Capítulo 41; Los Akatsuki.

—Kisame Hoshigaki.

—Itachi Uchiha, Hishashi-buri —dijo, levantando el mentón—: Tiempo sin verte.

Itachi solo rodó los ojos y se paró a su lado mientras observaba a los hijos de Shisui con una sonrisa. Al menos estos respiraban tranquilos al ver a los menores en buen estado, para el anterior infarto que casi le ocasiona Kisame con la llamada de Sasuke. Ese maldito asustaba hasta a un espanto.

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La organización encargada de infundir miedo es claramente la razón por la que Sasuke y Naruto ya no duermen tranquilos, pero éstos tienen un premio mucho más grande en la mira: La familia Senju. Ahora que Tsunade y los ancianos han muerto, la familia está debilitada.

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—No puedo dormir —susurró Naruto. 

—Lo sé, yo tampoco —se giró en la cama para ver a su esposo y medio sonrió, mientras acariciaba las hebras doradas con su mano izquierda, mientras la otra estaba entumecida bajo el cuello del rubio—. Pero están bien, todos ellos. 

—Daiki estaba muy asustado-ttebayo. Jamás había pasado por algo así, me siento muy mal por él —susurró de nuevo, mientras paraba las caricias de su esposo con la mano y encontraba sus ojos con los del azabache. Casi había olvidado lo bien que se sentía compartir la cama de esa forma con él—. Esto se está tornando un juego peligroso, Sasuke. ¿Qué vamos a hacer-ttebayo?

—No lo sé —se sorprendió a sí mismo con su ataque de sinceridad—, se me acabaron los planes hace mucho. ¿Sabes? Ya no sé qué hacer. ¿Por qué no ponemos tu plan B en marcha?

—No creo que funcione, nos ganan en personas-ttebayo. Si fuera solo Kaguya y Shion... Ellos han estado reclutando personas y siguen haciéndolo, Sasuke, nos empiezan a superar en número —lo miró. Sasuke no había visto aquella mirada asustada en años.

—Si tu familia y la mía se unen, sé que no nos sobrepasarán —aseguró—, pero sin Gin no podemos conseguir esto. ¿Deberíamos contactarlo?

Naruto negó.

—Ellos ya saben el plan, Sasuke. Irán tras Gin —aseguró también. Sasuke se giró, mirando al techo y puso su brazo sobre sus ojos—. Si lo capturan, se acaba el juego, Sasuke.

—No voy a permitirlo —gruñó—, no voy a dejar que le hagan más daño a mi familia.

—Sasuke... Hirieron a Temari y a Gaara-ttebayo. Mi padre no ha regresado y no hemos dado con Inoichi —Sasuke lo miró seriamente, detestando lo que la primera parte significaba. Claro que, Naruto lo dijo de forma inconsciente, pero aun así le dolía aquella fría comparación.

—¿Estás pensando en rendirte? —susurró entonces.

—¿Podríamos? —Naruto hizo una sonrisa sarcástica y luego soltó un suspiro—. Estamos perdidos sin Sora, míranos Sasuke. Peleamos a cada instante, nos gruñimos e insultamos.

—No tiene nada de raro —Alzó una ceja y le vio retador—. Siempre han chocado nuestros temperamentos.

—No digo que no, pero... Siento que hay algo entre nosotros, una barrera que nos está haciendo daño. Sé que yo te dije que no me lo dijeras, pero... Sasuke —el azabache le miró fijamente, expectante—. ¿Estás ocultándome algo?

—Muchas cosas —admitió en voz baja. 

El rubio apretó sus labios y dejó caer un par de lágrimas, asintiendo y mirándolo. Se sentía como mil estacas en su pecho, y mirar los ojos de Sasuke solo acrecentaba el dolor. Porque él sabía lo que significaba su pregunta, por eso lo hizo, pero... Le dolía la respuesta, sin titubeos ni duda alguna. Sasuke lo engañaba, lo había estado engañando durante décadas quizá. Se dio la vuelta y escuchó a su esposo suspirar, salir de la cama y de la habitación, seguro dormiría en el sillón de nuevo.

Maldición, si Naruto le necesitaba en ese momento más que a nadie. Necesitaba que lo abrazara y le dijera que todo iba a estar bien. ¿Por qué le había preguntado? Había sido tan impulsivo. 

