Capítulo 22; Adiós, Tsuna.

—Hiro —Naruto se tensó ante la visión, y se giró a verlo—. No esperaba verte... jamás.

—Naruto, siempre tan halagador —el pelinegro sonrió, algo nervioso pero aun así lo disimuló muy bien. Había sido mera coincidencia que se encontraran en aquel mall mientras hacía las compras para su vieja amiga—. ¿Cómo ha ido tu vida, cariño?

—No me llames así —masculló el blondo, mientras se hacía a un lado. Habían pasado dos días desde que se había enterado que aquel despreciable ser había vuelto a Japón, dos días desde que Sasuke se había ido de viaje -por no decir en una misión casi suicida-, junto a Temari y Gin, y no se sentía para nada contento. Ni siquiera los había llamado para confirmar que había llegado. Naruto estaba preocupado.

El susodicho sonrió de lado.

—Muy bien, tranquilo —alzó los hombros algo divertido y le sonrió—. ¿Y tu esposo?

Naruto levantó la mirada de la caja de cereales que estaba leyendo -la parte nutricional porque se preocupaba por lo que consumían sus hijos y porque si Hikari pescaba alguna alergia se sentiría como la peor escoria-, para posar sus orbes azules sobre el pelinegro de ojos negros con una sonrisa tan falsa que le recordaba al bastardo de Sai.

—Está bien —respondió, volviendo su vista a la caja—. ¿Es por el anillo? 

—¿El qué? —le observó confundido, Naruto extendió la mano libre hacia el otro. 

—Si sabes que tengo esposo por el anillo —respondió. Hiro apreció en silencio la argolla claramente personalizada con el símbolo Uchiha y Namikaze unidos en una rara circunferencia dentro de una imitación de diamante redondo del mismo color de los ojos del rubio, el resto de la circunferencia era dorada.

—Ah, sí. En realidad fue porque me llegó una postal de su boda hace algún tiempo —no recordaba ni siquiera eso, pero por alguna razón, tuvo curiosidad. Se lo inventó, obviamente.

—¿A ti también-ttebayo? —Naruto masculló por lo bajo. Ese teme, haciendo que al Nakamura le cayera una gotita de sudor. ¿Es que en serio lo había hecho? ¿Qué clase de espo-? Esperen...

—¿Sasuke?

—Sí —lo miró y sonrió, reluciente como el sol que siempre ha sido. Hiro estaba anonadado.

—Bien... Supuse por el anillo que debía ser un Uchiha, supuse también que no tendría nada de raro que fuera así, pero... Creí que ustedes habían... Whoa, es que es mucho tiempo. 

—Oh, ah... No, no realmente —Naruto se rascó la mejilla—. Nunca terminamos, osea si estuvimos separados un tiempo, pero ah... Mah. Es más sencillo de lo que sonaría-ttebayo.

Hiro sonrió y Naruto apreció este gesto en silencio. Era una sonrisa real.

—¿Te gustaría, ah, comer algo? Conmigo —aclaró. Naruto rió y asintió.

Sasuke meneó la cabeza mientras entraba en el lugar. Todo estaba hecho un desastre, la noche anterior no había podido percatarse bien del todo, simplemente había buscado al chico y salido con él enseguida, sin importarle nada más que no fuera llevarlo al hospital, donde ahora atendían al chico y a los demás criados que se encontraban ahí. Dio un vistazo a la pared donde había sido la explosión, en ella, una foto de su familia junto a los padres del chico. No muy felices, en realidad esa era una foto muy mala, incluso él y Gaara se veían realmente mal. Incómodos, recordaba bien lo que causaba aquella imagen y se preguntó por qué estaba ahí esa fotografía. Ahora, parte de la familia se había borrado en un manchón negro. Cerró los ojos. 

—¿Estás bien? —Temari le puso una mano en el hombro, provocándole un respingo y esbozó una sonrisa burlona—. Ey, tranquilo. Sólo soy yo.

—Ya, eso es lo que me ha asustado —dijo con una sonrisa de lado. Temari lo golpeó—. Auch. 

Entonces se percató que ella también vio la imagen, con ojos ensombrecidos y opacos. Se echó el pelo para atrás y se permitió acercarse a ella, abrazándola por los hombros mientras miraban la fotografía con dolor y abatimiento. Dos personas en aquella fotografía habían muerto.

