Capítulo 42; La familia Uchiha.
Fugaku Uchiha, ex líder de la familia Uchiha de la rama principal, un hijo de élite, casado con una hija de élite de la cual se había enamorado; no tuvo la vida fácil como cualquier otra persona creería que la tuvo.
—Fugaku —Madara estaba sentado frente a él—, quiero que entiendas algo. Ser un Uchiha de élite te pone en problemas. Como tus hermanos, te verás obligado a cumplir con las expectativas de nuestro clan. ¿Puedes entender lo que significa eso, verdad?
Su padre, Madara Uchiha, no era un hombre precisamente cariñoso. Su madre los abandonó cuando él tenía seis años, y al ser el hermano menor de la familia fue menospreciado por sus hermanos mayores, por así decirlo. Ashura e Indra eran mayor a él por ocho años y siete años, respectivamente, y por supuesto conocían más a la ex esposa de su padre, su madre aunque le costara decirlo.
—Padre —Fugaku de seis años parpadeó con los ojos cristalizados, el mayor le miró por encima del hombro—. ¿Por qué mamá nos abandonó? ¿Por qué no nos ama? ¿Hicimos algo mal para que ella nos dejara? ¿Fue mi culpa que se fuera? —soltó un sollozo.
—Tu madre se fue porque quiso, Fugaku. Ni tú ni nadie tiene la culpa, más que ella —respondió el mayor, con el ceño fruncido y la mirada vacía—. Ahora, en vez de llorar, piensa en que harás. Tu madre te ha dejado, sí, pero no puedes dejarte morir por una mujer que no te quiso en su vida.
—Oto-san —Fugaku bajó la mirada, sin saber si se lo decía a sí mismo o a él—. Entiendo...
Cuando aquello sucedió Madara se cerró de una forma inexplicable a sus hijos y se centró mucho en ser el líder del clan Uchiha, en general, tras el deceso del abuelo de Fugaku, Tajima Uchiha, por lo que sus hermanos y él se habían criado relativamente solos. Cuando cumplió diez años Fugaku fue enviado a los Estados Unidos para que estudiara allá, y un par de años después volvió a Japón. Conoció a Mikoto.
—Fugaku-sama, ella es Mikoto-san, la hija de Orochimaru-sama —Los presentó una mujer de tez clara, que pertenecía a la rama secundaria y era la sirvienta de la familia principal, es decir, su familia—. Mikoto-san, él es el tercer hijo de Madara-sama.
La chica de al menos unos dieciséis años solo le miró fijamente.
—Es un placer conocerlo, Fugaku-san —hizo una leve reverencia—, espero no incomodarle con mi presencia. Ahora... viviré con ustedes en la casa de los Uchiha.
—No es problema —le dijo meneando la cabeza—. Me alegra, quizá una belleza como tú traiga algo de armonía a esta lugúbre casa. Siéntase bienvenida, señorita Mikoto —Ella sonrió, y él se dio cuenta que nunca antes había visto una sonrisa tan hermosa. Quiso ver esa sonrisa para siempre.
Mikoto era la hija de Orochimaru, el hermano de su padre Madara, o eso fue lo que dijeron cuando la conoció. Resultaba ser una hija con la esposa de Orochimaru, una mujer que había conocido gracias a su amigo de la infancia Jiraiya Namikaze y que había resultado ser una Uchiha del norte, con la que mantenía viajando.
Mikoto no se incorporó a la rama principal de los Uchiha hasta que se mudó cuando su madre murió, ella tenía al menos unos dieciséis. Solía decirle a la gente que era huérfana, pues tuvo una infancia difícil y perdió la memoria gracias aun accidente, el mismo donde su madre murió.
Orochimaru no dijo nada y la dejó en ello, aunque todos sabían quienes eran sus padres, ella nunca lo aceptó al no poder recuperar sus memorias de antes y el hombre serpiente era demasiado excéntrico para obligarla a aceptarlo, aun así, unos cuantos años después, lograron llevarse medianamente bien.
—Entonces es cierto que ha vuelto la plaga Uchiha —comentó Indra, al ver a su hermano menor—. Hola, bastardo. ¿Cómo has estado? Me alegra volverte a ver. Kukuku.
—I-Indra-san, esa no es forma de referirse a su hermano —Mikoto le regañó nerviosamente.
—¿Ho? Mikoto-chan, no deberías juntarte con esta chusma, no es más que basura —bufó Indra.
—¡No seas mamón! —Ashura lo golpeó en la cabeza y luego sonrió—. ¡Gomen! No me había dado cuenta que este tonto de aquí les estaba ando problemas. Sigan en lo suyo, palomitas de amor, adiós —Canturreó, mientras apartaba a Indra de los dos jóvenes, literalmente arrastrándolo.
