»1:37 a.m. | LOS PROBLEMAS SEXUALES DE MARK

c a p í t u l o | 02

LOS PROBLEMAS SEXUALES DE MARK


—¿Estás segura de que lo que estamos a punto de hacer no va a llevarnos a la cárcel?

La observé desde el volante con la mirada fija en la casa de Mark. Habíamos aparcado tres casas más atrás para que no pudiera vernos si decidía sacar la cabeza por la ventana.

Seguía sin entender por qué, lo único que Sloane me había contado acerca de él es que era un cerdo y que todo el mundo debía saber lo que ha hecho. También seguía sin entender quién era "todo el mundo".

—Sí puede dejarnos entre rejas, pero será mejor no pensar en eso ahora.

Se ajustó la capucha sobre su cabeza como una criminal convicta. Mi rodilla izquierda empezó a temblar.

—¿Cuántos delitos tienes pensado cometer? —pregunté alarmado, teniendo en cuenta el allanamiento de morada que estábamos a punto de llevar a cabo.

Mi lista de infracciones había pasado de cero a tres en menos de una hora. Jamás lo habría dicho.

—No lo sé, ¿para qué quieres llevar la cuenta?

Se encogió de hombros mientras mascaba el chicle que había encontrado en la guantera. Otra cosa que tampoco sabía, por qué estaba tan tranquila.

—Para saber la fianza que van a tener que pagar mis padres si nos pillan.

—No seas tan exagerado, Ross.

Abrió la puerta, lista para bajar del coche, cuando mi brazo la detuvo.

—¿Y si está durmiendo?

Intenté disuadirla, pero con su tozudez fue inútil.

—Lo dudo, tendrá las manos demasiado ocupadas tirándose a Astrid.

No sonaba enfadada. ¿Era eso una buena señal?

—¿Puedo preguntar quién es Astrid?

—Mi mejor amiga —dijo sin mirarme a la cara, sino a las puntas abiertas de su cabello azabache.

Astrid sonaba encantadora. Me pregunté si estaba a tiempo de retirarme, porque participar en vendettas de amigas roba-novios y exnovios con posibles enfermedades de transmisión sexual no era lo mío, pero a juzgar por la mirada tan severa que Sloane estaba dirigiendo a mis manos en el volante, me abstuve de ello.

—¿Cortaste con él porque te engañaba?

—No sé si me engaña, eso es lo que estoy a punto de averiguar. Él quiso cortar conmigo porque quería meterse en mi cama y yo no lo dejé.

—¿Y lo hizo?

—No, pero después fui yo quien rompió con él definitivamente.

—Porque sospechabas que te engañaba —concluí atando cabos.

—No —me corrigió—, para entonces me di cuenta de que no había sentido nada por él. Decidí que sería mejor terminarlo.

—Pero si ya no estáis juntos, ¿por qué te empeñas en seguir tras él? —pregunté exasperado—. No tiene ningún sentido.

—Mira, no te he pedido una terapia. Estamos aquí para descubrir si mi exnovio y mi mejor amiga me traicionaron, y de ser verdad, quién cedió primero. Pienso vengarme de cada una de las personas que me empujaron hasta aquí. No hay nada que pueda pararme ahora.

Contuve la respiración unos breves instantes antes de hablar sin pensar.

—Una orden de alejamiento.

—¿Qué?

—Eso sí podría frenarte.

—No digas tonterías. —Dirigió la vista hacia una ventana y se desabrochó el cinturón.

—Me estoy arrepintiendo de esto —confesé.

—Mala suerte. Ya no hay vuelta atrás.

—Sí la hay, sólo tengo que ajustar unas marchas y encender el motor.

Señalé el embrague con mi cabeza.

—En algún momento de la noche vas a tener que plantarle cara a la vida.

—Pero no tiene por qué ser ahora.

—¿Vas a dejar ya tus intentos por disuadirme?

—Este es el último. —Le indiqué con los ojos puestos en ella—. Si de verdad quieres saber lo que pasa entre ellos dos, ¿por qué no le preguntas a Astrid?

Me miró con cara de «quiero hundirte bajo el mar donde nadie pueda salvarte» y saltó del coche.

—Ya no puedo preguntárselo. Espera aquí, volveré en seguida.

Vi su figura alejarse más y más hasta que la perdí de vista. Mi rodilla aún seguía con su tic nervioso. ¿A qué se refería? Estaba claro que podía llamarle y preguntar, aunque supongo que ese no era el tipo de cosas que le preguntabas a tu mejor amiga.

De acuerdo, ya entendía porque no.

Si Franklin me llamara ahora preguntándome si por casualidad me había estado acostando con su novia, lo más probable es que me desternillara en su cara porque no tenía ninguna, pero seguramente sería un momento incómodo y violento.

