Capítulo 10; Risas y problemas.

—¿Se habían puesto a pensar... que si un pingüino le da hambre en vez de pescar, empieza a graznar primero? —Sora preguntó.

Todos lo miraron con una sonrisa algo extrañados.

—Es que son como los bebés —se explicó entonces, aun con una mirada pensativa y seria—. Primero lloran y luego consiguen la comida. Y un bebé pingüino es peor aún, porque debe esperar que su madre le de comer. ¿O era su padre...? 

—En general creo que son sus madres —dijo Naruto mientras seguía concentrado en su trabajo—. Aunque también se supone que tanto hembras como machos cuidan muy bien de sus crías y los atienden...

—Uy, cuidado dobe, te va a estallar la cabeza —bromeó Sasuke. 

—¿Alguien dijo estallar? —Ayame sonrió.

—No —Sora negó enseguida, como todos los presentes. Ninguno quería más explosiones de arcilla—. En todo caso. ¿Por qué empecé a hablar de pingüinos? Estaba explicándoles por qué se extinguieron los dinosaurios.

—Pero solo dijiste que estaban malitos y les cayó un esteroide —dijo Hikari. 

Todos se quedaron en silencio mientras veían como Sora se carcajeaba hasta llegar al suelo. 

—ASTEROIDE, di-dije... Asteroide —seguía riendo, mientras se arrastraba hacia su hermanita y la abrazaba—. Ah, eres una ternurita —besó su frente y luego extendió su perfecta fila de dientes para ver a sus hermanos—. El caso es que ustedes son muy aburridos. 

—¡Oye! —saltaron Daiki y Ayame indignados. 

—Hmp —ese fue Akihiko.

Sora lo miró, con la ceja arqueada. Técnicamente acababa de comprobar su teoría.

—Hikari sí —señaló, queriendo molestar a su hermanita.

—Hikari no —dijo ella misma, hablando de sí en tercera persona.

—Hikari sí —Ayame secundó, riendo. 

Sora pensaba una sola cosa. Quería hacerlos reír, es que había tantas cosas en la cabeza de los integrantes de su familia, que se habían olvidado levemente de reír. No era que no lo hicieran del todo, pero ciertamente la tensión era furiosa y él intentaba siempre de cargar con todo el peso solo para que escucharlos reír, valía la pena. Él, en cambio, no sufría de nada... 

Eso creía. 

Hacía un par de horas que se había dado cuenta que tenía un límite. 

El estrés que había estado adquiriendo de todos ellos... Se le había salido de control, y mientras miraba aquel paisaje en silencio, con los matices de aquel lindo cielo, se preguntaba una sola cosa. ¿Era suficiente? Ellos siempre reían gracias a él, pero últimamente no estaba tolerando nada. Ni siquiera cuando los oía reír. 

Se sentía frustrado, como si vivieran en una burbuja de mentiras cada vez que reían, cuando todos los problemas los atropellaban una y otra vez sin perder ventaja. Y ellos sin ganarla... 

Pero él se hizo una promesa mucho tiempo atrás, la de proteger aquellas sonrisas. 

¿Podrá hacerlo? Miró de nuevo el paisaje.

Joder.

.

.

.

Sora es la persona más indicada para calmar el problema que ahora está creciendo en su familia. Con los problemas anteriores y los más recientes todo el mundo está con los nervios absolutamente crispados, por eso que Sora se ha prometido mantener la sonrisa en los rostros de sus queridos familiares, los cuales a su debido tiempo le habían vuelto la suya a él.

.

.

.

Las cosas entre la familia se habían tornado frías y algo incómodas, todos se encontraban bastante confundidos y alterados. Claro, el hecho de que el asesino de princesas se hubiera presentado a la joven Uchiha, Ayame, los había puesto a todos histéricos. Más que nada a Naruto, quien ya podía moverse con más soltura luego de pasar un día entero en cama reposando por las heridas que le había dejado el atentado con Tobi. Joder, es que esas agujas sí que dolían. ¿Cómo era que Sasuke se mantenía tan tranquilo a pesar del balazo y las heridas de las mismas agujas? No lo sabía. 

Un misterio que nadie estaba seguro de cómo catalogar. Un fénomeno Uchiha, tal vez. 