Bueno, como decía, para ambos fue como amor a primera vista.
—Nee Fugaku, ¿crees que los peces pueden ver el agua? Es que nosotros no podemos ver el aire así que...
Fugaku se volteó a ver a la chica y ésta sonrió, sonrojada.
—¿Sabes, Mikoto? Cualquier cosa suena completamente coherente y posible a tu lado —confesó abochornado. La chica solo abrió grande los ojos y sonrió, antes de lanzarse a abrazarlo—. Inapropiado —la apartó de golpe y ella bajó la cabeza, frunciendo el ceño, se acercó un poco a ella—. Ha-házlo otra vez.
—¡Kyaaaa, Fuga-chan, eres un amor! —lo volvió a abrazar.
Fugaku y ella comenzaron a hablar progresivamente, pasaban tiempos por el barrio Uchiha, hablaban de economía, estudio e historia. Mikoto le enseñó de arte y cocina, él le enseñó de ciencias y política. Pronto todo comenzó a surgir entre ellos y pese a su juventud, decidieron que querían estar juntos. También, Mikoto había vuelto a conocer a su mejor amigo, Minato Namikaze gracias a su amistad con Kushina Uzumaki, la pareja de éste. Se habían hecho muy cercanos entre los cuatro, salían a citas dobles, iban a festivales, al cine y cosas por el estilo, fortaleciendo sus relaciones entre ellos.
—Entonces sales con esta linda flor de loto —comentó Minato con una sonrisa. Una vez, cuando eran algo más jóvenes, Fugaku le había comentado que sabría que había encontrado a su otra mitad cuando pudiera compararla con una flor de loto, así mismo le inculcó aquello a sus hijos.
Alguien puramente elegante, tierna, armoniosa, recatada, belleza en todo su esplendor. Perfecta a sus ojos. Algo que nadie podía creer hasta ver, era prácticamente la forma que Fugaku Uchiha le había dado al amor de su vida. Sólo quien alcanzara aquella comparación de su parte, sería considerada la persona con la que pasaría el resto de su vida. ¿Quién diría que la encontraría justo frente a su nariz?
—Así es —Fugaku sonrió, mientras tomaba la mano de su bella flor de loto.
Cuando Mikoto quedó en embarazada, Fugaku decidió contraer nupcias con ella y regresaron a Japón para sentar cabeza, claro que, la vida no fue exactamente fácil para ellos. Aunque nadie en su clan se opusiera a su reunión o su matrimonio, Madara se sentía relativamente cohibido como su padre y al mismo tiempo, el líder del clan -por las edades de ambos jóvenes que ahora tendrían una familia-, así que le dejó muy en claro que su fortuna no sería suya hasta demostrar que la merecía. Sin embargo, le pagó la universidad.
—Escúchame bien, Fugaku —Madara habló—. Quiero que sepas esto, no pienso desampararte, eres mi hijo y aunque no lo diga, me importas, pero quiero que aprendas responsabilidad. Es bien sabido que has cometido un error pero no por ello voy a desheredarte... Sin embargo, no verás un sólo centavo mío hasta que demuestres que lo mereces.
—Padre...
—Seguiré pagando tu universidad, cuando salgas, estarás solo y tendrás que empezar desde cero. Espero y no me decepciones, cuento contigo —Aquellas fueron las últimas palabras que cruzaron, y Fugaku las sintió como en las nubes. Era la primera vez que su padre contaba con él para algo, aunque fuera de una manera tan cruda, era su forma de decirle que le quería.
En cuanto a su amistad con Minato y Kushina, al poco tiempo asistieron a la boda de sus amigos y nació el primer chico de la pareja Namikaze Uzumaki, Deidara, un lindo doncel. Cinco años más tarde, se estaba graduando como abogado y estaba teniendo la noticia de que Sasuke, su hijo menor, vendría al mundo y así, Karin, la hija de sus amigos. Habrían pensado que habían nacido tal para cual, bueno, al menos en lo que respectaba a Itachi y Deidara sí había sido así. Entonces llegó Naruto, el último de los Namikaze, y la adoración de todos.
—¿No es una monada? —comentó Mikoto mientras le mostraba una foto de Naruto. Fugaku sonrió—. Oh, Fuga. Quiero a estos niños como si fueran nuestros hijos, ¿sabes? Espero que algún día, ellos sepan cuanto los queremos.
—Lo sabrán —aseguró Fugaku con una sonrisa—. Son muy lindos, de verdad, todos ellos. Como Ita y Sasuke.