—Aún los extraño —dijo ella, mientras miraba la fotografía. Sus ojos no se movían de ahí. Los suyos tampoco, Sasuke apretó los labios y asintió. Temari tomó su mano y la acarició con el pulgar, él apretó sus dedos y llevó la mano de la mujer a sus labios, depositando un beso en los nudillos—. Sasuke...

—Vamos a estar bien —la miró a los ojos, sin apartar sus labios de la mano de la mujer—. Lo prometo.

Temari sonrió impulsivamente y asintió, mejor. No volvieron la vista al cuadro esta vez y se dispusieron a observar el resto de la casa y los daños que había sufrido ésta. Aunque Sasuke no fuera un trabajador de campo, esto era demasiado personal para encargárselo a alguien más, y sabía de sobra que Itachi se negaría a viajar hasta allí. Ambos eran unos críos cuando pasó todo.

—Ey, par de tortolos —Gin apareció entonces—. Encontré algo arriba, deben ver esto.

Ambos lo miraron entre fastidiados, divertidos y curiosos. Se miraron entre ellos y caminaron.

Juntos.

—¿Naruto? 

El susodicho alzó la mirada hacia el pelilargo, quien llevaba de la mano a una pequeña rubia.

—Hola, Shika-ttebayo. Meiko —la niña le sonrió algo incómoda pero lo ignoró—. ¿Cómo estáis?

—Bien —Meiko sonrió y jaló a su papá—. ¿Puedo ir con Shikadai y Sora?

—Sí, está bien —afirmó el pelilargo y luego de ver a su hija perderse entre el genticio, se volteó para ver interrogante al rubio de ojos azules—. ¿Dónde te habías metido? Ya casi terminamos las compras. 

Hiro levantó la mirada también, analizando al compañero que venía por Naruto. Bien, quizá no entendía bien por qué hablaba como si habían hecho compras juntos, y la niña de ojos oscuros era rubia y... ¿Y el Uchiha? Arrugó la nariz. 

—Ya —Naruto sonrió y señaló las bolsas a sus lados—. Yo también-tteba. ¿Y los niños?

—Están en los juegos —respondió, mientras miraba hacia la zona de juegos y fijándose bien—. Al menos Daiki, Ayame, Hikari y Meiko. Shikadai, Akihiko y Sora están sentados un poco más allá, pendientes a cualquier cosa. 

—Bien —Naruto sonrió y miró a Hiro—. Oh. Te presento a un viejo... amigo.

Shikamaru no dejó pasar aquello y miró al pelinegro, ambos estrecharon sus manos pero el pelilargo achicó los ojos cuando los ojos del otro sonrieron a Naruto. 

—Hiro —se presentó. 

—Shikamaru —miró de reojo a Naruto, y entonces suspiró, apartándose—. ¿Quieres que lleve tus bolsas a la camioneta? 

—No, no, ya voy con ustedes. Ha sido genial verte —miró a Hiro—. Bueno, casi. Admito que me sigues pareciendo un ser relativamente despreciable-ttebayo, pero el pasado pisado. 

Hiro se sorprendió y sonrió. 

—Claro, rubio. Nos vemos —miró a Shikamaru y con un gesto, se despidió.

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Luego de una lóngeva vida es hora de Tsunade Senju de decir adiós al mundo terrenal y decirle hola a su esposo en el cielo, pero lo que para ella es tan sencillo, para su familia es un golpe sordo y muy doloroso.

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Sasuke suspiró y se pasó una mano por el cabello, antes de mirar al pelinegro de ojos aguamarina que yacía recostado sobre una camilla. Ahí estaba una de sus pesadillas, lo que había pensado cuando estaba junto a Gaara mientras visitaban a Akasuna, lo estaba viviendo ahí. Temari estaba al lado del chico y acariciaba su rostro, al menos lo que la mascára que le ayudaba a respirar no cubría. 

Fue él quien tuvo que darle a Gaara las noticias y casi podía creer que estaba igual de destrozado que él mismo, quizá no era culpa de ninguno de ellos, pero... Se sentía tan mal. Pocas personas sabían de Takahiro, ellos entre esa minoría, y nadie le había protegido. 

Agachó la mirada. 

—Lo que le sucedió... Maldición —masculló Gin, mientras apretaba los labios. El doctor, que casualmente era un viejo amigo de su fraternidad, lo miró incómodo y al mismo tiempo como si supiera algo que él ignoraba—. Me siento terriblemente culpable en este momento. 

—Imagina a Sasuke —Nei miró en silencio a los adultos y al joven adulto en la habitación—. Está devastado, esta es la tercera vez que no puede protegerlo.

