Capítulo 24
ZALE
El muchacho desconocido lucía seguro y sombrío. Era obvio que pensaba que tenía la situación bajo completo control, y a Zale le inquietaba imaginar que aquel muchacho realmente poseyera el poder para someter al escuadrón completo. Las cejas gruesas del chico acentuaban más la expresión fría de sus ojos oliva.
—Bajen sus armas para que podamos hablar —ordenó el muchacho.
El tono arrogante que usó al hablar solo provocó que Zale sostuviera su tridente con más firmeza.
—Lo lamento, amigo —dijo Zale—, pero no tengo intención de permitir que estos lobos me atraviesen el cuello con sus colmillos, ni siquiera por una lindura como tú.
El muchacho no se inmutó, simplemente se limitó a permanecer de pie con ambas manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón. El lobo negro a su lado parecía tomarse la situación mucho más en serio que él.
—Hacer que mis lobos los descuarticen a todos no es algo que me interese —gruñó el muchacho.
—¿Cuáles son tus intenciones con Naomi? —lo interrogó Sky, dirigiendo la mira de su arco hacia el pecho del muchacho.
—No es solo con ella. Es con todos ustedes, pero necesitaba atraerla a ella para que todo el grupo la siguiera hasta aquí —explicó el muchacho.
—¿A qué te refieres? —intervino Barak, haciendo un gesto amenazante con el hacha en su mano derecha. Barak tenía brazos fuertes, y desde donde se encontraba, fácilmente podría arrojar el hacha por encima del círculo de llamas e incrustarla en el pecho del muchacho.
Aunque el chico misterioso no parecía estar asustado de Barak, algo repentinamente cambió en su actitud, y dos segundos después, soltó un suspiro audible y sacó la mano del bolsillo izquierdo de su pantalón. Zale tardó un poco en vislumbrar que el muchacho sujetaba entre sus dedos llenos de cicatrices un objeto plano y rectangular. Era una tarjeta negra con algo dibujado en un solo lado. Desafortunadamente, Zale no podía distinguir la forma del dibujo desde donde estaba.
—Esto lo explicará todo —dijo el muchacho.
Acto seguido, la tarjeta se escapó de los dedos del chico como si una mano invisible se la hubiera arrancado, y voló rápida como una flecha por encima del círculo de fuego que los apartaba de la manada de lobos hasta detenerse y flotar en el aire a unos centímetros delante del rostro de Naomi.
Sorprendida, la chica usó su mano temblorosa para agarrar la tarjeta y la examinó detenidamente. Dominados por la curiosidad, el resto del escuadrón también centró su atención en la tarjeta. El dibujo sobre la oscura y plana superficie eran tres libros dorados: el símbolo de la Bibliotecaria de Almas.
—¿Pero cómo...? —habló Naomi, con gran sorpresa en la voz.
—Ella me contactó. Soy uno de sus agentes —explicó el muchacho, al ver los rostros llenos de confusión y sorpresa del escuadrón—. Me llamo Rudolph Ferrer.
No tuvo que agregar que también era un psíquico, el simple de hecho de haber levitado una tarjeta en el aire y que recorriera varios metros lo demostraba. Tampoco necesitaban verificar que la tarjeta fuera auténtica, gracias a que, en el preciso instante en que Naomi sujetó el papel oscuro, la marca en la mano de la chica que simbolizaba su trato con la Bibliotecaria de Almas comenzó a resplandecer. Zale le arrebató la tarjeta de las manos, y en menos de lo que dura un parpadeo, su propia marca del trato y la llave del LCG comenzaron a emitir un tenue resplandor blanco.
—El poder de un dios siempre reacciona ante el poder de otro —habló Rudolph, usando un tono serio, pero enigmático—. Les aconsejo que extingan este fuego antes de que llamen la atención de los guardias reales. La ciudad está llena de oficiales debido al festival.
—Primero ordénales a tus perros que se larguen de aquí —replicó Aelia, al mismo tiempo que sujetaba el mango de su látigo con más fuerza.