Antes de eso, cuando Fugaku terminó la universidad se vio en serios aprietos financieros, y como su padre le había prometido, no le permitió tocar un solo centavo de su fortuna hasta que los mereciera. Así que se mudó junto a Mikoto y sus hijos a un barrio pobre al sur de Japón -esto por puro capricho pues no tenían que salir del complejo Uchiha realmente-, y comenzó a escalar desde abajo. Mikoto se dedicaba a las tareas del hogar y a complacer a su esposo, ser buena madre y aunque ambos sabían que no era suficiente, tuvieron que lidiar con aquella monotonía, al menos hasta que Sasuke cumplió cinco años.
—Gin, ¿puedes pasarme la sal, por favor? —preguntó. El joven de dieciocho años asintió y le entregó el salero—. Gracias, hijo.
—De nada, padre —Gin sonrió, contento de tener una familia, aunque no se sintiera como tal todo el tiempo—. Por cierto, comenzaré a trabajar en el Ichiraku Ramen, al parecer el viejo tiene una vacante para mí.
—Eso es genial —le dijo—. Si eso es así, podremos ahorrar para tu universidad y para una mejor ubicación. Nee Mikoto, ¿qué dices?
—Será fantástico, querido —les respondió mientras le daba de comer al pequeño Sasuke de casi tres años, a regañadientes, pues siempre fue muy independiente—. Espero que todo salga bien, y pronto podremos demostrar lo que vale nuestra familia.
—¡Eso, mamá! —Sonrió Gin. Itachi solo comía en silencio.
Aún con el apoyo de su hijo adoptivo Gin -hijo que adoptaron un año antes de saber de Sasuke, de dieciséis años y muy prometedor-, les costó mucho, pero entonces Fugaku conoció al dueño de una firma de abogados muy famosa en Seattle, el señor Keith Mendoza, por el cual se obsesionó con su trabajo -y el dinero que éste le trajó-, y estuvo a tientas de perder a su familia.
—Viejo, eres un asombroso abogado. Te lo digo, deberías unirte a mi firma y triunfarás —aseguró Keith, mientras ponía sus brazos por los hombros del Uchiha. En eso, un joven rubio de ojos azules caminaba tranquilamente repartiendo flores por el lugar, Keith silbó—. Vaya lindura.
El doncel se giró a ver a quien le había silbado, con ganas de golpearlo, pero se quedó indefenso ante los ojos del Uchiha. Palideció enseguida.
—¿Inoichi? —Fugaku tragó fuerte.
—¿Ara? Su-sumimasen —se apartó corriendo, y Keith volteó a ver con cierta burla al Uchiha.
—Todo un galán, eh —se burló, pero el Uchiha no lo escuchó realmente.
Los años fueron pasando, y tropiezo a tropiezo, su legado fue mejorando. Naruto sin duda se caló en los corazones de los Uchiha, como lo hizo Sora también, y Mikoto no podía esperar más.
Extrañaba a su esposo.
—Como quisiera que pudieras verlos —susurró al aire—. Como me gustaría estar contigo...
No fue fácil y ciertamente la familia Uchiha tuvo muchos tropiezos, al menos en lo que concernía a la suya. Mikoto lo sabía muy bien, ella había estado ahí en todo momento.
—Pero nuestro reencuentro tendrá que esperar, Fuga-chan, nuestra familia aún me necesita. Gomen ne.
Ciertamente el amor que su esposo le tuvo fue muy fuerte, porque a pesar de todos los problemas que tuvieron que afrontar, nunca la soltó ni un solo momento y no la dejó ir.
—¿Descansaste? —preguntó Kushina, mientras entraba. Vio a Mikoto sentada en una silla a un lado de la camilla y con la mirada en la ventana.
—Sí, tranquila —afirmó, mientras se volteaba a verla y le dedicó una sonrisa tranquila.
También agradecía muchisimo que su amistad con Minato y Kushina fuera mucho más allá, que siempre le hubieran apoyado en todo, especialmente con todo lo que sucedía en la familia Uchiha -aunque les pudiera poner en riesgo de alguna forma en todo momento-, y luego del fallecimiento de su esposo Fugaku, Mikoto se había sentido realmente desorientada y se había sumido en el trabajo. Cosa que al parecer era de Uchihas.
—¿Y tú, Kaori-san? —preguntó entonces, a la Uchiha que estaba recostada en la camilla.
—Estoy despierta —bromeó la Uchiha con una sonrisa coqueta. Mikoto la observó en silencio.