Gin observó a su amigo con sorpresa y entonces apretó la mandíbula. Akatsuki tenía que pagar todo el daño que habían hecho, especialmente porque aquellas advertencias dolían demasiado. Sasuke había perdido mucho, como Itachi, él y prácticamente todos los que tenían algo que ver con la estirpe Uchiha. 

Los haría pagar yo mismo.   

Kankuro Sabaku No caminó por las calles de Hokkaido nuevamente, en silencio y con una capucha cubriendo su cabello y parte de su cara, las manos en los bolsillos y una actitud por demás desafiante. Se sabía bien que los Otsusuki eran muy territoriales y que ahí, en aquella ciudad, vivían y se mantenían establecidos. Dio un vistazo al lugar. 

Una niña pelirroja de ojos verdes caminaba al lado de una pelirosa, y de la mano de una mujer peliverde de ojos perla. Se detuvo a mirarlas atentamente. Era eso, entonces, la prueba irrefutable de lo que él decía en su mente. Las plagas siempre van juntas. Miró como la pelirosa sonreía a la niña y caminaba lejos de ellas. Se acomodó las gafas de sol y siguió caminando. 

No buscaba ser sospechoso, no buscaba ni siquiera entrar en un conflicto. Él era un tititero, le gustaba mover los hilos pero muy pocas veces era el que luchaba, prefería siempre ser quien se mantenía al margen y controlaba las situaciones desde lejos.

Quizá lo llamaran cobarde, él lo llamaba estrategia.  

Sus ojos negros se fijaron entonces en la ausencia de la niña pelirroja, ahora solo estaba aquella chica. Natsu Hyuuga, anteriormente era la sirvienta personal de Hanabi Hyuuga, la princesa del clan Hyuuga que fue asesinada por el asesino de princesas, en un incidente para nada secreto. El asesino iba por la -en ese entonces- heredera principal de los Hyuuga, Hinata, pero bueno. Al final había terminado con la misión de matar a la princesa Hyuuga, y esa mujer que veía ahí, fue exiliada de la mansión de la familia por no ser capaz de protegerla.

—¿Entonces mami no vendrá con nosotros? —preguntó Amaru. 

—No, cariño, está ocupad-

Well...Hello there —Ren habló en inglés y les miró con una sonrisa de lado—. What's wrong, Natsu? Why do you stopped like that, are you okay? 

—Ren... 

Kankuro observó en silencio esto y luego siguió comiendo su paquete de palomitas. Era divertido, se sentía el maldito expectador de una novela de drama y misterio, nada más un extra que no hacía mucho y solo veía, investigaba y movía los hilos a su querer... como su profesión.

—¿Y bien? —Ren miró a la niña—. Hola, Amaru.

—Hola tío Ren —le sonrió. Natsu miró de reojo a todas partes—. ¿Y la tía Shion?

—Está en casa —miró a Natsu—. Como ustedes irán para allá, justo ahora. Natsu-san, después de ti.

Kankuro observó como se veían y enseguida llamó a Sasuke para informarle de lo más reciente. Sasuke se oía raro, no supo por qué, bien, quizás sí sabía. Había oído lo ocurrido con Takahiro, terrible y bastante doloroso. Suspiró.

La familia Uchiha realmente está jodida.

Tsunade se encontraba nuevamente mirando aquel hermoso paisaje en silencio, en paz, una extraña paz que no había sentido en los últimos años. Su rostro, levemente magullado por las arrugas y el pasar de los años, estaba tranquilo y permanecía sereno mientras miraba el paisaje. A Jiraiya se le había ocurrido crear una pequeña cabina en la ventana con un sillón viejo y cojines para sentarse ahí, junto a la ventana, y observar el paisaje que su casa rural les permitía. A ella le encantaba tanto como a él. 

Se encontró a sí misma recordando a su esposo con toda la melancolía que le permitía su cansado corazón. Recordar la primera vez que se vieron, cuando su maestro Hiruzen Sarutobi estaba entrenando a Jiraiya y Orochimaru, como peleó con él porque era un tonto pervertido que le había dicho que no tenía busto -se rió mucho años después-, su amistad y la evolución de esta. La separación de Orochimaru cuando éste tomó clases en el extranjero y luego a ella misma alejándose para tomar el camino de la medicina, Jiraiya se convirtió en un ermitaño que vagaba por el mundo aprovechándose de la herencia familiar para inspirarse para sus libros. 

