»4:42 a.m. | NO ES ROBAR SI ES DE TODOS

c a p í t u l o | 08

NO ES ROBAR SI ES DE TODOS


—¿Por qué tenemos que colarnos en el ayuntamiento? —El sudor me resbalaba por la frente. De todas las ideas descabelladas que había tenido en toda la noche, esta era, sin duda, la peor―. Sabes que es un edificio bajo protección legal, ¿verdad?

―No me hables como si fuera tonta. Hay que conocer al enemigo para colarse en él. Lo he estudiado todo. Sé por dónde tenemos que entrar y sé exactamente lo que tienes que hacer para burlar las cámaras de seguridad.

―Espera, ¿qué?

Di las gracias por no estar bebiendo nada en estos momentos. De lo contrario, el coche habría quedado pringado de Sprite. Nosotros incluidos.

―Es el ayuntamiento, está claro que habrá seguridad.

―Sí, pero pensé que de eso te encargarías tú.

―¿Yo?

Me miró con incredulidad mientras me pasaba uno de los walkie talkies.

―¿No tienes ningún plan para eso?

Estábamos perdidos si de mí dependía entrar o no ahí dentro. Ambos sabíamos cómo había acabado nuestra pequeña excursión a la tienda de kebabs. Fue un milagro salir de allí con vida.

―Lo tengo —dijo.

―Uno que no me incluya como cebo

―Entonces no.

―Hay que pensar en algo con lo que no tenga posibilidades de ir a la cárcel.

―Ya estamos otra vez. —Puso los ojos en blanco antes de darme uno de los botes de pintura de Franklin―. Toma, utilizaremos esto para pintar las cámaras y poder pasar la primera zona.

―Nos verán de todas formas.

Agité el bote repetidamente hasta que el interior se volvió líquido.

―Hay puntos muertos. No pasará nada, tú sólo asegúrate de ajustarte bien la capucha. ―Señaló mi sudadera con uno de sus dedos e hizo lo mismo en la suya.

Parecíamos dos peces globos con problemas de obesidad, o puesto de otra forma, dos globos a secas con problemas capilares. Menos mal que a las cuatro de la mañana las calles estaban desiertas.

―Iremos por la parte trasera hasta cubrir las primeras cámaras. Hay una llave escondida en un hueco de la pared que utilizaremos para abrir la puerta de emergencia. Una vez dentro, irás hasta la sala de control y desactivarás las alarmas con tus conocimientos en informática para que yo pueda colarme en los archivos.

―¿Hace cuánto que has planeado esto?

Era imposible haber maquinado cada uno de los pasos al detalle en unas cuantas noches de insomnio.

―No mucho.

―Sloane ―advertí.

―¿Qué? ―Bufó exasperada―. No soy ninguna criminal, simplemente quiero descubrir lo que todos se molestan en ocultarme. La culpa es de mis padres por mantenerme alejada de la verdad.

―No es eso.

―¿Entonces qué?

―Estoy empezando a pensar que no me escogiste por casualidad.

―¿Por qué lo dices?

―Nunca te he dicho que fuera un aficionado a la tecnología.

―Vamos al mismo instituto, que no habláramos nunca no significa que no supiera de ti. Ya te lo he dicho.

―Puedes dar mucho miedo cuando te lo propones.

―Eso ya me lo habías dicho. ―Sonrió, abrió la puerta del coche y me hizo señas para seguirla.

El ayuntamiento en sí no era muy grande. Lo habían renovado hace relativamente poco e incluso inaugurado una biblioteca. Contaba con un bonito exterior y paredes hechas de piedra pulida con cristales y claraboyas cuadradas. Tampoco se trataba de la Casa Blanca ni del Área 51, un hacker podría colarse fácilmente y gente como nosotros también. No sería la primera vez que el edificio fuera víctima del vandalismo.