Minato Namikaze al enterarse de ambos incidentes volvió a la oficina que dirigía su yerno Itachi con la intención clara de atrapar a esos malnacidos que se habían atrevido a tocar a su familia. 

—Estás muy tenso-ttebane —comentaba Kushina, su esposa, mientras caminaba a su lado. Lo miró de reojo por debajo de las gafas de sol que llevaba puesta, el ojiazul la miró de reojo en silencio—. Nee, Mina-chan, no seas así con tu esposa-ttebane. Sé cariñoso conmigo... Sartén.

Minato suspiró, extendiendo una sonrisa, mientras acariciaba los dedos de su esposa de la mano que tenían entrelazada. A Minato le gustaba caminar de la mano con su amada mujer. Y la amenaza implícita de su esposa dejaba en claro que no quería verlo más así.

—Lo siento, Kushi-chan, es que todo este tema del asesino de princesas y de los Akatsuki me pone tenso —hizo un puchero—, ¿me perdonas? —alargó la a un par de veces, antes de abrazar cariñosamente a su esposa por la espalda -ella lo había aventajado brevemente-, y besando su cuello. 

Kushina rió, Minato solía ser así muy seguido, en realidad no era nunca seco realmente. Ni siquiera en sus más fieras batallas se había atrevido a levantarle la voz, todos decían que era miedo pero ella lo sabía bien, que era amor.

—Está bien —aceptó—, pero vamos. Quiero ver a Ita-chan, a lo mejor tenga buenas noticias ttebane. 

—Sí —Minato no la soltó mientras caminaban. 

La oficina de Itachi Uchiha era espaciosa pero simple, como la de todo Uchiha, tenía lo estrictamente necesario y una que otra fotografía de su familia y doncel. El escritorio caoba y la mullida silla negra en la que él se encontraba sentado estaban debidamente limpios, y ordenados, como debía ser. Su vista se mantenía fija en los papeles acerca del asesino de princesas, del cual a duras penas habían extendido bien la investigación. 

—Ita-chan, eres todo un estudioso —escuchó una dulce voz y levantó la mirada, encontrándose a una bella mujer mayor de cabellos rojos y ojos azules que le miraba con una sonrisa. 

—Kushina-san —Itachi se paró de su asiento y rodeó el escritorio para ir a saludar a su suegra.

—Hola Ita-chan —Kushina besó su mejilla amablemente mientras entraba en el despacho del pelinegro. Minato extendió su mano y luego de estrecharla, se abrazaron familiarmente—. ¿Cómo has estado?

Kushina miraba en silencio lo limpio que estaban las estanterías y el escritorio, como si nunca cayera el polvo. ¿Haría el oficio por sí mismo o tenía personas que lo hacían por él? Necesitaba sus números si era el segundo caso, aunque bien podría decirle a Deidara que contratarían a su esposo como su mucamo... Aguantó la risa ante las imágenes de aquel suceso en su cabeza. Se suponía que debía ser seria en esos momentos.

—Realmente fascinante —murmuró ausente.

 Minato rió al verla distraída merodeando por la habitación, y luego se giró a ver a Itachi. 

—Creo que sabes a qué venimos —dijo el rubio, obteniendo un meneo de cabeza de parte del Uchiha, que los invitaba a sentarse en las dos sillas adjuntas del otro lado de su escritorio, mientras iba a sentarse en aquella silla espumosa.

Itachi estiró la carpeta hacia los Namikaze con su mano. 

—Qué eficiente eres, Ita-chan —halagó Kushina, con una sonrisa y los ojos cerrados, haciendo reír a ambos varones—. ¿Y bien? ¿Qué has sabido acerca de lo sucedido a mi hijo ttebane?

—Me temo que sus declaraciones no fueron muy especificas —dijo Itachi—, pero iniciamos la búsqueda de Roseone y aquel al que los Akatsuki llaman Tobi. No se preocupe, Kushina-san, los encontraremos y van a pagar como los demás. 

—Son una plaga —dijo Minato—, por más que los acabemos, salen más hasta de las rocas. Hmp.

Kushina lo miró de reojo. 

—Túteame —fue lo que le dijo a Itachi, ignorando el murmullo de su esposo. 

