1. La misteriosa dedicatoria.

"Especial Día del Libro"

James se encontraba organizando los libros de la biblioteca, aquellos que un grupo de jóvenes se habían encargado de revolver simplemente por maldad. No era la primera vez que pasaba, James, día a día en su trabajo, tenía que aguantar a gente malhumorada, hombres y mujeres que no entendían las reglas de la biblioteca y adolescentes maliciosos que gastaban sus días desordenando todo. Claro que esos no eran todos los visitantes que recibía, pero parecía que con el paso del tiempo cada vez más gente le perdía el respeto a la biblioteca. Dicho lugar, de acuerdo a James, debía ser un santuario, un refugio para las personas que se sintieran incomprendidas, que buscaran un escape, para que los jóvenes se encontraran a sí mismos... Pero no. Ahora los jóvenes lo ocupaban como nido de amor, un lugar donde podían tener sexo e ignorar a James cuando les pedía que se retiraran.

Soltó un suspiro de cansancio. No era la primera vez que se encontraba en ese incómodo escenario y estaba seguro de que no sería la última. Últimamente sus días pasaban demasiado lentos y la vida se le había hecho monótona, gris, sin sentido.

«Quizá eso es lo que va pasando en la adultez», pensó con pesar. «Tu llama se extingue y te ves obligado a sepultar tus sueños en un baúl».

¡Y vaya que sabía de lo que hablaba! Él era alguien que tenía muchos sueños, soñaba con ser escritor algún día, un referente para la literatura, soñaba con viajar a muchos lugares, formar una familia. Sin embargo, los sueños se iban difuminando cada vez más, aplastados por las agobiantes obligaciones; buscar empleo, pagar las facturas y, aparentemente, poner los pies en la tierra.

—James, deja de quejarte —murmuró para sí—. No todo es malo en tu vida.

—¿Hablando solo otra vez? —lo interrumpió en medio de sus pensamientos la mujer pelirroja que se había vuelto su mejor amiga—. Creo que pasas demasiado tiempo con la cabeza metida en los libros.

—Ni que lo digas, Liv —respondió James—. Si por mi fuera, me metería en un libro y no saldría jamás.

—Lo sé, he llegado a conocerte demasiado bien como para saber que no bromeas —dijo con voz profunda y se llevó una papa a la boca.

—Te he dicho que no puedes comer aquí —soltó James con cansancio, pero un brillo de diversión se posó en los ojos de Liv.

—¿Cuál es el punto de ser amiga de quien trabaja aquí si no me das unos beneficios? —preguntó con diversión y comió otra papa bajo la atenta mirada de James.

—Hablo en serio —advirtió el hombre con mirada severa.

Liv alzó las manos en rendición.

—Bien, Sr. Gruñón. Iré a guardarlas a mi bolso. —Se dio la vuelta y James escuchó el crujir de otra papa mientras se dirigía al mostrador.

James rodó los ojos y se encargó de recoger los últimos libros que había en el suelo, sin embargo, algo en el último libro que levantó llamó su atención. La sección que él estaba acomodando era la estantería 32B, destinada para libros de misterio, sin embargo, aquel libro, titulado: Dos corazones rotos hacen uno, tenía toda la pinta de ser uno romántico y, sobretodo, uno que James no sabía que tuvieran.

En su tiempo libre, James organizaba los libros de la biblioteca por orden alfabético (le gustaba aprovechar las horas de calma en la biblioteca) y no recordaba haber visto jamás esa portada semejante a la pintura que Miguel Ángel había hecho de la creación de Adán. La diferencia era que en esa portada solo había una mano, de mujer, cuyo dedo anular estaba atado a un hilo rojo que estaba cortado.

Pensando que quizá un visitante lo había dejado olvidado y que podría encontrar él nombre del propietario dentro (de acuerdo, admitía que eso ya casi nadie lo hacía, pero era lo único que le quedaba por intentar), abrió el libro y pasó las primeras páginas sin rastro del dueño de aquel libro, no obstante, encontró algo que le heló los huesos.