Aun así, colarse dentro era algo serio y no debía tomarse a la ligera. ¿Qué pasaría si nos pillaban? Seguro que acabaría en la cárcel con veinte tatuajes. Hasta ahora, no había dudado de Sloane ni un segundo porque siempre había sido capaz de sacarnos del paso sin despeinarse. Pero esto era diferente, aquí podían quedarse con nuestras caras si pisábamos en el sitio equivocado.

Llegamos a la parte trasera sin problemas, donde nos escondimos detrás de unos arbustos.

―¿Ves esa cámara de ahí? ―Estaba a unos metros de distancia, aunque apenas se veía por el gran árbol que se interponía en medio―. Tenemos que llegar hasta esa piedra para poder taparla.

La piedra no estaba muy lejos, pero seguía estando demasiado cerca para mi gusto.

―¿Tú o yo?

―Esa es la fácil, Ross. Yo iré a por la otra que está más arriba. Intenta no cagarla mucho.

―Menudo consuelo.

―Se me da fatal animar a la gente ―dijo a modo de obviedad―. Venga, vamos. Avísame cuando estés y asegúrate de no dejar ningún hueco vacío.

Me dio un leve empujón hacia fuera, haciendo que mi cuerpo quedara expuesto a vista de todo el que quisiera asomarse. Di pasos cortos y mantuve la cabeza gacha en todo momento. Cuando vi la piedra que me había indicado Sloane, no dudé ni un segundo en destapar el bote y empezar a esparcir la pintura por el lente de la cámara hasta que quedó completamente cubierta de amarillo neón. Vaya manera de no llamar la atención.

Inspiré profundamente antes de irme en busca de Sloane, pero ella me había ganado.

―¿Has acabado? ―gritó por el walkie, a pesar de estar a escasos centímetros de mí.

―Compruébalo tú misma.

Dejé que caminara hasta colocarse bajo la cámara teñida de pintura. Cuando alzó los pulgares hacia arriba supe que pasábamos a la siguiente fase; entrar dentro.

De camino, pasamos de largo por la otra cámara que se había encargado de apagar. Se encontraba totalmente destrozada, como si una apisonadora le hubiera pasado por encima. Miré a Sloane con una ceja arqueada.

―¿De verdad era necesario?

―No estaba cooperando ―replicó.

El ingenio que venía con sus respuestas acabaría siendo la causa de mi muerte súbita.

La puerta de la que me había hablado antes parecía pesada y difícil de abrir incluso con fuerza bruta. Sloane fue hacia la parte izquierda y golpeó un trozo de piedra con los dedos antes de retirarla como si fuera un cajón. Acto seguido, sacó una llave reluciente del hueco que había quedado. Surrealista. Me había metido de lleno en una película de James Bond sin ser consciente de ello.

―¡Voilà! ―canturreó a mi alrededor.

Yo seguía alucinando en colores, y un poco reticente al hecho de tener que pasar por una puerta trasera sin apenas seguridad para llegar hasta el interior.

―Tranquilo, no hay rayos láser ni nada parecido ―me aseguró con un guiño.

―¿Ni siquiera personal autorizado?

Porque ni de coña iba a enfrentarme a una panda de gorilas uniformados con licencia para matar de ser necesario.

―Lo más seguro es que estén dormidos.

―¿Y si no lo están?

―Mala suerte.

―¿Para ellos o para nosotros?

―No creo que quieras saber la respuesta.

No, no quería. En la ignorancia también era feliz. Sloane abrió la puerta con cuidado. Una escalera de emergencia se abrió en ambas direcciones ante nosotros, iluminada por pequeñas luces pegadas a las paredes.

―¿Hacia dónde?

―Tú vas para arriba. Verás una puerta, ábrela y te encontrarás con la sala de la que te he hablado antes. Habrá uno de los de seguridad durmiendo a moco tendido, ves con cuidado y todo irá bien. Cuando hayas acabado encuéntrame en la segunda planta, la sección de registros y empadronamientos. Tenemos quince minutos.

