9. Evelyn
El día ha estado muy aburrido. La rutina es la misma, clases horribles, tareas innecesarias, lo único bueno son mis amigos. En la hora del receso vamos hacia la cafetería, pero de repente Esteban se detiene en seco. Me doy cuenta que la amiga de Vanesa está a unos metros acomodando sus cosas en su casillero.
—En un momento voy con ustedes, chicos —nos dice—. Tengo que hacer algo.
—Está bien —responde Alicia. Yo me limito a asentir con la cabeza. Es obvio que va a hablarle a Helena, mis otros amigos también deben saberlo, todos nos hemos dado cuenta de cómo la ve, aunque ninguno se ha atrevido a preguntarle directamente qué pasa con esa chica, es decir, se nota a leguas que le gusta, pero no sabemos por qué lo evita... tal vez sea por las idioteces que dice siempre.
Nos dirigimos a la cafetería y nos sentamos en la mesa de siempre. Es curioso cómo ya se establecieron los lugares donde sentarnos, cada grupo tiene su mesa favorita y los demás la respetan. No puedo evitar sonreír al notar que Vanesa y su amigo se encuentran a unas mesas de nosotros, viéndose fijamente y charlando muy a gusto. Sé que dije que mi hermanita no necesita un novio, de hecho la mayoría de los chicos que le coquetean me caen mal y se me figuran muy pedantes, sin embargo, Antonio me agrada, se ve que quiere mucho a Vane.
Esteban llega unos minutos después y se sienta a mi lado. Volteo instintivamente y busco a Helena con la mirada, pero ella no llega. Me parece muy extraño, así que, sin importar sonar indiscreta, hago la pregunta que está rondando en mi mente.
—¿Cómo te fue con Helena?
Él se queda perplejo por un momento. Alicia, Ezequiel y Omar dejan de comer y nos miran con mucha atención.
—¿Eh?
—Vamos, ya sabemos que fuiste a hablar con ella, es obvio, siempre la andas buscando con la mirada —explico. Él sonríe forzadamente.
—Cierto, creo que soy más obvio de lo que creí... —se queda callado y ya no responde mi pregunta. Mis otros amigos me miran suplicantes, quieren que vuelva a preguntarle, se quedaron con la duda pero ellos no quieren quedar como los indiscretos, así que me ruegan con la mirada que siga de chismosa. Los mandaría a volar pero yo también quiero saber.
—Y bien, no respondiste mi pregunta, ¿cómo te fue con ella? —Vuelvo a lanzar mi cuestionamiento. Hay un silencio incómodo de unos diez segundos.
—Evelyn, ¿cuál es el bote? —Me regresa otra pregunta que ni al caso. Sé que es uno de sus chistes sin gracia, pues ya me lo había contado una vez que se invitó a cenar en mi casa.
—Amm, pues el esposo de la bota —le digo la misma respuesta que él me dio esa noche al ver mi cara de desconcierto.
Él ríe levemente y se levanta de la banca.
—Tú sí me comprendes —dice, todavía riendo. Sin decirnos nada, comienza a caminar y alejarse de nosotros. Está bien, si antes nos ha dejado confusos, esta vez se lleva el premio. Nos miramos entre todos sin entender.
—¿Qué fue eso? —Pregunta Omar.
—No lo sé.
***
No volvemos a ver a Esteban en el transcurso del receso, y al llegar al salón de clases notamos que tampoco se encuentra ahí. Me siento mal, creo que todo es mi culpa por haberle preguntado eso, es obvio que no le fue bien con Helena y eso lo puso mal, fue con nosotros para no pensar en ello y yo ahí voy de bocona a preguntarle cómo le fue.
—¿Dónde estará Esteban? —Pregunta Alicia.
—No lo sé, pero voy a buscarlo —digo con decisión.
—Pero Evelyn, la clase ya va a comenzar, el profesor Filiberto —nombre del odioso de matemáticas— está a punto de llegar.
—Lo sé, pero tengo que encontrar a Esteban, por mi culpa se puso así.
Salgo con rapidez y lo busco por los pasillos, la cancha, incluso entro al baño de niños, aunque lamentablemente (y con suerte de que no había nadie en los sanitarios de varones) no encuentro a mi amigo. Estoy a punto de buscarlo en el auditorio, pero el prefecto me ve y me lleva directamente al salón.
—¿Qué anda haciendo, señorita?
—Es que me perdí y no encuentro mi salón —invento. Me mira de mala manera, esa excusa hubiera servido la primera semana, pero haber dicho eso cuando ya pasó casi un mes es ridículo.
—Sígame —me ordena.
Al llegar al aula, toca la puerta y el profesor Filiberto dice que pasemos. Al entrar noto que mis compañeros me ven con atención, pero lo que me molesta es ver Esteban ya se encuentra ahí, sentadito y viéndome con curiosidad al igual que el resto. Como Ezequiel se sienta en la banca de hasta delante junto a la puerta, le pregunto cuándo llegó Esteban.
—Llegó unos minutos después de que te fuiste —explica en voz muy baja. Paso las manos por mi cara con frustración. ¡Y yo que lo estuve buscando como loca y él ya estaba ahí!
Mientras tanto, el prefecto le explica a Filiberto que me encontró vagando por los pasillos. Una vez que se va, el profesor de matemáticas comienza a sermonearme con voz dura, ¿qué se cree? Ni mi padre me habla en ese tono.
—Usted es un cretino —lo interrumpo. Hasta eso que le dije con respeto, le hablé de usted.
La cara de Filiberto se pone roja de coraje, y se pone aún más cuando mis compañeros exclaman un "uuuuuhhhhhh" general que aumenta su ira.
—¡¿Qué se está creyendo?! —Exclama el maestro encolerizado—. Por ser tan insolente, e irrespetuosa se va a quedar una hora después de sus clases tomando un curso de matemáticas.
Una hora de matemáticas es en verdad un fastidio, debo haber hecho una cara de asco porque el maestro está disfrutando mi sufrimiento. Claro, paro de sufrir cuando menciona que él no puede quedarse a darme esos cursos por cuestiones personales, las cuales me importan un comino, y comenta que el maestro encargado de dar esas clases extras es Giovanni Galindo. Ay, el guapote. Así cambia la cosa.
—¡Ni madres! —Le respondo.
—¡Dos horas! —Grita el muy tonto. Mi plan ha salido bien. Vaya, dos horas sola con ese guapote es mi sueño cumplido.
—Agh, ya qué —es lo que contesto.
—Pero maestro —levanta la mano el idiota de Esteban y prosigue—, si se va a quedar dos horas con el maestro guapote, no va a ser un castigo para ella.
—¡Usted también está castigado! Una hora con el maestro Galindo.
—¡Yuju! —Dice alzando los brazos.
—¡Dos horas! —Vocifera. Parece más enojado con él que conmigo.
Esteban sólo se limita a sonreír. Estoy tan enfadada con él, tengo ganas de levantarme del asiento y meterle unos buenos madrazos en la cara al pedazo de pelmazo ese.
No sé si hace las cosas sin pensar o lo hace para molestar.
Yay, las cosas se ponen interesantes. Yo también hubiera querido pasar dos horas con el profesor guapo de matemáticas :3
Ya saben, si les gustó me apoyan mucho con sus votos y comentarios, ¡nos vemos pronto!
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