»3:21 a.m. | NADIE SE SALVA
c a p í t u l o | 05
NADIE SE SALVA
—¿Pretendes colarnos ahí dentro con estas pintas?
Sloane me había cubierto de purpurina de la cabeza a los pies como si fuera su propia muñeca Barbie. Mi cara estaba llena de brillos en azul y verde y mi cuerpo parecía una bola de discoteca gigante. Estaba a un sombrero de ser una piñata.
Según Sloane, la fiesta del yate (donde estaba Astrid) era un evento excepcional de gente excéntrica que requería de vestimenta igual de extravagante. Como ninguno de los dos iba vestido para la ocasión, decidió cambiar las máscaras de los demás por purpurina a tutiplén. Igual que Campanilla con sus polvos mágicos.
Esperaba de verdad que las luces estuvieran apagadas ahí dentro.
—Claro que sí. —Se giró hacia mí, mostrándome las alas de mariposa que se había dibujado con purpurina rosa y naranja alrededor de los ojos y las mejillas. Sloane deslumbraba, en todos los sentidos—. ¿De verdad crees que habría hecho todo esto si no supiera que funcionará?
Por todo esto se refería a "tomar prestado" los potes de purpurina y brillo de la tienda abierta 24 horas más cercana. Tampoco estuve muy de acuerdo, pero al menos no tuve que fingir otra enfermedad delante de personas desconocidas.
A partir de ahora, cualquier plan demente que Sloane tuviera me parecería bien si no implicaba mi participación artísticamente.
—Estás callado porque sabes que llevo razón, ¿verdad?
Me encogí de hombros para no confirmar lo que ya sabía, pero eso sólo me ganó un manotazo por parte suya.
—Vale, me lo tomaré como un sí.
—¿Cómo pretendes entrar dentro? —Cambié radicalmente de tema al ver cómo dos hombres pedían una especie de invitación en la entrada—. No estamos invitados.
—Necesitamos nuestro propio caballo de Troya.
Intentando no caer dormido a sus pies, me sobresaltó la noticia de que quisiera un caballo.
—No podemos permitirnos un caballo a estas horas, Sloane —Comenté bostezando.
Me moría de sueño. Comenzaba a descartar el ir al instituto por la mañana.
—Uno de verdad no, bobo. Me refería a una estrategia para infiltrarnos sin levantar sospechas.
Giró la cabeza en ambas direcciones, como un búho, y bajó del coche. Estiró los brazos hacia arriba, levantando la sudadera de Margo involuntariamente y dejando al descubierto un trozo de su espalda cubierta por pequeñas cicatrices.
Sentí un cosquilleo en la parte baja de la espalda.
Sloane se volvió hacia mí antes de sentarse en el capó, desde donde teníamos acceso de primera mano a todo lo que entraba y salía del yate.
—¿Qué propones?
—Mira la parte trasera. —Señaló una pequeña puerta por la que estaban descargando varias cajas—. Si conseguimos hacernos pasar por el personal, no tendremos que preocuparnos por la invitación.
—¿Pretendes que sirva canapés a personas desconocidas?
—Sólo hasta pasar desapercibidos. —Se encogió de hombros y me hizo una señal para que la siguiera.
Caminamos hacia abajo en silencio, acompañados por el sonido de las suaves olas que descansaban en el mar. El sueño me pesaba a las espaldas, necesitaba café o algo que me mantuviera despierto un poco más.
—¿Cómo te hiciste esas cicatrices? —Pregunté con ánimos de empezar la conversación.
Sloane se detuvo en seco, agrandó los ojos y tensó la mandíbula.
—No sé de qué estás hablando.
—Las de tu espalda. Las he visto. —No había razón de esconderlas—. ¿Qué te pasó?
—Nada.
—Eso no era nada.
—Ross, déjalo.
Suspiró y aceleró el paso, intentando dar por zanjada nuestra charla. No tardé en atraparla.
—Me despiertas en mitad de la noche para que te ayude, acepto sin conocerte de nada, transgredo todo tipo de leyes sin saber realmente qué estamos haciendo. ¿Es que no lo ves?
—¿Qué? —susurró apartando la mirada.
—He confiado en ti ciegamente sin pedirte nada a cambio, Sloane. Sólo te pido que tú hagas lo mismo.
—¡Ya lo hago! —gritó con una mueca—. Confío en ti, Ross.
—No lo suficiente.
Resoplé, dando media vuelta. Sloane me frenó antes de que pudiera dar dos pasos.
—Dime que quieres que haga y lo haré.
—No se trata de eso.
—¿Entonces qué? —preguntó.
—Se supone que estamos juntos en esta noche de venganzas y descubrimientos. ¿Tanto que te extraña que intente averiguar algo sobre ti? —Alcé mis cejas en señal de interrogación—. No sé quién eres.