Kaori era una prima lejana de Fugaku y ella, que también sabía lo que se sentía estar en su posición, pues hacía un par de años había perdido a su esposo, y también se encontraba aturdida con los ataques. Kaori era importante, era de la rama principal Uchiha y un poco más cerca a los líderes que ella misma. Sin embargo, era de los Uchiha de Francia y claro, eso influía en muchas cosas. Como en sus nietos, por ejemplo. ¿Qué sería de ellos? No los volvió a ver desde que volvieron de Francia aquella vez... ¿Siquiera se acordarían quien era ella?
—Los médicos dijeron que podrás salir para mañana —Kushina sonrió, mientras le entregaba a ambas una taza de café—. En un rato vendrán a darle una dosis de morfina para el dolor y le harán curación, Kaori-san.
—Está bien, gracias —sonrió.
Quizá el ataque en la calle de la casa de su hijo no hubiera sido exactamente dañino pero en lo que respectaba a Shiashi y a Kaori fue bastante más efectivo que a Ki y Daiki, lo cual en cierta forma le aliviaba un poco. Daiki era su nieto directo y además, solo un niño todavía, no se lo perdonaría si algo le sucedía. Por otro lado, ella se había encargado de atender a Shiashi personalmente y se recuperaría pronto, así como Kaori que al caer se hizo una herida menor en la parte posterior del brazo. Nada grave.
—Miko-chan. ¿Ya te sientes mejor?
—Sí, te dije que solo era el cansancio, Kushi-chan —Mikoto sonrió y se puso de pie—, anda, vamos a comer algo. Has estado todo este tiempo en el hospital cuidándonos.
—Me traen postre —dijo Kaori, haciendo un puchero.
Ambas le sonrieron y asintieorn.
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Mikoto ha aprendido a sonreír de nuevo gracias a sus hijos, yernos y nietos. Su mejor amiga, Kushina, también ha sido una parte vital de su proceso de duelo, pero la traición que se cierne sobre la familia Uchiha podría amenazar con destruir su corazón de nuevo.
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—¡Iruka-san! ¿Se encuentra bien? —Takahiro se agachó al reconocer al doncel de la cicatriz en la nariz, el mismo solo parpadeó algo confundido y se dejó ayudar por el varón menor, que empujaba los escombros que le habían caído encima con un poco de dificultad—. ¿Está bien?
—¿Takahiro? —soltó sorprendido cuando por fin pudo reconocerlo.
El ojiverde se giró a verlo y solo asintió, sonriéndole, mientras apartaba el último escombro.
—Venga —le dijo, mientras lo ayudaba, cargándolo con el hombro y agarrándolo de la cintura. Miró hacia todas partes antes de cerciorarse del lugar y lo dejó sobre una roca que había en el lugar, prosiguiendo a revisarlo lo mejor que pudo—. ¿Le duele algo?
—El tobillo —respondió el doncel, mientras miraba a todas partes, preguntándose que demonios acababa de suceder. Soltó un chillido cuando sintió las manos del menor en donde le indicó.
—No está roto. Parece ser que tiene un esguince menor —diagnosticó el Uchiha—. Vas a tener que ponerte mucho hielo para ayudar a que la inflamación se reduzca, tendrá que tomar reposo por un par de días, le recomiendo hacerse revisar a profundidad por un especialista de esto y tomar antinflamatorios no esteroideos.
Iruka parpadeó.
—¿Cómo...?
—Estudio medicina, bueno, estudiaba —le respondió el joven con una sonrisa, mientras le dejaba con cuidado el pie sobre una toalla que no tenía idea de donde había sacado—. ¿Puede decirme si recuerda que sucedió? Voy a hacerle un chequeo.
—No lo sé —respondió—. Estaba con Kakashi en... la montaña, y entonces él dijo que bajara por el auto mientras regresaba por una cosa que olvidó. Luego empecé a conducir el auto, y escuché...
—¿Escuchó? —insistió Takahiro, con el ceño fruncido.
—Un zumbido —respondió, volteando a verlo a los ojos—. Una explosión cerca de la montaña.
—En efecto —Afirmó Kankuro, llegando donde estaba el pelinegro y el castaño, golpeando de paso en la cabeza al menor, quien soltó un quejido y lo miró ofendido—. No debías salir del auto, estúpido. ¿Qué si te ven los Akatsuki? ¿Cómo planeas defenderte de ellos? Te llevan de ventaja años.
—Kankuro —Iruka se mostró nuevamente sorprendido—. ¿Entonces...?
—Fue un ataque de los Akatsuki, al parecer no sólo está Takahiro por aquí cerca. Descuida, tu esposo está comprando compresas frías, le comuniqué lo que dijo este loco —replicó, mientras mostraba el auricular manoslibres con el que se estaban comunicando, Iruka asintió algo confundido—. Ahora, señor doctor y señor Hatake, si me disculpan, debo cerciorarme de cual fue el daño causado. Además claro de la zona actual donde estamos.