—Kushina. 

—¿Qué-ttebane? Han pasado años y me trata de señora —se excusó ella—. Me hace sentir vieja. 

—Eso es porque lo estás. 

Itachi cerró los ojos cuando vio la mirada que le lanzó Kushina a su suegro. Ciertamente él tenía buena experiencia en no haciendo enojar a un Uzumaki, lo lamentarías. 

—Agradece que no me dejaron pasar la sartén-ttebane —advirtió ella con voz gélida, haciendo erizar los vellos de los varones presentes.

—Ni los cuchillos, ni las cuatrocientas armas que llevabas puestas —enumeró Minato, sin mirarla. Sus ojos estaban completamente concentrados en la lectura que llevaba a cabo. Kushina miró a Itachi y éste le sonrió con parsimonia, haciéndole suspirar y mirar a su esposo.

—Y tú estás más viejo —le sacó la lengua.

Itachi sonrió algo tranquilo. Parecían dos jóvenes niños peleando.

—¡Haaa! Ya quisieras —Minato negó con la cabeza y hubiera seguido molestando a su hermosa esposa de no ser por lo que sus ojos captaron en el instante en que ella iba a golpearlo. Frunció el ceño y Kushina se detuvo—. ¿Asesinó a la hija de Hiashi?

Los otros dos detuvieron sus sonrisas y lo miraron. 

—Creí que Hanabi había muerto en un accident-

—Oh, sí —Itachi carraspeó—, la familia Hyuuga quiso mantenerlo en secreto, pero cuando se enteraron de la muerte de Hinata, decidieron decirlo, ella no los dejaba. Neji confirmó la información y nos entregó las evidencias del suceso. Se veía bastante consternado respecto al regreso del asesino. 

—No me sorprende —dijo Minato, pensativo—, pero... Había algo, dijeron que ella había muerto en un accidente de tránsito o algo así. Nunca hubo noticias al respecto, pero alguien dijo que su cuerpo fue hallado en el parque de Sakuras, en un auto. 

—Así fue. La encontraron, pero en la autopsia realizada se dieron cuenta que había muerto mucho antes —dijo Itachi, mientras alzaba los hombros y se tronaba los dedos. Estaba cansado. 

—¿Registraron la placa?

—Demonios, Minato, eres un maldito genio —pujó Itachi, a medio estiramiento, mientras se giraba hacia su computadora y comenzaba a teclear un par de cosas. Minato rió brevemente.

—¿La placa? —Kushina miró a ambos hombres.  

—Si podemos rastrear la placa de aquel día, en algún momento el asesino o alguien relacionable a él tuvo que dejar su cuerpo ahí —explicaba con delicadeza mientras se giraba a verla. Itachi seguía dándole a las teclas con fuerza—, entonces podemos encontra-

Kushina arqueó la ceja. 

—Eres un baka —se quejó, cruzando los brazos. 

Minato suspiró acostumbrado. 

—No tienes que hablarme como si fuera una niña de kinder-ttebane, yo entiendo —bufó. 

—Ya lo sé. 

—No porque seas más estudiado y hayas investigado miles de casos que yo, quiera decir que no voy a entender algo tan obvio ttebane —seguía diciendo. 

—Lo sé. 

—Es que si me hablas así me voy a enojar...

—¡Que ya lo sé, mujer! Hmp.

—¡Si lo sabes por que me hablas así-ttebane! —Kushina lo golpeó en el hombro con fuerza. 

Itachi se rascó la nuca—. Así nos vemos con Deidara —susurró para sí mismo, algo inquieto. 

—Sólo quería ser un poco más soft contigo —se quejó Minato, mientras se sobaba el hombro y desviaba la mirada hacia otra parte como cualquiera ofendido—, tras de vieja, estás loca —masculló bajito. 

—¿Loca? —A Kushina le dio un tic en el ojo.

—Histérica, más bien —apuntó, mirándola de reojo. Amaba hacerla enojar, sí, ni siquiera él sabía desde cuándo tenía tanto instinto suicida. La mujer estaba roja hasta las orejas, ah, ya recordó. Desde que la conoció. Desde el primer día en que ella le gritó, con esa expresión furiosa que la hacía ver tan fuerte, decidida y sobretodo... Hermosa. 