De nuevo, la determinación con la que hablaba me produjo escalofríos. Estaba demasiado segura al respecto, demasiado tranquila. Yo era un manojo de nervios y apenas podía controlar mis tics nerviosos.

―Espero una gran compensación por esto. ―Me quejé en voz baja.

―Créeme, la tendrás.

Subí las escaleras con pies de plomo. Me esperaba lo peor detrás de esa puerta. ¿Y si la pifiaba y hacia saltar las alarmas de verdad?

Sólo había una manera de comprobarlo.

Entré en la diminuta sala de control equipada con varias pantallas de ordenador y un anticuado panel lleno de botones y teclas que me recordaron a los recreativos de los años ochenta. A la izquierda, encontré al guardia de seguridad. Se llamaba Barry. Estaba durmiendo profundamente encima de la mesa, con la cara enterrada en los brazos y la respiración pesada. Por suerte, no roncaba.

Opté cogerle la gorra que llevaba en la cabeza por si acaso entraba alguien más y empezaba a hacer preguntas.

Divisé a Sloane en una de las pantallas, esperando frente a una puerta corredera impacientemente. Tenía que desactivar las alarmas para que ella pudiera colarse sin problema en los archivos. El porqué seguía siendo un misterio. Dio la media vuelta hacia la cámara y lanzó una mirada asesina.

―Ya voy, impaciente ―murmuré por el aparato amarillo.

―Menos hablar y más desactivar, Ross. No tenemos toda la noche —me urgió.

Me tragué el suspiro que quería escapar de mi garganta, porque estaba seguro de que habría despertado hasta al bueno de Barry, y me ajusté la gorra antes de ponerme manos a la obra.

Desactivar las alarmas no era muy complicado. Su sistema de seguridad no tenía las dificultades que los de último modelo presentaban. Comprensible, ya que el nivel de criminalidad de esta ciudad era escaso, pero algo me decía que a partir de esta noche eso cambiaría.

―¿Quién eres tú? ―

Estaba tan sumergido en mi trabajo que no me di cuenta de que Barry se había despertado.

Me quedé paralizado. ¿Qué debía hacer ahora? No responder levantaría sospechas, pero salir corriendo lo haría todavía más.

―Soy Sam, el nuevo ―Intenté fingir un acento francés y poner una voz más grave a la mía. De verdad esperaba que funcionara.

―Ah ―gruñó, y no sé si fue por la gorra que cubría gran parte de mi rostro o porque seguía medio dormido, pero no le dio más vueltas y continuó durmiendo.

Solté el aire de mis pulmones y abrí el canal del walkie.

―Todo despejado. Voy para allí. ―Me sequé las manos en los pantalones y me dispuse a guardar el aparato cuando me acordé de algo―. Cambio y corto.

Sloane me esperaba tal y donde dijo que lo haría. Un ligero temblor sacudía su pierna. Me reconfortó bastante saber que no era el único con espasmos nerviosos en situaciones críticas. Al verla de frente, reconocí la ansiedad en su mirada. Fuera lo que fuera lo que estaba a punto de desvelar, no sería algo bueno.

Quería preguntarle, pero Sloane avanzó hacia la puerta y no me quedó otra que seguirla para asegurarme de que estaría bien.

La sala estaba completamente oscura a excepción de la luna, que de vez en cuando pasaba por los cristales. La decoración en sí me recordaba a la de una biblioteca, pero sabía de sobras que esto era mucho más serio. Esta planta contenía los archivos de todos los que vivíamos en la ciudad, lo que me llevó a preguntarme si Sloane simplemente quería recordar su número de identidad o estaba buscando información acerca de otra persona.

Caminamos por los pequeños pasillos alumbrados con las linternas que llevábamos hasta que nos detuvimos en la sección de partidas de nacimiento. Todo estaba ordenado alfabéticamente. ¿Qué le habían ocultado sus padres? Esto se volvía cada vez más extraño.

―Sloane, ¿qué hacemos...?

―Es por aquí ―me cortó.