Lo sabía, pero no quería saberlo al mismo tiempo.


—¿Estás mejor? —preguntó Akihiko en voz baja, mientras acariciaba la cabeza del pelinegro. 

—Un poco —confesó Daiki, mientras entrecerraba los ojos. Todavía le dolía la cabeza y su hermano se había quedado haciendo guardia y poniéndole paños húmedos sobre la frente. La señora Uchiha y Shiashi habían ido al hospital, mientras que Ki estaba reposando en el cuarto de Akihiko—. ¿Qué crees que pasará ahora-ttebane? 

—No lo sé —confesó, mientras acariciaba los cabellos humedecidos de su hermano—. No lo sé, pero algo se nos ocurrirá. Parece que nuestros padres no están muy sorprendidos, están más bien fúricos.

—Sora dijo que esto ya había pasado antes. ¿Recuerdas aquella vez? Dijo que cuando éramos pequeños los habían atacado o algo así-ttebane. Todavía me duele la cabeza —soltó un quejido al final, mientras se tocaba la frente. 

—Aún tienes fiebre, no deberías esforzarte demasiado en recordar —le reprochó Akihiko, mientras le daba un poke en la frente que hizo al pelinegro hacer un puchero—. Deberías dormir.

—Tú también —alzó una ceja.

—Dormiré cuando vea que tu estás mejor —denegó, y le apartó la toalla antes de volver a remojarla en el agua caliente—. Papá estaba a punto de desmayarse cuando te vio en el suelo. Es una suerte que los médicos dijeran que no era nada más grave que una contusión.

—Lo sé... ¿Viste la cara de nuestro padre cuando llegó? Parecía muy molesto —comentó pensativo.

—Sí, tienes razón. ¿Crees que le haya pasado algo antes de venir? —Inquirió.

—Creo que se molestó por no estar en casa cuando sucedió —respondió Daiki, bajando la mirada—. De alguna forma, se siente culpable.

¿Culpable?


—¡Tú eres el culpable de esto!

Takahiro solo apretó los labios mientras cerraba los ojos y meneaba la cabeza de arriba abajo. 

—¡Shinki! —Kankuro gritó—. ¡Cálmate, por favor! Nadie tiene la culpa.

—Por supuesto que sí. ¡Todos están muertos por culpa de él! —gritó el menor, mientras lo señalaba. Estaba llorando y aquello arruinaba las extrañas marcas que se hacía en la cara cuando jugaba a ser un guerrero ninja. Takahiro solo apretó los ojos e intentó conservar la calma porque él lo sabía bien—. ¡Le dieron una sola orden y no la cumplió! Ahora todos están muertos por su culpa.

—Shinki —advirtió Kankuro.

—Eran mis amigos, mis únicos amigos —siguió llorando. Takahiro empuñó el kunai, y Kankuro al ver esto abrió grande los ojos, comprobando la sangre que caía por los lados. Lo había apretado en la mitad de su puño cerrado con la parte filosa haciendo mella su palma y dedos.

—Lo sé, y lo siento —dijo en voz baja, rasposa, señal de que también él estaba llorando—. Mi intención nunca fue lastimar a nadie, quería salvarnos. Esta guerra que nos pone en este estado... todo se puede acabar y yo intenté terminarlo, pero... Ellos tenían un infiltrado.

Kankuro abrió los ojos ante aquello y lo miró a los ojos, Takahiro asintió.

—Tayuya logró escapar, tristemente.

—¿Los del sonido? —Kankuro frunció el ceño.

—Siguen a Kimimaru a donde sea —Takahiro encogió sus hombros y miró el suelo—. Si deseáis abandonarme, no voy a odiaros por eso. No puedo devolverle a Shinki sus amigos y a nadie en aquel convento, yo mismo me había llegado a encariñar, y no puedo devolver la confianza de mi familia y de Sasuke a Kankuro. Lo lamento. Lo he jodido en grande, como siempre.

Kankuro no sabía que decir.


—Creí haberte dicho que no era necesario matar a nadie —El peliblanco se cruzó de brazos mientras miraba a Tayuya, la pelirosa de ojos negros solo hizo una pequeña mueca—. ¿Hm?

—Ups, lo siento —sonrió con arrogancia, mientras veía a Jirobo de reojo. El pelinaranja de ojos castaños solo frunció el ceño—. Lo olvidé cuando llegué ahí.