Kushina era una mujer con gran carácter, sabía lo que quería y defendía a los que quería... Eso era principalmente lo que lo había hecho enamorarse de ella en un principio, y luego de tantos años juntos, pff. No pudo haber hecho mejor elección. Nunca jamás de los jamases. Simplemente no existía nadie mejor que ella. 

—¿Ita-chan, tienes una pala? —la escuchó preguntar, y la miró entonces.

—¿Una pala? —Itachi parpadeó, y ella lo miró sombría con una sonrisa que le dio escalofríos.

—Es para que Mina-chan empieza a cavar su propia tumba-ttebane —agregó la pelirroja. Minato sonrió embobado, joder, la amaba mucho, incluso cuando era cruel como el infierno.

A Itachi le cayó una gotita de sudor en la cabeza.


Sora cruzó los dedos. 

—Mi niña, mijita, venga aquí —Naruto, que interpretaba al raro "abuelo Yi" -personaje que se inventó su hija menor-, estaba sentado en una cama con un peluquín blanco mal puesto y un bigote mal pegado en la parte superior a sus labios, haciendo voz de abuelito. O eso intentaba.

—No —se quejaba Hikari—, así no, papá. Así. 

Esa era su linda hermanita menor intentando que su padre doncel se metiera en el personaje

—Ahora —se giró hacia él—. Sora tú interpretas al nieto Ni.

—Me aburro —Sora hizo un puchero. 

—¡Perfecto, ya te sabes tu línea! —Hikari le enseñó los pulgares levantados, Sora quiso decirle que debía dejar de juntarse tanto con su padre cuando veía cosas extranjeras pero no tuvo corazón para hacerlo—. Eres un perezoso, pero me imaginaba algo más como Shikadai-niisan. 

Sora frunció el ceño. 

—Pues llámalo a él-datte. 

A Hikari le brillaron los ojos. 

—¿Harías eso por mí?

Sora la miró enternecido. 

—No —dijo, saliendo del lugar. 

Naruto soltó una pequeña risa y luego se volvió a su hija, que frunció el ceño e hizo un puchero. 


—Acabas de lastimar a una inocente niña —dijo el rubio, apenas Sora salió del cuarto de sus padres. Sora saltó hacia atrás de la impresión, es que ni siquiera había notado que estaba ahí. Era así siempre, pero quizá Sora solo era demasiado distraído para notar su presencia.

—¡Respeta a tus mayores! —le dio un zape en la cabeza—. Jesús, me diste un susto de muerte. 

—Lástima que no te moriste —apuntó Akihiko, con una sonrisa de medio lado. Sora rodó los ojos.

—Te crees bien machito —bufó—, pero ya verás, mocoso. Yo voy a ser mejor abogado que tú. 

—Disfruta los años que me faltan de estudio —refutó el menor con la típica sonrisa made in Uchiha—. Porque cuando me gradúe de leyes, serás historia, viejo. Yo seré el número 1.

Viejo —a este punto de la situación Sora tenía un tic en el ojo—, viejo, viejo, viejo. ¿Qué ninguno conoce otra maldita palabra? Maldición, Shikadai no volverá a esta casa jamás. Me tienen harto-datteba. Primero una que soy muy problemático —se refería a Ayame. Esa mañana mientras salía de ducharse se topó con ella y sin querer la empapó cuando se sacudió el cabello. Qué problemático sos, boludo. También que le había salido como Argentina la chica ésta. 

Akihiko arqueó la ceja. 

—Luego que me aburro y me dicen que preferían a Shikadai porque es mejor perezoso que yo, y ahora vienes y me dices viejo. Viejo, esto es más fastidioso que él...ese maldito problemático. Bah, necesito unas vacaciones de esta familia-datte —Sora bajó las escaleras, farfullando. 

El rubio le miró desde arriba y se encogió de hombros antes de entrar al cuarto de su papá. 


—Maldito Shikadai, ya verá. Ni creo que exista una competencia para ver quien es más perezoso, pero seguro que la gano yo —seguía refunfuñando, al menos hasta que se topó con Boruto, quien ladeó la cabeza—. Hola, sesos de alga. ¿Ya terminaste de leer PJO?

