer en batalla.
El hombre hablaba con orgullo, por lo que pudo sentir Luwin mientras lo escuchaba. Y debía decir que era como ver a cualquier seguidor del Guerrero hablando de los Siete y del mismo dios que profesaba su fe en todo su esplendor.
―¿Algún motivo por el que decidisteis venir a Invernalia?―un cuervo entró por la ventana y Luwin tomó lo que parecía ser una carta con el sello de otro señor del norte al cual deberían responder, o mejor dicho Brandon debería hacerlo―. Es extraño tener extranjeros en estas tierras si no son sureños. Y la guerra ha estallado en Poniente.
Luwin intentaba verificar las palabras del hombre, ver sus intenciones ocultas. Sin embargo, los ojos azules del hombre brillaron ante la mención de la guerra. Era como ver a un niño frente a un juguete nuevo, frente a algo que llamaba completamente su atención. Tal imagen, le recordó al maestre a Bran. El chico parecía más interesado en sus pies cuando cometía alguna travesura que en la reprimenda de su señora madre.
―La guerra trae fortuna―el hombre murmuró aquellas palabras mientras sus ojos se movían por la estancia. Era una habitación modesta: un camastro, un escritorio y pieles que cubrían la cama. Sorprendentemente, sus pies estaban siendo protegidos del frío suelo de granito gracias a pieles de oso―. Pero no he venido a Invernalia por la guerra. Si hubiera querido, habría optado por el sur, supongo.
Había escasas probabilidades en las que el Norte de los Siete Reinos sería atacado por hombres Lannister o aliados de la corona. Nadie deseaba marchar a tierras dominadas por dioses extraños, por aquellos que llamaban Antiguos Dioses, unos dioses mucho más fríos y extraños que los Siete a los que el Sur se había rendido. Y Luwin debía admitir que el hombre llevaba razón. Si hubiera querido, habría puesto su espada al servicio de cualquiera de los señores que estaban batallando en las Tierras de los Ríos o en las tierras de Roca Casterly, al servicio de Tywin Lannister y sus abanderados.
Y probablemente sería mucho más factible para cualquiera servir al león que al lobo. El dinero de Roca Casterly abundaba y Tywin era uno de los fieros generales que podrían poner en un aprieto a cualquier otro comandante sobre el tablero. Aunque la presencia de cien mil espadas al servicio de Renly, favorecían al menor de los Baratheon, si le preguntaban a Luwin.
―Diría que solamente "me extravié" si tengo que dar una explicación. Aunque supongo que mis dioses me quieren aquí sí he terminado en esta cama, señor viejo maestre.
Ojos azules intensos miraron los sabios y cansados ojos del viejo maestre. Luwin admitiría, solamente si le preguntaban, que aquellos ojos lo hicieron quedar hipnotizado, como si lo estuvieran arrastrando al fondo de un inmenso mar hasta ahogarlo. Y no se sintió mejor hasta que el extraño apartó la mirada y liberó su propia mirada.
―Seguís a unos extraños dioses orientales, buen señor.
―Jajaja supongo que todos son extraños para cualquier extraño ajeno a la religión de uno―relamió sus labios. No había sentido hambre o la sed hasta ese momento, pero ahora las tripas estaban gruñendo y la boca se le estaba secando y casi agrietando―. Lamento esto, buen maestre. ¿Podría obtener algo de comer y beber?
Mientras había estado inconsciente, Luwin se había encargado de mantener un poco alimentado el cuerpo del extraño, pero no era lo mismo que una buena comida sólida y un buen vino, como muchas veces había oído a los hombres de Ser Rodrik o al mismo maestro de armas. Si el extranjero tenía hambre y sed, Luwin iba a proporcionarle algo de comida, ropa y cobijo hasta que pudiera valerse por sí mismo o quisiera abandonarlos.
―Antes buen señor―Luwin se dio la vuelta en el umbral de la puerta. Clavó sus ojos en el hombre rubio―. ¿Cómo os llamáis?
Usando el dedo índice, el hombre rascó su mejilla mientras pensaba en responder dicha pregunta. Podría fingir una pérdida de memoria o a lo mejor usar un nombre falso, de Poniente. Pero sus ropas o su comportamiento no eran propios de Poniente o Essos, como el maestre seguramente sabría.
―Ah, descortesía de mi parte―la cabeza deLuwin se echó ligeramente hacia atrás cuando el joven se levantó. Era inmenso,tal vez cercano al metro noventa si le preguntaban al maestre―. Puede llamarmeNaruto si es de su gusto. Naruto, del Clan Uzumaki.
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