Kimimaru volteó a ver a los otros dos, los gemelos Sakon y Ukon solo le devolvieron la mirada.

—Ustedes son tan inservibles e inútiles como la tabla diciendo que ya alcanzó a Sasuke y Naruto —se quejó, mientras se sobaba el puente de la nariz—. Como sea, acompañénme, los voy a presentar. Y Tayuya, nada de coquetear con los hombres.

—Entonces le coquetearé a las mujeres, entendido —la mujer fingió un saludo militar sin abandonar su sonrisa burlona. Jirobo solo rodó los ojos, y como los gemelos malvados, caminó detrás de Kimimaru sin responder nada a la pelirosa—. Oi, no me ignoren, par de sabandijas mal muertas, sois unas malditas ratas inmundas. 


—Me halaga estar de vuelta en Japón —la castaña mantenía una sonrisa tranquila mientras se abanicaba el rostro. A su lado, sentada, Nono Yakushi solo miraba en silencio las tazas de té y las galletas que Kaguya había mandado a preparar para ellas—. Es lindo el aire. Hokkaido es hermoso, te felicito Kaguya-hime, estás en un hermoso palacio —dijo, dándole un sorbo a su sake.

Kaguya asintió en agradecimiento. 

—Gracias por sus palabras, señora Terumi. Es un placer volver a verla y tenerla por aquí —sonrió, comiendo un par de galletas—. Espero que se sienta como en su casa en mi hogar. Lo mismo para usted, señorita Yakushi.

—Muchas gracias —fue la escueta y casi tímida respuesta de la monja.

—Oí que su hijo no sabe todavía que usted sigue viva —comunicó Kaguya, alzando las cejas sugerentemente, y vio como la monja levantó su lindo rostro para verla tras aquellos enormes lentes redondos—. Así que dígame, ¿cómo era estar casada con Rikudo Sannin?

—Era un gran hombre, lástima que muy estúpido —sonrió ella tiernamente—. Tuve que matarlo en cuanto firmó los papeles de divorcio. Lamentablemente él dejó todo a nombre del bastardo.

—¿Por qué no le reclamó? 

—No me quejo por dinero —meneó la cabeza y encogió los hombros—. La señora Terumi paga bien.

Kaguya miró de reojo como la castaña de ojos verdes asentía de acuerdo con una sonrisa de satisfacción mientras se embutía la boca de galletas y luego volvió su vista a la monja.

—Yo les pagaré el doble a ambas si hacen lo que quiero que hagan —propuso. 

La Mizukage paró de comer y Nono solo alzó una ceja sin abandonar su tímida sonrisa. 



—Ellos son los Akatsuki —dijo Kimimaru, mientras ingresaba al lugar. Ahí se encontraban Madara, Tobi, Roseone, Hannya, Okame (Konan), Tanuki (Yakiho), Kitsune (Ren), Tengu (Natsu), y tres personas más que no se dejaron ver—. El anciano de allá es Madara-san.

—A quién le dices anciano, muchacho tonto. Si de una patada mía te mueres, a ver —Madara le miró con el ceño fruncido y su voz no destiló ni siquiera una pizca de diversión. Hablaba muy en serio y Kimimaru lo sabía. Tayuya sonrió de lado.

—Él es Tobi —lo ignoró y continuó. El de la mascára naranja dio un salto hacia el frente y se puso las manos detrás de la espalda, mientras fingía estar abochornado—. Ah, mierda, aquí vamos otra vez —pujó algo molesto. Tobi le molestaba... Tobi molestaba a todos, en realidad.

—Yo soy Tobi, a Tobi le gusta hacer nuevos amigos. ¿Quieren ser amigos de Tobi?

—Qué puto rarito —se quejó Sakon, mientras miraba a sus amigos y se reía. Kimimaru negó.

Ni siquiera los dejó parpadear cuando la pared de papel donde se cambiaban las geishas en la época feudal del palacio fue atravesada con el cuerpo del peliplateado, mientras que Tobi volvía a su posición tímida. 

—A Tobi no le gusta que lo llamen raro —Sonrió bajo la mascára.

Tayuya solo se rió porque a Sakon le habían pateado el culo.