—¿Y tú ya terminaste de insultar a Shikadai-ttebasa? —Boruto se cruzó de brazos, ladeando la cabeza al verlo tan airado, no recordaba que su hermano menor tuviera esa expresión en la cara. ¿Se debía a algún problema de am-? Detuvo su tren de pensamientos, oscureciendo la mirada al notar que Sora realmente no estaba de humor—. Y no me llames sesos de alga —agregó. 

—Ash, es que ni me lo recuerdes, me pone de mal humor ese estúpido sabelotodo —rodó los ojos. 

—Já, eso decía yo de Kuro y terminé foll-

—¿Qué? 

—¿Qué? —Boruto parpadeó, fingiendo una sonrisa, algo sonrojado. 

A Sora le saltó una ceja, desde su sitio habitual hasta el cabello de la nuca. Sí, así.

—Ahora lo detesto más —pujó Sora, mientras se hacía un lado—. Anda a ver a papa

—Eso hacía hasta que te metiste en mi camino mientras alegabas de Shikadai —se quejó. 

—¡Que no lo menciones, ah! —Sora se mandó ambas manos a las orejas. Estaba harto de que mencionaran a ese estúpido cerebrito, realmente estaba bastante molesto con él y el susodicho a lo mejor andaba vagueando como siempre en vez de ayudarlo con el trabajo de química que debían terminar, ugh. Bien, quizá acababa de darse cuenta que su tolerancia terminaba con ese pelos de piña sabeloto y perezoso.

—Está bien... Bueno, me voy —Boruto subió las escaleras con rumbo al cuarto de su papá, algo curioso por las reacciones de Sora. 


El pelinegro se acercó a la sala y se dejó caer sobre el sofá más tranquilo, al menos hasta que el sofá se quejó y claramente los sofás no se quejan cuando te les tiras encima, así que se levantó, notando a Daiki adormilado, fulminándolo. Sí, Daiki suele estar durmiendo, a todas horas, en todas partes, es un dormilón por naturaleza, o un koala. Cualquiera de las dos es posible.

—Uy, lo siento, no te vi. 

—Sora-baka —pujó Daiki, mientras se giraba y se sentaba—. ¿Qué te pasa-tteba?

—¿Cómo que qué me pasa? ¿Por qué siempre asumen que me pasa algo? ¿Es que no puedo simplemente odiar al mundo y a Shikadai solo porque sí-ttebayo? Este mundo cada vez es más discriminante —dramatizó, sentándose en el sofá al lado de su hermano doncel. El pelinegro más joven solo suspiró. 

—¿Y ahora qué hizo ese idiota?

—¡Por fin alguien que quiere escuchar mis problemas! —lloriqueó. 

—Yo no dije que quería —enfatizó Daiki con una mirada pensativa mientras se mordía el interior de la mejilla y lo miraba. Sora entrecerró los ojos, visiblemente lastimado por su franqueza—, pero en el libro del tío Sai dice que no es sano guardarse las cosas para uno solo, porque es poco constructivo y claramente más destructivo. Por eso hablar es la mejor solución, pero si quieres creer que quiero escuchar tus problemas porque eso te ayuda a sentirte mejor de alguna forma en tu pequeña cabeza de nuez, es probable que diga entonces que sí. Quiero escuchar tus problemas. 

Sora lo miró con ojos de borrego. 

—Eres tan cruel, Dai-kun. 

—No soy cruel —Daiki hizo un puchero adorable—, además, según el libro del tío Sai, la crueldad es cuando se disfruta del dolor ajeno, en todo caso yo no disfruto de él, solo paso de ello... Akihiko sería un buen potencial a cruel. 

—¡Cruel es bueno! —gritó Ayame, entrando en la sala. 

—No, te digo que es malo. ¿Crees que es bueno disfrutar del dolor ajeno? En el libro d-

—Bah, lee conmigo Maze Runner, lo entenderás —aseguró con una sonrisa. Daiki comenzó a regañarla entonces porque ese libro no debería leerlo al tener solo 10 años. Sora quiere reír, él se lo leyó con su papi a los ocho, y quedó traumado con Newt y la llamarada, pero valió la pena.

