Capítulo 13
ZALE
Avanzaron un gran tramo del camino poco antes del atardecer. Cuando la luna apareció en el cielo, una fuerte tormenta azotó el bosque. Como la distancia que habían calculado entre ellos y la frontera no era muy larga, decidieron seguir avanzando, al menos el ruido de la tormenta y las ilusiones de Brayden bastaban para mantenerlos ocultos.
Sin embargo, hubo un punto en el que el suelo se volvió tan resbaladizo que tuvieron que detenerse en un pequeño claro. Pasaron la noche refugiándose de la lluvia en el apretado espacio de la carreta. Algunos decidieron dormir un poco, pero Zale permaneció despierto casi toda la noche. En un par de ocasiones revisó el estado de los bueyes y los acarició para tratar de calmar el miedo que les producía la tormenta. En algún momento escucharon como el feroz viento desprendió una pesada rama de alguno de los árboles y la hizo aterrizar a escasos metros del carromato, pero afortunadamente sobrevivieron a la tormenta sin ningún daño significativo.
Partieron inmediatamente después de ver los primeros rayos de sol. Todos estaban ansiosos por abandonar el bosque. Sky le permitió a Zale que manejara el carruaje por lo que quedaba del camino. Afortunadamente se habían alejado bastante de todas las torres de vigilancia, por lo que Brayden no necesitó usar su magia de lunaris para ocultarlos.
Finalmente comenzaron a divisar la Torre de los Felinos a una distancia no muy lejana. Al principio, Zale pensó que el lugar parecía enorme, pero no muy fuera de lo común. Sin embargo, su opinión cambió drásticamente conforme iban avanzando.
La fortaleza estaba conformada por imponentes torres construidas con piedras blancas, pero la más alta de todas se encontraba en el medio. Ahora Zale entendía porque Brayden había llamado al propietario de aquel lugar como un loco extravagante. Enormes estatuas de diferentes felinos, todos majestuosos y con sus blancos ojos vigilando los alrededores, formaban parte de la estructura principal de la fortaleza. Detrás de la fortaleza se extendía un enorme muro de piedra que se perdía en el horizonte, pero Zale se sintió aliviado al verificar que una parte de la fortaleza estaba conectada con el bosque, aunque le seguía inquietando la incógnita de porque los habitantes de Vintos no habían separado al bosque de la fortaleza por medio de una cerca.
Aunque el lugar parecía en general estable y la mayoría de los pilares se veían en buena forma, estaba claro que el lugar había sido abandonado hace mucho tiempo. El bosque se había reclamado el lugar como suyo y por dondequiera que se mirara se podían encontrar enredaderas, flores y plantas de todo tipo creciendo en los muros, enroscándose en los pilares y cubriendo casi por completo la mayoría de las pequeñas estatuas de gatos y ocelotes del jardín. También había algunas pocas figuras de humanos, pero estos se mostraban serviciales y sumisos, dando la impresión de que los felinos eran como dioses a los que se les debía rendir tributo. Una idea que a Zale le pareció muy divertida.
Sus compañeros de viaje demostraban el mismo asombro que Zale experimentaba, incluido Brayden, quien ya había visitado ese lugar con anterioridad, pero tal vez la impresión de verlo de cerca lo había dejado igual de impactado que a ellos.
-Los lunáticos con recursos sí que pueden crear cosas inolvidables -dijo Zale, en voz baja.
Estacionaron la carreta cerca de la fuente en el centro del jardín. Un león, un tigre, un leopardo, un puma, y un pequeño gato doméstico, todos fabricados de un resplandeciente oro, se encontraban en el centro de la fuente mirando en diferentes direcciones.
Todos bajaron del carromato con sus armas excepto por Brayden.
-Mi trabajo únicamente consistía en ayudarlos a llegar hasta aquí sin que los vigilantes los detectaran. Lo que sea que ustedes planeen hacer allí adentro es responsabilidad suya -se excusó Brayden, reusándose a abandonar el vehículo.