Habían pasado diez minutos cuando empecé a pensar que Sloane estaba en problemas. Me había dicho que no tardaría mucho, que los pillaría con las manos en la masa y entonces volvería corriendo al coche, donde yo arrancaría y nos iríamos sin mirar atrás.

Pero Sloane no había vuelto, y no tenía ninguna manera de ponerme en contacto con ella.

—Tendría que haber traído los walkie talkies —murmuré indignado.

Otros cinco minutos más y ya iban quince. Esto rompía la regla de esperarla aquí, si no había vuelto ya es porque algo iba mal.

—Mierda —suspiré antes de bajar del coche—. ¿Por qué todo tiene que pasarme a mí?

Caminé despacio hasta llegar a la casa que señaló Sloane (o eso creía) y busqué una forma de acercarme a ella sin hacer saltar las alarmas. Estaba claro que en este vecindario tenían que tener seguridad a montones, sólo había que fijarse en lo bien podado que estaba el jardín. Uno no tenía ese jardín si no contaba también con un sistema de alarmas. No encontré ninguna manera de colarme y estuve a nada de dar media vuelta, pero no podía dejarla sola.

La solución se materializó ante mí en la forma de un árbol. Me acordé de las palabras de Sloane, sobre como había entrado por mi ventana a través del que teníamos en el jardín de fuera.

—Esto no puede estar pasando —murmuré mientras me arrastraba por encima de la valla hasta llegar al árbol de Mark.

Una vez encontré el equilibrio suficiente para mantenerme en pie sin romperme la nuca, me impulsé hacia delante y subí a la primera rama.

Bien, la primera fase no había ido tan mal.

Durante unos largos minutos me dediqué a ir de rama en rama agradeciendo mentalmente a los Boy Scouts de mi niñez. Sin ellos, ya me habría roto varios huesos.

Cuando me vi lo suficientemente cerca del tejado, me incliné hacia la casa y aterricé en su punto más alto. Me sentía como un ladrón, pero la adrenalina que me recorría el cuerpo era bastante impresionante.

Me puse en cuclillas cerca de una cornisa y agucé el oído para pillar algún tipo de información que le sirviera Sloane, pero tras pasarme siete minutos escuchando las quejas de una tal Margaret a su compañía telefónica, me sentí estafado.

—¡Eh, Spiderman!

La voz de Sloane sonaba lejana desde donde yo estaba. Sobresaltado, me levanté lentamente de la cornisa y miré a mis alrededores. Su pequeño cuerpo estaba posicionado igual que el mío, pero en una ventana diferente y en una casa diferente-

—Esa no es, idiota.

No lo dijo textualmente, simplemente movió sus brazos como un orangután hasta que entendí lo que quería decirme. Entonces, yo mismo me sentí como un idiota y supuse que ella lo pensaba también.

Caminé por el tejado de Margaret mientras la luna brillaba fuertemente en el vecindario. ¿Por qué brillaba tanto? Como al de al lado se le ocurriera tomar el aire podía darme por muerto. Menuda sorpresa iba a llevarse.

—Vale —dijo Sloane cuando estuvimos cara a cara en nuestros respectivos tejados. Se notaba a millas que estaba mordiéndose la lengua para no reír—. Ya puedes saltar.

—¿No tienes por ahí otra escalera de las tuyas? —pregunté al ver la altura que me separaba del suelo.

Las náuseas se aproximaban.

—No, lo siento. Ahora es el momento de demostrar el hombre que eres —me animó—. Además, eso te pasa por no seguir el plan. Se suponía que te quedarías en el coche.

—Ya lo sé, pero no aparecías y me preocupé. ¿Vas a culparme por eso?

Las facciones de Sloane se suavizaron un poco hasta parecer vulnerable. Sus niveles de letalidad bajaron posiciones.

—¿Estabas preocupado por mí?

—Sí —di gracias a la oscuridad que nos rodeaba por enmascarar el calor en mis mejillas.

¿La había cagado?

—Nunca nadie se había preocupado por mí—musitó. No sé si debía haberlo escuchado, el caso es que lo hice y volví a tener miles de preguntas—. Es un sentimiento extraño.

Quería preguntarle de nuevo sobre Mark e incluso sus padres, esta vez seriamente, pero tenía otros problemas por delante. Por ejemplo, el gran vacío al que caería si saltaba hasta Sloane. Intenté no pensarlo mucho cuando eché a correr y durante unos momentos sentí el aire pasar bajo mis pies.

Aterricé justo en el borde, a punto de sufrir un infarto.

—¡Bien hecho, chico arácnido! Sabía que tenías sangre en las venas.

Me dio varias palmaditas en la espalda antes de obligarme a tumbarme boca abajo en el tejado junto a ella.

—Eres muy graciosa, ¿verdad?