—Ey —Kakashi corrió enseguida y al ver a su esposo bien, pudo respirar de nuevo.
—Sólo fue un esguince, estará bien con los cuidados adecuados —le dijo Takahiro con una sonrisa, mientras se hacía a un lado para que el Hatake pudiera comprobarlo con sus propios ojos.
—Gracias —dijo Kakashi al comprobarlo y besar la frente de su esposo. Estaba agradecido, por un momento sintió tanto terror de siquiera pensar en perderle. Takahiro solo sonrió. Kakashi abrazó nuevamente a su doncel, ya había perdido muchas personas pero... si algo le pasaba a él o a sus hijos, moriría.
No podría perderte a ti.
—¿Cómo te sientes? —insistió Boruto.
—Estoy bien —afirmó Sarada, mientras se pasaba la mano por la cara, aunque hizo una mueca al notar que había movido inconscientemente la mano que tenía canalizada por el cáteter. El rubio solo la miraba con insistencia en el rostro—. Bolt, estoy bien, estamos bien. Ambas.
—Bien —exhaló profundo—, sí, eso...
Sarada sonrió.
—¿Pero estás segura? —Volvió a insistir, ganándose un zape de su madre.
—Ya te dijo que sí, cabezón —le gruñó Naruto, mientras se acercaba a Sarada y le entregaba lo que había pedido—. ¿Estás bien así? Perdón —hizo una mueca al ver que repitió esa molesta pregunta y Sarada pujó—. ¿Quieres que te acomode las almohadas o te traiga algo más de comer?
—¿Más? Vas a engordarla... Bueno, más —se quejó Boruto, mientras veía el montón de comida que Naruto había comprado para la pelinegra. Esta solo sonrió y soltó un gruñido pequeño ante lo último—. A mí no me consentiste tanto cuando estuve aquí —se quejó, haciendo un puchero.
—Tú no estás embarazado, así que no seas llorón —le sacó la lengua.
—¡Me sacó la lengua! —La acusó entonces.
Naruto solo se rió mientras acomodaba las almohadas de la menor para que pudiera sentarse y estar cómoda. Por suerte, la explosión había sido en la habitación contigua y habían tenido una pared para ser protegidos, aunque claro, en su condición era muy peligroso y Takeshi había salido realmente herido. Sarada trataba de estar calmada pero la verdad era que perdía los nervios por momentos. La habían atacado a ella, y pareció ser muy personal pues encontraron una nota cerca de la explosión que seguramente fue puesta después.
Te vuelves una Uchiha y te olvidas de quién eres en realidad. Muy personal a su parecer.
Sólo podía creer en una persona que había tenido aquel trabajo.
Su madre.
—Tiene derecho a hacerlo —afirmó Naruto, mientras verificaba que Sarada estuviera bien, ésta asintió y entonces acomodó la mesita de la comida—. ¿Cómo está mi nieta?
—Está muy bien —le dijo Sarada, con una mano instintivamente tocando su vientre, entonces su sonrisa tembló y sus ojos se cristalizaron—. Gracias a Dios, está muy bien.
Naruto le miró igual antes de acunar su rostro en sus manos y darle un beso en la frente.
—Descuida, mamá Naruto y abuela Kushina harán que esos bastardos paguen —aseguró, mientras acariciaba la mejilla de Sarada—. Sólo hay que tener paciencia. No dejaremos que algo más les pase. A ninguno de ustedes.
Bolt se acercó y abrazó por los hombros a su hermano, mientras le daba una mano a Sarada y la apretaba. Los tres se sonrieron y se quedaron quietos, solo apreciando el calor de su cercanía y su afecto, ausentes a los ojos azules que le veían desde un par de metros por una ventana del edificio consiguiente.
—¿Los extrañas? —preguntó Haku, mientras veía al menor parado en aquel ventanal con su vista fija en aquella familia. Menma no se movió ni un centímetro y no apartó su mirada.
—No lo sé —respondió, con sinceridad.
El vacío en su estomágo se acrecentó al verlos ahí, juntos, apoyándose los unos a los otros como lo que eran, una familia. Sabía por Haku que Kaguya había enviado a Roseone y a Kitsune para darle un escarmiento a Sarada Uchiha, aquello no le había sonado de nada hasta que justo antes de sentarse en su litera, miles de recuerdos de la susodicha lo atormentaron.
Estoy embarazada, aquel recuerdo fue el que no lo dejó pegar el ojo en toda la noche. Había tenido miedo para sorpresa de muchas personas, realmente le dolió el pecho, pero verla ahí bien y embarazada todavía, le había renovado las energías como nada en aquel tiempo.