—Te digo que en el libro de Sa-

—¡Sí, sí! Bien, adiós chicas, voy a tomar algo de aire —Si Sora escuchaba una vez más a su hermano doncel mencionar aquel estúpido libro de su estúpido tío Sai acabaría su poca paciencia y mandaría a todos con un Rasengan al... Oh, espera, universo equivocado. Bah, necesitaba tomar mucho más que solo aire. 

—Técnicamente eso es completamente imposible —apuntó Daiki, mientras Ayame se partía de la risa por la actitud de sus hermanos mayores—, no puedes simplemente tomar aire. El aire no es un liqu-

—¡ADIÓS! —Cerró la puerta. 


El pelinegro suspiró una vez que cerró la puerta de un portazo. Iba a enloquecer, estaba seguro.

—Luces algo estresado —comentó el pelos de piña mirándolo de cerca, Sora solo suspiró y siguió su cami- Esperen, ¿el pelos de piña? Se giró de nuevo a verlo, asombrado, a verlo—. Ahora te ves más como un tonto, ya volviste a la normalidad. 

Sora frunció el ceño. 

—¿Quieres callarte? —pidió. 

Shikadai parpadeó, sorprendido. 

—Maldición —Sora exhaló con fuerza—, gracias, gracias, muchas gracias. Estoy harto de oír de ti, y más que nada de oírte. Y verte, y saber que respiras. Mejor me largo antes de golpearte datte.

Shikadai volvió a parpadear. 

—¡Ya deja de parpadear-ttebayo! —gritó Sora, de espaldas al pelinegro, mientras se dirigía furioso hacia muy lejos de su casa, su rincón secreto en el mundo. Necesitaba aire, mucho, pero lejos de ese estúpido que se le había ocurrido por fin ir a hacer ese estúpido proyecto que había sido su culpa para empezar. 

Es que Shikadai lo había, literalmente, convencido de unirse a un equipo de arte y ahora les habían dejado un maldito proyecto que le había sacado canas porque él simplemente no lo entendía -el arte nunca ha sido exactamente su fuerte- y para un Uchiha no había nada más desesperante que no entender algo. Claro, no quería ver al otro ni en pintura por el momento, suspiró cuando estuvo en camino a su lugar.

Por otro lado, el pelinegro volvió a parpadear. ¿Pero qué demonios acababa de pasar?

—Hola, Shikadai. 

—Sasuke-san —lo saludó, meneando la cabeza. Todavía procesando lo sucedido, Sora tendía a ser algo... explosivo, pero se veía realmente afectado por algo, y el hecho de que se desquitara con él lo consternaba. La tarde anterior mientras jugaba con Meiko en la sala de su casa mientras su madre cocinaba, su padre trabajaba y él mismo hacía su tesis no parecía tan tenso.

¿Meiko habría dicho algo que hubiera podido enojarlo? En todo caso, ¿qué era eso de enojarse? 

—¿Vienes por Sora? —Inquirió el azabache al verlo tan ido. Shikadai parpadeó.

—En realidad, Sora acaba de irse —dijo, algo confundido todavía. Sasuke lo miró.

—¿Y eso? ¿A dónde fue? —preguntó. Sora no era del tipo rebelde que salía sin avisar o dejando plantados a sus amigos, no que él estuviera enterado, a decir verdad. Sora era muy cumplido en su estudio, se tomaba la universidad como un logro simple pero eficaz.

Shikadai alzó los hombros. 

—No tengo idea. 

—Creí que eras su mejor amigo —lo presionó. 

—Yo también —susurró el pelilargo, algo confundido. 

—Ah... Bueno —Sasuke carraspeó, al notar la cara de decepción que se trajo el hijo de Temari. Hizo una mueca algo extraña entonces—, si me disculpas. Debo ir con mi familia. Te veo luego.

—Sí, adiós —se despidió. ¿Qué le habría picado al bicho de Sora? Uy, así no era.

Sonrió levemente. Ya lo averiguaría de todas formas, suspiró, pero había perdido tiempo en aquella caminata. Se devolvió por donde iba, y al menos a cuatro manzanas de la casa de los Uchiha chocó con un pelinegro.