Al final, sus libros habían sido tan revolucionarios -especialmente las aventuras del gran Naruto- que Jiraiya había fundado su propia editorial. Sí, él no sabía nada de como era una editorial o de cómo administrar una, pero lo había hecho y poco a poco, la gente confió tanto en él que sin duda comenzaron a prosperar. Tuvo tropiezos, claro, y perdió mucho por éstos, también, pero siempre se levantó y luchó por lo que él creía. 

Tsunade se graduó de la carrera de medicina y volvió a Japón, donde Jiraiya le propuso que viajaran, él conseguía inspiración y tendría a su musa junto a él, y ella podría ir curando a todos los enfermos que no se podían permitir un médico tan bueno como ella. Todos ganando. 

Así fue como terminaron casándose, en Honolulú, una noche del frío noviembre. Años más tardes nacieron Tanma y Minato, y finalmente se establecieron en su tierra natal. Tsunade fundó el hospital Senju junto a su hermano Hashirama en honor al difunto Nawaki, su hermano menor, quien murió por una terrible enfermedad de la que -en ese entonces- no habían encontrado la cura.

Sus hijos se fueron de casa y nuevamente se vieron solos, pero vivos y juntos, volvieron a sus andanzas. Entonces se enteraron de la muerte del bebé de Tanma y corrieron a ellos, pasaron cientos de cosas juntas. Buenas y malas, buenas como conocer a Kushina Uzumaki, la mejor esposa que Minato Namikaze pudiera llegar a conocer jamás. Pese a que se conocieron a temprana edad, como ellos dos, habían hechos sus vidas y luego... Bueno, en ese caso, llegaron los niños muy rápido. Y malas como la muerte de su hijo mayor. Entre muchas otras.

Sus nietos se volvieron sus nuevas vidas.

Y luego sus bisnietos.... Vaya que estaban viejos. Suspiró y sonrió. 

Le hubiera gustado que Jiraiya conociera a los gemelos, Ayame y Hikari. Seguro los habría amado tanto como ellos a él. Sus ojos se cerraron brevemente.

Ella no se arrepentía de nada, y viviría esa vida de nuevo solo por volver a estar junto a él. 

Entonces le vio. 

Ahí, en aquel extraño lugar que ella sentía como un sueño, un lindo parque lleno de girasoles y dientes de león. Jiraiya y su extraña ropa, con su pelo blanco y largo, y esa enorme sonrisa. Los brazos extendidos listos para recibirla. 

Una lágrima recorrió su mejilla mientras ella se acercaba en sus sueños.

Era aquel su día libre, nunca paró de trabajar, la distraía de extrañar a su esposo y sus ocurrencias, sus besos y caricias. El cuerpo de Tsunade se mecía levemente -cada vez más lento- en aquella silla mecedora, a un lado de aquella ventana, donde tantas veces había estado con su esposo. Feliz. Extremadamente feliz, siempre.

 Lo abrazó, finalmente estrechada entre sus brazos soltó un último suspiro.

—Por fin has venido a mí, Tsuna —Jiraiya le besó cálidamente la mejilla y luego los labios. 

—Jiraiya —exhaló.

Por una última vez, porque ahora... estarían juntos para siempre. 

El cuerpo se acababa, pero sin duda, el alma sería eterna. 

El anciano frente a sí sonrió, con todo volviéndose blanco y brillante. Su corazón latió con mucha fuerza. 

Y se detuvo.

—Ey, Tsuna —Hawarama entró en el recinto y buscó a su hermana mayor por todas partes, sin hallarla y frunció el ceño—. ¿Tsunade? —al no recibir respuesta, se acercó hacia la habitación y luego de echarse la bendición tres veces -aterrado de entrar en mal momento y que la mayor le golpeara por ser inoportuno-, abrió la puerta. 

Entonces las bolsas de compras que llevaba en manos rodaron al piso y él se quedó en silencio.

—Muy bien, Hawi, tomalo con calma —se dijo a sí mismo, con sus manos ocultando su boca—. Sólo está dormida y...

Tragó, con los ojos lacrimosos. 

No estás dormida... ¿Verdad Tsuna?

Cerró sus ojos y soltó un sollozo, seguido de una sonrisa. Eso que ella siempre decía, que pronto se encontraría con su amado y nadie más los separaría jamás... Parecía que ya se había encontrado con él. Y le deseó suerte en su viaje y se acercó para darle un último beso en la frente.

—Adiós, Tsuna —susurró. 