—Kisame nos está esperando —replicó.
—Viene con Itachi Uchiha —respondió él enseguida, apretando la mandíbula mientras veía como entraba Sasuke Uchiha al lugar—, no iremos a verlo. Iremos al aeropuerto de Narita.
Cuando en la mañana habían anunciado que las cosas habían salido exactamente como esperaban y con ellos se referían a todo lo que habían mandado a hacer, sintió aquel terrible vacío en sus entrañas. Él podía ser cruel y despiadado si se lo proponía pero no era capaz de dañar una embarazada o un niño, tampoco un anciano. Tenía sus principios.
Ni el ni Haku eran desalmados... No eran Hannya.
—Pero...
—Sin peros —cortó, mientras se daba la vuelta.
Lo último que había visto era a su familia reunida. A Sasuke a un lado de Sarada y Naruto del otro, a Bolt a un lado de Naruto, a Akihiko y Daiki en el lado de Sasuke, Ayame en el frente y Hikari sentada en un borde de la camilla. Todos rodeando a Sarada, y un puesto, justo en la mitad de Sasuke y Sarada que se encontraba vacío y lo entendió.
Ese es el puesto donde él pertenecía.
—Ellos no vendrán —el peliazul se metió las manos al bolsillo del gabán.
Itachi miró por encima del libro la recepción del edificio donde Kisame había citado a Haku y Menma, dando por sentado que lo que decía su compañero era cierto. Ellos no irían, seguramente sabían que él estaba ahí, y a lo mejor, el que se hubiera enterado de su presencia había hecho que dieran vuelta y huyeran. Suspiró.
—No me sorprende.
—¿Qué harás entonces?
—Sasuke está en el hospital viendo a Sarada —replicó, cerrando su libro enseguida—. Nosotros iremos a ver a Konohamaru.
—¿El Sarutobi? —frunció el ceño.
—Sí. ¿Te apetece ver a tus hijos antes? —preguntó, mirándolo.
Kisame negó con la cabeza.
—No, déjalos descansar, con que estén bien y en manos capaces es suficiente para mí —afirmó.
Muchas veces se había preguntado... ¿Qué pasaría si la retorcida mente de Kaguya hacía que atacaran el hospital Senju? Toda su familia y las familias de sus familias... correrían peligro, o en el peor de los casos, morirían. Ahora que habían exterminado el clan, al menos todos en Japón, el hospital podría comenzar a flaquear pese a que Tsunade lo había dejado a nombre de Minato.
Y Minato seguía sin aparecer.
El ambiente fuera del cuarto donde tenían a Sarada era algo incómodo. Variaba de nervios a molestia, especialmente porque el de ojos amarillos no paraba de mirar al joven de más o menos la edad de Boruto sentado en la sala de espera. No sabía quien era, no se habían dirigido la palabra más allá de la situación con un Bolt desmayado y una ambulancia. Cuando llegaron, Bolt fue recibido y le dieron un par de medicamentos para que mejorara, estuvo en revisión alrededor de una hora y fue con ellos al pasillo donde estaba el cuarto de su sobrina. Les pidió que lo esperasen allí y vieron luego a Sasuke, Naruto y los demás entrar progresivamente.
Incluso su madre había pasado por ahí en algunas ocasiones en su bata de doctora, sacándole una sonrisa. Le agradaba saber que ella había seguido su sueño. Era cierto que llevaba muchos años sin ir a Japón, y como sus hermanos se habían casado en USA -y habían vivido por años allá- no solucionaba mucho que digamos, pero aun así trataba de mantener el mejor contacto posible con ellos. Eran su familia.
—Mitsuki —Gin se giró a ver a la persona que habló, notando a un doncel de cabellos plateados y unas redondas y grandes gafas, entrando al pasillo donde estaban y acercándose al chico—. Me dijeron que habías llamado a la ambulancia y vine tan pronto como pude. ¿Sucedió algo?
—Sí, descuida —Mitsuki sonrió brevemente a su papá—. Llamé yo porque Bolt se desmayó, pero no me pasa nada. ¿Y mi padre?
—Está atendiendo a Aoda, parece que sus huevos ya estaban listos y no podía dejarla sola con cinco posibles nuevas serpientes bebés —respondió rápidamente, mientras se acomodaba las gafas y miraba de reojo al pelinegro que se mantenía apoyado en una pared al lado de la puerta del dormitorio—. ¿Gin-san?
—Oh. ¿Kabuto? —Gin reconoció la voz y al doncel y ladeó la cabeza—. Vaya, has cambiado mucho.