Y es que aquella autora, Mila Scropp, había puesto en su dedicatoria:

Este libro es para James Voncare, y por los sueños que vienen y van.

Lo leyó varias veces luego de la primera y es que no se le ocurría una mínima razón por la que una mujer que no conocía le dedicara un libro. No podía tratarse de una coincidencia, sin embrago, parecía un mal chiste, una jugada de su subconsciente, alguna clase de broma a la que James no le encontraba el chiste.

Era la cuarta vez que lo leía cuando Liv se situó delante de él, con su bolso en mano y el ceño fruncido.

—¿Qué es eso?

—Un libro que encontré.

Liv rodó los ojos.

—Gracias por la obviedad, James —refunfuñó la pelirroja—. ¿Listo para irnos? Estaba pensando que podríamos tomar un café a...

—¿Conoces a esta autora? —la cortó James y le enseñó él nombre escrito en la portada.

Liv lo observó durante varios segundos.

—Creo que me suena —reflexionó en voz alta—. Sí, sí, ya sé quién es. Su editorial organizó firma de autógrafos en la plaza central hace un par de meses. Es una autora local.

—¿Y sabes donde vive?

Liv soltó una carcajada.

—¿Te parece que soy un GPS global? Por supuesto que no sé donde vive —respondió, con un tono ligeramente burlón—. ¿Porqué tanto interés?

—No, nada —respondió de forma vaga y ni siquiera supo porqué no le dijo a Liv lo de la dedicatoria.

Pasó más páginas, bajo la aún atenta mirada de Liv, y justo en el primer capítulo se encontró un post it que decía: Cafeteria Sabor Mexicano. James la conocía, era la cafetería que se encontraba frente a la biblioteca y también su lugar predilecto. Sin decir nada, avanzó hasta la salida, y su jefe ni siquiera notó la premura con la que partía y tampoco le pidió explicaciones. Quien sí lo hizo fue Liv:

—¿Me vas a explicar qué pasa?

—Creo que alguien me dejó un mensaje.

Liv se estremeció de emoción.

—Uy, que misterioso. Te ayudo —se ofreció sin que el hombre se lo pidiera. De todos modos, no era inconveniente para él, Liv parecía saber mucho de todo y todos, como si fuera una enciclopedia humana.

Mientras cruzaban la calle, Liv, quien no podía permanecer callada por más de 5 minutos, preguntó:

—¿Qué crees que pase cuando morimos?

James la miró de reojo con una sonrisa ladina.

—¿Porqué siempre tienes que hacer preguntas sobre la muerte? —cuestionó—. Tienes una mente muy oscura, ¿crees que se deba a tu trabajo como forense?

Liv se encogió de hombros.

—Tal vez.

James soltó un suspiro, pensativo.

—Me niego a creer que todo termina en cuanto morimos. Me niego a creer que vivimos todo esto simplemente para terminar siendo el almuerzo de los gusanos.

—¿Entonces crees qué hay una vida después de esta?

James ni siquiera dudó.

—Sí.

—¿Y cómo piensas que será?

James no respondió porque en cuanto entró a la cafetería visualizó una taza de café en una mesa con una nota que tenía su nombre. El hombre, completamente desconcertado, tomó un sorbo de la bebida sin poderse resistir a la espumosa vainilla, su favorito. Y justo cuando sus labios probaron el líquido, se encontró también con algo extraño que se metió a su boca.

Con cierto desagrado, sacó el papel enmicado que alguien había metido en la taza y leyó: Av. 97 Km. 62. James arqueó una ceja y Liv le arrebató la tasa y le dio un buen trago.

—Estoy lista. Vamos —lo apuró. Se veía muy emocionada y eso causó cierta emoción en James también, a quien se le ocurrió que la autora podía ser una admiradora secreta.