—Roseone —continuó Kimimaru, mientras rodaba los ojos. La pelirosa ni siquiera se movió solo los observó en silencio tras la mascára con sus ojos verdes intimidando a los tres hombres, Tayuya por otro lado chilló con emoción.

—Me encanta tu cabello —le sonrió y luego meneó la cabeza a Kimimaru para que prosiguiera.

—Hannya.

La susodicha estaba limpiando su katana sobre la vaina de metal de su antebrazo, ocasionando que todos se quedaran viéndola en silencio y solo escuchando el irritante sonido que hacía el metal de la espada al chocar con la vaina.

—Konan —la peliazul chasqueó la lengua y explotó su chicle.

—Soy Okame —dijo mientras mostraba su mascára—, soy la superior aquí y mientras estemos en las instalaciones podrán dirigirse a mí como Tenshi-sensei o Konan-san. Fuera de aquí soy Okame.

Tayuya reprimió una risa ante la seriedad de la mujer.

—Yahiko.

—Tanuki —repitió la acción de su esposa—. Me llamo Yahiko, y soy el líder de los Akatsuki, bla, bla.

—Ren.

—Kitsune para los compas —Ren mostró la mitad de su cara tras la mascára, dejándoles ver su cabello largo y sus ojos color perla. Tayuya achicó los ojos, algo interesada—. Esta de acá es Natsu, por cierto.

La peliverde lo miró de reojo y solo hizo un asentimiento hacia los otros.

—Tengu-desu.

—Y ellos son los cuatro del sonido —Kimimaru bostezó—. Tayuya, Sakon, Ukon y Jirobo.

—Yo soy Tayuya —dijo la pelirosa con una sonrisa, haciendo que todos asintieran lentamente, estaba feliz—. ¿No era muy obvio? Como sea, me conocen como la flautista —sonrió aun más.

—Sakon —el peliplata se levantó del suelo y fulminó con la mirada a Tobi.

Obito solo se quedó en silencio tras la mascára mientras memorizaba todo lo que podía.

—Ukon —el gemelo a duras penas se movió, desganado.

—Y Jirobo —suspiró el gordito, mientras se inclinaba hacia Tayuya, bostezando.



—Oí que hiciste un desastre en tu primera misión —Ren se acercó a Tayuya. 

Esta le miró con una sonrisa.

—¿No eres tú el que siempre incendia o explota todo?

—Sí, ese soy yo. 

—¿Por qué es un desastre cuando lo hago yo entonces? —Alzó una ceja.

—Porque no le diste a los objetivos ni una aturdida —meneó la cabeza, haciendo que su cabello se cambiara de lado—. Pero no importa, son como cucarachas, huelen el peligro y corren.

—¿Qué hay de tu trabajo en ese momento? —Ladeó la cabeza.

—Heridas menores. Kaguya-sama los quiere vivos —alzó los hombros—. Aun así, el radio de alcance afectó incluso a uno de los hijos de Sasuke, lo cual es bastante fantasioso.

—¿Sasuke? —Tayuya sonrió de lado—. ¿Sasuke Uchiha, dices? ¿El abogado?

Ren asintió.

—El mismo.

—Vaya... esto se pondrá interesante —sonrió de medio lado.



 —Volviste —alzó una ceja.

—Dime Inoichi. ¿Qué se sintió ser el doncel de Fugaku Uchiha? —preguntó ella, agachándose frente a él, mientras le agarraba el rostro magullado al rubio de ojos azules—. ¿Hm?

—No sé... de qué estás hablando —escupió el rubio.

—Por supuesto que lo sabes, lo sabe todo el mundo, que fuiste el primer amor de Fugaku. Aquel amor que nunca funciona —sonrió ella, mientras se acercaba a la única fuente de luz que pasaba por los tres barrotes de las mazmorras donde lo tenían encerrados. Inoichi abrió los ojos al verla, viva—. ¿Sorprendido?

—Cabello de chicle, ojos verdes y voz chillona —él rodó los ojos entonces—. Necesitas más que eso para sorprenderme, cariño.

—A Ino cerda le gustaba mi cabello, Inoichi-san.

—No te atrevas a tocarle un solo cabello a mi hija —advirtió con voz trémula. 

Ella sonrió y sacó de un bolsillo algo que le mostró enseguida.

—Muy tarde —susurró, mientras le mostraba un mechón de cabello y Sakura observó en silencio con una sonrisa como el doncel en frente suyo se destruía a sí mismo.