-Dos días más tarde-

—No... Abuela —sollozó Naruto—. ¡Abuela, no nos dejes-tteba!

Aquella mujer... Ella no podía estar muerta realmente. ¿O sí? Miró a sus hijos, todos lloraban también, él mismo hacía un serio esfuerzo por no hacerlo. Sus ojos se posaron en Minato, su suegro acababa de caer al suelo justo frente a la lápida. Sasuke miró a Naruto con tristeza y el rubio intentó mantener las lágrimas dentro de sus ojos.

—Mamá...

Ya estaba, Sasuke se había roto y las lágrimas cayeron de sus ojos enseguida. Naruto se abrazó más fuerte a él, ocultando su rostro entre su cuello y su pecho, mientras empapaba su camisa. Tsunade, la vieja bruja -como le decía Naruto-, había muerto mientras descansaba en su casa. Algo que a cualquiera le parecía una muerte digna, bonita y sin muchas complicaciones. No se había enfermado, ni había sido... ya saben. Pero... dolía. Dolía mucho. 

Incluso para él que no era exactamente un Senju o un Namikaze, pero había conocido a la vieja y a Jiraiya toda la vida... Literalmente. Era obvio que les quería como a su familia propia y lo eran. Miró nuevamente a sus hijos. 

Sarada, Sora y Akihiko se mantenían en silencio, llorando, solo eso. Como él. 

Boruto, Ayame y Hikari lloraban a moco tendido, dando hipidos y abrazándose entre ellos, como Naruto a él.

Kushina se mantenía en silencio, con la vista fija en la lápida y los ojos enrojecidos por el llanto. Minato seguía gritando en el suelo frente a la lápida. Mikoto, su madre, estaba en silencio con un velo cubriendo su cara, pero él sabía bien que aquello le había matado también. Mikoto veía a la madre de Minato como su madre, pues ésta así como había acogido a Kushina lo había hecho con Mikoto al ser su mejor amiga, además de haber sido su institutriz en la medicina, la ayudó a cumplir su sueño. Gin abrazaba a su madre, mientras Itachi y Suigetsu consolaban a sus esposas. Daisuke, Haru se abrazaban a Kai y Keit, respectivamente.

Tsunade era un ángel, como todos en aquella familia. 

Sasuke se sintió nuevamente derrotado. 

Había sido un golpe duro. 

Y esto ni siquiera había sido un ataque.

—Parece que esto era más fácil que el plan de los viejos Ichiraku —bostezó Roseone, mientras los observaba—. Míralos, están deshechos. Esto es increíble, voy a secuestrar ese maldito rubio ahora. 

—No —Tobi la detuvo y miró con tristeza a su familia—. Vámonos, Roseone. Tobi tiene que hacer pis, y Shion tiene que ir a por Kimimaru. Será mejor si nos apuramos. 

—¡Te dije que si querías ir hace diez minutos! —se quejó la pelirosa.

—Tobi no quería ir hace diez minutos —se excusó y la pelirosa, furibunda, se retiró con él. 

Ya estaban destrozados, no permitiría que los dañara más. No hoy, quizá no mañana. 

Definitivamente nunca.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Shikamaru, al ver a aquel hombre ahí, parado a unos metros de donde se hallaba la familia de Naruto enterrando a Tsunade-sama. El pelinegro se volteó a verlo.

—Vengo a visitar a alguien —dijo, apartándose para que el Nara pudiera ver la lápida que rezaba Karin Nakamura, beloved mother—. Es mi mamá. 

—Lo lamento —dijo y lo miró—. Creí que habías venido por Naruto.

—¿Naruto está aquí? —se mostró sorprendido, y el Nara detuvo su mirada en aquel grupo de personas. Lo vio, escondido en los brazos de Sasuke Uchiha—. Vaya... Ah... ¿Quién...?

—Su abuela —respondió simple, metiendo sus manos en los bolsillos. 

—¿Vienes por él? —Fue el turno de Shikamaru de negar con la cabeza.

—No, también vengo a ver a alguien —señaló dos lápidas. 

Sarutobi Asuma.

Nara Shikaku.

—Mi maestro y mi padre —dijo entonces, al ver la cara de confusión del otro y suspiró—. Bueno. Supongo que nos veremos después, Hiro-san. 

—Hasta luego, Shikamaru-san —se despidió y volteó para la lápida de su madre, aunque sus ojos volvieron a viajar donde estaba el rubio, quien ahora se había separado y caminaba con las manos en las mejillas. 

Lo pensó dos veces antes de ir hacia él. 