Nos detuvimos en la letra R. Se agachó en el suelo, sujetando la linterna con su boca, y abrió uno de los cajones de abajo. Rebuscó entre las miles de carpetas hasta sacar una amarillenta con la etiqueta eficientemente pegada al papel. Sloane Rangel. Ella. Sloane cerró el cajón de golpe y esparció los contenidos en suelo, separando las hojas unas de otras y buscando con desesperación la razón por la que estábamos aquí.

Mientras ella se dedicaba a hojear los contenidos, yo me decanté por asegurar el perímetro y empecé a rondar por los exteriores. Entre nuestra discreción a la hora de trabajar y lo oscuro que estaba todo, no esperaba cruzarme con nadie por los pasillos del final. Aunque si había algo que debía tener en cuenta, era que la suerte nunca estaba de mi parte.

Al girar en una de las esquinas, mi cuerpo colisionó con el de un guardia de seguridad. Me quedé de piedra, con el corazón a mil. Yo le miré a él. Él me miró a mí. Y, en el corto espacio bañado por un silencio incómodo, decidí salir corriendo escopeteado como un cohete. No quería ir a la cárcel.

Llegué hasta Sloane lo más rápido que pude.

―¡Tenemos que irnos! ―dije levantándola del suelo. Gritó al pillarla desprevenida y empezó a mirar frenéticamente a su alrededor―. ¡Ya! Hay un señor tras nosotros.

―¿Por qué siempre acabamos corriendo?

―¡Alto ahí! ―gritó casi pisándonos los talones―. ¿Quiénes sois?

―¡Meryl! ―respondió Sloane sin parpadear.

―¡Sam!

Cuando volví a sentir el volante bajo mis manos y el motor vibrar en mi cuerpo, pude respirar en paz. No sabía hacia dónde nos dirigía, pero tenía claro que debíamos salir de la zona cuanto antes para evitar cualquier posible patrulla policial.

―Por poco nos pillan ―comenté reclinando la cabeza en el sillón.

Al no obtener respuesta alguna tras varios minutos, supuse que se habría enfadado conmigo por haberle jodido los planes.

―Mira, siento mucho que... ¿¡Pero que llevas ahí!?

No podía creer lo que veían mis ojos.

―Los papeles.

―¿Te lo has llevado? Pensaba que sólo le echarías un vistazo. Sloane, no puedes robarle al ayuntamiento. Nos podemos meter en un lío. ―Razoné con la vista puesta en la carretera.

―Para empezar, eso es un sitio público, así que también es mío. No puedes robar algo que es de todos. Segundo, aquí pone mi nombre; eso significa que es mío. Me pertenece. En todo caso, ellos me lo han robado a mí.

―Tu lógica no tiene sentido.

―Todavía no he encontrado lo que estoy buscando, en cuanto lo haga te prometo que devolveré la carpeta a su sitio.

―Sigo sin quedarme tranquilo.

―Eres un caso perdido.

―Lo mismo digo.

Seguí conduciendo a través de las calles hasta que escuché como Sloane hacía trizas varios de los papeles. Aparqué el coche en un saliente y la miré sin saber qué hacer o decir. Tenía los ojos cerrados y las manos sostenían varios papeles arrugados.

―¿Estás bien?

La respuesta era obvia, pero no se me ocurrió nada mejor.

―Estoy enfadada y destrozada a la vez. ¿Tiene sentido?

―Supongo que sí. Depende del problema. ¿Qué sucede?

Sloane se limitó a lanzarme papeles a la cara. Literalmente. Todos ellos llevaban escritos nombres y fechas que no me sonaban de nada.

―Mis padres biológicos me abandonaron cuando era un bebé. Mi madre murió hace dos meses en un accidente y mi padre ha venido a reclamar la custodia sobre mí. ¿Y sabes por qué lo sé? Porque escuché a mis padres hablarlo a escondidas en su habitación. Soy adoptada y nadie se ha molestado en decírmelo.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top