No... Ino.


—Pareces muy ocupada —comentó Hanzo. 

La mujer alzó la mirada. 

—No, sólo veía el laboratorio —comentó ella, mientras se daba vuelta para tocar en silencio la mesa donde había un lavabo—. ¿Es hermoso, no es cierto?

—Totalmente. Es raro ver una mujer con un amor por la ciencia —comentó. Nono sonrió de medio lado y se acomodó las gafas—. Así que una monja en estas instalaciones. 

—No es cualquier monja —Hamura entró en el lugar y miró al anciano—. Hanzo-san.

—Oh. Me disculpo entonces —hizo una reverencia a la castaña de ojos verdes—. Me llamo Hanzo de la Salamandra, es un placer conocerla. ¿Señorita...?

—Yakushi, Nono Yakushi —dijo ella y el hombre abrió los ojos, sorprendido.

Aquella mujer de apariencia angelical... era una de las peores espías asesinas en la historia de Japón.

—Pero qué grata sorpresa —sonrió.



—¿Estás bien, Miko-chan? —preguntó Kushina mientras se sentaba frente a ella en la camilla del hospital donde reposaba—. Oí lo que sucedió, dicen que Ki, Shi y Daiki están bien.

—Fue muy práctico poner una bomba en la calle —comentó la mujer con una sonrisa de lado.

—Ya lo creo —asintió, mientras chasqueaba la lengua y miraba al techo—. Espero que Minato vuelva pronto, me pone de los nervios todo esto que está sucediendo-ttebane.

—¿No has recibido noticias de él todavía?

—Hm —negó. 

—Está bien, quizá solo esté tratando de dejarte fuera de peligro, Kushi-chan —le sonrió en consuelo. La pelirroja soltó un pujido.

—Justo eso es lo que me molesta-ttebane, tengo lista mi sartén y mis armas y ese tontonato no me deja ir a la acción-ttebane. Como lo extraño —Bufó. Mikoto solo levantó la toalla de su frente y le sonrió—. Ya verás que estarás bien. 

—Lo sé —sonrió—, soy la médico. 

Kushina rió.

Ojalá nadie rompa tu sonrisa, Kushina-chan.



—¿No puedes dormir? —Inojin se sentó a un lado del pelinegro, con las piernas recogidas y los brazos alrededor de éstas. El pelinegro le miró de reojo y volvió a lo suyo—. Dime, Shikadai. 

Shikadai solo siguió fumando.

—No es que no pueda, es que no quiero —respondió con simpleza mientras miraba a las nubes en aquella noche fría, desde las afueras de la casa del rubio. Este le miró de reojo—. Sora debe ver el mismo cielo que nosotros cada noche. ¿No?

—Sí, eso creo —respondió, algo confundido.

—Me gustaría pensar que está viéndolo en este instante y entonces así puedo decir que algo sigue conectándome a él —comentó—. Cuando se marchó estabamos en malos términos.

—¿Se lo dijiste?

—¿Qué soy gay? Sí y me dijo que no quería volverme a ver nunca más, y entonces cuando lo vi ahí frente a mí con esa mascára y... y ni siquiera le importó que yo estuviera ahí, supe que lo decía en serio —miró a Inojin, quien se sorprendió de ver sus ojos cristalizados—. Que yo ya no soy nadie para él.

—Por supuesto que sí, eres su familia —Inojin lo abrazó con un brazo.

—Él no lo sabe —se rascó la nuca—. Joder, ¿por qué me tenía que enamorar de un Uchiha?

—Al menos no fue Kohei —le sonrió, y Shikadai le miró en silencio antes de reírse—. ¿Qué? Sería muy raro, ya sabes. Dos gays bien... ¿gays? Juntos, en una familia como los Uchiha. Joder. 

—Eres un idiota —se rió Shikadai, mientras lo golpeaba—. ¿Recuérdame por qué te confesé todo esto? 

—Porque me amas —le guiñó un ojo con una sonrisa grande.

Shikadai intentó sonreír. A duras penas.

Deberías ser y estar tú en su lugar jugando así conmigo... Sora.



—¿Qué haces aquí? —Haku salió por la ventana hacia el techo donde estaba sentado el varón.

—Me gusta ver el cielo —respondió—, por alguna extraña razón. A Sora le gustaba, creo.