Se mantuvo en silencio mientras la luna iluminaba nuestro camino hacia el yate. No insistí más, era su decisión hacerlo o no. Sin embargo, la duda empezó a asaltar mi mente. ¿Podía fiarme de ella? ¿Y si no era quien decía ser? ¿Y si no era la víctima?
Puede que todo esto estuviera siendo una broma de mal gusto, o puede que formara parte de la locura de una adolescente trastornada. También existía la posibilidad de que solamente estuviera jugando conmigo y toda la acción estuviera ya preparada. No sabía nada.
—Cuando era niña me subía al tejado a ver las estrellas —Comenzó a hablar sin desviarse de nuestra ruta—, intentaba contarlas cada noche para asegurarme de que ninguna se había perdido, pero siempre me dormía antes de llegar a treinta. Las observaba cada noche porque sabía que estarían ahí, esperándome con los brazos abiertos, mientras yo les contaba mis secretos. Con ellas dejaba de sentirme insignificante.
—Increíble —murmuré para mis adentros. Todo en ella lo era. Sloane jugaba en una liga completamente diferente—. No te imaginaba de ese modo.
—Sí, esa soy yo. La chica que no tiene secretos porque las estrellas se los han quedado todos.
—¿Siempre has sido así de mística?
—Solo cuando la ocasión lo merece.
Camufló su risa moviéndose un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Yo...—Me mordí el interior de la mejilla. También quería compartir algo con ella, pero ni por asomo era tan profundo como su relación con los astros—. Cuando era niño quería descubrir la Atlántida, ¿sabes? Me pasaba las noches en vela leyendo sobre la ciudad y trazando rutas marinas en un mapa invisible que jamás vio la luz. Mi abuelo siempre decía que llegaría el día en el que tendría mi propio barco para descubrirlo con mis propios ojos. Soñaba con navegar hasta el fin del mundo, pero aquí sigo.
No despegué los ojos del suelo, y aproveché el aire que impulsaba el mar para cubrirme la cara con el pelo que se arremolinaba sobre mi frente.
—Eso es lo mejor que he oído nunca, Ross —confesó con una verdadera sonrisa dibujada en su rostro.
Una sonrisa que había nacido gracias a mí.
Sentí el contacto de su piel en nuestras manos entrelazadas. Una corriente eléctrica me recorrió de la cabeza a los pies. La sensación paró de golpe, y fue entonces cuando vi que ya no sujetaba mi mano. En tres segundos me había sentido más cerca de ella que en toda la noche.
Llegamos al final del camino, donde el imponente yate estaba atracado en el puerto y la música del interior se escuchaba a niveles estratosféricos. La cola de invitados seguía creciendo, cada uno con máscaras más estrambóticas que las anteriores.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—Colarnos por la puerta del servicio. ¿No lo habías adivinado aún?
—Mantenía la esperanza de no tener que hacerlo.
Hacerme pasar por camarero era algo que jamás pensé que terminaría pasando. No tenía equilibrio, mucho menos paciencia para lidiar con los clientes. Acabarían pillándome en cuanto me dieran una bandeja con copas de cristal.
—¿Tienes una idea mejor?
—Falsificar una de las invitaciones.
—Eso nos llevaría más trabajo que entrar por esa puerta. Venga, vamos.
Me arrastró hacia dentro sin vacilar. Sorteamos todo tipo de cajas llenas de alimentos y bebidas hasta llegar a una pequeña habitación con las paredes desgastadas. Varios uniformes recién planchados colgaban de un perchero, como si hubieran estado esperándonos. Era nuestra oportunidad.
—Bloquea la puerta —le dije a Sloane mientras cubría mis hombros con la chaqueta negra y me la abotonaba hasta arriba, camuflando así todo el brillo que me había puesto antes.
—No te queda nada mal, Ross. —Me rodeó un par de veces hasta detenerse en mi pecho. Extendió su mano hacia mí y puso el dedo justo debajo de mi corazón—. ¿O debería decir Sam?
La chaqueta llevaba bordado un nombre que no era el mío. Tenían al personal controlado y yo estaba a punto de hacerme pasar por uno de ellos.
—Sloane, esto no...
—Meryl —me interrumpió, dándose la vuelta hacia mí con otra chaqueta semejante a la mía en su cuerpo. Era más entallada que la que yo llevaba y le sentaba realmente bien. Juntos, vestidos de negro y con la cara cubierta por diferentes colores parecíamos sacados de una galería de arte viviente—. Ahora soy Meryl.
—No podemos suplantar la identidad de dos personas. ¿Y si aparecen por aquí y se dan cuenta de que sus ropas han desaparecido?
—Eso no va a pasar.
—¿Cómo estás tan segura?
—Tengo un plan. Y hasta ahora todos me han funcionado a la perfección.
Salimos del pequeño camarote con precaución, no podíamos arriesgarnos a que los verdaderos Meryl y Sam nos descubrieran. Tras pasar tres veces por el mismo pasillo, por fin encontramos la cocina. Sloane no tardó en cargarnos con bandejas y dirigirse al salón principal.