—Oi. Lo siento mucho, no estaba fijándome por donde iba —lo ayudó a pararse, admirando en silencio los ojos aguamarina del chico apenas éste levantó la mirada. Ambos se quedaron callados mientras se miraban, hasta que el otro negó con la cabeza y se dispuso a levantar las cosas que habían tirado—. Te ayudo —se ofreció, agachándose también. 

—No, no, está bien. Gracias, es mi culpa de todas formas —se apresuró a recoger las cosas en la caja que tenía y lo miró a los ojos—. No te preocupes —dijo, algo asustado. No esperaba encontrarse aquel joven ahí, no ahora, quizás nunca en realidad. Miró hacia todos lados. 

¿Y si su madre estaba cerca?

—¿Vives por aquí? —le preguntó entonces al pelinegro, quien negó. Aquello lo alivió.

—No, ¿necesitas ayuda? ¿Estás perdido?

—No, no. Sólo... te pareces a alguien —dijo—. ¿De casualidad eres algo de Temari Sabaku No?

Shikadai se mostró sorprendido.

—Es mi madre —sonrió entonces, algo apenado—. ¿La conoces?

Ah.

—No —negó enseguida—, vi una revista que ella publicó —agregó rápidamente. Debía correr.

Lejos, muy lejos de aquel hombre que era hijo de Temari Sabaku No. Por nada en el mundo aquella familia, la familia de los demonios de arena, debían tener contacto con él. Miedo, Takahiro sintió el verdadero terror en el instante en que notó como el hombre le ayudaba a levantar un papel. Se lo arrebató sin pensarlo dos veces y le sonrió.

—Lo siento —dijo—, son cosas muy personales. Yo, ah, tengo que irme. Así que adiós. 

—Adiós... —Shikadai observó en silencio como aquel hombre extraño corría con aquellas cajas en manos como si su vida dependiera de ello y miraba a cada lado en cada esquina. Visiblemente aterrado. Qué raro. 

Takahiro suspiró en la siguiente intersección cuando lo perdió de vista. 

—¿Estás evitando a alguien?

Casi muere. 


Sasuke ingresó junto a Sarada a la casa, ella ni siquiera se preocupó en saludar al otro, estaba demasiado concentrada en ir con su padre y sus hermanos, aunque le sorprendió saber que Sora había salido. Daiki y Ayame eran los únicos en la sala, que se lanzaron a saludarlos.

—Qué monada, mira como has crecido —Sarada abrazó fuerte a Ayame. 

—Te ves muy linda, Sara-chan. 

—Gracias, cariño —la mayor besó la frente de la rubia y miró a Daiki—. Hola, Daiki. 

—Hermana —también la abrazó—. Vengan, vamos. Los demás, y Boruto están arriba con papá.

Sasuke y Sarada sonrieron.

Es que estaban en casa.


Sora se sentó y miró el paisaje que su lugar favorito le regalaba en un pacífico silencio. Se quedó quieto, callado y simplemente admirando aquel pasaje.

Cuando Sora tenía seis años conoció por primera vez a su padre, Sasuke Uchiha, el abogado más aclamado de todo Seattle y el más famoso en la gaceta de Los Ángeles. Después de años de preguntarse si acaso no lo quería, o le había sucedido algo para que no estuviera con él y su papi. Su papi, Naruto Namikaze, le había explicado una tras otra tras otra vez lo sucedido, pero él en su mente no podía creer simplemente que su papá y él hubieran terminado por una discusión, no después de ver el librito y el diario de su papi. Y mucho menos, luego de conocerlo.

Sasuke Uchiha amaba a Naruto Namikaze como nadie en el mundo lograría amar jamás de nuevo. 

Su padre esperó pacientemente todo ese tiempo sin saber de él solo para llevar a cabo un elaborado plan que incluía capturar a unos maníacos villanos (como él les había apodado a aquella edad) y rescatar a sus hermanos mayores, Sarada y Boruto, de las manos de dos mujeres locas. 

Cuando cumplió siete, por fin tuvo una familia. Aunque estaba un poco rota, era bonita y era suya, así que para él era perfecta. Sus padres decidieron intentarlo, enseñándole una maravillosa lección. Cuando dañas algo, no lo dejas a un lado y renuncias a ello. Luchas por repararlo. Al menos así lo entendió, su filosofía era un poco más extensa, pero bah, no iba a alargarlo mucho.