—¿Menma?

—¿Sí? —se volteó a verlo. 

Haku solo sonrió con tristeza. Cuando Sora volvió en sí tanto Zabuza como él notaron aquello, un momento era Sora -tímido, asustadizo, risueño, muy competitivo y tranquilo-, y cuando no, era Menma. Era frío, calculador, sus ojos no reflejaban más que vacío y su mentalidad era cruel, casi descabellada, y sedienta de sangre. Aún así, sabía bien a quien le rendía cuentas y a quien no, siempre mantenía una sonrisa -que pasaba de ser tierna y graciosa, a tétrica y salvaje-, solía hacer bromas y le encantaba competir fuera como fuera. Estaba locamente cuerdo al parecer.

—¿Puedo sentarme a tu lado? —meneó la cabeza, tenía el cabello recogido para variar.

—Sí, adelante —dijo—. Si no te caes primero.

—Qué gracioso —replicó con sarcasmo, mientras caminaba hacia el borde del techo y se sentaba al lado del Uchiha—. Y dime, ¿cómo te sientes hoy? ¿Todavía te duele la cabeza?

—No, estoy bien —asintió con la cabeza. No lo estaba. Pensaba en muchas cosas, y también, en lo que sucedería en aquella noche y no podría evitar, aunque ni siquiera sabía por que quería. O quizás sí.

Sarada, gomen ne... Cerró los ojos.

Haku le sonrió y ambos se quedaron en silencio, en la cornisa del techo, solo mirando el cielo. Haku solo pensaba en una cosa: El transtorno disociativo que le había ocasionado el incidente a Sora. Ahora eran dos personalidades en una sola persona, tenía amnesia disociativa y aquella era lo que hacía de Sora, Menma.

¿Qué te hemos hecho?



—Así que hemos vuelto —Kisame sonrió de medio lado. 

—Eso parece —Itachi se metió una mano en el bolsillo del gabán mientras con la otra se acomodaba las gafas oscuras hacia atrás—. No venía a esta clase de lugares desde que atrapamos a Haruno.

—A Sakura le gustan los antros de Akatsuki. Si es cierto que es ella, estará en uno de estos seguramente —afirmó Kisame, mientras ambos se sentaban en una mesa apartada a los demás.

Itachi le dio un vistazo al lugar, no había señales de ningún Akatsuki.

—Me trae recuerdos —Kisame sonrió brevemente—, Shisui y yo solíamos trabajar aquí y allá. Él era el bartender y yo su compañero, y siempre que cerraba el lugar, nos sentabamos, nos preparabamos un par de tragos y hablabamos como los enamorados que éramos.

Itachi sintió un nudo en la garganta, no solía hablar de Shisui desde que falleció.

—A veces realmente siento que desearía volver a nuestra vida anterior y poder usar el Edo Tensei —Itachi miraba en silencio el lugar—. Para volverlo a ver, abrazarlo una sola vez más, y poderle decir que lo amo, y que jamás lo he dejado de amar.

Los ojos negros viraron hacia el peliazul y sonrió.

—Él lo sabe —aseguró—, los dos lo saben.

Shisui y Mei.



—Pareces enojado —Deidara parpadeó y se volteó a ver a su hijo. 

Daisuke estaba parado frente a la puerta del comedor, mientras le veía fijamente. Deidara, que había bajado por un té al no poder dormir, le sonrió un poco apagado. Daisuke se estaba quedando a dormir con él mientras su padre estaba de misión, ambos se hacían compañía así.

—Sólo cansado —le corrigió el rubio con una pequeña sonrisa—. ¿Quieres uno?

—No, gracias —negó, y caminó hacia la nevera para sacar la leche y luego servirla en un vaso de cristal que estaba en la alacena—, prefiero la leche. ¿Por qué cansado?

—No he podido dormir —confesó Deidara. Daisuke intentó no soltar algún comentario sarcástico debido a la tensión, pero podía notar las ojeras bajo los ojos azules de su padre—. Estoy cansado —repitió.

—Lo sé, yo tampoco puedo, desde lo de Mike y Sora, me aterra todo. Ahora con esto que pasó... yo —sonrió—. A veces pienso en Haru, siempre está trabajando y desde que conoció a su novio Taichi no para de hablar de él. Es cansado porque soy el único al que llama.