A Zale no le parecía justo obligar al chico a que entrara a la fortaleza, por lo Zale se limitó a colgarse su arma enfundada en el hombro y le agradeció su ayuda.
-Te daremos tu paga después de que nosotros terminemos nuestro trabajo aquí -le dictó Aelia al chico, demostrando su desconfianza y su firme carácter. Zale no pudo evitar pensar que esa chica necesitaba a alguien que le enseñara como relajarse.
Brayden no puso ninguna objeción y tampoco les deseó suerte en su misión.
Sin nada más que hacer, los cinco se separaron del carromato y se dirigieron a la fortaleza. Había una enorme cabeza de león de piedra tallada en el arco de la entrada. Mientras subían las escaleras agrietadas que los conducían a las imponentes puertas de madera, Zale notó que estas tenían muchos arañazos y que había un hueco bastante grande en la puerta de la izquierda.
Los cincos atravesaron el hueco sin la necesidad de encorvarse. El interior de la Torre de los Felinos era casi tan impresionante como el exterior. Los vidrios de la mayoría de los enormes ventanales estaban rotos, y como la fortaleza había sido construida en una tierra habitada por muchos solaris, varias de las áreas del castillo tenían tragaluces o zonas que permitían el acceso directo de la luz del sol. Al igual que afuera, había muchas estatuas y decoraciones que homenajeaban la belleza de distintas especies felinas. También había varios tapices y retratos en los que aparecía un hombre alto y barbón que posaba rodeado de gatos.
Zale supuso que aquel hombre era el dueño de la fortaleza. El muchacho no podía entender porque alguien construiría un lugar tan extravagante como ese solo para abandonarlo.
Conforme los cinco fueron explorando el vestíbulo, descubrieron que varios muebles finos habían sido abandonados en ese lugar, y no solo eso, también mostraban arañazos de diferentes tamaños y el relleno de más de un cojín yacía desparramado en el suelo.
-Seguramente esto es obra de varios coyotes que se metieron a la fortaleza -dijo Zale, intentado tranquilizar las inquietudes que ese lugar le producía a sus compañeros. Aunque el mismo debía reconocer que algún animal más peligroso como un oso podía tener su guarida en alguna parte de ese gigantesco lugar.
-¿Cuál es el plan? -preguntó Sky, sosteniendo con firmeza su arco.
-Separarnos en equipos y buscar el cinturón de rubíes -contestó Barak, mientras descolgaba su hacha del cinturón.
-¿Crees que sea buena idea? -lo cuestionó Aelia, cruzándose de brazos-. Este lugar no parece demasiado seguro como para que nos dividamos.
-De lo contrario terminaremos todo el día buscando entre escombros -replicó Barak, usando un tono inexpresivo y sin molestarse a apartar la mirada de su hacha.
Les gustara o no, el resto del escuadrón debía reconocer que la estrategia de Barak era la mas conveniente.
-¿Y cómo dividiremos los equipos? -preguntó Naomi.
-Zale y Aelia vendrán conmigo a inspeccionar la planta superior. Tú quédate con Sky y revisen el primer piso.
Sin molestarse a esperar que los demás estuvieran de acuerdo, Barak comenzó a subir las escaleras que conducían al segundo piso. Aelia apresuró su paso para alcanzar a Barak, y antes de que Zale los siguiera, fue testigo de como Naomi rodaba los ojos y murmuraba:
-Típico.
El segundo piso estaba igual de deteriorado y sucio como el primero. Muchas habitaciones estaban cerradas con llave, y las pocas que no lo estaban se encontraban vacías o parecía que un tornado las había arrasado. Para Zale, lo más extraño de todo es que esa fortaleza no parecía construida para albergar a un ejército o recursos valiosos. En todos los pasillos había plumas y cojines regados en el suelo, cajas llenas de pelotas y peluches, y muebles y paredes que exhibían marcas de garras de distintos tamaños.