—Naruto.

El aludido pegó un brinco y lo miró, sorprendido. 

—¡Ser despreciable —gritó—, perdón, digo Hiro! 

Nuevamente Hiro sintió una gotita en su cabeza y luego suspiró. Así había sido Naru siempre. 

—¿Qué haces aquí-ttebayo?

—Naruto.

—Vine a ver a mi madre, bueno, a su... eso. 

—Oh. 

—Sí...

Sasuke se quedó en silencio y los miró. 

—¿Ya van a dejar de ignorarme? —Alzó una ceja. Naruto lo miró. 

—¡Sasuke-ttebayo!

—Uchiha-san —Hiro sonrió de lado—. Soy Hiro Nakamura, es un placer por fin conocerlo. 

—No puedo decir lo mismo pero igualmente, soy Sasuke Uchiha —dijo—, aunque eso ya lo sabías.

Naruto sonrió, y las arrugas de sus hinchados ojos resplandecieron. 

—Soy su ex —dijo entonces. 

Naruto palideció.

—Papá...

Gaara arrugó la nariz y acarició la mejilla del chico de ojos aguamarina, mientras éste murmuraba entre sueños. Se sentía muy triste y culpable por lo sucedido al chico. Sasuke había vuelto a Japón un día antes, Takahiro no despertó en todo ese tiempo, solo deliraba cuando minimo. Al menos ya le habían estabilizado luego del atentado que sufrió. Temari mandó por él y Gaara subió al avión, coincidiendo con Sasuke cuando este estaba esperando su vuelo a Japón. Compartieron un par de palabras antes de ir a sus respectivos destinos. 

—Sh, tranquilo. Aquí estoy —dijo, acariciándolo, mientras cambiaba los paños húmedos en su frente. Tenía fiebre desde la tarde anterior en la que él había llegado a visitarlo.

Había sabido por Temari que la abuela de Naruto había muerto y que la estaban enterrando justo ahora. Se sentía un mal amigo por no poder acompañarlo en su dolor, pero él mismo pasaba por uno parecido. Tenía a Akasuna en el hospital todavía, aunque mejorando, y su matrimonio tenía grietas por culpa de su inseguridad respecto al pasado. 

Miró a Takahiro. 

A él también lo habían herido. 

—Papá, tengo miedo —aquella frase le heló la sangre, recordándole a Metal y a Akasuna cuando tenían miedo. Sonó lastimero, herido. Suspirando, tomó la mano del joven y la acarició. Vio como se relajó el rostro del otro y entreabría los labios de vez en cuando. 

Sus ojos aguamarina se fijaron entonces en Temari, quien entraba con los ojos hinchados y la nariz roja. Se sintió extremadamente mal por ella y la miró en silencio. Estaba lejos de Shikadai y Meiko, también de Shikamaru, y debía ser duro no poder apartarse de Takahiro en esa situación. 

—¿Cómo está todo? 

—Sasuke está... muy mal. Se oía muy alterado y, ya sabes —Temari se puso un mechón del cabello tras la oreja y lo observó durante unos minutos—. ¿Cómo está él?

—Está luchando —respondió, mientras acariciaba la frente sudorosa del menor—. Es un guerrero, tiene sangre Uchiha después de todo. Estará bien. 

Temari le sonrió, era la primera sonrisa sincera que veía en ella hacia su persona en mucho tiempo y se dio cuenta de eso. Lo que una vez los había separado, los volvería a unir de nuevo. Miró a Takahiro, ansiando ver esos ojos aguamarina y le acarició en silencio por un rato.

—Tengo miedo —confesó Temari—, si no despierta... Hay tantas cosas que debemos decir. 

—Despertará —su voz tembló ante la posibilidad de que no lo hiciera, pero aun así sonrió, tratando de sonar -o al menos verse- seguro. Temari le observó un rato, desconfiada y luego bajó la mirada hacia el pelinegro, asintiendo. 

Había que tener fé en que lo haría. 

Era el hijo de dos Uchiha, después de todo. 

Lo miró. Aún recordaba la primera vez que lo vio, tan pequeño y frágil. Era apenas un recién nacido, pero él supo que lo querría, aun cuando su vida significara mucho dolor. A pesar de que no fuera deseado y de que su existencia había acarreado mucho dolor a sus más cercanos... 

Era un niño, a sus ojos, todavía indefenso, frágil y debía protegerlo. 

Por eso se negaba a perderlo.

Ey, cariño, despierta pronto.   

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