Deidara sonrió.

—Me agrada que lo digas, tu relación con Haru me hace muy feliz. Son de los pocos hermanos que he visto que a pesar de todo, siguen amándose incondicionalmente —susurró lo último más bajo, y Daisuke parpadeó.

—Todos en nuestra familia son así-tteba.

—¿Ah?

—Dijiste que son pocos, pero todos en nuestra familia son así-ttebayo.

—Oh —Deidara sonrió y le miró con ternura—. Sí, porque nuestra familia lo ha entendido todo, cariño, a golpes y malos tratos, pero... no todos son así. 

Daisuke se quedó en silencio y asintió, algo confundido, preguntándose si lo que Sarada le preguntó la otra vez a él y a Haru tenía algo que ver.



—Entonces es tu hermano —Takeshi ladeó la cabeza.

Sarada lo miró.

—Bueno, tu medio hermano o lo que sea —bufó.

—Aún no logro estar segura, los expedientes sobre Takahiro-san no especifica quienes son sus padres. Solo pone como parientes a Itachi, Gin y Sasuke, y a Temari, Gaara y Kankuro. Podría ser cualquiera —comentó, algo confundida—. No lo sé, pero quizá... si cambio de táctica...

—Cariño, sabes que te apoyo y todo eso pero... Falta poco más de un mes para que nuestra bebé venga al mundo. ¿No crees que deberías alejarte un poco de todo esto? —preguntó el peliplata. 

Sarada miró en silencio a su esposo y luego de pensarlo, asintió, acomodándose las gafas.

—Descuida, solo haré un último trabajo y me retiraré de esto —aseguró. Takeshi se sentó a su lado en la cama y sonrió, mientras le acariciaba el rostro y le daba un beso—. Acaba de patear.

—Siempre que te beso lo hace —se quejó Takeshi.

—Quizá es porque también quiere que la mimes a ella —Sarada sonrió.

Takeshi la imitó y puso su mano sobre la barriguita de la pelinegra, antes de acercarse a ella y poner su cabeza sobre el pecho de su esposa. 

—Hola, pequeña Reiko, aquí está tu papi —Sarada sonrió mientras veía a su esposo hablarle a su vientre, donde se encontraba su bebé—. No sé exactamente qué decirte, pero sé bien que estás escuchando así que quiero que sepas que tú mami y yo te amamos con todo nuestro corazón, y que no podemos esperar a que nazcas, cariño. Te amamos.

—Mucho —afirmó Sarada, sonriendo.

Pero como todo lo bueno, siempre tiene que acabar, y en este caso fue un pitido en sus oídos.

Una explosión.



—Atacaron el departamento de Sarada —Boruto se desplomó—. Ven al hospital Senju enseguida oigas este mensaje. 

Gin, que iba de camino a la universidad del rubio para recogerlo, lo vio siendo cargado por un varón de cabello azul y ojos ámbar y frunció el ceño, antes de comenzar a correr hacia ellos.

—¿Qué sucedió? —fue lo primero que preguntó al notar que el rubio estaba desmayado. 

El peliazul no le puso atención y le pasó un teléfono.

—Llama a la ambulancia, es la forma más rápida de llegar al hospital y necesitamos que atiendan a Boruto también —respondió Mitsuki, mientras veía de reojo al azabache de ojos amarillos usar su teléfono y llamar a la línea privada del hospital, la que era para urgencias de la familia, como Boruto, él mismo y los demás—. Creo que tendremos serios problemas si no llegamos pronto. Hubo un nuevo ataque.

—¿A quién atacaron esta vez? —Inquirió Gin, con enojo.

Mitsuki no supo si estaba celoso o malhumorado por las nuevas no tan buenas. Quizá ambas.

—A Sarada —respondió. 

Gin se detuvo al instante y miró al suelo. Sarada, la hija de Sasuke y Naruto, la embarazada. 

No..., era..., era como cuando le dijeron que su esposo, esperando a su bebé, había muerto.

¿Por qué demonios nos hacen esto? ¡Maldición! 


—Con la muerte de Tsunade Senju —Kaguya miró a Madara—, espero no te sientas mal por esto, sé que tu gran amor era su hermano. Ataquen.

La orden fue dada a las personas que estaban cerca de la familia Senju. Madara mantuvo en silencio su mirada, mientras por dentro su corazón era destruido al momento en que confirmaron el deceso de los Senju. 

