Capítulo 28
AELIA
Rudolph los despertó a todos tocando varias veces en las puertas de sus habitaciones durante el ocaso. Les advirtió que, si querían desayunar, debían dirigirse a la cocina en cinco minutos. Aelia peinó sus largos cabellos rizados y alisó las arrugas de su uniforme antes de abandonar la pequeña y polvorienta habitación que había escogido.
Cuando finalmente salió, inmediatamente se percató de que decenas de velas estaban encendidas y distribuidas de manera que alumbraban lo suficiente para que uno caminara por los corredores sin temor a tropezarse con algo, aunque aún había varios rincones en completa penumbra.
Por un momento, temió no ser capaz de encontrar el camino hacia la cocina, pero sus inquietudes se apaciguaron en cuanto su nariz captó el olor a tocino y huevos. Siguió el rastro del grasiento desayuno y, al cabo de poco más de cinco minutos, terminó en la entrada de una espaciosa habitación que tenía tres mesas de madera, una chimenea de piedra enorme y varias alacenas. Más que una cocina, el lugar parecía un comedor comunitario.
Rudolph se encontraba frente a la estufa de piedra, vigilando que los huevos y el tocino se cocinaran adecuadamente en la grasa de cerdo. Barak y Sky esperaban sentados en una mesa a que se les sirviera el desayuno.
—¿Dónde están Zale y Naomi? —les preguntó Aelia mientras ocupaba uno de los asientos libres en su mesa.
—Creo que fueron al festival —contestó Sky con voz nerviosa—. Cuando me desperté fui a buscar a Zale para desayunar, pero no lo encontré en un ningún lado. Tampoco hay rastro de Naomi.
—¡No puede ser! —exclamó Rudolph desde el otro lado de la cocina, moviendo el sartén del fuego y dejándolo sobre una superficie de piedra—. Les di la simple orden de permanecer aquí y lo primero que hacen es ir a la calle a exponerse.
Sky bajó la mirada para ocultar su expresión de culpa, mientras que Barak actuaba como si el enojo de Rudolph no existiera.
—¿Qué hay de malo en abandonar este santuario? —preguntó Aelia—. Es un simple festival artístico, no nos pasará nada si salimos a disfrutarlo.
Rudolph caminó hasta quedar frente a ella y la miró con recelo.
—El problema, querida lanzallamas, es que el Campanario de Nereal es el único lugar seguro en todo Breia para ustedes —dijo Rudolph—. Lo creas o no, hay muchas personas allá afuera que con gusto me harían daño a mí y a cualquiera que esté relacionado conmigo. Esta ciudad está llena de ojos atentos que saben todo lo que pasa aquí y, si no tenemos cuidado, los malos aprovecharán el caos del festival para atraparnos sin que nadie lo note.
—¿Qué malas personas? —lo interrogó Aelia, poniéndose de pie sin dejarse intimidar—. Si estás metido en problemas, debiste mencionarlo antes de involucrarnos.
—No olvides que fue la Bibliotecaria de Almas quien decidió que trabajáramos juntos. Por lo tanto, mis problemas son tus problemas y punto final. Si no estás de acuerdo, renuncia ahora y sal de la isla.
Rudolph se separó de ella y fue apagar el fuego en la chimenea.
—Olvídense del desayuno. Vamos a ir a buscar a sus amigos antes de que se metan en problemas —sentenció Rudolph.
—Estás exagerando —intervino Sky—. Seguramente Naomi y Zale regresarán aquí más pronto de lo que creemos.
—No bromeo cuando digo que hay ojos por todas partes —contestó Rudolph—. Ellos jamás se atreverían a venir aquí, pero eso no quiere decir que no estén atentos.
***
Abandonaron el campanario en menos de diez minutos. En esta ocasión, el único lobo que los acompañó fue Darko, quien usaba su agudo sentido del olfato para seguir el rastro de Naomi y Zale.
La ciudad de Breia era completamente diferente de noche, ya que esta estaba llena de vida, música y colores. De vez en cuando, se topaban con algún ilardiano que rondaba las calles montando un enorme lobo o con algún alariense nervioso que pedía indicaciones para llegar a un lugar determinado.
Aelia se percató de que Rudolph no dejaba de ver en todas direcciones con una expresión nerviosa en el rostro, como si creyera que en cualquier momento un grupo de guardias reales iba a encarcelarlos en medio de la calle. El comportamiento de Rudolph solo provocó que el resto del grupo se sintiera igual de nervioso y no pudieran apreciar las maravillas que la ciudad tenían para ofrecerles.