Veinte minutos después de que comenzaron a merodear por el segundo piso, Zale comenzó a experimentar que varios ojos invisibles lo observaban, pero no logró identificar a algún posible espía.
-Pero que desperdicio.
Zale escuchó a Aelia murmurar a sus espaldas. Se volteó y la descubrió hurgando en un estuche que se encontraba encima de un elegante peinador. Zale se dedicaba a inspeccionar cada closet o baúl que encontraba, esperando descubrir en el interior de alguno de ellos un mágico cinturón de rubíes.
-¿Dijiste algo? -le preguntó Zale.
-Dije que todo esto es un desperdicio -aclaró ella, sacando del estuche un lujoso collar de perlas-. El que construyó este lugar seguramente gastó el dinero que podría alimentar a la mitad de Alariel y después lo abandonó junto a un montón de cosas cuyo valor podría ser suficiente para alimentar a la otra mitad. Es tan absurdo que da rabia. En Zunn hay familias enteras que viven en un pequeño cuarto, mientras que aquí decenas de objetos finos se echan a perder.
-En base a mi experiencia, cada persona rica parecer creer que tiene el derecho de invertir su fortuna en las locuras que quiera y sin tener que preocuparse en las implicaciones de las vidas de los menos afortunados -contestó Zale.
En ese momento, Barak, quien momentos antes estaba revisando los pasillos adyacentes, llegó al cuarto en el que ellos se encontraban.
-Creo que descubrí las escaleras que conducen a la torre más alta -anunció desde el umbral-. Puede que ahí se encuentren los aposentos del dueño de la fortaleza o su despacho. De cualquier forma, me parece que ese sería el lugar más apropiado para encontrar la reliquia o algún indicio de su paradero.
No sonaba como si Barak les estuviera sugiriendo una idea, más bien era una orden disfrazada de una petición. Ya que hasta ahora ninguno de sus esfuerzos les había brindado frutos, y a falta de una mejor idea, los tres comenzaron su trayecto hacia la cima de la torre más alta, el cual les tomó otros veinte minutos.
Zale continuó experimentando la misma sensación de ser observado en todo momento, pero siguió sin detectar algún responsable.
Un poco exhaustos, los tres revisaron un par de habitaciones antes de encontrar la más lujosa de todas. Había un extraño aroma que provenía de aquella habitación, pero Zale fue incapaz de identificarlo, ya que toda la fortaleza apestaba a humedad y a varios tipos de hierbas. Una vez que se adentraron al cuarto se percataron de que, a diferencia del resto de habitaciones, este casi no mostraba ningún daño, salvo por una capa de polvo que cubría casi todo el lugar. La habitación contenía muebles de oro con cojines rojos, llamativos tapices que retrataban a humanos corriendo a lado de tigres, un escritorio, un enorme ropero que abarcaba casi una pared completa, varios espejos, baúles y mesitas, y, por último, una cama con dosel que tenía las gruesas cortinas rojas corridas.
Sin perder tiempo, Barak comenzó a buscar la reliquia o alguna posible pista de su paradero en los baúles. Zale se asomó al balcón para asegurarse de que se encontraban en la parte más elevada de la fortaleza, mientras que Aelia se acercaba a la cama para inspeccionarla.
Zale escuchó el sonido de las cortinas de la cama siendo desplazadas a sus espaldas, y de repente, lo siguiente que escuchó fue a Aelia soltando un espeluznante grito de horror. Él y Barak se acercaron rápidamente a la chica para averiguar que era lo que la había perturbado. En su estado actual, lo único que Aelia logró hacer fue apuntar con una mano hacia la cama. Perturbados, los muchachos miraron lo que había sobre la cama y sus reacciones fueron muy similares a la de Aelia.
Encima de las finas sábanas, casi aparentando estar dormido, se hallaba el esqueleto de un ser humano.
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