—Una familia menos —sonrió y aplaudió—. Justo como los Sarutobi.

Hashirama, lo siento, mi amor.


Konohamaru meneó la cabeza mientras veía con una sonrisa a Moegi conversar con Udon, su esposo y padre doncel de sus dos hijos. Le gustaba la idea de que a pesar de todo el tiempo que había pasado, la relación entre los tres no había cambiado. Moegi y Udon siempre habían peleado por su atención de pequeños -y no que fuera muy exagerado-, él siempre había estado tras de Naruto-niisan, aunque solo porque lo admiraba mucho y era su niñero, algo así. 

—Ebisu-san te está buscando —comentó su hijo mayor, Udomaru.

—¿Ah? Está bien, dile que voy enseguida —Konohamaru le sonrió al castaño y suspiró mientras levantaba la mirada al cielo. Se encontraban en el patio de la casa que había conseguido comprar once años atrás, gracias a Sasuke por contratarlo como su chofer luego de que los Otsutsuki y Akatsuki exterminaran a su clan. Le había ocultado como Sarutobi, había cuidado a Naruto-niisan, y le había dado protección a su recién familia.

Para entonces... llevaba casado un par de años y Udon había tenido a su primogénito, luego, un par de años más tarde, vino su querido Koda. No podía agradecerle más al Uchiha por su apoyo.

—Ebisu-san, qué raro tenerlo por aquí —comentó cuando vio al que había sido su maestro, Tokubetsu Ebisu-san, frente a él. Éste solo se acomodó sus gafas negras y asintió. 

—También me alegra verte, Konohamaru —reclamó con sarcasmo, mientras meneaba la cabeza y miraba en silencio el lugar, con una pequeña sonrisa—, pero si es todo el equipo reunido. 

—Así es —asintió—, y dígame. ¿A qué se debe su visita?

—Los Senju.

A Konohamaru solo le hizo falta una mirada para entender lo que sucedía.

Habían exterminado al clan.


—Te ves muy pálido, Uchiha —Gaara se había agachado a mirarle—. ¿Estás bien, Sasu? 

Sasuke parpadeó y levantó la mirada hacia el pelirrojo, sorprendido. 

—¡¿Gaara?!

El susodicho solo le sonrió. Había corroborado ya lo que el hombre que fumaba cuando estaba con Utakata luego de recibir información sobre Los Akatsuki le había dicho. Sasuke Uchiha, el ahora novio de una nueva victíma llamada Naruto, estaba ahogado en la bebida, con la cabeza reposando en una silla y sentado en el suelo, con un aspecto por demás deplorable frente a él.

—Cuando el sargento Nara me dijo que te conocía no lo pude creer —comentó Gaara, mientras ayudaba a pararse al azabache—, pero ahora que te veo con mis propios ojos donde me dijo que te buscara, puedo asegurar que es verdad. ¿Has estado bebiendo, Sasu-chan? ¿Me extrañaste?

—¡Gaa-chan! Te extrañé tanto, tanto, tanto —gritó el borracho, digo el Uchiha.

No pudo responder cuando Sasuke se lanzó como un niño pequeño a sus brazos y lo besó. 

El aguamarina abrió grande los ojos.

Estaba jadeando y entonces parpadeó, se encontraba en su cuarto, junto a su esposo Lee en la cama matrimonial que compartían. Su corazón estaba latiendo tan fuerte como un caballo y no lograba respirar apropiadamente. Lee se removió a su lado y al sentir un espacio donde debía ir la cabeza de su esposo, abrió los ojos, asustándose de verlo en aquel estado y encendió la luz. 

—¿Estás bien, Gaara?

—Yo... yo —Gaara parpadeó y le miró—, uh, sí... Sólo... fue una pesadilla, tranquilo.

Lee lo miró insistente.

—Qué horror —Gaara se cubrió el rostro rojo con las manos y dejó escapar un par de lágrimas, seguido de hipidos—. Qué horror. Kami-sama, ¿por qué me haces esto? —Sollozó más fuerte. 

Ni siquiera cuando sintió los fuertes brazos de su esposo alrededor de los suyos pudieron calmar el dolor que comenzó a crecer en su pecho. A veces... su mente era realmente cruel con él.

Kami-sama.

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