Rudolph no actuó inmediatamente. Meditó en silencio por un par de segundos, y sin que su rostro cambiara su expresión estoica, su boca se contrajo ligeramente para emitir un agudo silbido. Después, el lobo negro junto al muchacho ladró un par de veces y el resto de la manada comenzó a retirarse del lugar. De los diez enormes lobos que los habían acorralado, ahora solo quedaban cuatro con el lobo negro incluido.
—Eso es todo lo que cederé —declaró Rudolph—. Ahora es su turno.
Aelia no parecía intimidada, pero Zale le hizo una discreta señal con la cabeza para indicarle que la mejor opción era obedecer. Frustrada, Aelia cerró los ojos para concentrarse, y un par de segundos más tarde, el círculo de llamas se había extinguido por completo.
Rudolph no les dio la oportunidad de recuperarse de la impresión. Simplemente se dio media vuelta y comenzó a alejarse por callejón frente a ellos. Los lobos lo siguieron instintivamente.
—¡Vámonos! —les gritó Rudolph cuando se encontraba a la mitad del callejón.
—No puede estar hablando en serio. Hace cinco minutos sus lobos estaban por devorarnos —murmuró Sky, colgando su arco en el hombro.
De repente, Naomi se separó del grupo y se adentró un par de pasos en el callejón.
—¡¿Qué fue lo que me hiciste?! —vociferó ella. Sonaba auténticamente consternada y apretaba los puños, algo muy poco usual en Naomi.
—Si quieren respuestas, tendrán que seguirme. No les aconsejo discutir estos asuntos en plena calle —respondió Rudolph sin tomarse la molestia de voltearlos a ver.
El resto del escuadrón guardó sus armas, pero no bajaron la guardia.
—No creo que ese sujeto hiciera todo esto solo para tener una charla tranquila —confesó Aelia, después de que los cuatro se reunieran con Naomi en el callejón.
—La tarjeta le pertenece a la Bibliotecaria de Almas, de eso no hay ninguna duda —señaló Zale, sosteniendo la tarjeta en alto—. Tal vez la Bibliotecaria quería que nos encontráramos con él.
—Seriamos muy ingenuos si aceptáramos ir con él sin ninguna clase de plan —refutó Barak.
—Si soy franco con ustedes, no creo que tengamos otra opción —dijo Zale.
Fue capaz de leer en el rostro de sus compañeros que ninguno estaba convencido de seguir a Rudolph, no obstante, Naomi no se molestó en esperar a que los demás actuaran, y sin decir ni una sola palabra, comenzó a seguir decididamente a los lobos que iban tras Rudolph. Sabiendo que ninguno de ellos lograría detenerla, el escuadrón imitó a Naomi y recorrieron por un buen rato el intricado laberinto de callejones urbanos.
Con el fin de no llamar la atención, Rudolph se aseguraba de conducirlos por los lugares menos transitados posibles. Al cruzar por una solitaria calle, el panorama de la ciudad cambió de edificios asimétricos y coloridos a construcciones con fachadas simples y planas, pero con bellas molduras y amplios ventanales. En general, ese nuevo distrito parecía más sofisticado y serio que otras partes de la ciudad que habían visitado, aunque seguía siendo igual de interesante.
Zale se sorprendió cuando finalmente arribaron a su destino, ya que, a diferencia de la mayoría de las edificaciones y elegantes y bien cuidadas de esa región de la ciudad, Rudolph los había conducido hasta un edificio de cinco pisos en ruinas. Estaba ubicado en la esquina de un barrio que parecía pertenecer a familias adineradas, lo que solo lo hacía resaltar aún más. Los muros, que en algún momento debieron ser de un resplandeciente color blanco, ahora estaban quemados y algunas áreas se habían derrumbado. Las ventanas habían sido tapadas con tablas de madera y había varios anuncios colgados que prohibían el acceso.