Tomaron un taxi y los dejó en el desolado punto en que ellos le indicaron. Arriba de una colina empinada, en medio de una curva poco transitada y frente a una banca ocupada por una mujer. Era la autora, James la reconoció de inmediato a pesar de que el libro no tenía ninguna fotografía de ella.

—No quiero estar aquí —dijo de pronto—. No debería.

La emoción había sido reemplazada por una angustia sin precedentes. Una aplastante presión en el pecho que le robó el aire e hizo temblar sus piernas.

—Sí tienes —rebatió Liv con dureza.

James retrocedió mientras negaba con la cabeza sin poder despegar la mirada de la mujer, quien movía los labios, señal de que hablaba, pero James estaba aún demasiado lejos como para entender lo que decía.

—Ya es hora —añadió Liv.

James solo pudo seguir negando. No, no, no podía ser cierto.

—Los días se te han echó eternos ¿no? —cuestionó Liv—. Eso es porque pasas cada minuto en la biblioteca. Te niegas a salir de ella. Eres un alma en pena que se niega a abandonar este mundo, pero ya pasó más tiempo del que está en el límite. Te dimos tu tiempo de duelo, pero no puedes seguir así. Tienes que partir.

James se tapó los oídos mientras las imágenes lo atacaban sin piedad. Él en un accidente de auto en esa misma curva en la que se encontraban. Su chica, Mila, con la que había hecho planes para toda una vida, destrozada por su muerte. Liv, llegando como un ángel para decirle que su tiempo se había acabado. La negación, y luego día tras día en la misma rutina. Él no trabajaba en la biblioteca, solo que ahí era donde había conocido a Mila y se negaba a dejar ese lugar, y, más aún, era un fantasma y por esa razón nadie le hacía caso. Su jefe, el cual James se había convencido de que lo odiaba, en realidad no podía verlo. La taza de la cafetería se encontraba ahí debido a que Mila iba cada mañana a ordenar algo para ambos, justo como solían hacer. Tampoco habían tomado taxi, simplemente habían viajado de un lugar a otro como por arte de magia.

La cabeza le dolió a James, sin embargo, ese dolor era nada comparado con el de su corazón. Sentía como si alguien se lo estuviera oprimiendo y como si tuviera un mano alrededor del cuello que le impedía respirar. Se acercó a Mila, la mujer que había amado tanto en vida y que ahora en su muerte se había negado a ver. Porqué si él la veía, pero ella no, eso significaría su fin. Porque sabía que eso lo destrozaría e implicaría que tenía que avanzar.

—Uno pensaría que se hace más fácil con el tiempo, pero no es así, ¿sabes? Cada día te extraño un poco más, sin embargo, James, creo que estoy lista para dejarte ir. Tengo que. Pero necesito que tú también me dejes ir, por favor —pidió con lágrimas en los ojos.

James se odio por hacerla llorar.

—¿Lo vez? —le habló Liv en tono suave—. La estás destrozando y la única manera de que ella esté bien es que la dejes ir. Solo así estarán bien ambos.

—Aún guardo el anillo de compromiso que me diste y sigo creyendo que te veré en la biblioteca, pero me duele aceptar que cada día me convenzo más de que no volverás.

Y ante esa declaración, y ante el dolor de Mila, James supo por primera vez lo que debía hacer. Había llegado el momento de seguir adelante para darle oportunidad de que ella también siguiera con su vida.

—Te encontraré en la próxima vida —susurró como promesa y, finalmente, después de casi un año de negación, comprendió que tenía que tenía que dejarla ir, aún cuando eso rompiese su corazón.

La miró una última vez, la brisa fresca agitando su negro cabello y sus labios carnosos entreabiertos mientras las lágrimas caían por su rostro, e hizo lo único que le quedaba. Avanzó hacia aquel túnel que se había abierto para él, su descanso y su salida definitiva de ese mundo, con la promesa de que la volvería a ver y sintiéndose reconfortado de que ella estaba bien y podría seguir adelante.

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