Puse los ojos en blanco antes de darme cuenta de la situación. Eran casi las dos de la mañana y estaba en otro barrio de la ciudad, tumbado con una chica que no conocía sobre la casa de su exnovio para descubrir si verdaderamente se estaba tirando a su mejor amiga. ¿Quién lo habría dicho?

—¿Ahora qué hacemos? —pregunté con la cabeza apoyada en mis manos.

—Esperar a que Mark venga.

Mark tardó un rato en venir, pero tal y como predijo Sloane, tenía la ventana abierta y eso nos dio acceso de primera mano para escuchar su conversación al teléfono.

Hey, oye, escúchame... —empezó a decir una voz grave desde la habitación. Me resultaba extrañamente familiar—. A mí también me ha jodido el cambio de planes, nena.

¿Era posible vomitar con tan sólo oír una voz?

—¿A quién le estará hablando?

—Ni idea —respondió pausadamente—, podría ser cualquiera.

No, no es nada de eso, ¡lo juro! —exclamó de repente alarmado—. Sabes que tú eres la única. Jamás te engañaría.

—Cerdo baboso. —Sloane gruñó por lo bajo—. Tiene suerte de que no haya traído los alicates conmigo.

No le presté demasiada atención. Yo ya había escuchado antes esa frase en algún lugar, mientras una chica de onceavo curso no dejaba de llorar delante de todos porque su novio le había puesto los cuernos con otra. ¿Lo habría visto en alguna de las películas de Margo que solía ponerme los viernes por la noche? Intenté hacer memoria y recordar, pero mi mente había sido cubierta por una densa niebla que no me dejaba pensar. No era capaz de visualizar nada.

Mark continuó hablando con la chica en cuestión por teléfono, asegurándole que pronto se verían y que nadie se enteraría de lo suyo.

No, no lo sabrá. Yo me ocuparé de ello. —Hubo una pausa hasta que volvió a hablar—. Yo no diré nada y tú no dirás nada. De esta manera, Kyle nunca se enterará. Savannah, escúchame, es mi mejor amigo, créeme cuando te digo que no tiene ni idea.

Casi quería llorar de la risa. Mark no se estaba tirando a Astrid, la mejor amiga de Sloane, sino a Savannah, la novia de su mejor amigo Kyle. Ni las telenovelas de mi abuela tenían tan buen argumento.

Qué capullo estaba hecho. ¿A cuántas más, incluida Sloane, les habrá dicho lo mismo?

—¿Estás bien?

Me giré hacia ella, quien tenía una sonrisa más ancha que Franklin en día de rebajas.

—Genial. Al menos ahora sé que mi amiga no es tan rastrera como pensaba.

Se puso en pie y, antes de que pudiera frenarla, dobló la mitad de su cuerpo hacia abajo y comenzó a chillarle a través de su ventana.

—¡Mark, eres un putero de mierda! Espero que se te caiga de tanto usarla.

Dos cosas pasaron en los siguientes cinco minutos.

La primera, el chico sacó la cabeza por la venta gritando obscenidades a la luz de la luna. Si fuera fan de Shakespeare, me habría parecido hasta romántico.

La segunda, Sloane tiró de mi brazo y me obligó a recorrer el camino de antes hasta el coche, volando por el tejado de Margaret en tiempo récord y riendo todo el camino.

—¡Voy a llamar a la policía! —amenazó Mark con un brazo levantado.

—¡Arranca, rápido!

No dudé en hacer lo que mandaba y salir del vecindario a toda velocidad, deseando haber tapado la matrícula del coche antes de adentrarme en esta aventura.

Una vez estuvimos fuera de peligro, pude respirar tranquilo. Había estado a escasos segundos de la arritmia.

—¿Por qué has hecho eso?

—Lo tenía pendiente. —Se encogió de hombros y siguió mascando el chicle de antes—. Y se lo merecía.

—¿Y ya está?

—¿Cómo dices?

—No ha habido humillación, su secreto sólo lo sabemos nosotros. Antes habías dicho que iba a pagar por ello.

—¿Y qué propones?

Otra de sus sonrisas malvadas se dibujó en su rostro ligeramente sonrosado.

—La que se encarga de este tipo de cosas eres tú, yo sólo soy tu chófer.

—Tienes razón, necesito hacer algo más o no habrá servido de nada —dijo mordiéndose el interior de su mejilla—. ¡Llámalo, corre!

—¿Qué? ¿Por qué?

—Vamos a hacer sufra un poco. Dame tu móvil.

—¿Y por qué no lo haces tú?

—Porque reconocería mi voz.

Me saqué el móvil de los pantalones lentamente. Intentaba pensar qué podría ser lo siguiente antes de dárselo. Sloane tecleó el número de Mark y me devolvió el teléfono.

—¿Qué le digo?

—Intenta hacer que confiese —sugirió—. Con todas las chicas a las que les ha dedicado tiempo de vida, no me sorprendería si pillara alguna enfermedad de transmisión sexual.