Rudolph se posicionó frente a las enormes puertas de hierro de la entrada, y con un solo ademán de su mano, logró que una de las puertas se separara del muro con todo y bisagras, produciendo un escalofriante chirrido y permitiendo el acceso al interior del decadente edificio. Rudolph fue el primero en ingresar, seguido por los lobos. Ni a Zale ni a ningún otro miembro del equipo le apetecía entrar a un edificio cuya estructura podría venirse abajo en cualquier momento, no obstante, el lugar parecía llevar mucho tiempo en aquel terrible estado y aún seguía de pie. Además, estaba casi seguro de que no lograrían hacer que Rudolph quisiera hablar con ellos en otro lugar menos ruinoso.
Resignado, Zale colocó su mano derecha sobre el mango del cuchillo que llevaba colgado en el cinturón y fue el primero del escuadrón en entrar al edificio. Zale sabía que no debía impresionarse por el hecho de que el interior del lugar estuviera en peores condiciones que el exterior, pero no había otra forma de reaccionar. Casi todos los muros estaban completamente ennegrecidos y el olor a hollín impregnaba el aire. Había escombros y otros objetos no identificables completamente carbonizados en el suelo. Después de haber dado tan solo un par de pasos, Zale ya se había llenado las botas de ceniza.
El resto del escuadrón no tardó en acompañarlo. Zale tuvo que atrapar a Sky para evitar que cayera después de tropezar con una viga en el suelo que había sido oculta por escombros y polvo.
—Gracias —murmuró Sky, después de soltarse de Zale y enrojecer como un tomate.
—No fue nada, flechitas —respondió Zale.
Rudolph y sus lobos los esperaban en la escalera del vestíbulo. Tiempo atrás, ese vestíbulo había lucido encantadores colores pastel, mobiliario y ornamentos de oro, tapices y lujosos objetos de porcelana. Desafortunadamente, todo ese lujo y belleza había sido completamente devastado por un fuego fantasma y el olvido.
—¿Qué era este lugar? —preguntó Zale, al mismo tiempo que pisaba lo que quedaba del marco de una fotografía completamente quemada.
—Eso no te incumbe —contestó Rudolph, acariciando la cabeza del enorme lobo negro—. Los conduje hasta aquí porque no era seguro hablar en la calle.
—Déjate del misticismo y dinos de una vez por qué la Bibliotecaria de Almas te pidió que nos buscaras —gruñó Barak.
De repente, Zale se percató de que los lobos tenían su atención completamente enfocada en él y le lanzaban miradas de desconfianza. Zale imaginó que la negatividad de Barak era tan potente que inquietaba a los lobos.
—O tal vez prefieras explicarnos en qué consiste tu trato con la Bibliotecaria —volvió a hablar Barak, tomando por sorpresa al resto del escuadrón.
—¿De qué estás hablando? —lo interrogó Aelia.
Barak soltó un suspiro de frustración y rodó los ojos.
—No puede ser que no lo hayan notado —dijo él—. Tiene una marca de trato en la mano. Es igual a las nuestras.
Pasmado, Zale dirigió sus ojos hacia el brazo derecho de Rudolph y verificó lo que Barak afirmaba. La luz que llegaba al interior del ruinoso edificio no era mucha, pero Zale logró distinguir las familiares líneas blancas de la marca que subían por el brazo hasta llegar a la palma de la mano.
—A mí me parece que ya lo sabes todo, ¿verdad, amigo? —comentó Rudolph, esbozando una sonrisa sarcástica.
—No soy tu amigo —contestó Barak con ese tono sombrío tan característico de él, e inmediatamente después, todos los lobos comenzaron a gruñirle al mismo tiempo.
—¡Calma! ¡Calma! —les ordenó Rudolph a sus lobos. Le tomó varios intentos y tuvo que subir la voz para lograr apaciguarlos—. Es verdad. Hice un trato con la Bibliotecaria de Almas, pero ninguno de ustedes necesita conocer los detalles. A mí tampoco me interesa saber los detalles de su trato, no obstante, sí sé que buscan una reliquia en Breia. Yo puedo ayudarles a encontrarla y puedo ofrecerles hospedaje mientras estén en Breia.