—Gracias —le sonrió—. ¿Y qué haces por aquí? Creí que estarías con Kaori-san.
—¿Kaori-san? —frunció el ceño, confundido ante la mención.
Kabuto apretó los labios y bajó un poco la cabeza.
—Se encuentra internada al otro lado del hospital —comunicó, y Gin se tensó—. ¿Sasuke o Itachi no te habían informado?
—La verdad no he tenido mucho tiempo de hablar con ellos —se rascó el dorso de la nuca. Había estado tanto tiempo con Boruto que había descuidado el resto de su familia, lo cual era sorprendente, pero de alguna forma, el rubio tenía algo que le hacía olvidarse de todo y de todos, lo cual ciertamente le convenía a su corazón roto.
—Es la habitación 360, por si te interesa —le dijo, antes de voltearse a ver a Mitsuki. Notó, claro, que miraba al Uchiha con cierto desdén muy bien disimulado y se preguntó a qué se debía esto, miró de reojo al de ojos amarillos, no se había movido de su lugar, aunque creyó que lo haría con la mención de la señora Uchiha—. Por cierto. ¿Qué haces aquí?
—Ya habías preguntado eso —meneó la cabeza con una sonrisa, y miró la puerta—. Atacaron a Sarada, Bolt se desmayó y lo trajimos aquí. Estoy esperándolo para ir a comer algo.
—Oh, me alegra saber que te lleves bien con tu... familia —le proporcionó una sonrisa falsa.
Así que eso es lo que te molesta, mi querido hijo.
—Gracias —asintió con la cabeza.
—Ven, vamos Mitsuki —extendió su brazo y el varón se levantó sin apartar la mirada del ojisarco un sólo segundo. Una vez tomó el brazo, su papá lo jaló lejos del pasillo—. Pareces molesto, kukuku.
—No te burles —se quejó—. Es que ese hombre me molesta, parece interesado en Bolt.
—¿Y eso tendría que afectarte a ti? Si te le declaras rápido te ahorrarás la competencia —aconsejó, mientras sonreía como si nada—. Por cierto, necesitamos un nuevo hábitat, había pensado en que fuéramos a ver la tienda de mascotas y un par de hámsters para Aoda-chan.
Mitsuki sonrió y asintió a su padre, aunque el mal sabor de boca que le había ocasionado aquel hombre no se iba. No quería que le quitaran a su sol, pero últimamente Bolt no hacía nada más que hablar de sus no citas con Gin, que la playa, la biblioteca, el karaoke, la tienda de vídeos, el cine, y bla bla bla. De alguna forma, cuando veía a su sol sonreír de esa manera, se preguntaba si realmente podría hacer algo para impedirlo.
Pero jamás impediría que fueras feliz.
—Luces preocupada.
—Lo estoy —respondió Mikoto, mientras miraba de reojo a Natsuo, el hijo de Kaori—. Mientras esto siga creciendo, Natsu, las cosas se pondrán más y más violentas. Sin el apoyo de los Senju nos vemos en situaciones realmente apretadas ahora mismo.
—¿Han dado con el traidor? —preguntó—. ¿O traidora?
—No... pero lo haremos —afirmó. Ella misma, aunque le había prometido a sus hijos no meterse, había contratado a alguien de confianza para el trabajo. No estaba dispuesta a ver como lastimaban a su familia así como así.
—¡LOS VOY A MATAR! —Gruñó Deidara, dos minutos después de estar en silencio tras colgar la llamada que le dio su hermana Karin. Sus ojos estaban ardiendo en llamas, casi podías ver el plan malévolo y las explosiones que su mente maquinaba en ese instante—. Nadie toca a mis bebés, Hmp.
—¿Ah? —Daisuke y Haru lo miraron confundidos. Si ellos estaban bien...
—¡Esos... hijos de puta, ya verán quién es Deidara Namikaze de Uchiha! Hmp. Nada más que cierren un momento y los ojos y... ¡Plakata, tres explosiones en el culo a la orden! Sí, señor, se lo ganaron —pujó, cruzándose de brazos, mientras mantenía el ceño fruncido—. ¡Haaa! Y eso que estaba intentando ser condescendiente, se han mandado a la mierda mis sesiones de terapia para evitar la ira. ¡Pagué mil yenes por escuchar a esa maldita rubia de pacotilla sobre pasos para no tener rabia con esa maldita y chillona voz! Hasta me aguantaba a Sakura pero ugh.
Haru miró a su hermano, ninguno entendía nada de lo que estaba pasando.
—Nadie toca a mi familia —Deidara bajó la voz y el ambiente se tornó frío, tétrico.
Su computadora estaba abierta en el link que Karin le había enviado. Eran tres noticias nuevas.