—Repasemos: tenemos que buscar a Astrid y a su amante, porque estoy completamente segura de que tiene uno y no quiso decírmelo, e intentar sonsacarles toda la información posible por separado.
—¿Tengo que hablar con el chico que se ha cargado vuestra amistad?
No lo veía muy viable.
Negó con la cabeza.
—Tienes que hablar con Astrid.
—¿Por qué?
No entendía la lógica de esta chica, aunque tampoco entendía la mía.
—Porque si voy hasta ella y empiezo a interrogarla pensará que la estoy siguiendo —concluyó con firmeza.
—¿Y no es eso lo que estamos haciendo?
—Exactamente, pero ella no tiene por qué saberlo. A ti no te conoce, será más fácil que te responda.
—Vale, ¿y cómo voy a conseguir que hable si soy un completo desconocido?
—¿Siempre haces tantas preguntas? —Se mofó con las cejas arqueadas.
—Sloane, por favor.
—Estoy casi segura de que habrá bebido lo suficiente para ser amable contigo. Tú se tú mismo y no tendrás problemas. Astrid tiende a contar su vida a extraños cuando está borracha. No tendrás ningún problema con eso. Y de paso, procura que no se meta en ningún lío. También suele hacer tonterías.
Quería decirle que no había venido hasta aquí para hacer de niñera y que no entendía su preocupación por alguien que le había hecho daño, pero me pareció una acción honorable por su parte.
—Prometido —Exhalé, empezando a arrepentirme de todo, como cada vez que me contaba un nuevo plan.
—Genial. Nos reuniremos en la cubierta del barco cuando hayamos obtenido lo que necesitamos.
—¿Qué pasa si Astrid sospecha?
—Te mezclas entre la gente hasta que creas que es un buen momento para volver a interceder.
—¿Y si nos pillan ahí dentro? —persistí.
—Llevamos uniformes y purpurina hasta las cejas. Allí dentro está oscuro. Si alguien de seguridad viene a por ti, corre hasta la cubierta y salta.
—No lo dices en serio, ¿verdad?
—Pues claro que no. Todo saldrá bien.
Asentí varias veces para convencerme a mí mismo de sus palabras, aunque en mi interior sabía que la noche no nos lo pondría tan fácil.
—Disculpad —la voz de una chica nos detuvo. Tenía el cabello rubio recogido en un moño profesional y una blusa blanca de algodón. Algo en mí me dijo que era el momento de echar a correr—. Creo que os habéis confundido de uniformes.
Sloane fue la primera en reaccionar.
—¿De verdad? —Se llevó una mano a la cabeza—. Lo sentimos mucho, no nos habíamos dado cuenta. ¿Por qué no volvemos al camarote y os damos los vuestros?
La chica, Meryl, sonrió amablemente y nos acompañó de nuevo a la habitación. En el interior había otro chico, probablemente Sam, vestido igual que ella. Nos saludó con la mano antes de extenderla hacia nosotros. Era su forma de reclamar la chaqueta. Me la desabroché y se la tendí, nervioso. Ahora vendría la parte en la que nos pillaban y todo el plan se iba a pique, podía notarlo.
—Gracias.
—No hay problema —Sloane me arrastró hacia fuera con la mano mientras les dirigía una sonrisa—. Perdonad las molestias.
Cerró la puerta con nerviosismo y la bloqueó con una tabla que encontró sobre una caja cercana. Ya no podía abrirse desde dentro.
En ese espacio de tiempo mi corazón había sufrido dos infartos más. ¿Llegaría el día en el que Sloane hiciera algo legal?
La miré con perplejidad. No se le veía preocupada.
—Solucionado —Se sacudió las manos en los pantalones—. Te dije que tenía un plan.
—Los has encerrado.
—Saldrán de ahí en cuanto tengamos lo que buscamos.
—No puedo creerlo. —Me crucé de brazos para controlar los nervios que corrían por mi cuerpo.
—Deja de preocuparte. No les pasará nada.
—No es eso lo que me preocupa.
—¿Entonces qué es?
—Nos hemos colado sin invitación. Y ahora tampoco tenemos uniforme.
—Dudo mucho que te la pidan estando dentro. Tú sólo disfruta, no todos los días puedes colarte en una fiesta privada.
La seguí hacia arriba a pesar del nudo en la garganta. La música era mucho más pesada dentro que fuera, por no hablar de todas las personas aglomeradas por metro cuadrado. Era asfixiante respirar el aroma de todos.
—Yo iré por la derecha —me dijo antes de empezar a separarse—. Nos vemos arriba en una hora.
Suspiré incómodamente. Ni siquiera había empezado y ya estaba temiéndome lo peor.
Me ajusté el walkie talkie al pantalón antes de encaminarme hacia la barra libre, sería un buen lugar para empezar mi búsqueda.
Sólo había dos pequeños detalles que había olvidado.
1) Mis grandes nauseas marítimas.
2) No tenía ni idea de quién era Astrid.
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