Al cabo de varios minutos de caminar en una sola dirección, Darko se detuvo repentinamente, despegó la nariz del suelo y comenzó a emitir un par de gimoteos y a caminar en círculos.
—¿Qué le pasa? —preguntó Barak.
—Perdió el rastro —explicó Rudolph después de analizar el compartimiento de su lobo—. Hay demasiada gente aquí, demasiados aromas, y no tenemos alguna pertenecia de Zale y Naomi que ayude a Darko a detectar su aroma.
—Deben estar en la plaza central presenciando el festival —sugirió Sky.
—Es lo que me temía —contestó Rudolph.
Después, el muchacho se separó de ellos y caminó hasta un puesto que vendía máscaras de todos tamaños y formas. Cuando los tres humanos y el lobo se acercaron, Rudolph sacó de su bolsillo una pequeña bolsa con dinero.
—¿Tienen dinero? —les preguntó Rudolph.
Aelia metió la mano en su mochila y buscó a ciegas hasta que sus dedos tocaron algo duro y pequeño. Sacó una pequeña bolsa con monedas ilardianas que había conseguido en la Constelación de la Garza.
—Sí —dijo ella.
—Entonces escojan la máscara que más les guste —respondió Rudolph de manera cortante, mientras le pedía al vendedor que le pasara una máscara con la forma de una serpiente azul.
Sin molestarse en inspeccionar todo el catálogo que el puesto ofrecía, Aelia escogió la máscara de un león porque fue la primera que le llamó la atención. Sky escogió una con la forma de un águila completamente blanca y Barak la de un lobo gris. Afortunadamente, las máscaras no eran muy caras y les sobró dinero para comprarle una máscara con la forma de alas de mariposa a Naomi y otra con forma de foca para Zale.
Todos se colocaron las máscaras en cuanto se apartaron del puesto. Una cuadra antes de llegar a la plaza central, Rudolph se desvió del camino y los condujo a un callejón que parecía solitario.
—Escuchen atentamente lo que voy a decirles —les ordenó Rudolph, removiendo su máscara para que pudieran observar la seriedad de su rostro—. No hablen con nadie a menos que sea absolutamente necesario. No se separan ni se distraigan con ninguna de las atracciones del festival. Estamos aquí únicamente para buscar a sus amigos. Y por último y más importante, si ven a alguna persona usando un uniforme con el símbolo de una gacela, coméntenmelo de manera discreta y nos alejaremos lo más posible. Debemos regresar al campanario antes del amanecer.
—¿Qué tiene el campanario de especial para que tengamos que regresar ahí tan urgentemente? —preguntó Aelia, harta de escuchar lo mismo.
El muchacho la miró como si Aelia acabara de insultar a todos sus ancestros.
—El Campanario de Nereal es un santuario. Un lugar sagrado —explicó Rudolph, con voz seria—. Muchos habitantes de Ilardya sienten un profundo temor y respeto por los dioses. Nereal es la diosa de la música, la más venerada en Breia. Irrumpir el campanario con violencia sería igual a profanarlo y arriesgarse.
—Si las personas que están tras de ti son tas malas, no creo que simples supersticiones las detengan de entrar al campanario para atraparte —señaló Barak.
—Tal vez eso fuera verdad hace un par de décadas, pero las cosas son diferentes ahora. El primer eclipse en Fenrai hizo que la fe en los dioses se renovara en Ilardya. El caso de Elyon Valensey, quien era el recipiente humano de los poderes de una diosa, los rumores sobre el surgimiento de los eclipsis y los milagros que la Bibliotecaria de Almas ha realizado no hacen más que apoyar la creencia de que los dioses se encuentran más presentes que nunca en Fenrai. Deben creerme cuando les digo que ningún creyente de Nereal se atrevería a profanar uno de sus lugares sagrados. Además, los cientos de casos de desapariciones en todo el mundo han puesto a la población muy nerviosa. Todavía no ha habido desaparecidos en Breia, pero la gente no duda que pueda ocurrir pronto. Por esa razón el gobierno de la isla aumentó el presupuesto del festival de este año como un intento de tranquilizar a los habitantes.
—Aún no puedo creer que esas personas no hayan tratado de capturarte en el campanario —dijo Aelia con escepticismo—. Ese lugar es inmenso y prácticamente estás tu solo con un montón de lobos. En teoría, debería ser sencillo infiltrarse ahí y capturarte en el día mientras duermes
—Ya hubo unos pocos desgraciados que intentaron atraparme en el campanario —confesó Rudolph con una expresión sombría en el rostro—. Les puedo jurar que nadie volverá a intentarlo.
Luego, volvió a colocarse la máscara de serpiente y les murmuró un distorsionado "vamos" antes de abandonar el callejón.
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