—Sabía que estarías aquí —el pelinegro se deslizó un poco hacia un lado, mirando en silencio a la persona que acababa de llegar con una mirada incrédula. El mayor sonrió—. Te seguí en la motocicleta de papá. 

—Heh, parece que no fui lo suficientemente cuidadoso —se rascó la nuca.

—Es broma, papá nos tiene a todos jodidamente vigilados y nos tiene un chip de GPS en alguna parte —Sora le miró aterrado por unos segundos, contemplando la probabilidad de que en realidad hiciera eso y luego ambos se echaron a reír—. Jajaja, esa estuvo genial. Tengo que anotarla. 

—A mi no me sorprendería si fuera real —mencionó, meneando la cabeza—, el abogado es así. 

—Lo sé —el rubio se limpió las lagrimitas que le ocasionó reírse así y entonces miró hacia donde lo hacía Sora, chifló—. Linda vista. 

—Lo sé, y gracias —sonrió, volviendo su vista al paisaje. 

Boruto lo golpeó amistosamente en el hombro. 

—Bro. 

—Bro.

—¿Sabes que estás muy tenso últimamente? —dijo el mayor, mirándolo con suspicacia.

—Sí, lo siento —Sora se rascó el reverso de la nuca, de nuevo—. Con todo esto de los Akatsuki, y el asesino de princesas y eso. Es sólo que no sé que pensar en la vida —hizo una mueca. 

El ojiazul mayor suspiró.

—Lo sé, debe ser duro —Boruto miró a Sora—, ya sabes. Sarada y yo ya éramos grandes cuando todo ocurrió, y aunque fue difícil, no enfrentamos muchos problemas que digamos. Pero tú...

Sora alzó los hombros. 

—Lo difícil para mí no es eso —bufó—, es que... yo quiero retribuirles lo que hicieron por mí.

—¿Eh? ¿El qué?

—Quiero hacerlos reír. 

—¿Reír?

—Sí, quiero hacerlos reír como todos lo hicieron conmigo en su momento. Sé que suena bastante tonto, pero... Quiero que se olviden de los problemas que nos persiguen, y que rían. Sólo que rían-tteba. 

El rubio lo observó en silencio, se veía maduro y capaz. Como pocas veces, pues era el payaso de la familia. Al parecer, no lo hacía porque era así, tenía una razón para comportarse como tal. Boruto lo sabía, que no importaba cuanto les sacara de quicio a veces, Sora siempre sabía como hacerlos reír. 

—Me prometí hace mucho que les daría una sonrisa siempre, y creí que estaba haciéndolo bien, pero... creo que estaba fingiendo tanto, dejándome atrás a mí mismo, que no me di cuenta que en realidad estaba intentando proteger sus sonrisas y... algo más. No sé qué es —lo miró—. Sé siente como que no puedo soportar el peso de estos problemas.

—No tienes que hacerlo. 

—Pero... ¿si no lo hago, entonces quién?

—Sora...

Boruto sonrió, al parecer Sora había madurado mucho más de lo que había esperado. 

—Venga ya, volvamos a casa y haznos reír —le extendió la mano.

Sora sonrió. 

—Oh, los haré mear de tanto bromear. 

—Bro —Boruto se carcajeó.


—¡Casi me matas de un susto! —se quejó al ver a la mujer con una sonrisa burlona. 

—Uy, pero qué genio tienes, Takahiro-kun —Hanna se rió, la mujer pelirroja de ojos negros que llevaba una chaqueta de Stitch azul—. ¿Estabas huyendo de alguien? —repitió la pregunta. 

El pelinegro rodó los ojos. 

—Vi al hijo de Temari-san y empecé a correr —dijo, ladeando la cabeza. 

Hanna pareció palidecer unos segundos antes de asentir.

—Hiciste lo correcto —le dijo, con unas palmaditas en los hombros—. No debes dejar que estas personas te vean. ¿Qué será de ti? ¿Volver a la mala vida que tenías antes?

—Jamás —endureció la mirada. 

La chica le miró con tristeza.

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