—¿Y tú qué ganas en todo esto? —intervino Zale.
Rudolph enmudeció por un momento. Daba la impresión de que estaba meditando sobre qué cosas podía revelarle al escuadrón y cuáles no.
—La reliquia se encuentra en el mismo lugar que otro objeto de gran valor para mí —confesó Rudolph después de un rato—. No lograran infiltrarse en ese lugar sin mi ayuda. Y antes de que comiencen a protestar, créanme que, si de mí dependiera, haría todo esto por mi cuenta, pero la Bibliotecaria de Almas quiere que trabajemos juntos, y nos guste o no, los deseos de esa mujer son órdenes.
Aunque a Zale no le gustaba admitirlo, sabía que lo mejor que podían hacer era obedecer los designios de la Bibliotecaria. Después de todo, si Rudolph tenía la tarjeta y la marca de trato, no cabía duda de que verdaderamente trabajaba para ella. Las expresiones de los rostros de sus compañeros revelaban que ellos pensaban lo mismo; todos menos Naomi, quien seguía igual de consternada que antes.
—No me importa lo que la Bibliotecaria desee —espetó Naomi, posicionándose frente a todo el escuadrón y mirando directamente a Rudolph—. Yo no voy a colaborar en nada contigo hasta que me expliques qué fue lo que me hiciste.
—¿De qué hablas? —contestó Rudolph, sin alterarse.
—No te hagas el idiota. Cuando estábamos en la plaza central yo no te vi por ningún lado, pero aún así lograste atraerme hasta el callejón en donde nos acorralaron tus perros —aunque Naomi intentaba aparentar firmeza, era muy evidente lo perturbada que realmente se sentía—. Yo no fui hacia ti por mi propia voluntad. Algo que no puedo explicar me condujo hacia ti sin que yo lo pudiera evitar. Si de verdad quieres que trabajemos contigo, entonces tendrás que decirnos la verdad sobre lo que me hiciste.
Hubo un tenso momento de silencio en donde los miembros del escuadrón no hicieron más que mirarse el uno al otro. Zale era incapaz de saber con exactitud si entre ellos se consideraban algo más que compañeros de equipo, pero en todos, incluyendo a Barak, pudo percibir un sentimiento de camaradería. Si Rudolph había logrado perturbar a Naomi tan profundamente y él no les ofrecía una explicación, aunque su trato con la Bibliotecaria de Almas corriese peligro, nadie del escuadrón trabajaría junto a él.
Pareció que Rudolph también había entendido esto, ya que, sin previo aviso, Rudolph se quitó el pendiente con forma de pluma que colgaba de su oído izquierdo. Se despeinó un poco el cabello castaño oscuro, pero Zale tuvo que admitir para sí mismo que seguía viéndose muy bien. Luego, Rudolph dio un chasquido, y usando su magia de lunaris psíquico, hizo que arete flotara hacia Naomi.
Al igual que había sucedido con la tarjeta, Naomi atrapó el accesorio de plata en el aire y comenzó a examinarlo.
—Hace varios días, la Bibliotecaria de Almas me envió este amuleto junto con una carta que detallaba las instrucciones para la misión —explicó Rudolph, bajando los escalones—. El amuleto era una forma de asegurar que nos encontraríamos. Tiene el poder de atraer a todos los eclipsis empáticos como ella.
Nuevamente, el silencio dominó por completo al vestíbulo. Todos los ojos en el lugar se posaron sobre Naomi, quien había palidecido terriblemente y cuyo miedo se podía percibir en el aire. Era una presencia escalofriante y opresiva.
🐴🐺🦅
Si te gustó este capítulo, me ayudaría mucho tu voto ✨
Por favor, trata de compartir esta historia con más personas. Mas lectores me alentarían a escribir más rápido 🙏🏻
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top