Cogí en seguida lo que quería decirme y puse el móvil en altavoz.

—¿Quieres grabar la conversación?

Supe la respuesta al instante.

—¿Sí? —La voz irritada de Mark se escuchó desde la otra parte.

—Buenas noches. Le llamamos del departamento de salud del condado. —Intenté imitar la voz de un adulto, pero me estaba costando horrores no delatarnos con la risa de Sloane de fondo—. Queríamos saber si había pasado por la revisión anual de ETS que ofrecemos a nuestros adolescentes. Usted no figura en nuestra lista.

—¿Qué revisión? ¿De qué lista me está hablando? —Sonaba furioso y confundido—. A mí nadie me ha avisado de nada. ¿Esto es una broma?

Sloane y yo compartimos una mirada antes de llevarnos una mano a la boca para no echar el plan a perder.

—No, señor. Le rogaría seriedad en el asunto. Simplemente le he hecho una pregunta, y quiero que me la responda. ¿Sí o no ha hecho esa revisión?

—¡No! No he pasado por ninguna estúpida revisión. ¿Acaso importa?

—Debería si es sexualmente activo.

—Pues claro que lo soy.

—Entonces también debería preocuparse. Su salud puede correr un gran riesgo.

—¿Pero por qué?

—¿Por casualidad es usted pareja de Savannah...? —Sloane murmuró su apellido—. ¿Cavanough?

La línea se quedó en silencio unos momentos antes de escuchar un leve "".

—Pues lamento mucho decirle que su novia padece una enfermedad perjudicial para su salud.

—¿Cómo?

—La señorita Cavanough tiene clamidia. No sabemos si es portadora o alguien más ha podido contagiarla. ¿Tiene alguna idea de quién podría haber sido?

—¿Está insinuando que me ha engañado con otro?

—No necesariamente. Usted podría ser el portador, pero no podemos confirmarlo porque no se ha hecho la revisión.

—¿Y qué hago?

—Ya se lo he dicho. —Arqueé mis cejas retándolo a dar un paso más allá.

—Pero es imposible que yo se la haya contagiado. ¡Me encuentro bien!

—Entonces mucho me temo que su novia le está engañando.

Más bien era al revés, pero estábamos a punto de armar la de Troya.

—Ella no es mi... ¡Kyle! Seguro que ha sido él.

—¿Quién es Kyle?

El rumbo de esta conversación estaba siendo perjudicial para mi salud. Necesitaba reírme o de lo contrario me petaría una arteria.

—Su novio.

—Pues también le recomendamos que pase por la revisión cuanto antes, podría ser peligroso si no descubrimos quien es el portador.

—¿Y qué hago hasta que sepamos quién es?

—Podría preguntarle a su amigo al respecto y venir juntos a nuestro centro para poder llevar a cabo la exploración. Hasta que venga, por favor, absténgase de cualquier actividad sexual.

—¿Cómo voy a decirle a mi mejor amigo que me acuesto con su novia? —replicó con desdén.

—Lo siento, nuestro centro no se ocupa de ese tipo de problemas. Esperamos verle pronto. Y para la próxima haga el favor de utilizar protección. Suele ser muy eficaz.

No esperé a oír su contestación, colgué directamente y me deshice a carcajadas en el coche de mis padres. Sloane se unió segundos después. No sé cuánto tiempo estuvimos retorciéndonos en los asientos, pero los laterales de mi cuerpo empezaron a dolerme al cabo de un rato.

—Has estado genial. —Me felicitó Sloane con los ojos llorosos—. Ojalá hubiera visto su cara.

Acabábamos de abrir la caja de Pandora. Mañana, el instituto ardería cuando su triángulo amoroso saliera a la luz.

—Gracias, Ross.

Dejó que su cuerpo pasara por encima de la consola y le dio un beso a mi mejilla.

—Yo no he hecho nada. Él mismo se ha delatado.

—¿Qué vamos a hacer con la grabación? —Sus ojos grises brillaban en la oscuridad

de la noche.

—¿Alguna idea?

—Podríamos enviarla. Ver hasta dónde llega.

—¿Quieres que Kyle se entere de esto ahora?

—O... —Sus dedos tamborilearon en el volante—. Podemos hacerle una pequeña visita y que lo descubra por sí mismo.

Sacudí la cabeza con la certeza de que no pararía hasta cumplir con cada parte de su maquiavélico plan.

—Lo que tú digas, pero primero necesitamos encontrar algo para comunicarnos cuando estemos a distancia. Y sé exactamente dónde conseguirlo.




Aiiish, la verdad es que echaba de menos escribir así, sin preocupaciones. 

Será una tontería de libro, pero me lo pasé muy bien mientras lo escribía. 

¿Qué me decís?


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