Explosión en la casa Uchiha Namikaze.
Explosión en la casa Hatake Uchiha.
Explosión en el convento Belga y en Uganda (donde están los Hatake).
—Explosión, explosión, explosión. ¡Shaaaa! Esto es demasiado personal para ignorarlo —cerró de un golpe la laptop y apretó su mandíbula—. Lo están haciendo por mí. Lo sé, casi puedo ver a ese maldito Aizawa riéndose de mí...
Entonces sus ojos brillaron con un toque de perversión que hizo temblar a sus hijos.
—Pero ya veremos... quién gana la prueba. Después de todo, no conozco a nadie que pueda aguantar la ira de Deidara Namikaze, Hmp —Sonrió. Tenía todo listo, había estado esperando pacientemente por el momento correcto, ahora solo tenía que pedirle a Sasori algo de ayuda para completar su plan—. Nadie es capaz de igualar a las explosiones de Deidara, kukuku.
Su venganza.
Porque nadie se mete con la familia de un Uzumaki y sale ileso.
Mucho menos si ese Uzumaki... soy yo.
—¿Te fue tan mal? —Meiko silbó.
—Ni preguntes —gruñó Shikadai, mientras se lanzaba sobre el sofá boca abajo.
Meiko se quedó en silencio un momento mientras veía a su hermano mayor actuar como un tonto. Vale, se dijo a sí mismo, lo hacía todo el tiempo pero estaba exagerando últimamente.
—¿Y bien?
—Nada, nada —meneó la cabeza sin apartar el rostro del sofá.
Meiko levantó una ceja.
—Akihiko recogió más temprano a Daiki hoy, al parecer hubo un problema así que no pudimos salir —replicó, exhalando con fuerza porque sabía que su hermana era igual de molesta que su madre, cuando quería saber algo, insistía hasta que conseguía la información que quería. Era fastidioso.
—¿Y no hubo cita? —hizo un puchero.
—No es una cita —gruñó, sonrojado.
—Yo veo que si un hombre y un doncel hacen planes de ir al cine solos y luego ir a comer, es una cita —Meiko se encogió de hombros—. Como sea, como dejaste tu celular... te llamaron.
—¿Quién?
—Inojin, Chou y una persona con un número desconocido que sonaba igual a Sora. Dejó un mensaje por si quieres oírlo —comentó, mientras le lanzaba el móvil cuando vio que su hermano se levantó—. Escúchalo en tu cuarto, mamá está por llegar y ya sabes como se pone con este tema.
—¿Has averigüado algo? —la miró con los ojos entrecerrados.
—Sé que eres un Uchiha —silbó y le guiñó el ojo.
Shikadai apretó los labios y suspiró, decidiendo correr a su cuarto para oír rápidamente el mensaje de voz. Una vez estuvo seguro de que su madre no pasaría por ahí, se puso los auriculares -por si las moscas-, y reprodujo el mensaje de voz.
Hola arquitecto. Su corazón se detuvo al oír su voz de nuevo.
¿Debería decir futuro arquitecto? Aún no te has graduado así que no mereces el título, ¿no es así? Sonrió y sus ojos se cristalizaron, era Sora, era su Sora.
Eso no importa ahora, hoy... han pasado muchas cosas. Yo estuve en Japón. Shikadai jadeó ante la información y una sensación de agobio lo golpeó enseguida al saber que estuvo tan cerca y él ni siquiera se enteró.
Vi muchas personas y fue raro, porque sentí que de pronto te extrañaba. Hubo un silencio y Shikadai creyó que el mensaje se había cortado, pero prosiguió al cabo de un rato. Que los extrañaba a todos y eso está mal. Esto está mal. Ni siquiera debería estar llamándote.
No supe como pero recordé este número y llamé.
Algún día entenderás que... es mejor así. ¿No? Sin mí. ¿Acaso bromeaba? Todo era un maldito infierno sin él, para todos, de eso estaba más que seguro.
Los vi en el hospital, siento que es mi culpa que atacarán a Sara-chan porque no estuve ahí para protegerla. Vine a Japón solo para verificar que no estuviera muerta.
Y... debo colgar, porque no espero que contestes o me llames, es un teléfono público y sería muy tonto que lo hicieras. Escuchó risas y sus ojos se nublaron, Sora estaba riendo bajito.
Sólo... dile a mi familia que la amo, antes de que deje de ser yo mismo.
—¿Qué demonios le pasa? —gruñó Shikadai.
Sora arrojó un cojín de aquella mullida cama a la pared al recordar el mensaje que había dejado en la contestadora del Nara. Joder, la que se había cargado.
—¿Qué demonios me pasa? —se quejó.
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